Excelencias: En medio de guerras y amenazas de más guerras, el mundo en que vivimos es cada día más injusto y desigual. El fin de la confrontación Este-Oeste no fue el comienzo de la paz que muchos soñaron. La historia real ha sido la del dominio creciente de una nación que ejerce presiones económicas y […]
Excelencias:
En medio de guerras y amenazas de más guerras, el mundo en que vivimos es cada día más injusto y desigual.
El fin de la confrontación Este-Oeste no fue el comienzo de la paz que muchos soñaron. La historia real ha sido la del dominio creciente de una nación que ejerce presiones económicas y políticas sin escrúpulos, que se considera con el derecho de invadir cualquier país para alcanzar sus objetivos y que conduce al mundo común que habitamos a su propia destrucción.
Bastan unos pocos ejemplos para describir lo absurdo y cruel del actual orden internacional que se nos ha impuesto.
Se invierten anualmente, en gastos militares, más de un millón de millones de dólares y mueren cada año 11 millones de niños de enfermedades que se pueden prevenir o curar.
Se consume otro millón de millones de dólares en publicidad comercial, mientras 860 millones de seres humanos en el mundo no saben leer ni escribir.
Los países ricos destinan 17 mil millones de dólares todos los años para alimentos de animales domésticos y más de 800 millones de personas van a dormir todos los días con hambre.
Los países de América Latina formamos cada año un millón 200 mil graduados universitarios con un costo de no menos de 20 mil dólares cada uno y el 20 % de los mas destacados, 240 mil, son robados para ir a trabajar o investigar en los países ricos, ofreciéndoseles condiciones que nuestras naciones no les pueden garantizar y sin que recibamos indemnización alguna.
Los combustibles fósiles se agotan. Las reservas probadas y probables de petróleo y gas crecen menos que el consumo. Las sociedades ricas no han sido capaces de emprender radicales y profundos programas de ahorro de energía que permitan ganar el tiempo necesario para desarrollar nuevas tecnologías.
El medio ambiente se deteriora como consecuencia de una sociedad irracional que estimula un consumismo extremo que han impuesto los países ricos para ellos, y para nosotros.
Miles de millones de personas son empujadas al desempleo, a la pobreza, al hambre y a las enfermedades. Una nueva categoría, la de sobrantes humanos, ha sido creada por el neoliberalismo.
Una verdadera dictadura mundial se quiere imponer mediante la guerra y el poder económico, pretendiendo desfigurar la realidad con un discurso intolerante y engañoso.
La democracia y los derechos humanos, convertidos más en pretextos que en objetivos, no pueden existir en un mundo cada vez más desigual, donde esas palabras no alcanzan siquiera a ser leídas ni comprendidas por miles de millones de personas.
Los conceptos de soberanía limitada, intervención humanitaria, guerra preventiva y cambio de régimen, son fascistas; no son teorías modernas para defender la libertad y combatir el terrorismo. La «seguridad humana» y la «responsabilidad de proteger» son conceptos que esconden la intención de violar la soberanía y mutilar la independencia, claro está, de los países pobres, nunca de los poderosos.
La pobreza, en este mundo de economía globalizada, es consecuencia de siglos de colonialismo y neocolonialismo y de un orden económico internacional injusto y criminal, no de la supuesta corrupción e incapacidad de nuestros gobiernos, como pretenden hacernos creer. Más privatización, más desregulación, más libre comercio equivale a más desigualdad, más pobreza, más marginación.
El narcotráfico y las mafias se originan en la demanda creciente de drogas de las sociedades más ricas, son el resultado de la cultura del consumo y el dinero, como exclusivas motivaciones del ser humano. Las drogas y el crimen se multiplican por esa demanda creciente y no porque sean insuficientes el número de policías y ejércitos y necesitemos comprarles carros blindados, lanchas rápidas y armas sofisticadas a los países ricos.
El terrorismo es consecuencia de la injusticia, de la falta de educación y de cultura, de la pobreza y las desigualdades, de la humillación sufrida por naciones enteras, del desprecio y subestimación de una creencia, de la prepotencia, del abuso y los crímenes. No es consecuencia de ideologías radicales que deban ser barridas con bombas y misiles.
La hipocresía y los dobles raseros no se esconden en el discurso de los poderosos.
La potencia hegemónica exige que los autores de crímenes en cualquier parte del planeta deban ser juzgados e incluso extraditados a los Estados Unidos; y por otra parte los militares norteamericanos, por iguales o peores crímenes, han de tener inmunidad, o no hay créditos ni ayudas económicas.
Se levantan muros en las fronteras y se crean policías antiinmigrantes pero no para científicos, médicos, enfermeras, informáticos y otros profesionales y técnicos de alta calificación.
Las potencias dominantes proclaman el libre comercio, pero consideran imprescindible gastar casi mil millones de dólares diarios en subsidios agrícolas, 3 veces lo que destinan como ayuda al desarrollo.
No es hacia nuestros bancos hacia donde fluyen las reservas del mundo, pero recibimos órdenes que son un pecado violar: no se deben poner barreras al flujo de capitales y nuestro dinero debe ir a financiar el déficit de la economía de los Estados Unidos.
