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Guinea-Conakry: crónica de un conflicto anunciado

Fuentes: El Corresponsal de Medio Oriente y Africa

La lista de países en situación de conflicto armado ante los que la diplomacia internacional no ha sabido reaccionar a tiempo en los últimos años es extensa, especialmente en el continente africano. Uno de los principales y más recientes ejemplos ha sido el de la región sudanesa de Darfur, donde la comitiva internacional ha protagonizado […]

La lista de países en situación de conflicto armado ante los que la diplomacia internacional no ha sabido reaccionar a tiempo en los últimos años es extensa, especialmente en el continente africano. Uno de los principales y más recientes ejemplos ha sido el de la región sudanesa de Darfur, donde la comitiva internacional ha protagonizado un nuevo naufragio.
Guinea-Conakry podría convertirse en un caso preferente de estudio en este «Manual de resolución de conflictos internacionales con lecciones a posteriori» que la historia reciente ha ido confeccionando. Desde hace más de una década, múltiples organismos especializados en la prevención de conflictos han advertido mediante todo tipo de indicadores del fatal desenlace que esta antigua colonia francesa podía presenciar si no se adoptaban las medidas necesarias para hacer frente a las causas de su inestable situación.
En este sentido, desde el golpe de Estado en 1984 del actual presidente, Lansana Conté, hasta el estado de sitio recientemente decretado, este país se ha deslizado escrupulosamente por todas y cada una de las etapas de la denominada «curva del conflicto», alcanzando el actual clima prebélico que puede sumir al país en el peor de los escenarios pronosticados.

Del por qué y el cómo

Desde su independencia en 1958, Guinea ha estado rígidamente tutelada por la presencia de dos hombres: la del histórico líder y luego Presidente, Sékou Touré, quien instauró un auténtico régimen policial de influencia soviética; y la de su sucesor en el cargo, Lansana Conté, quien desde 1984 se ha aferrado con creciente avidez a las riendas del poder. Del tímido aperturismo de los primeros años de su Gobierno, contemplando incluso la aceptación de un sistema multipartidista a principios de los noventa (hecho que le valió la fachada de «democracia electoralista»), el gobierno de Conté ha degenerado en una mera «cleptocracia represiva».
Dicho régimen se ha sustentado fundamentalmente en tres pilares: 1) el control del ejército y de los aparatos de seguridad, monopolizados por miembros de su grupo étnico (Soussou), minoritario en el país; 2) la corrupción y el saqueo de los recursos públicos, y 3) la eliminación sistemática de toda oposición y sucesión interna, así como la violencia indiscriminada y la impunidad absoluta.
Ha sido, sin embargo, en estos últimos años cuando Guinea se ha sumergido en un constante clima de crispación política y social que ha llevado al actual escenario de movilizaciones sociales masivas. La victoria de Conté en las elecciones presidenciales de 1998 fue el punto de inflexión de la deriva despótica que prosiguió con el fraudulento referéndum de noviembre de 2002 (que le posibilitaba renovar otros siete años su mandato) y que culminó con los igualmente denunciados comicios presidenciales de diciembre de 2003. A esta crisis política cabe sumar también una crisis socioeconómica de grandes dimensiones (inflación del precio de los productos básicos, falta de oportunidades entre la población joven, etc.), así como el deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de los guineanos.
Por otra parte, a pesar de que la oposición política y las organizaciones de la sociedad civil han reclamado insistentemente el nombramiento de un primer ministro de consenso que cuente con mayores poderes ejecutivos y garantice la democratización del país tras la desaparición de Conté (desde hace años gravemente enfermo), el mandatario guineano se ha limitado a hacer falsos movimientos que no han hecho sino empeorar la situación.
Aunque el acuerdo alcanzado a finales de enero entre gobierno y oposición preveía una salida a la crisis con el definitivo nombramiento de un primer ministro pactado, Conté volvió a mofarse de sus interlocutores, anunciando para el cargo a uno de sus hombres de confianza, Eugène Camara. Esta nueva provocación desembocó en una revuelta social (que desde principios de año se ha cobrado la vida de unas de 120 personas) y en la declaración del estado de sitio por parte del gobierno de Conakry. Si bien a finales de febrero Conté cedió parcamente a las presiones sociales con el nombramiento de Lansana Kouyaté como nuevo primer ministro, quien había sido propuesto por los sindicatos en una lista con varias alternativas, el desenlace final de este asunto es todavía impredecible.

¿Una «Concertation Nationale»?

Lansana Conté nunca había enfrentado una movilización popular semejante. El liderazgo de los dos principales sindicatos, el CNTG (Confédération Nationale des Travailleurs de Guinée) y el USTG (Union Syndicale des Travailleurs de Guinée) ha demostrado ser mucho más sólido que el ofrecido por la tradicional oposición política. Todas las voces parecen coincidir en que la sociedad guineana ha adquirido la suficiente fuerza y capacidad para diseñar una visión del futuro que le permita acabar definitivamente con la coyuntura actual.
Este aparente camino sin retorno tiene sus bases en la celebración de una «Consulta Nacional» (Concertation Nationale) en marzo de 2006, en la que partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil, sindicatos y grupos de mujeres y jóvenes abordaron los pasos a seguir para un hipotético proceso de democratización. Según el International Crisis Group, «la Consulta Nacional fue la más madura y consensuada discusión que Guinea ha presenciado en su reciente historia, un gran avance en un país donde han existido pocos espacios para las discusiones y la política ha sido una cuestión personalista».
A pesar de la cohesión social, los escenarios futuros en Guinea son poco alentadores. Parece improbable que Conté esté dispuesto a abandonar la dinámica de represión actual. De ser así, Guinea podría sumirse en una espiral de violencia sin precedentes. Además, la posibilidad de que se produzca un golpe de Estado parece igualmente factible, teniendo en cuenta los intentos existentes en el pasado y los eternos rumores de la formación de grupos armados de oposición en algunas regiones del país.
Sea como fuere, tanto las organizaciones regionales como internacionales deben volcarse en conseguir sentar a todas las partes en la mesa de negociaciones, máxime tras el penoso apoyo ofrecido hasta ahora a los sectores sociales guineanos comprometidos con la resolución no violenta del conflicto. Al mismo tiempo, el potencial desestabilizador que puede tener este conflicto en una región con países que han sufrido el impacto de la violencia armada (Sierra Leona, Liberia y Costa de Marfil) es más que alarmante. La interrelación de actores, grupos étnicos y causas de fondo, el flujo constante de armas y mercenarios, así como la porosidad de las fronteras (especialmente en la llamada región de Guinée Forestière), evidencian la necesidad de realizar una permanente lectura regional del problema.
Con todo, los próximos meses determinarán de una vez por todas el destino de este país, que durante tantos años ha merodeado peligrosamente en la frontera de la tensión y la violencia ante la inacción de la tan a menudo incomprensible diplomacia.

*Óscar Mateos es miembro de la Escuela de Cultura de Paz. Actualmente colabora en la Universidad de Sierra Leona.