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Estampas militares

Fuentes: La Estrella Digital

En mayo de 1745, durante el reinado de Luis XV de Francia, se enfrentaron en Fontenoy (hoy Bélgica) las tropas franco-irlandesas de Mauricio de Sajonia a un ejército combinado de ingleses, austriacos, holandeses y hannoverianos, mandado por el duque de Cumberland, hijo de Jorge II de Inglaterra. Más de 120.000 combatientes libraron muy dura batalla […]

En mayo de 1745, durante el reinado de Luis XV de Francia, se enfrentaron en Fontenoy (hoy Bélgica) las tropas franco-irlandesas de Mauricio de Sajonia a un ejército combinado de ingleses, austriacos, holandeses y hannoverianos, mandado por el duque de Cumberland, hijo de Jorge II de Inglaterra. Más de 120.000 combatientes libraron muy dura batalla por la conquista de la ciudad de Tournai y de Flandes.

Según narra Voltaire en Précis du règne de Louis XV, cuando avanzaba la infantería inglesa, uno de sus oficiales, descubriéndose y saludando al enemigo con su bastón de mando, habló así: «Señores de la Guardia Francesa, ¡disparen!». Al escuchar esto, el conde de Anteroche respondió: «Señores, nosotros nunca disparamos los primeros. Disparen ustedes».

Es frecuente pensar que esa célebre frase era sólo atribuible al espíritu caballeresco -quizá ya entonces algo trasnochado- del honor en el campo de batalla. Pero también tenía algo que ver con las armas de fuego utilizadas, cuyo proceso de recarga, tras el disparo, era largo y complejo. Por esta razón, si la primera descarga se hacía demasiado pronto, podía resultar beneficiado el enemigo, pues respondería con su fuego a una distancia menor, ya que las filas seguían avanzando impertérritas hacia el choque cuerpo a cuerpo. Cuentan las crónicas que en la primera descarga inglesa murieron numerosos franceses y el mismo conde recibió siete balazos durante la lucha. Al final vencieron las tropas al servicio de Francia, en la que se ha considerado como la última gran batalla del Antiguo Régimen.

Así que el famoso «¡Messieurs les Anglais, tirez les premiers!» puede deberse tanto a un sentido innato de cortesía entre los que se tenían como una casta superior, como a una necesidad táctica exigida por el armamento utilizado. De todos modos, no está de más recordar lo que Luis XV aconsejó a su hijo, el Delfín, tras haber presenciado ambos la batalla: «Ved cuánta sangre cuesta una victoria. La sangre de nuestros enemigos es también sangre humana. La verdadera gloria consiste en preservarla». El celebrado cuadro de Velázquez La rendición de Breda ya había mostrado, en el siglo anterior, que la ferocidad en el combate no estaba reñida con la generosidad hacia los vencidos.

Pero ahora soplan otros vientos y la guerra preventiva contra el terrorismo que patrocina Bush no permite exhibir esas cualidades morales. Con lo que se estila hoy, para descubrir los planes de los rebeldes holandeses Ambrosio de Spínola hubiera sometido a tortura en alguna mazmorra de Breda a Justino de Nassau, en vez de recibir con un gesto cordial las llaves de la ciudad que el rendido gobernador le entregaba, y Velázquez se hubiera quedado sin tema para el cuadro.

Los hechos cantan por sí solos. En otoño del 2003, el general estadounidense Geoffrey Miller visitó Iraq, con la misión de comprobar la eficacia de la red de prisiones militares establecida tras la invasión y ocupación militar de ese país. Fue enviado específicamente por el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, para «colaborar con el personal de Inteligencia Militar y enseñarles nuevas y perfeccionadas técnicas de interrogatorio».

Allí se entrevistó con la general Janis Karpinski, jefa de la Brigada 800 de la Policía Militar de EEUU, cuyas tropas actuaban en 17 centros de detención en el país ocupado. Según manifestó Karpinski, en testimonio que posteriormente hubo de prestar en descargo de su responsabilidad, Miller le dio este consejo: «En mi opinión, ustedes tratan demasiado bien a los prisioneros. En Guantánamo, los presos saben que nosotros estamos al mando, y lo saben desde el primer momento. Tienen que tratarles como a perros. Si ellos piensan o sienten algo distinto, es que ustedes han perdido de hecho el control de los interrogatorios».

Michael Ratner, presidente del Centro para los Derechos Constitucionales de EEUU, ante la misma comisión de investigación del Congreso donde compareció la general Karpinski, declaró: «La tortura es un delito internacional. Lo que Bush ha hecho es trazar el plan de lo que debe denominarse ‘golpe de Estado’ en EEUU. Ha decidido sobre estos tres aspectos: primero, hablando como presidente: mi autoridad como comandante en jefe (CJ) me permite hacer lo que estime necesario en la guerra contra el terrorismo, incluyendo la tortura. Segundo, el CJ no puede ser controlado por el Congreso. Tercero, el CJ no puede ser controlado por los tribunales. Dicho con otras palabras… George Bush es La Ley». Es la misma idea que expresó Luis XIV de Francia cuando dijo: «El Estado soy yo».

Los monarcas absolutistas franceses habían integrado el Estado en sus egregias personas. En la práctica, el presidente de EEUU ha logrado casi el mismo resultado. Él es la Ley. Además, ha envilecido gravemente los usos militares con el extendido recurso a la tortura. Se requeriría todo el horror de las más tenebrosas pinturas de Goya para reflejar hoy la ignominia de Abu Ghraib, difundida con regocijo por las cámaras digitales de los soldados de la general Karpinski. Los casi cuatro siglos que separan el cuadro de Las lanzas y las fotografías humillantes de Abu Ghraib muestran un aspecto poco alentador de la evolución de la humanidad en lo relacionado con la guerra.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)