El editor del libro de Wang Hui dice que «argumentando que la historia revolucionaria de China y su actual proceso de liberalización forman parte del mismo discurso de modernidad, Wang Hui propone alternativas tanto a su trayectoria capitalista como a su pasado autoritario». Lo que sigue es nuestra visión del libro a la luz de […]
El editor del libro de Wang Hui dice que «argumentando que la historia revolucionaria de China y su actual proceso de liberalización forman parte del mismo discurso de modernidad, Wang Hui propone alternativas tanto a su trayectoria capitalista como a su pasado autoritario». Lo que sigue es nuestra visión del libro a la luz de esta descripción: ¿hasta qué punto es correcto este juicio y qué relevancia tiene para los activistas sociales que están buscando justamente esa alternativa en China?
Hemos de recordar que Wang Hui es ante todo un estudioso de la cultura y la filosofía especializado en la historia intelectual de China. Por eso, aunque el título del libro anuncia un debate altamente politizado, gran parte del contenido se ocupa de la historia cultural e intelectual de la China contemporánea, más que de los aspectos políticos. Por razones prácticas preferimos centrar nuestros comentarios en los textos más políticos de Wang, es decir, básicamente los tres primeros capítulos, que ocupan casi la mitad del libro.
Después de liquidar el movimiento democrático de 1989, el Partido Comunista de China (PCC), bajo la dirección de Deng Xiaoping, impulsó un programa encaminado a la plena restauración del capitalismo combinada con una rápida industrialización, que implicó la apertura de los mercados del país al capital extranjero. La magnitud de China y el proceso gradual de apertura dieron suficiente margen de tiempo y espacio para que el capital privado chino creciera con tanta rapidez que lograra evitar que el capital extranjero se hiciera con las riendas de la economía, sentando así las bases del ascenso de China. Esto tuvo su precio, claro está: un precio que pagaron los trabajadores de los sectores estatal y colectivo con la pérdida del empleo, de la atención sanitaria gratuita y del acceso asequible a la educación de sus hijos. La mayoría de intelectuales comulgaron con esa gran oleada de asaltos neoliberales al antiguo Estado de bienestar. La mayoría de liberales aplaudieron con entusiasmo la reducción de la mano de obra del sector público, pensando que formaba parte del desmantelamiento del Estado todopoderoso y del crecimiento de un mercado autónomo que sentaría las bases para una sociedad democrática en el futuro. Solamente se quejaron de que la privatización no viniera acompañada de una moderada reforma constitucional.
La importancia de los movimientos sociales
Wang Hui fue uno de los intelectuales de izquierda que criticaron el discurso liberal y neoliberal. Sus artículos tempranos se publicaron en inglés con el título de China’s New Order (Harvard, 2003), entre ellos uno de 1997 sobre «El pensamiento chino contemporáneo y la cuestión de la modernidad», en el que ridiculiza la idea liberal de que la lógica del mercado reside en el libre intercambio de derechos individuales y por tanto es capaz de «imponer ciertas restricciones a la expansión excesiva del poder del Estado». Haciéndose eco de la distinción que hizo Karl Polanyi entre mercado y sociedad de mercado, explica:
«En la dicotomía planificación/mercado, se asume que la noción de ‘mercado’ es fuente de ‘libertad’. Sin embargo, esta noción desdibuja la distinción entre mercado y sociedad de mercado. Si podemos decir que los mercados son transparentes y funcionan de acuerdo con el mecanismo de los precios en el punto de compraventa, entonces una sociedad de mercado utilizaría los mecanismos de mercado para gobernar los ámbitos de la política, la cultura y todos los demás aspectos de la vida; el funcionamiento de la sociedad de mercado no puede distinguirse de una superestructura monopolista. Esta es precisamente la manera en que la noción de mercado difumina las desigualdades de la sociedad moderna y sus desiguales estructuras de poder» (Wang Hui, 2003, p. 176).
En este debate de finales del siglo pasado, los liberales trataron de defender la reforma desvinculándola de todos los males sociales que comúnmente se asocian a la economía de mercado: aumento de la desigualdad social y de la corrupción, desdén abierto por el derecho laboral y la legislación ambiental, etc. Dijeron que ni el mercado ni el capitalismo eran responsables de los males sociales, sino que la culpa debía atribuirse al socialismo y al Estado-partido. Wang Hui respondió que eran «incapaces de llegar a comprender el hecho de que los problemas de China también son los problemas del mercado capitalista mundial y que cualquier diagnóstico de tales problemas ha de admitir el continuo agravamiento de los problemas generados por la globalización del capitalismo… Incluso la actitud del Estado, que era el principal destinatario del pensamiento de la Nueva Ilustración, se ha visto constreñida por ese enorme mercado» (Wang Hui, 2003, p. 180).
