Casi desde sus inicios, la crisis del nuevo coronavirus, con epicentro en China, se convirtió en algo más que un mero problema de salud pública. A las acusaciones de ocultamiento de información y de mentir intencionadamente se fueron sumando las teorías conspirativas. Lo cierto es que los científicos y expertos en salud aun tienen muchas preguntas por responder. Y ello es comprensible porque nos hallamos ante una nueva enfermedad, cosa que a veces pasamos por alto. Ha habido en la primera reacción china vacilaciones y actitudes que no son de recibo como la amonestación del doctor Li Wenliang. Ahora bien, en buena lógica debemos tener en cuenta que identificar y descifrar las características de un nuevo virus no puede hacerse de un día para otro. Algo tan de sentido común, hoy parece una obviedad revolucionaria.
Por otra parte, si bien el brote del Covid-19 se identificó antes en China que en cualquier otro país del mundo, ahora se nos advierte de que casos similares tratados meses atrás como cuadros virales atípicos en países como España, Italia o Estados Unidos pudieran corresponder, en realidad, a otras variantes del nuevo coronavirus. Lo responsable y racional es aguardar por las conclusiones científicas y mientras tanto centrarse en lograr la máxima eficiencia en el combate a la pandemia.
El intento de estigmatización de una sociedad o un país por esta causa solo puede obedecer a motivaciones políticas. Como también las apelaciones a crear comisiones internacionales de investigación o las reclamaciones de compensaciones económicas a China por una supuesta mala fe en su gestión de la crisis. Quienes apadrinan estos planteamientos, naturalmente nada quieren saber de la responsabilidad de EEUU en la crisis de 2008 o de las indemnizaciones que debiera satisfacer por los enormes daños causados, pongamos por caso, en Irak (también, por cierto, recurriendo a la fabricación del engaño con aquellas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron) y en tantos otros lugares. La lista es larga. Y objetiva. Y probada.
A toro pasado y desde una cierta lejanía no siempre exenta de prejuicio, puede sentenciarse que China lo hizo mal desde el principio. Pasemos por alto la reacción posterior, realmente draconiana en su dimensión y con costes considerables. Y corramos un tupido velo sobre la respuesta de terceros, España incluida. Quienes tenemos memoria del brote del SARS en 2002 y 2003, advertimos diferencias notorias tanto en la celeridad adoptada como en la contundencia y también en la transparencia y colaboración internacional. Las lecciones de entonces han estado presentes ahora y explican, por ejemplo, incluso el éxito de países como Vietnam o Corea del Sur y otros de la región. Todos los sistemas de salud en Asia recibieron una tremenda llamada de atención, como los nuestros la están recibiendo ahora.
Hay, sin duda, defectos sistémicos en la gobernanza china y procedimientos que son manifiestamente mejorables. Por ejemplo, una vez más, hemos podido apreciar las diferentes actitudes del poder central y las autoridades locales. El premier Li Keqiang advirtió en su visita a Wuhan del 26 de enero contra las estadísticas maquilladas que no son sino producto de una atmósfera irrespirable que en los últimos años se ha agravado. Quizá a ello responda una reciente circular del PCCh que insta a crear un entorno interno en el que se pueda innovar y trabajar con mayor comprensión. Ese temor de los funcionarios de los niveles más bajos les ha hecho caminar con pies de plomo para evitar ser sancionados. Y esto puede explicar algún comportamiento vivido en Wuhan.
Alentar la espiral de acusaciones constituye una irresponsabilidad. La actitud de la derecha extrema estadounidense, liderada por el estrambótico presidente Trump, el “líder del mundo libre” que invita nada menos que a inyectarse desinfectante para combatir el virus (sarcásticamente, dijo después), responde a todas luces a la necesidad de ocultar su errática imprevisión desoyendo las advertencias de sus consejeros, de la propia China y de la OMS, multiplicando los chivos expiatorios para no perjudicar su estrategia electoral. Todo vale con tal de escurrir el bulto. También para la ultraderecha que en Europa o Sudamérica lleva semanas imitando dicho discurso.
Es un hecho que China ha asumido el liderazgo global en el combate contra la pandemia. Esto irrita más si cabe. Sus suministros y donaciones llegan a todo el mundo. Sus médicos y expertos también. Hubo un tiempo en que quizá se esperara de EEUU una vacuna, pero hoy hay más competidores que se le pueden adelantar. China ejerció su responsabilidad global por primera vez y casi en solitario, algo que en los últimos años se le venía reclamando aunque ahora nos sorprenda que lo haga y auscultemos posibles segundas intenciones en sus acciones. Ante el ensimismamiento de Japón y el desconcierto europeo, China ocupó el vacío dejado por la Administración Trump que anunció en plena expansión de la pandemia la suspensión del compromiso con la OMS, culpabilizaba también de que él no haya tomando en serio a su debido tiempo lo que se le venía encima. Y esto ocurre tras abandonar el acuerdo del clima de París, la UNESCO o el pacto nuclear con Irán. Son estas circunstancias las que permiten que China se reposicione en el mundo a cuenta del nuevo coronavirus.
A muchos les preocupa que todo esto convierta a China en un modelo alternativo a la civilización occidental. Dependerá de lo que otros hagan. Esta crisis ha puesto al desnudo importantes vulnerabilidades (políticas, sociales, industriales, tecnológicas) a las que urge poner remedio. También en los sistemas democráticos.
Superar la recesión económica que se nos viene encima exigirá considerables esfuerzos de todos. Persistir en la confrontación para reafirmarse solo puede conducir a consecuencias trágicas. La reactivación será compleja y dolorosa, también en China. A la espera de lo que acontezca en EEUU en noviembre, Europa, desmarcada de la política de culpabilización, tiene en sus manos la ocasión de reponerse inclinando la balanza hacia la corresponsabilidad y la cooperación para que todos juntos podamos despegar. De lo contrario, una primacía de los enfoques extremistas presagia tiempos aun más sombríos.
Fuente: https://politica-china.org/areas/politica-exterior/es-china-culpable