Eric Fair, lingüista que domina el árabe, sirvió en el ejército de EE.UU. de 1995 al 2000 y en el 2004 fue contratado para interrogar a los iraquíes detenidos en Fallujah por efectivos de la 82ª división aerotransportada estadounidense. Lo convirtieron además en carcelero y contó al Washington Post (9/2/07) lo que sueña desde que […]
Eric Fair, lingüista que domina el árabe, sirvió en el ejército de EE.UU. de 1995 al 2000 y en el 2004 fue contratado para interrogar a los iraquíes detenidos en Fallujah por efectivos de la 82ª división aerotransportada estadounidense. Lo convirtieron además en carcelero y contó al Washington Post (9/2/07) lo que sueña desde que regresó a su casa: «Un hombre sin rostro me mira fijo desde el rincón de un cuarto. Pide ayuda, pero tengo miedo de moverme. Empieza a llorar. Es un sonido lastimero que me harta. Grita, me despierto y compruebo que el que grita soy yo».
El oficial al mando de los «interrogadores» le dio instrucciones precisas. Durante su turno de doce horas, Fair debía impedir que el detenido durmiera, abrirle la celda cada hora, obligarlo a permanecer de pie en un ángulo y dejarlo sin ropa. «Tres años más tarde la situación se ha invertido. Rara vez puedo dormir de noche sin que ese hombre me visite. Su recuerdo me atormenta como yo lo atormentaba a él.» Los remordimientos acosan a quien es consciente de no haber desobedecido órdenes indignas y que, en cambio -dice-, «intimidé, degradé y humillé a un hombre indefenso. Comprometí mis valores y nunca me lo perdonaré». ¿Serán métodos necesarios para izar la bandera «de la libertad y la democracia» inventada por W. Bush?
La Casa Blanca insiste en que las torturas en el penal de Abu Ghraib fueron un incidente aislado. Fair presenció otras cosas y las detalla: detenidos forzados a estar de pie desnudos la fría noche entera pidiendo ayuda, o sometidos a largos períodos de aislamiento, o golpeados y pateados, y siempre con hambre y sed. «Estas técnicas se utilizaban diariamente en Irak so pretexto de obtener informaciones necesarias para terminar con la insurgencia. La violencia hoy imperante allí prueba que esas tácticas nunca funcionaron.» Abrumado por la conducta de sus amigos y colegas, Fair hoy se avergüenza cada vez más de su miedo a desafiar tales prácticas, sabe que muchos dirán que no tiene objeto insistir en el tema porque daña a EE.UU. y subraya que es preciso encarar los hechos: «La historia de Abu Ghraib no ha terminado. En muchos sentidos, ni siquiera hemos abierto el libro».
El de Guantánamo tampoco. Los mandos de la base naval de EE.UU. en la bahía de Guantánamo (Gitmo, por sus siglas en inglés) no se andan con chiquitas en materia de torturas, sólo que no las ven, no las oyen y no existen. La sargento de marines Heather Cerveny, en cambio, sí. En septiembre del 2006 pasó una semana en Gitmo y escuchó: de uno de los soldados, que había estrellado la cabeza de un prisionero contra la puerta de la celda. De otro, que el prisionero lo irritaba y entonces le pegaba en el hígado. Escuchó conversaciones entre soldados, descubrió que se trataba de una metodología corriente y cotidiana y elevó un testimonio al inspector general del Pentágono. Este envió una misión investigadora a la base que llegó a la siguiente conclusión: «No hay pruebas que demuestren la veracidad de las acusaciones de maltrato y acoso» (blogs.abcnews.com, 9/2/07). Y más: recomendó la adopción de medidas disciplinarias contra la sargento Cerveny. A veces se paga el escuchar lo que otros no quieren oír.
No todo está podrido en Dinamarca. El teniente coronel Colby Volkey, coordinador de los marines estacionados en el oeste de EE.UU. y superior inmediato de la sargento Cerveny, calificó de «ultrajante» el informe de la misión y señaló que los investigadores sólo entrevistaron a los sospechosos de torturar, «pero no conversaron con los detenidos o las posibles víctimas». Así se hace, claro, como el gato: cubre sus excrementos después de defecar. Y son interesantes las reacciones de algunos lectores del blog que se recogen al pie del artículo: «Sí, hubo encubrimiento en Gitmo. A los terroristas les cubrieron la cabeza con calzones de mujer. ¡JAJAJA!». O: «¡Sí, hubo abusos (en Gitmo)! ¡Y debería haber más!». Y también: «Dudo de que les hayan hecho realmente daño». O este comentario irónico: «¡Estoy de acuerdo! Por algo llaman terroristas a esa gente. Como nos recuerda un cartel: ‘NO es fascismo cuando LO HACEMOS NOSOTROS'».
El viernes 9, una misión oficial norteamericana encabezada por Nicholas Burns, subsecretario de Asuntos Políticos del Departamento de Estado, visitó Buenos Aires y sostuvo entrevistas con altos funcionarios del gobierno argentino (véase Página/12, 10/2/07). Burns ofreció luego una conferencia de prensa en la que una periodista de este diario le preguntó: «Usted dijo que su gobierno admira la política de derechos humanos del gobierno argentino, ¿esto implica una autocrítica por la política de derechos humanos de su gobierno, sobre todo teniendo en cuenta lo que está sucediendo en la prisión de Guantánamo?». La respuesta de Burns fue tajante: «Para nada. De ninguna forma o aspecto. Nosotros, mi país, los Estados Unidos, somos campeones de los derechos humanos en el mundo». Si éstos son los campeones, cómo serán los últimos de la tabla.