En China, donde el recuerdo de Mao sigue vivo en gran parte de la población, cualquier crítica a la reforma capitalista desde la izquierda se remite a menudo al Presidente Mao y a su versión del socialismo para justificarse y considera que el Estado-partido es la única tabla de salvación frente al salvajismo de la reforma capitalista. Al igual que los neoliberales, rara vez consideran que los movimientos surgidos de la base de la sociedad son fenómenos positivos. Así es cómo surgió una corriente de pensamiento nacionalista y estatalista entre los llamados intelectuales de la Nueva Izquierda, una etiqueta que el propio Wang Hui considera problemática. Puede que Wang Hui no critique el discurso nacionalista, pero es uno de los poquísimos intelectuales que reconocen la importancia de los movimientos sociales en la lucha por la justicia social, tanto en el capitalismo como en el socialismo. Aunque él mismo no es un activista, parece que se mantiene atento al surgimiento de movimientos sociales en China.
Este es uno de los hilos conductores que van desde China’s New Order a The End of the Revolution. Recuerda a los liberales que cuando presentan el capitalismo occidental como referencia por su respeto de los derechos individuales y su democracia parlamentaria, no deberían olvidar que se trata de las conquistas de una larga historia de luchas sociales. No es extraño que sea uno de los pocos intelectuales de izquierda que aplauden el movimiento democrático de 1989 y la participación directa en los asuntos públicos en general. Cegados por la falsa dicotomía entre mercado y Estado y viendo cada uno la salvación en uno de los dos términos de la dicotomía, tanto los neoliberales como los nacionalistas mantienen el mismo juicio negativo sobre el movimiento democrático de 1989 y las luchas sociales en general, viendo en el estallido de 1989 bien una «contrarreforma», bien una «revuelta antisocialista incitada por el imperialismo». En el segundo capítulo de su libro Wang Hui defiende el movimiento democrático señalando que en el mismo había profundas inclinaciones socialistas (Wang Hui, 2010, p.22).
«Los estudiantes, intelectuales y demás componentes del movimiento defendían todos la reforma (política y económica) y las demandas de democracia… Lo que reivindicaba la gente era que avanzara la reforma, aunque sobre la base de la democracia y la justicia; no reclamaba el llamado igualitarismo absoluto o el idealismo moral. Esas demandas estaban en absoluta contradicción con las avanzadas por grupos de interés particular, que exigían una privatización más radical, aunque en aquella época todavía no se comprendía el pleno alcance de este conflicto» (Wang Hui, 2010, pp. 32-33).
Después de presentar la opinión que tiene Wang Hui de la reforma capitalista, los movimientos sociales y la democracia, la conclusión que sacamos es que Wang Hui busca alternativas tanto a la trayectoria capitalista como al colectivismo autoritario.
¿Qué queda de la tradición socialista?
Hemos de ser conscientes de las limitaciones de esta búsqueda. La contribución de Wang Hui se sitúa en la crítica al neoliberalismo y al mito construido alrededor del mercado en pleno giro a la derecha de la política del gobierno a mediados de los años noventa. No obstante, rara vez profundiza su crítica para señalar al régimen que es precisamente la fuerza que ha impuesto las oleadas de privatización, primero de las empresas estatales y colectivas y después del suelo urbano. Aunque Wang Hui está preocupado por la corrupción galopante en el seno del partido, no señala más que a una fuerza que él denomina «grupos de interés particular»: «Entre los sectores que participaron en el movimiento social de 1989 se hallaban esos grupos de interés particular que se habían beneficiado masivamente de la descentralización del poder y de las concesiones de la década de 1980, y que no estaban descontentos con las políticas de ajuste en ciernes». (Wang Hui ,2010, p.31)
La cuestión actual de la corrupción no solo implica a funcionarios individuales corruptos, sino también la cuestión de la relación entre la política social, la política económica y los intereses particulares. El desarrollo de la industria petrolera y de los proyectos energéticos, por ejemplo, se ve obstaculizado o impulsado a menudo por grupos de interés particular… Intereses particulares nacionales e internacionales han penetrado ahora más que nunca en los mecanismos del Estado e incluso en el proceso legislativo. En estas condiciones, la cuestión de cómo puede representar el Estado el llamado «interés universal» ya casi carece de todo sentido (Wang Hui ,2010, p.xxiii).
