No será superfluo que el lector recuerde, para encajarla en futuras informaciones, la palabra en lengua inglesa «hale». Aunque en cualquier diccionario pueda comprobar que significa «fuerte» o «robusto» (es usual la locución «hale and hearty», para decir de alguien que es «sano y fuerte»), eso nada tiene que ver con la nueva acepción a […]
No será superfluo que el lector recuerde, para encajarla en futuras informaciones, la palabra en lengua inglesa «hale». Aunque en cualquier diccionario pueda comprobar que significa «fuerte» o «robusto» (es usual la locución «hale and hearty», para decir de alguien que es «sano y fuerte»), eso nada tiene que ver con la nueva acepción a la que aquí se va a aludir. Porque se trata ahora de un avión que podríamos calificar de espía y que posee dos cualidades específicas: vuela a gran altura (High Altitude) y tiene larga autonomía de vuelo (Long Endurance), cuatro palabras cuyas iniciales forman las letras de su sigla: HALE.
No se sorprenda el lector por el camino tan retorcido que habitualmente se sigue en los países de lengua inglesa para dar nombre a organizaciones, objetos e incluso conceptos teóricos. Su finalidad suele ser obtener una sigla que constituya una palabra inteligible, a poder ser relacionada con el objeto al que nombra. Citaré un ejemplo muy significativo. Es casi seguro que todo el mundo ha oído hablar de la «Ley patriótica» que, aprobada en el Parlamento de EEUU tras los atentados del 11-S, supone un serio recorte de las libertades y derechos ciudadanos en ese país y es cada vez más atacada por numerosos sectores de opinión.
Su nombre oficial es «USA PATRIOT Act», lo que cualquiera traduciría como «Ley patriota de EEUU», como se hace habitualmente. Sin embargo, la cosa es algo más compleja, porque lo que está en mayúsculas no es un nombre sino unas siglas, como se comprueba sin más que leer las primeras líneas del texto oficial. En él se observa que el nombre completo de esa ley es: «Uniting and Strengthening America by Providing Appropriate Tools Required to Intercept and Obstruct Terrorism». Larga y enrevesada frase con cuyas iniciales se construye el nombre abreviado. Traducida a nuestro idioma sería algo así: Uniendo y fortaleciendo a América al proveer los instrumentos apropiados, requeridos para interceptar y obstruir el terrorismo.
Se entiende de ese modo un comentario que escuché en EEUU, hace ya años, afirmando que la Guerra de Vietnam hubiera concluido sin más que dejar caer sobre el país todos los documentos oficiales que tal guerra engendró: hubiera quedado aplastado bajo una masa de papel de más de 5 m de espesor, según los cálculos menos exagerados. Una muestra más del poder de las burocracias…
Tras estas disquisiciones propias de la época estival, convendrá volver al HALE aludido al principio y presentar al lector este recién llegado a la ya vasta familia de los aviones no tripulados. Según informes de la BBC, se estima que hay ahora cerca de 800 aparatos de esa familia, de distintas marcas y características, que vigilan desde el cielo lo que sucede en Iraq y en Afganistán, enviando en el acto datos de gran valor estratégico para las operaciones que allí se desarrollan. Lo que no impide que, de vez en cuando, tomen por actividad terrorista una multitudinaria reunión familiar donde se celebra una boda, con las trágicas consecuencias imaginables.
Un constructor aeronáutico del Reino Unido experimenta ahora el que pudiera ser el «vigilante eterno de la Tierra». Para hacer más aceptable su propuesta (alejando la tentación de considerarlo el ojo supremo de un hipotético centinela mundial), sugiere su empleo en caso de catástrofes; para el control de las cosechas; para la vigilancia de costas y para levantamientos cartográficos. Tareas todas ellas que realiza a menos coste que los elaborados satélites de baja órbita que actualmente las ejecutan. Se pone también de relieve su importante contribución a cualquier quehacer medioambiental en grandes extensiones de terreno.
Para ello, el aparato necesita volar sin interrupción a alturas comprendidas entre 18 y 20 kilómetros durante largos periodos. El nuevo avión se llama «Mercator», y es un extraño y ligero pájaro que pesa menos de 30 kg pero tiene una envergadura de 16 m, más que muchas avionetas privadas. Al poder modificar su ruta con facilidad, controlado desde tierra, es más ágil que los satélites – cuya órbita es fija – con lo que puede obtener datos con mayor rapidez y análoga precisión, a un coste muy inferior al de aquéllos.
El ideal sería un avión propulsado por energía solar, lo que haría su vuelo prácticamente eterno. La tecnología actual no lo hace aún posible, aunque se producen grandes avances en este aspecto. Habría de servirse de paneles solares cuando recibe la luz del Sol, que le harían volar y a la vez recargarían las baterías que le propulsarían durante la noche. De ese modo, a cualquier hora del día podría sobrevolar cualquier zona terrestre. Nada escaparía a su ojo escudriñador.
Otros aviones no tripulados (como el famoso «Predator» estadounidense) tienen tras de sí una historia poco digna. Son los encargados de efectuar los «asesinatos selectivos» del terrorismo de Estado de Israel. Y los que en Afganistán confunden bodas populares con concentraciones a favor de los talibán. Claro está que necesitan transportar misiles, lo que limita mucho su autonomía de vuelo. Pero todo se andará.
La tecnología aumenta sin cesar la capacidad destructora de los seres humanos, como hemos rememorado estos días en que las armas nucleares se han hecho sesentonas. Tiempo habrá, pues, si no nos esforzamos para impedirlo, en el que, cubierto el cielo por infatigables aviones casi invisibles, todas nuestras actividades a la luz del día serán registradas y los rayos jupiterinos aniquilarán desde el espacio a los que se aparten del recto camino.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)