Las minas antipersonales tienen que ser eliminadas; las armas químicas y las nucleares no; nadie más puede poseerlas, lo ordena el único país que ha empleado las dos contra la población civil.
Este es el mundo que nos ha regalado el Consenso de Washington. Este es el mundo que nos ha regalado el neoliberalismo. Este es el mundo que nos han regalado las transnacionales, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Gobierno de los Estados Unidos y los países poderosos. Y este orden o desorden mundial económico y político, que alimenta las desigualdades y conduce al caos se pretende perpetuar porque beneficia a unas pocas naciones y aún allí, no a todos.
Es necesario, urgente y posible otro mundo y no hacen falta guerras para conquistarlo. Si tomamos conciencia, si nos unimos, si nos disponemos a defender con ideas y con firmeza nuestros derechos, podemos lograrlo.
Es esencial el papel que nuestro Movimiento debe desempeñar en la búsqueda de un nuevo sistema de relaciones internacionales. Somos no alineados a las guerras, no alineados al terrorismo, no alineados a la injusticia, a las desigualdades, a los dobles raseros. Alineados con la paz y la justicia.
Debemos luchar por un mundo en el que sea impensable la agresión y ocupación de país alguno para alcanzar ventajas materiales o geopolíticas, en el que no se permitan las agresiones como la que sufre hoy el pueblo libanés o las atrocidades de Israel contra el pueblo palestino.
Que no se intente prohibir que una nación soberana acceda a la energía nuclear con fines pacíficos mientras que se ayuda a otra a acumular arsenales nucleares.
Es preciso luchar por la concepción de un nuevo orden económico mundial más justo y equitativo, en el que prime el trato especial y diferenciado para los países del Tercer Mundo.
Las actuales organizaciones financieras internacionales están desacreditadas e incapacitadas para comprender y dar respuesta a nuestros problemas. Han de ser abolidas y han de crearse otras que deseen acabar con el hambre y no con los hambrientos.
Las Naciones Unidas deben ser reformadas y convertidas en un verdadero instrumento de cooperación y de paz, en una organización que pueda cumplir los principios rectores plasmados en su Carta. El Consejo de Seguridad ha de ampliar su membresía, modificar sus métodos de trabajo, hacer transparente sus deliberaciones y erradicar el injusto y humillante privilegio del veto.
Sabemos que no son fáciles estos objetivos, pero la única manera de alcanzarlos es luchando por ellos. Alguna vez fue imposible para muchos el fin del colonialismo, la derrota del fascismo, la victoria de Viet Nam, la desaparición del Apartheid. Lo mejor de la historia del hombre es la realización de los sueños que una vez parecieron imposibles.
Señoras y señores: Estos días en La Habana, serán días de trabajo y optimismo; mientras el Movimiento de Países No Alineados se fortalece, Fidel se recupera.
Expresamos nuestro reconocimiento al Gobierno de Malasia por su trabajo como Presidente del Movimiento, a todos por estar presentes, pese a las presiones y augurios catastróficos y por contribuir con posiciones e ideas, que coincidentes o no, se propongan un futuro mejor para nuestros pueblos.
Muchos de ustedes ya nos han visitado con anterioridad. Otros, lo hacen por primera vez. En los minutos que puedan quedar libres, conocerán de nuestras realidades y del espíritu de un pueblo que hace ya 47 años decidió tomar las riendas de su propio destino y construir una sociedad justa y solidaria, enfrentando todos los riesgos, las amenazas, las agresiones y un bloqueo tan criminal y prolongado, como ridículo.
Cuando desapareció la URSS y el campo socialista europeo nos quedamos prácticamente solos, asidos a nuestra bandera y al Socialismo. El gobierno de los Estados Unidos recrudeció el bloqueo con nuevas leyes, enmiendas y contraenmiendas, renovó los actos terroristas y desató una ofensiva diplomática y mediática internacional sin precedentes contra la Revolución Cubana.
Todo el odio de un imperio moralmente decadente se vertió contra nuestra pequeña Isla.
El fin de la Revolución pareció inevitable, incluso para muchos amigos. Sin embargo, la Revolución pudo resistir, porque había realizado una inmensa obra de equidad y bienestar.
La Revolución pudo resistir porque había realizado una obra, aún mayor, de justicia y dignidad.
Porque la Revolución nunca mintió a su pueblo, porque la verdad y la ética presidieron cada acción, porque defendimos la unidad como la niña de nuestros ojos, porque los cantos de sirena no se escucharon aquí, y nos resistimos a creer que tienen que ser la competencia, el dinero, la vanidad, el egoísmo, lo que mueva a los hombres y no el sentido del honor y la solidaridad.
Puede afirmarse que en los años noventa la Revolución Cubana vivió los años más duros y difíciles de su historia y puede afirmarse que hoy vivimos el más seguro y prometedor momento de la Revolución.
Lo que ha sucedido parecería un milagro, pero no lo es, es la hazaña de todo un pueblo, abnegado, heroico, estoico y en su nombre les doy la bienvenida a la Patria de Martí y de Fidel.
Muchas gracias.