Mientras que los liberales atribuyen la mayoría de los males sociales exclusivamente al Estado-partido, muchos nacionalistas de izquierda hacen justo lo contrario y los achacan únicamente a la economía de mercado, con el propósito de salvar el honor del partido. Para estos últimos, si el partido tiene un problema, este se debe o bien a fuerzas externas (el mercado o el imperialismo), o bien a algún misterioso «grupo de interés particular». Lógicamente, esto significa que es ese «grupo de interés particular» y no el partido el culpable de la restauración capitalista y la imposición de un régimen profundamente contrario a los trabajadores. Resulta problemático defender un argumento de este tipo, sin embargo, porque fue el propio partido el que tomó la decisión de aplastar el movimiento de 1989, de proceder a la plena restauración del capitalismo a partir de 1992 y de pasar de una postura contraria a la burguesía a una política profundamente favorable a la burguesía y contraria a la clase trabajadora, hasta el punto de despedir a 60 millones de trabajadores de empresas estatales y colectivas. Fuera de este contexto, el enigmático «grupo de interés particular» no podría haberse beneficiado a expensas del pueblo. Tal vez Wang Hui no haya ido tan lejos como los nacionalistas de izquierda, pero su referencia acrítica al discurso de estos seguramente le impedirá distanciarse de ellos.
Es posible que Wang Hui no pueda expresarse libremente. Quien esté más o menos informado sobre China conoce muy bien el grado de censura que impera allí. Cualquier escritor que ponga en duda la caracterización oficial del partido o del Estado como portador del «socialismo con características chinas» corre el riesgo de ser castigado por la autoridad. De hecho, Wang Hui ya ha sido castigado al ser despedido de su cargo de editor de la conocida revista mensual Dushu. Para evitar la censura, los autores chinos suelen utilizar toda clase de códigos que representan términos sensibles o ideas críticas, y uno de esos términos es el de «grupo de interés particular». Aunque esta práctica permite sortear la censura, también supone sacrificar la claridad política, no en vano puede haber muchas interpretaciones diferentes del significado de «grupo de interés particular». De hecho, la corrupción galopante en el seno del partido y la decadencia moral de la sociedad empujan cada vez más a las personas a expresarse de manera más explícita. Incluso el economista Wu Jinglian, perfectamente integrado y muy conocido, critica ahora abiertamente el sistema imperante, calificándolo de «capitalismo de amigotes» sin miedo a sufrir represalias.
Al tiempo que hemos de tener en cuenta la existencia de la censura, sospechamos que la lógica interna de los escritos de Wang Hui puede resultar demasiado inconsistente e impedirle seguir desarrollando su búsqueda de una alternativa real. La clave del problema reside en estas preguntas: ¿Qué papel de clase ha desempeñado el Estado-partido desde 1989? ¿A qué intereses de clase sirve desde entonces? Para nosotros, la respuesta es clara: el Estado-partido ha cambiado cualitativamente su papel de clase y ahora está al servicio de la burguesía. Si Wang Hui reconoce la importancia de la respuesta a estas preguntas, pero teme las consecuencias de expresarla públicamente, puede optar por guardar silencio. Sin embargo, al igual que muchos nacionalistas de izquierda, sigue defendiendo al Estado-partido por cosas que no merece. Lo ha hecho exagerando la tradición supuestamente viva del socialismo en el seno del Estado-partido:
«El Partido Comunista Chino ha repudiado con firmeza la Revolución Cultural, pero no ha repudiado ni la Revolución china ni los valores socialistas… Esto ha tenido un doble efecto. En primer lugar, la tradición socialista ha operado hasta cierto punto como freno interno a las reformas del Estado… En segundo lugar, la tradición socialista ha dado a los trabajadores, campesinos y otros colectivos sociales ciertos medios legítimos para oponerse o negociar los procedimientos corruptos o antiigualitarios de implantación del mercado por parte del Estado» (Wang Hui ,2010, p.18).
