Un grupo de combatientes de la etnia tabu descansan junto a sus camiones cubiertos de lodo en las afueras de esta histórica localidad en el sur de Libia. Lejos de sus hogares en Kufra, varios kilómetros al este, estos hombres forman parte de una patrulla fronteriza del desierto, leal al carismático comandante tabu Issa Abdel […]
Un grupo de combatientes de la etnia tabu descansan junto a sus camiones cubiertos de lodo en las afueras de esta histórica localidad en el sur de Libia.
Lejos de sus hogares en Kufra, varios kilómetros al este, estos hombres forman parte de una patrulla fronteriza del desierto, leal al carismático comandante tabu Issa Abdel Majid Mansour.
Vigilan la vasta y al parecer impenetrable frontera sur con Sudán, Chad y Níger, para lo cual deben hacer arduos viajes diarios por dunas de arena, roca volcánica y minas antipersonal abandonadas. Para guiarse, solamente usan como referencia las estrellas y las marcas dejadas por contrabandistas.
Los tabu, grupo étnico seminómade de indígenas negros, marginados durante la campaña de «arabización» del régimen de Muammar Gadafi (1969-2011), desempeñaron un papel protagónico en la revolución del año pasado.
Combinando su íntimo conocimiento del desierto del Sahara con su manejo de una amplia red tribal que se extiende a ambos lados de la frontera, lograron bloquear a las fuerzas remanentes leales al ideario de Gadafi.
Cuando el régimen fue derrocado, el agradecido gobierno de transición recompensó a Mansour con el dominio de vitales puestos desérticos, en detrimento de la mayoría árabe zwai de Kufra.
Los zwai, que predominan en el territorio de Ajdabiya, rico en petróleo, 150 kilómetros al sur de la nororiental ciudad de Bengasi, se habían beneficiado durante el régimen de Gadafi, quien empleó como estrategia la división de las tribus para mantener el predominio en todo el país.
Además de asegurarse el control sobre los campos petroleros, Mansour dijo que su prioridad es impedir que milicias extremistas, incluyendo a la red radical islámica Al Qaeda, saquen del país combustible y alimentos e ingresen armas y drogas.
«Me preocupo por los terroristas», señala. «Son peligrosos. Necesitamos impedir que tengan más poder en el desierto».
La seguridad es motivo de especial preocupación para el gobierno libio, sobre todo luego del mortal ataque perpetrado el mes pasado por una supuesta milicia islámica contra el consulado de Estados Unidos en Bengasi, en el que murió el embajador Christopher Stevens.
Presionado por la indignación popular, el gobierno ahora está abocado a desarmar o a integrar al ejército a las diversas milicias que pululan en el país y que, aunque mal entrenadas, forman parte de un frágil e inconexo aparato de seguridad nacional.
Pero, mientras tanto, sigue desatendiendo al volátil y menos poblado sur del país, zona donde se encuentran significativas reservas de petróleo, minerales raros y un río artificial que alimenta al norte, y escenario de un lucrativo contrabando fronterizo.
El gobierno en Trípoli tampoco ha atendido los problemas tribales y económicos que están en la raíz de los mortales enfrentamientos de febrero entre árabes y miembros de la tribu tabu en las localidades de Kufra y Sebha, importantes centros de comercio en el sur y en donde ahora están vigentes frágiles ceses del fuego.
A nivel internacional, los enfrentados intereses regionales impiden un enfoque unificado.
Estados Unidos está concentrado en sus temores de que grupos extremistas islámicos establezcan en el sur de Libia líneas de suministro conectadas con los países vecinos. Por eso procura un papel más fuerte de su comando en la región, el Africom, en el marco de su «guerra contra el terrorismo».
Mientras, Francia intenta mantener el monopolio sobre la zona más rica en minerales, que aún considera legado de su dominio colonial.
Si se viaja al este por las dunas del Sahara, se encuentra un surrealista enclave de concreto. Es el oasis artificial de Kufra, tradicional escala de descanso para quienes viajan por el desierto.
