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¿Existen todavía las Naciones Unidas?

Fuentes: Social Europe

La Asamblea General de las Naciones Unidas terminó su sesión anual hace apenas una[s] semana[s] en Nueva York. Hubo más jefes de Estado y de Gobierno que nunca.

Todos pronunciaron un discurso (para la mayoría de las delegaciones limitado a quince minutos). El tráfico de Nueva York fue intenso durante toda la semana con los delegados desplazándose entre hoteles y restaurantes.

Así que la ONU parece bastante viva. Pero en el mayor problema del planeta, una guerra que ha entrado en su octavo mes entre dos países con una población combinada de 200 millones de habitantes -uno de los cuales posee el mayor arsenal de armas nucleares y amenaza con utilizarlo-, la ONU ha sido espectadora.

Al secretario general de la ONU, António Guterres, se le ha escuchado poco. Sobre el asunto más importante para el que se crearon la Sociedad de Naciones y, posteriormente, las Naciones Unidas -el mantenimiento de la paz mundial- no tiene nada que decir más que tópicos. Se las ha arreglado, tardíamente en el conflicto, para realizar un viaje a Kiev y otro a Moscú. Eso es todo.

Muchos sostienen que el secretario general y la secretaría se ven obstaculizados por las grandes potencias. Los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad pueden vetar cualquier decisión que no les guste. Esto es cierto. Pero el secretario general tiene capacidad de acción. Tiene autoridad moral, si decide utilizarla.

Independientemente de las grandes potencias, puede intentar sentar a la mesa a las partes enfrentadas. Puede instalarse en Ginebra, indicar la fecha en la que quiere que las «partes interesadas» envíen a sus delegados, y esperar. Si algunos no se presentan, o le ignoran, al menos sabremos quién quiere continuar la guerra y quién no. Es el único actor no estatal del mundo con este tipo de autoridad moral. Técnicamente, el mundo le ha confiado la tarea de preservar la paz, o al menos el intento de preservarla. Parece haber fracasado de modo singular.

Sin embargo, no es sólo culpa de Guterres. Los orígenes del reciente declive de la ONU se remontan a treinta años atrás, al final de la Guerra Fría. Hay tres factores que han hecho que la ONU actual sea posiblemente peor que la extinta Sociedad de Naciones.

Abierta violación 

El primero es que, tras el final de la Guerra Fría, los Estados Unidos, al encontrarse en una posición de hiperpotencia, no quisieron verse trabados por ninguna norma mundial innecesaria. No se crearon nuevas organizaciones regionales -y mucho menos mundiales-, salvo el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, más bien intrascendente. Esto contrasta con lo que ocurrió después de la Primera y la Segunda  Guerra Mundial, con la fundación de la Sociedad de Naciones y la ONU, respectivamente.

Es más, se violaron abiertamente las normas de la ONU. Tras el final de la Guerra Fría, los Estados Unidos y sus aliados han atacado a cinco países en cuatro continentes sin autorización de la ONU: Panamá, Serbia, Afganistán, Irak (en la segunda guerra) y Libia (en el caso de Libia, existía una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, pero su mandato de protección civil se vio superado por el derrocamiento del régimen). Francia y el Reino Unido, miembros también con derecho a veto del Consejo de Seguridad, participaron en la mayoría de estas violaciones de la Carta de la ONU, aunque Francia se negara a ir a la guerra contra Irak. Y Rusia atacó a Georgia y Ucrania (a esta última en dos ocasiones).

Así pues, estos cuatro miembros permanentes violaron la Carta en ocho ocasiones. Entre los miembros permanentes, China fue el único que no lo hizo. La ONU, como organización de seguridad colectiva cuyo principal deber es proteger la integridad territorial de sus miembros, ha fracasado en esa función, sencillamente porque la han ignorado los Estados más poderosos.

Estos estados tienen que ser unánimes en la selección del secretario general, dado su veto individual sobre la recomendación del Consejo de Seguridad a la Asamblea General a tal efecto. Se han confabulado para seleccionar para ese puesto figuras cada vez más semejantes a títeres. Boutros Boutros-Ghali nunca recibió un segundo mandato. Kofi Annan, Ban Ki-moon, y ahora Guterres, fueron mucho más flexibles: simplemente se ausentaron sin permiso cuando estaban en juego asuntos de guerra y paz.