¿No repudió el PCC ni la Revolución china ni los valores socialistas? ¿Se puede creer a pies juntillas en la retórica socialista del PCC? ¿Puede uno defender realmente esta tesis a la luz de las dos grandes olas de privatización y la gran oleada de despidos que afectó a 60 millones de trabajadores? No negamos que en ocasiones la gente común pueda ganar batallas parciales invocando el principio socialista consagrado en la Constitución, pero no hay que perder de vista la otra cara de la moneda, a saber, que se han perdido muchísimas más batallas; que el partido ha traicionado a la revolución y se ha convertido en un partido de la clase propietaria, que la fuerza de trabajo de cientos de millones de trabajadores y campesinos se ha visto reducida de nuevo a una mera mercancía que se puede comprar y vender libremente a precios miserables y que ninguna tradición socialista en China ha sido capaz de impedir que todo esto ocurra. Ningún contable cualificado puede elaborar el balance de una empresa registrando simplemente la pequeña suma de activos que le quedan sin tener en cuenta también las enormes pérdidas que ha sufrido y la enorme deuda que ha acumulado.
Si Wang Hui ha cometido este error, significa que hace una concesión teórica a los nacionalistas de izquierda, que han tratado de lavar la cara al PCC con el argumento de que por mucho que hubiera habido una ruptura entre la China de Mao y la China de Deng, por fortuna solo se produjo en el terreno económico, mientras que en el plano político hay más continuidad por el hecho de que el PCC se mantiene en el poder y la «tradición socialista» sigue viva (¿hasta qué punto?) en el Estado-partido /1, y lo que queda por hacer es persuadir a este Estado-partido que vire de nuevo a la izquierda. Por ejemplo, esto es lo que sostiene Giovanni Arrighi en su libro Adam Smith in Beijing. Su idea fue retomada posteriormente por un intelectual taiwanés, Huang Debei, que tiene una opinión favorable sobre el socialismo de Mao y afirma que hasta ahora China ha sido un Estado bonapartista autónomo, y por tanto todavía no sometido a los intereses de clase de la burguesía; por consiguiente, puede dar tanto un giro a la derecha como a la izquierda (¿hasta qué punto?). En cambio, nosotros diremos que a pesar de que el Estado-partido esté aparentemente por encima de todas las clases, ello no implica que no tenga ningún carácter de clase o que sea totalmente «neutral» o «autónomo» con respecto a todas las clases. Más bien está muy claro que desde 1989 el Estado-partido ha traicionado su propio principio fundacional y se ha puesto al servicio de la burguesía, y por tanto es un Estado-partido burgués.
Raíces de la corrupción: ¿dentro o fuera del partido?
Esta noción de «tradición socialista» olvida alegremente que es la burocracia del Estado-partido la que constituye el núcleo duro de la nueva burguesía surgida a expensas de los trabajadores. En el giro de 180 grados que ha efectuado al pasar de una política antiburguesa a una política proburguesa, lo primero que ha hecho la burocracia es enriquecerse a sí misma. Wang Hui debería buscar en el interior del PCC para hallar la raíz de la restauración capitalista, y no dirigir la mirada hacia otra parte. La verdad es que no hace falta ningún «interés particular» externo para «infiltrarse» en la maquinaria del Estado para corromperla; porque la raíz de la degeneración está en su interior. Para los marxistas, el Estado siempre es una fuerza alienada de la sociedad y la burocracia siempre sirve a su propio interés, y este es el caso cuando la burocracia estatal, los supuestos «servidores públicos», han arrebatado todo el poder político a los «amos de la casa» desde hace tiempo. Esto no lo hicieron solo por necesidad debido el estado de sitio a que estuvo sometido el país durante la Guerra Fría, sino también a causa de sus propias necesidades de monopolizar el derecho a distribuir la plusvalía social en beneficio propio. Por tanto, la degeneración del partido hasta convertirse en el partido de la restauración capitalista es más el resultado de fuerzas endógenas que de fuerzas exógenas.
Por consiguiente, los militantes de izquierda, incluido Wang Hui, se equivocan cuando piensan que la decisión del PCC de embarcarse en la reforma de mercado fue fruto de una mala opción política; olvidan que la decisión del PCC tenía menos que ver con la política correcta que con los intereses materiales de la burocracia enquistada en el Estado. Si hay alguna continuidad entre la China de Mao y la de Deng o la posterior a Deng, no es tanto la supervivencia de una «tradición socialista» como los privilegios de la burocracia representada por el PCC: el «ista» que profesa tiene siempre una importancia secundaria; lo principal es su monopolio del poder político.
