Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Se prevé que la empresa británica de seguridad G4S obtenga unos generosos beneficios gracias a las crisis en Mali, Libia y Argelia. Reconocida como una de las mayores empresas de seguridad del mundo, la marca del grupo se desvalorizó durante las Olimpiadas de Londres del año pasado al no lograr satisfacer las condiciones del contrato del gobierno. Pero se espera que G4S se recupere rápidamente con la creciente inestabilidad en el norte y oeste de África.
La crisis de los rehenes del pasado 1 6 de enero en la planta de gas de Ain Amenas en Argelia, donde murieron 38 rehenes, es el inicio de la vuelta de al-Qaeda no como unos extremistas a la fuga sino como militantes bien preparados y capaces de atacar en lo más profundo de territorio enemigo y de causar graves daños. Para G4S y otras empresas de seguridad esto supone una demanda cada vez mayor. «El grupo británico […] está asistiendo a un aumento de su trabajo que va desde la vigilancia electrónica a la protección de viajeros», declaró a Reuters el presidente regional de la compañía. «Por toda África la demanda ha sido muy fuerte», afirmó Andy Baker. «La naturaleza de nuestro negocio hace que la necesidad de nuestros servicios aumente en entornos de alto riesgo».
Si el mortífero encuentro con al-Qaeda de Argelia fue suficiente para que el país del norte de África apelara a las compañías de seguridad que emergen en el mercado africano, Libia debe de ser un paraíso de las empresas de seguridad privada. Después de que la OTAN derrocara al régimen del dirigente libio Muammar Gaddafi y de su brutal asesinato en Sirte el 20 de octubre de 2011, por toda Liba surgieron muchas milicias algunas de ellas armadas con armamento pesado, cortesía de los países occidentales. Al principio se restó importancia a estas perturbadoras escenas de milicias armadas que establecían checkpoints en cada esquina considerándolas una inevitable realidad porstrevolucionaria. Sin embargo, cuando los propios occidentales se convirtieron en su objetivo por fin se concedió a la «seguridad» en Libia un lugar relevante en la agenda.
En Libia ya operaban muchas empresas de seguridad privada y algunas incluso estaban presentes en el país antes de que fuera derrocado oficialmente el anterior gobierno libio. Varias eran prácticamente desconocidas antes de la guerra, incluyendo una pequeña empresa privada británica, Blue Mountain Group. Esta empresa era la responsable de cuidar la misión diplomática estadounidense en Bengasi, quemada el pasado 11 de septiembre. Posteriormente se supo que el ataque a la embajada había sido planificado con anterioridad y que estaba bien coordinado. A consecuencia del ataque murieron cuatro estadounidenses, incluido el embajador J. Christopher Stevens. Sigue sin estar claro por qué el Departamento de Estado había optado por contratar a Blue Mountain Group en vez de a una empresa más grande de seguridad, como suele ser el caso en otras embajadas y grandes compañías occidentales que ahora rivalizan por reconstruir el mismo país sobre el que sus países conspiraron para destruir.
El lucrativo negocio de destruir, reconstruir y proteger ya se ha visto en otras guerras y conflictos alentados por intervenciones occidentales. Las empresas privadas de seguridad son los intermediarios que impiden que los habitantes locales molestos se interpongan en el camino de la «diplomacia» y de los gigantes de los negocios de la postguerra.
Cuando un país acaba por desmoronarse bajo la presión de las bombas antibúnquer y otras armas avanzadas, las empresas de seguridad acuden ahí para garantizar la seguridad del lugar mientras los diplomáticos occidentales emp iezan a negociar el futuro de la riqueza del país con las elites locales emergentes. En Libia quienes más contribuyeron con armas son quienes recibieron los mejores contratos. Por supuesto, mientras se saquea el país destruido la población local es quien sufre las consecuencias de tener a unos bestias extranjeros armados vigilando sus barrios en nombre de la seguridad.
Hay que decir que el gobierno libio ha rechazado específicamente a los contratistas armados estilo Blackwater (aunque ya están sobre el terreno) por temor a provocaciones similares a las ocurridas en la Plaza Nisour de Bagdad y a asesinatos similares en todo Afganistán. En Libia el objetivo es permitir transacciones comerciales tranquilas sin protestas ocasionales provocadas por extranjeros que disparan a la menor provocación. Pero teniendo en cuenta la deteriorada seguridad en Libia que creada por la destrucción sistemática del gobierno central y de todo su aparato militar, la solución del problema de seguridad sigue siendo un tema fundamental de discusión.
Las empresas privadas de seguridad consisten esencialmente en mercenarios que ofrecen sus servicios para ahorrar a los gobiernos occidentales el coste político de tener demasiadas víctimas. Aunque sus sedes suelen estar en ciudades occidentales, muchos de sus empleados provienen de países del llamado tercer mundo. Para todos los que están implicados en el negocio resulta mucho más seguro proceder de esta manera ya que cuando el personal de seguridad asiático, africano o árabe resulta herido o muerto en servicio, como mucho se registra el hecho como mera noticia con pocas consecuencias políticas y sin audiencias en el Senado ni investigaciones gubernamentales.
Mali, un país del África Occidental que está padeciendo múltiples crisis (golpes militares, guerra civil, hambre y, por último, una guerra total dirigida por Francia) es probablemente la próxima víctima u oportunidad del trío mortífero: gobiernos occidentales, grandes corporaciones y, por supuesto, empresas de seguridad privadas.