Tal vez nada ilustre mejor -aunque sea de forma farsesca- el tipo de persona que ha llegado a ocupar el puesto de secretario general que el incidente ocurrido en Irak en 2007, cuando estalló una bomba cerca del lugar en el que Ban Ki-moon y el primer ministro iraquí, Nuri al-Maliki, celebraban una conferencia de prensa. Mientras que Maliki no se inmutó por el sonido de la explosión, Ban Ki-moon acabó casi escondido bajo el atril y corrió rápidamente hacia la salida.

A diferencia de Dag Hammarskjold, que murió mientras intentaba mediar en el conflicto del Congo en 1961, los últimos secretarios generales parecen haber imaginado que su deber consiste sobre todo en ir de un cóctel a otro. No se dan cuenta de que al presentarse a un cargo de este tipo, en el que es necesaria la presencia en zonas de guerra, han aceptado también los riesgos que ello conlleva.

Ya no hay presión

La segunda razón del declive de la ONU y de la organización internacional es ideológica. De acuerdo con las ideologías del neoliberalismo y del «fin de la historia» que tanto dominaron los años 90 y la primera década del siglo XXI, ocuparse de la paz y la seguridad mundiales ya no era la tarea más urgente de la ONU. Ayudados por la proliferación de organizaciones no gubernamentales (y falsas ONGs), los nuevos ideólogos ampliaron la misión de la ONU a muchas cuestiones subsidiarias en las que nunca debería haberse involucrado, sino que las dejaron en manos de otros organismos gubernamentales y no gubernamentales.

Muchos de estos nuevos mandatos carecen totalmente de sentido. A mí me pidieron que asesorase sobre el Objetivo de Desarrollo Sostenible número diez, la reducción de la desigualdad. No hice tal cosa. Pensé que no tenía sentido, que era imposible de supervisar y que consistía en piadosos deseos, muchos de ellos mutuamente contradictorios, algo de lo que puede convencerse fácilmente cualquiera que lea los diez objetivos sobre desigualdad.

La tercera razón, relacionada con la anterior, es la financiera. A medida que el mandato de la ONU, el Banco Mundial y otras instituciones internacionales se ampliaba para incluir prácticamente todo lo imaginable, se hizo evidente que eran insuficiente los recursos proporcionados por los gobiernos. Aquí se encontraron las ONG y los multimillonarios y donantes del sector privado. En una serie de acciones impensables cuando se creó la ONU, los intereses privados se infiltraron, sencillamente, en las organizaciones creadas por los estados y comenzaron a dictar el nuevo orden del día. 

Yo lo vi de primera mano en el departamento de investigación del Banco Mundial, cuando la Fundación Gates y otros donantes empezaron de repente a decidir las prioridades y a llevarlas a la práctica. Tal vez sus objetivos como tales sean loables, pero deberían haber procedido a realizarlos de forma independiente. Hacer que una organización interestatal dependa de los caprichos de los multimillonarios es como subcontratar la educación pública a la lista Fortune 500 de las empresas más ricas de los Estados Unidos.

Esto tuvo otro efecto negativo. Los investigadores o economistas nacionales de instituciones como el Banco Mundial pasaban la mayor parte de su tiempo persiguiendo donantes privados. Ser eficaces en la recaudación de fondos les otorgaba una base de poder dentro de la institución. En este caso, en lugar de ser buenos investigadores o buenos economistas de país, se convirtieron en gestores de fondos que luego contrataban a investigadores externos para que hicieran su trabajo principal. Se desvaneció el conocimiento institucional que existía. La única institución internacional, que yo sepa, que no ha sucumbido a esta demoledora tendencia interna es el Fondo Monetario Internacional.

Así es como entró en decadencia todo el sistema de la ONU y acabamos en una posición en la que el jefe de la única institución internacional creada por la humanidad cuyo papel consiste en la preservación de la paz mundial se ha convertido en un espectador, con tanta influencia en asuntos de guerra y paz como cualquier otro de los 7.700 millones de habitantes de nuestro planeta. 

Branko Milanovic. Economista serbio-norteamericano y reconocido especialista en desarrollo y desigualdades, es profesor visitante en el Graduate Center de la City University of New York (CUNY), así como investigador titular en el Luxembourg Income Study (LIS). Con anterioridad, fue economista jefe del Departamento de Investigación del Banco Mundial.

Fuente: Social Europe

Traducido para Sin Permiso por Lucas Antón