A medida que pasaba el tiempo, el partido era cada vez más consciente de que sin establecer el derecho a la propiedad privada existía el riesgo de que su monopolio del poder político para distribuir el excedente social no pasara a sus hijos. Por tanto, lo que caracteriza los 60 años de historia de la República Popular China (RPC) no es simplemente una ruptura entre un pasado colectivista autoritario y un presente capitalista igualmente autoritario, sino también una continuidad encarnada por el monopolio del poder de este partido de la burocracia. La ruptura se produce precisamente porque era la única manera de mantener indefinidamente la dominación del partido. Por consiguiente, una alternativa tanto a la trayectoria capitalista como al colectivismo autoritario solo es concebible oponiéndose al partido, no avalándolo con el argumento de que este Estado-partido conserva aspectos de la «tradición socialista» y es capaz de autorreformarse, o diciendo que se debe persuadir al PCC para que introduzca cambios políticos. Defender esta última opción equivale a sembrar ilusiones en la nueva clase obrera ascendente.
¿Cuál es el lugar de las luchas de clases?
Wang Hui no ha ido tan lejos, pero su caracterización de la naturaleza de clase del Estado-partido, o la ausencia de esa caracterización, y su aceptación de la teoría de la persistencia de la «tradición socialista», pueden hacer de puente hacia una posición que simplemente acepta un papel de presión sobre el partido dominante, mientras que lo que hace falta y urge verdaderamente es una revuelta desde abajo. En efecto, llama la atención que en los escritos de Wang Hui las cuestiones que tienen que ver con las clases, el Estado, la burocracia y su relación con la China contemporánea siempre se tratan de pasada y en abstracto, por no decir que están en gran medida ausentes. Tampoco hay ninguna referencia a la lucha de clases como una de las fuerzas motrices capaces de impulsar la historia de China. De hecho, Wang Hui trata el tema de la transformación radical del papel del Estado-partido tan a la ligera que se limita a resumir su análisis en unas pocas frases en su primer libro traducido al inglés:
«El movimiento socialista moderno surgió a partir de un análisis de las contradicciones internas del capitalismo y de la aspiración a superar esas contradicciones, pero la práctica del socialismo no solo fracasó a la hora de hacer realidad esta aspiración, sino que fue absorbida por el capitalismo mundial. Al mismo tiempo, el capitalismo vio en el socialismo y en los diversos movimientos a favor de la protección de los derechos sociales una oportunidad para reformarse y autocriticarse, hasta tal punto que hoy día es imposible definir el socialismo o el capitalismo en sus sentidos originales sobre la base de la unidad autónoma del Estado nacional» (Wang Hui, 2003, p.183).
Parece que hay cierta dosis de fatalismo en esta descripción del fracaso del socialismo, como si la derrota no fuera más que una evolución natural del socialismo. Esta clase de propuestas suponen una concesión excesiva al discurso neoliberal de la «economía de transición», según el cual el movimiento socialista del siglo XX no fue más que un desvío momentáneo de la economía de mercado y que su economía planificada centralmente estaba abocada a ceder el paso a la economía de mercado, pues esta es la única manera viable de organizar un sistema eficaz de producción y distribución. Semejante discurso es demasiado ahistórico, pues deja totalmente de lado el factor de la lucha de clases.
El propio discurso de Wang Hui no sale mucho mejor parado. A pesar de que confiere gran importancia al movimiento democrático de 1989, no ha sido capaz de verlo como una revuelta masiva contra el programa de restauración capitalista del PCC, en la que la aspiración de la mayoría de los participantes apuntaba precisamente a dar alternativas a su trayectoria capitalista y su pasado autoritario; la fuerza del movimiento puso tan nerviosos a los máximos dirigentes del PCC que llegaron a temer que, si no actuaban rápidamente para aplastarlo era posible que se dividiera el ejército. Aunque Deng Xiaoping finalmente logró imponer los objetivos de su trabajo sucio, después de la intervención militar la mayoría de dirigentes todavía estaban asustados ante el reto más importante, contundente y directo que jamás se había planteado al PCC en la historia de la RPC. Marcó tan profundamente la memoria de la burocracia que a ésta le entró la paranoia ante cualquier movimiento que surgiera de abajo; y en los siguientes 20 años hizo de China un perfecto Estado policíaco a base de incrementar los presupuestos de seguridad interior incluso por encima de los presupuestos de defensa. Por tanto, no hubo nada natural en la metamorfosis del papel de clase del PCC, ni la restauración del capitalismo era inevitable en virtud de ciertas misteriosas fuerzas ahistóricas. Cualquier sugerencia de este tipo lo único que hace es despolitizar un tema sumamente político.
