Bernie Sanders fue el único candidato que denunció los males del capitalismo: «los muy, muy ricos disfrutan de un lujo inimaginable mientras miles de millones de personas sufren de una pobreza abyecta, de desempleo y de inadecuados servicios de educación, vivienda, salud y agua potable».
¡Sí!, sostiene el Presidente Trump, quien afirma que él ha «hecho grande a EEUU de nuevo, basta con mirar los mercados, los puestos de trabajo, los militares batiendo récords… y lo haremos aún mejor». ¡ Alábate, queso rancio!, decían nuestras abuelas; aunque todo es del color del cristal con que se mira. Según el Dr. Zbigniew Brzezinski, politólogo norteamericano de origen polaco, EEUU se semeja a la URSS de los ochenta por las siguientes razones: la bancarrota financiera provocada por sus aventuras militares; la imposibilidad de reformar su sistema político; la caída de su nivel de vida; la llegada al poder de una clase adinerada, que sólo piensa en enriquecerse y a la que es indiferente el destino del resto del país; el intento de disimular sus problemas internos, buscado enemigos externos, y una política exterior, que los aísla del mundo.
Afirma que de mantenerse estas seis tendencias no sólo que EEUU perderá su liderazgo sino que es muy probable que tenga una catástrofe social que repita en ellos la tragedia soviética. ¿Qué hacer para evitarlo? Su respuesta sorprende por provenir de alguien que nunca ocultó su odio a Rusia. Sostiene que de la unidad de EEUU con Rusia y Turquía depende el destino de la humanidad, que EEUU debe integrar a Rusia como su aliada estratégica; caso contrario se podría desintegrar, lo que sería una catástrofe para la elite que lo gobierna.
Bajo este diagnóstico se dieron las pasadas elecciones presidenciales de EEUU. El único candidato que tuvo la entereza de plantear soluciones para esos problemas fue Bernie Sanders, quien sostuvo que en el capitalismo «los muy, muy ricos disfrutan de un lujo inimaginable mientras miles de millones de personas sufren de una pobreza abyecta, de desempleo y de inadecuados servicios de educación, vivienda, salud y agua potable». Cuando le preguntaron a este político demócrata socialista, si se consideraba miembro del sistema capitalista estadonunidense, exclamó: «¡No, no soy parte del proceso del capitalismo de casino!, por el cual tan pocos tienen tanto y la inmensa mayoría tiene tan poco, con el cual la avaricia y el descuido de Wall Street destruyen esta economía». Pero un país, con más conflictos sociales que los descritos por Brzezinski y un Congreso renuente a encarar los problemas de la sociedad, no podía permitir que Sanders llegara a la presidencia. La trinca aplanadora del Partido Demócrata, parte del sistema de explotación imperante, impuso la candidatura de la Sra. Clinton.
Trump no tuvo dificultades para derrotarla. Durante la campaña electoral habló de «la deshonestidad de los medios de comunicación», un «sistema corrupto» que controla la vida de todos e impide a la gente conocer lo que realmente sucede y, para hacer grande de nuevo a EEUU, propuso anular los tratados comerciales TPP y NAFTA; colaborar con Moscú para derrotar al Estado Islámico, monstruo creado por los gobiernos anteriores para presionar a Rusia, China e Irán; desmantelar la OTAN, costoso brazo armado que no sirve para nada; investigar lo que realmente sucedió el 9/11, cuya versión oficial es, según Trump, una flagrante mentira que contradice las leyes de la física; auditar al Banco de la Reserva Federal, entidad privada que emite dólares de manera inorgánica y controla el sistema financiero de EEUU; cesar el envío al extranjero de las fábricas de EEUU, lo que destruye a la clase obrera estadounidense, e imponer impuestos a las ganancias exorbitantes de Wall Street, que da luz verde a la concentración del 99% de la riqueza en el 1% de la población.
Que se sepa, no ha cumplido ninguna o casi ninguna de sus propuestas, por lo que se debe referir a otro tipo de grandeza cuando sostiene que «ha hecho grande a EEUU de nuevo», pues lo que hasta ahora se ve es un a estela de destrucción y muerte, que no cesa ni en su país ni a lo largo del planeta, y cuya responsabilidad recae sobre él. Iraq, por ejemplo, se ha convertido en un elefante blanco; la disyuntiva de abandonar ese país es para EEUU como escoger entre lo malo de hoy o lo peor de mañana. Sea cual fuere su punto de vista inicial, Trump debe pensar ahora que el fracaso en Irak causaría un daño irreversible a los intereses de las corporaciones estadounidenses que controlan el petróleo. Si abandona Iraq, se crearía un vacío caótico. Por eso, con la finalidad de garantizar para EEUU el control geopolítico del Medio Oriente y su poder hegemónico, Trump no tiene otra opción que empantanarse y retirar a su país del PAIC, acuerdo nuclear que, a cambio de levantar las sanciones internacionales a Irán, establece limitaciones militares a su programa nuclear y que en 2015 fue firmado por Irán, Rusia, Estados Unidos, el Reino Unido, China, Francia y Alemania.
En esa aventura no han acompañado a Trump ni los aliados más íntimos de EEUU, su amenaza de que «el que haga negocios con Irán no los hará con EEUU» no ha dado los resultados que esperaba. Merkel manifestó: «Queremos preservar el PAIC, pero estamos atentos con preocupación a la actividad de Irán, sea el programa de misiles o la situación en Siria»; «no queremos que nuestros ciudadanos se queden helados y sin electricidad, por lo tanto se mantendrá el contrato con Irán», declara Fatih Donmez, ministro de Energía y Recursos Naturales de Turquía, y así, poco a poco, Trump se queda sólo contra el mundo. No lo apoya ni siquiera el Presidente Putin, de quien es títere, según sus enemigos demócratas y republicanos, y desde Berlín declara que «es extremamente importante preservar este acuerdo multilateral, avalado por el Consejo de Seguridad de la ONU y encaminado a reforzar la seguridad regional y global y el régimen de no proliferación nuclear».
En estas circuntancias se aproxima la Cumbre de Estambul, que este 7 de septiembre reunirá a Rusia, Alemania, Francia y Turquía, sin la participación de EEUU, para, según Erdogan, «ver qué podemos hacer», lo que significa que la relación de EEUU con sus aliados se está debilitando, que Trump, de alguna manera, está perdiendo el control hegemónico del mundo y que su reelección es dudosa, independientemente del resultado electoral de noviembre y pese a la tracalada de tonterías que a nivel mundial realiza, algo aparentemente indispensable para todo presidente de EEUU. El asunto es grave. Para el barón Jacob Rothschild, el modelo económico y político surgido después de la Segunda Guerra Mundial llega a su fin, porque «actualmente, la cooperación resulta ser algo mucho más difícil. Esto pone en riesgo el orden económico y de seguridad de la posguerra».
Estados Unidos, al deshonrar su palabra, hace que sus aliados pierdan la confianza en el sistema de comercio y en el orden político internacional existente , que hoy por hoy lideran ellos; además, pese a que han implementado todos los artilugios que le permiten mantener su hegemonía , su política de sanciones contra Rusia, China, Irán y el resto del mundo es contraproducente, porque lleva a que los sancionados unan sus fuerzas para defenderse. Por ahora, las campanas doblan por Donald Trump.
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