E n efecto, Mali es el terreno perfecto para estos oportunistas, que no ahorrarán esfuerzos para explotar su enorme potencial económico y su ubicación estratégica. Este país del África Occidental ha caído bajo las influencias tanto política como militar occidentales. El año 2012 supuso un escenario modélico que en última instancia y de manera predecible llevó a la intervención occidental que finalmente tuvo lugar el 11 de enero, cuando Francia emprendió una operación militar supuestamente con el objetivo de derrotar a extremistas islamistas armados. Haciéndose eco de la misma lógica del gobierno Bush cuando declaró por primera vez «la guerra contra el terrorismo», el presidente francés Francois Hollande declaró que la operación militar va a durar «lo que sea necesario» .
Pero por muy atractivo que parezca el escenario maliense, es tan complicado como impredecible. Posiblemente ninguna cronología lineal puede desentrañar en términos simples la crisis que se avecina. Con todo, todas las señales apuntan a enormes alijos de armas que fueron desde Libia a Mali siguiendo la guerra de la OTAN. Se produjo un nuevo equilibrio de poder al empoderar a los siempre oprimidos tuareg e invadir el país de militantes endurecidos por el desierto pertenecientes a diferentes grupos islámicos. Tanto en el norte como en el sur del país se desarrollaron al mismo tiempo dos líneas simétricas de agitación. Por una parte, el Movimiento Nacional Tuareg para la Liberación de Azawad (MNLA, por sus siglas en inglés, como las que se citan a continuación) declaró la independencia en el norte y rápidamente se le unieron Ansar Dine, Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQIM) y el Movimiento para la Unidad y la Yihad en África Occidental (MOJWA). Por otra parte, en el sur del país Amadou Haya Sanogo, un capitán del ejército formado por Estados Unidos, derrocó en marzo al presidente del país Amadou Toumani Touré.
El guión maliense se desarrolló tan rápido que daba la impresión de que no había otra opción que la inmediata confrontación entre el norte y e l sur. Francia, el antiguo amo colonial de Mali, esgrimió rápidamente la carta militar y se esmeró para que los países de África Occidental se unieran a su campaña. El plan era que la intervención pareciera una campaña exclusivamente africana en la que sus benefactores occidentales se limitaran a aportar apoyo logístico y político. De hecho, el 21 de diciembre el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó enviar una fuerza dirigida por africanos (de 3.000 soldados) procedente de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS) para perseguir a los militantes del norte por el vasto desierto de Mali.
Sin embargo, la guerra estaba programada para septiembre de 2013 para permitir a Francia formar un frente occidental unido y tratar de fragmentar l as fuerzas malienses. Pero parece ser que la toma por parte de los militantes de la ciudad de Konna, cerca de la capital, Bamako, forzó a Francia a intervenir y sin autorización de la ONU. La guerra que se emprendió en nombre de los derechos humanos y de la integridad territorial ya ha provocado las protestas de las principales organizaciones de derechos humanos por los crímenes cometidos por las fuerzas extranjeras y sus socios del ejército maliense. No obstante, lo que por ahora parece una fácil conquista francesa ha provocado que las demás potencias occidentales se relaman ante la posibilidad de tener acceso a Mali, donde es poco probable que en un futuro inmediato haya un gobierno central fuerte.
El 25 de enero la página de la Agencia de Prensa Africana (APA) estaba repleta de artículos acerca de la entusiasta implicación occidental en solidaridad con la iniciativa de guerra francesa. Los artículos iban desde «Italia va a enviar un avión para ayudar a transportar tropas a Mali» a «Alemania promete ayuda para la intervención en Mali». Todo el mundo pareció hacer oídos sordos al llamamiento al diálogo político, tanto más cuanto que es probable que el conflicto étnico devaste el país en los próximos años. Mientras tanto, según la APA Reino Unido ofrece ayudar a Mali a encontrar una «hoja de ruta política» cuyo objetivo sea garantizar el «futuro político del país africano».
Mientras Francia, Estados Unidos y los países de la Unión Europea determinan el futuro de Mali por medio de campañas militares y hojas de ruta, el propio país está tan debilitado y desfigurado políticamente que le resulta imposible hacer frente a los planes extranjeros. Para la empresa G4S y otras empresas de seguridad Mali encabeza actualmente la lista del emergente mercado de seguridad en África. Nigeria y Kenia le siguen de cerca y por todas partes surgen posibilidades.
Desde Libia a Mali se está teniendo lugar una historia típica en la que se unen contratos lucrativos y enormes posibilidades de todo tipo. Cuando las empresas de segurida d hablan de un mercado emergente en África, se puede tener la certeza de que el continente va a volver a caer presa de las cada vez mayores ambiciones militares y de prácticas comerciales injustas. Mientras que probablemente G4S va a sacar brillo a su empañada marca, cientos de miles de refugiados africanos (800.000 únicamente en Mali) seguirán sus viajes interminables por fronteras desconocidas y desiertos implacables. Su seguridad no le importa a nadie puesto que en las empresas privadas de seguridad no hay lugar para refugiados sin dinero.
Ramzy Baroud (www.ramzybaroud.net) es un columnista de medios internacionales y editor de PalestineChronicle.com. Su último libro es My Father was A Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story (Pluto Press).
Fuente: http://palestinechronicle.com/no-security-firms-for-african-refugees-opportunities-and-war-in-mali/