Traducido del francés para Rebelión por Caty R.
En el mes de noviembre del año que acaba de terminar se han cumplido 50 años desde que un golpe de Estado llevó al poder de la República Democrática del Congo al dictador Mobutu Sese Seko. El 2 de noviembre de 1965 el joven comandante en jefe de las fuerzas armadas congoleñas ocupó todos los lugares estratégicos del país y anunció por la radio la suspensión de la constitución, la disolución del Parlamento y la concentración de todo el poder en sus manos. A aquel golpe de Estado siguieron 32 años sombríos en la historia del Congo, años durante los cuales Mobutu y su banda corrupta sangraron hasta la saciedad al Estado y a la población con el beneplácito del mundo occidental.
La toma del poder por las armas en noviembre de 1965 puso fin a las denominadas «revueltas del Congo». Numerosos analistas occidentales consideran las revueltas interminables del Congo y el golpe de Estado de Mobutu pruebas de que las antiguas colonias africanas no eran capaces de existir como estados independientes. Olvidan que las revueltas congoleñas, sus dictaduras, la sangría de sus recursos y de sus poblaciones no eran obra de los propios congoleños, sino los estragos más visibles causados por la codicia de Occidente que desempeña un papel principal, tanto en la actualidad como desde hace varios siglos. En esta región del mundo altamente explosiva, integrada tanto en el ámbito de la economía mundial como en el de la geopolítica, la dictadura de Mobutu no es más que un episodio, uno de los más sombríos, ciertamente.
Propiedad privada del rey
La superficie de la República Democrática del Congo ( 2.345.410 km2, N. de T.) , nuevo nombre oficial del gigante atravesado por el río Congo, es siete veces mayor que la de Francia. Sin embargo el número de habitantes ( 74.618.000) apenas supera el de Alemania. Las fronteras actuales de ese país gigantesco fueron fijadas por las antiaguas potencias coloniales en la Conferencia de Berlín de 1885-1886 sin que participase ni un solo africano. En aquella época las potencias mundiales no sabían muy bien qué hacer con los inmensos territorios de selvas vírgenes casi desconocidas situados a lo largo del gran río en el centro del África negra ni con sus estepas meriodionales infinitas. Aceptaron pues la idea de que esas tierras -grandes manchas blancas en los mapas- se atribuyeran en su totalidad al rey Leopoldo II como propiedad privada. Este se frotó los ojos y luego las manos pensando que los precios del caucho, del marfil y de las maderas tropicales no dejaban de aumentar en el mercado internacional. En efecto, con la invención de la vulcanización por la empresa Dunlop en 1890 y el desarrollo de la industria automovilística y la de aviación la demanda de caucho natural explotó. A diferencia del de Sudamérica el caucho congoleño no se extraía de la palma de hevea, sino de las lianas caucheras rápidamente amenazadas de desapacición debido a las enormes cantidades recogidas.
Los indígenas, «empleados» como esclavos, fueron obligados a caminatas cada vez más largas a través de la selva y los esfuerzos cada vez eran más duros. Los castigos crueles estaban a la orden del día, el látigo y la amputación de una o de las dos manos se volvieron habituales como penas por rendimientos insuficientes o por intentos de fuga. A partir de 1905 el comercio congoleño del caucho perdió importancia debido a la escasez de lianas caucheras (Strizek, 1998, p. 39).
Materias primas codiciadas
En 1908 el Congo se convirtió en colonia belga y permaneció con el nombre de «Congo Belga» hasta 1960. Aunque el rey Leopoldo abolió el trabajo esclavo en el «Estado Libre del Congo» no cambió nada en la explotación de los recursos naturales, muy al contrario. Se descubrieron otros inmensos yacimientos naturales de materias primas, las minas de oro y diamantes. En el Congo meridional, en la provincia de Katanga (antes Shaba), los colonos descubrieron un metal que experimentó una evolución semejante a la del caucho. Se encontraron capas gigantes de cobre. Podemos imaginar lo que eso significaba para el desarrollo de la electricidad en el mundio occidental a principios del siglo XX -todos los cables, todos los hilos eléctricos se componían esencialmente de cobre- No tardó en ponerse en marcha la explotación de otras materias primas codiciadas, en particular la plata, el oro y los diamantes en Kasaï.