Cuando la violencia terminó en esa localidad fuertemente dividida de 44.000 habitantes, gracias a un cese del fuego difícilmente negociado en junio, los zwai instalaron una barrera para protegerse de los tabu.
Los zwai están convencidos de que la comunidad tabu es en realidad extranjera, y que su objetivo real es crear un territorio autónomo. Ambos grupos también se disputan el control sobre la actividad más lucrativa del sur: el contrabando.
Desde el derrocamiento de Gadafi, miembros de la etnia tabu contrabandean libremente por la frontera en camionetas Toyota, traficando combustible barato y transportando inmigrantes.
Pero los grandes camiones comerciales propiedad de empresarios zwai, que hasta hace poco hacían pequeñas fortunas gracias al comercio fronterizo ilícito, ahora casi no recorren la zona.
«Los zwai, económicamente hablando, quieren controlar el área que va desde Kufra hasta la frontera con Egipto y con Sudán, por el contrabando. Lo llaman comercio, pero en los hechos es contrabando», explica Fathi Baja, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Bengasi.
«También hay grupos islamistas que quieren controlar las fronteras», añade.
Los tabu y los zwai en Kufra ahora se limitan a permanecer dentro de sus respectivos barrios, fuertemente vigilados.
A su vez, pequeños números de oficiales del ejército hacen guardia en las invisibles fronteras de la localidad, en reemplazo de los miembros de la milicia Escudo de Libia, inicialmente enviados al lugar como fuerzas auxiliares de contención tras los combates de febrero.
En su momento, «el Ministerio de Defensa dio órdenes a los islamistas de ir, controlar las fronteras y resolver el tema», dijo Rami Al-Shahiebi, uno de los pocos periodistas que viajó a Kufra en febrero.
Los indisciplinados milicianos pronto comenzaron a apuntar sus armas contra los tabu, dijo Al-Shahiebi.
Convencidos por los zwai, que manejan mejor los medios que los tabu, y por informes de prensa de Trípoli de que «extranjeros» estaban invadiendo el país, combatientes de todas partes llegaron a la zona para frenar la supuesta amenaza.
Luego de que cientos murieran, el gobierno auspició en junio un cese del fuego entre la milicia Escudo de Libia y los tabu.
Fawzia Idris, una enfermera de 37 años en el distrito de Shura, de Kufra, integra un esfuerzo voluntario para plantar árboles entre las pilas de escombros de la zona. El objetivo es «hacer el barrio más hermoso», explica.
«El racismo y el control de la frontera son los grandes temas», dice Idris. «Somos musulmanes, pero quizás porque somos negros y no blancos piensan que no somos libios. Las mismas personas que trabajaban con Gadafi siguen ocupando cargos. No ha habido cambio».
Los tabu mantienen estrechos vínculos familiares con habitantes de Chad, Níger y Sudán.
Aunque muchos no tienen documentos de ciudadanía libia, que fueron emitidos por primera vez en este país por el rey Idriss en 1954, sus ancestros en este territorio datan de épocas remotas.
Los tabu sufrieron la ira de Gadafi tras la derrota de Libia en su guerra con Chad por la franja de Ouzou, rica en minerales, en 1996. A muchos se les negó la ciudadanía y fueron privados de educación, salud y empleos, mientras que sus casas fueron demolidas.
Unos 4.000 tabu residentes en Kufra ahora están recluidos en los guetos empobrecidos de Gadarfa y Shura. Pilas de basura rodean sus chozas, construidas con palos, cartones y láminas de hierro corrugado.
Muchas de sus viviendas, escuelas y clínicas en tiendas de campaña fueron dañadas por los últimos combates.
Los tabu hablan con profunda amargura sobre lo que consideran una traición del gobierno de transición a sus promesas de asegurarles iguales derechos luego de su contribución en el levantamiento contra Gadafi, y de que estos serían consagrados en la nueva Constitución.
Hassan Mousa, portavoz militar tabu en Kufra, es directo. «La estabilidad del sur depende de los derechos de los tabu. Y la estabilidad de Libia depende de la estabilidad del sur», advierte.