Sí, volvemos a poner sobre el tapete el debate pasado de moda sobre capitalismo y socialismo, las clases, la lucha de clases y el Estado. No se trata de un debate para pequeñas sectas, más interesadas en fórmulas políticas abstractas que en las luchas reales en el mundo real. Al contrario, lo sacamos de nuevo a colación precisamente porque muchos antiguos trabajadores de las empresas públicas o colectivas han planteado muchas veces esta clase de preguntas: ¿Por qué el partido aparentemente más «revolucionario» se convirtió finalmente en el partido de la restauración? ¿Por qué el PCC bajo Deng Xiaoping fue capaz de dar este giro? ¿Por qué no hubo una oposición seria a este giro? ¿Cuál es la naturaleza del PCC y del Estado que controla? ¿No es cierto que ahora se ha convertido enteramente en protector de las clases explotadoras?
Lo lamentable es que sean muy pocos los intelectuales de izquierda que formulen estas preguntas. De ahí que por mucho que algunos critiquen el mercado y el capitalismo, lo hagan de manera abstracta y académica (por ejemplo, reafirmando la prioridad de la «igualdad» sobre la «eficiencia»); o que si alguna vez lo hacen de un modo más político, siempre permanezcan atrapados en la falsa dicotomía entre Estado y mercado, acabando por apoyar la continuidad del monopolio del poder por el Estado-partido como medio para combatir el capitalismo. De este modo se dejan en el tintero a la clase obrera y al socialismo. Wang Hui tiene planteamientos más correctos que la mayoría de los intelectuales de izquierda y sus escritos pueden servir, en parte, de punto de partida para una alternativa; pero como también hace muchas concesiones intelectuales a la ideología oficial, pueden apuntar igualmente en la dirección contraria.
El autor de estas líneas ha hecho todo lo posible por no malinterpretar a Wang Hui. Sin embargo, también esto ha resultado ser una tarea difícil, debido a que sus escritos tienden a ser abstractos y están tan cargados de referencias a escuelas de pensamiento que a veces uno duda de su utilidad. Es más, sus ensayos chinos pueden ser muy distintos de los traducidos al inglés, aunque lleven el mismo título. Por ejemplo, el ensayo Depoliticized Politics: From East to West no es una traducción íntegra del original chino, sino una versión muy resumida, hasta el punto que no representa más que el 15 % del original. No estamos seguros del motivo para hacer un resumen tan sucinto del escrito original, pero desde mi punto de vista el original chino no logra ni de lejos expresar tan bien su línea de pensamiento. Otro escritor de izquierda, Li Tuo, se ha quejado también en una entrevista reciente de que el estilo de Wang Hui obstaculiza la expresión efectiva de sus ideas.
Wang Hui y las minorías nacionales
Aunque debe advertirse también que resulta difícil comentar los escritos de Wang Hui leyendo únicamente las traducciones al inglés. Por ejemplo, la traducción de The Year 1989 y de Historical Roots of Neoiberalism in China elimina totalmente del original chino el juicio globalmente negativo que hace Wang Hui del derecho de autodeterminación de las minorías nacionales. (Wang Hui, 2008, p.150) Su crítica se basa exclusivamente en la asociación que hace del derecho de autodeterminación con el plan imperialista para Yugoslavia, olvidando que fueron marxistas, como Lenin, los principales defensores del derecho de autodeterminación. Con su argumento, Wang Hui no hace justicia ni al principio de autodeterminación ni a todas las minorías oprimidas del mundo, inclusive en China.
En otro ensayo publicado en chino Wang Hui rechaza el derecho de autodeterminación del pueblo tibetano, citando con aprobación a Chu Enlai. Según éste, para que la autodeterminación funcione sin crear conflictos con otras minorías, tiene que haber una situación en que cada una de estas minorías ocupa un territorio diferente, como fue supuestamente el caso de la Rusia zarista. De ahí que la Revolución rusa concediera a las minorías nacionales el derecho de autodeterminación y de secesión y las reunificara en una federación de Estados soviéticos. Puesto que en China, a diferencia de la Unión Soviética -sigue la argumentación-, la mayoría han y las minorías están mezcladas geográficamente, China no debe adoptar el federalismo y no tiene más opción que la del Estado unitario. La segunda razón de Chu Enlai era que la solución de un Estado federal (con el derecho de autodeterminación como requisito previo) podría invitar a intervenir al imperialismo.
Cualquiera que conozca bien la historia de la Revolución rusa y su postura con respecto a las minorías nacionales sabe perfectamente que esta observación de Chu Enlai es teóricamente incorrecta y ha sido desmentida por los hechos. Para Lenin, la autodeterminación no implica nunca automáticamente la secesión, la creación de un nuevo Estado o el federalismo. Es decepcionante ver que Wang Hui se apoya en argumentos de Chu Enlai.
Pero no seamos demasiado duros con Wang Hui. Si hemos de buscar en otra parte para encontrar una alternativa, no es tanto por culpa del propio Wang Hui, sino más bien debido a la incapacidad general de los intelectuales de desarrollar un pensamiento independiente tanto de la ideología oficial como del liberalismo occidental, o a la falsa dicotomía entre Estado y mercado. Si el Estado-partido, a pesar de haber traicionado su principio fundacional, sigue controlando ideológicamente a los intelectuales de izquierda, este control no se debe tanto a la supuesta «mayor legitimidad popular que nunca desde los años cincuenta», fruto «del crecimiento económico y del éxito diplomático» (Anderson, 2010, p.95) /2, sino más bien a su asombroso éxito a la hora de combinar la restauración capitalista con una rápida industrialización, lo cual le ha proporcionado una aparente independencia de todas las clases, y a su habilidad para hacer aparecer y desaparecer las clases a voluntad. Primero exterminando a la clase terrateniente y a la burguesía en los años cincuenta, y después promoviendo el renacimiento de la burguesía (situándose el propio Estado-partido en el núcleo duro de la misma) a partir de los ochenta; concediendo inicialmente el honor de «amo de la casa» a la clase obrera y después, décadas más tarde, condenándola a la depauperación y atrayendo a 250 millones de campesinos para convertirlos en la nueva clase obrera, no solo como mano de obra barata, sino también para hacer de contrapeso a la amenaza de una posible rebelión de los trabajadores del sector público. Es el éxito rotundo de este Leviatán del siglo XXI el que ha asombrado a todas las clases y las mantiene en la sumisión.
Quien busque seriamente una alternativa de izquierda tiene que analizar primero la historia de la RPC y el papel de las clases, la burocracia y el Estado. Es justamente en este aspecto en el que quedan pocos intelectuales de izquierda capaces de ofrecer un planteamiento satisfactorio.
Traducción: VIENTO SUR
Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=4163
Notas:
/1.- Esto se refleja en Anderson, P. (2010), p.95, donde argumenta que «la RPC… es la combinación de una economía ahora predominantemente capitalista y un Estado todavía indudablemente comunista, siendo ambos los más dinámicos en su género que ha habido hasta la fecha.» Nótese que no dice que es un Estado dirigido por el PCC, sino un «Estado comunista».
/2.- El problema es cómo demostrar estas afirmaciones cuando incluso para realizar un sondeo en China hay que pedir permiso a las autoridades. Es interesante saber que el Pew Research Center, en su Estudio Global de Actitudes de 2010, afirma que «China es sin duda el país más satisfecho de sí mismo de los que han participado en el sondeo. Nueve de cada diez chinos están contentos con la dirección que está tomando su país (87%), se sienten a gusto con el estado actual de su economía (91%) y se muestran optimistas con respecto al futuro económico de China (87%).» Lo que tal vez el lector no sepa es que las autoridades chinas prohibieron al Pew Research Center incluir en el sondeo preguntas sobre los derechos humanos y la democracia.
Bibliografía
/1.- Wang Hui (2010) The End of Revolution: China and the Limits of Modernity (El fin de la revolución: China y los límites de la modernidad). Londres: Verso.
/2.- Wang Hui (2003) China’s New Order. Cambridge: MA,.
/3.- Anderson, P. (2010) «Two Revolutions». New Left Review, enero febrero.
/4.- Wang Hui (2008) Qu zhengzhihua de zhengzhi (La política de la despolitización): Hong Kong: Joint Publishing Company.