Rápidamente los colonos pensaron que el mundo los envidiaba por las riquezas de su inmensda colonia. El Congo disponía también de uranio. En el origen de las primeras bombas atómicas estadounidenses, el urano procedía del Congo, así como el de las bombas que destruyeron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, cuyas consecuencias conocemos. Hoy las bandas criminales armadas procedentes de Ruanda, país vecino del Congo, roban los ricos yacimientos de coltán situados en el Congo oriental para transportarlo a Kigali. El coltán (columbita y tantalia) es una materia prima imprescindible para el funcionamiento de cualquier sistema electrónico en todo el mundo y se encuentra en todos los teléfonos móviles. Mientras tanto Ruanda, un país durante mucho tiempo extremadamente pobre que solo exportaba pequeñas cantidades de té y café, se ha convertido en uno de los principales exportadores de coltán. Todavía hoy, como en los tiempos del rey Leopoldo, la explotación abusiva y sin escrúpulos de las riquezas naturales del Congo es una de las principales razones por las que el Estado congoleño, rico en materias primas, no consigue la paz. A pesar de números acuerdos (cuyos artículos no respeta nadie) la población civil está sometida regularmente a atrocidades indescriptibles que la comunidad internacional ignora o despacha con un encogimiento de hombros. He aquí, pues, las auténticas razones de los flujos de refugiados dentro del continente. Las bandas criminlaes al servicio de los codiciosos occidentales se enriquecen sin que nadie los moleste y su terrorismo dirigido contra la población civil despuebla regiones enteras como en la actualidad, otra vez, Kivu del norte.
«Independencia» y señales preocupantes
En los años 50 el colonialismo se convirtió en un problema para el mundo occidental. No se trataba de que Occidente por una parte pregonaba la libertad, los derechos humanos y la democracia y por otro lado, por la fuerza de las armas, impedía a poblaciones enteras acceder a esos derechos solo porque vivían a cientos o miles de kilómetros de los centros de poder occidentales (Véase también la guerra de Indochina y unos años después la guerra de Argelia). Después aparecieron en el Congo movimientos, primero moderados y después más combativos, para recordar a Bélgica que los seres humanos con otro color de piel tenían los mismos derechos. En esa época en el Congo los africanos estaban excluidos de cualquier tipo de educación superior, así como del rango de oficiales en el ejército. Los que aspiraban a una formación escolar dependían totalmente de la Iglesia Católica y sus escuelas, de un excelente nivel pero que no llegaban a los estudios universitarios. En un discurso muy señalado que pronunció el general de Gaulle en 1958 durante una visita a Brazzaville, cerca de la capital congoleña de Kinshasa, situada en la otra orilla del gran río, abrió ampliamente las puertas a la independencia de las antiguas colonias francesas. En Bélgica y en el Congo, el profesor democristiano Jef van Bilsen ya dio una campanada en diciembre de 1955. Había elaborado, por encargo del Gobierno, un «plan de 30 años para la emancipación del África belga», que tuvo «el efecto de una bomba» (Strizek 1998, p. 77). El plan chocó con las críticas procedentes de los círculos de los congoleños «evolucionados», hombres y mujeres educados en las escuelas católicas. El Movimiento Nacionalista Congoleño, que estaba en sus inicios, no quería resignarse a vivir todavía 30 años de dependencia de Europa. Entre ellos destacó un joven intelectual autodidacta y periodista, Patrice Eméry Lumumba, patriota congoleño ardiente, brillante orador y crítico acerbo del colonialismo belga. Mientras los moderados se agrupaban en torno a Joseph Kasa-Vubu y su movimiento «Abako», el «Movimiento Nacionalista Congoleño» (MNC), fundado por Lumumba, intervino en un tono más radical promoviendo la independencia inmediata de la colonia belga.
El Gobierno belga, después de dudar durante mucho tiempo, se encontró frente a vehementes movimientos de protesta y finalmente cedió. Se declaró favorable al proceso de independencia del Congo y en el verano de 1959 dio su aval a elecciones libres y secretas en las provincias y a elecciones generales parlamentarias. Los principales protagonistas políticos, Kasa-Vubu y Lumumba que se hallaban en prisión preventiva, fueron liberados e invitados, gracias a su buena reputación entre la población congoleña, a la mesa redonda que se celebró del 20 al 30 de enero de 1960 en Bruselas. De repente el gobierno decidió hacer que avanzasen las cosas. Según un comentario de 1959 del ministro de las colonias De Schrijver a un interlocutor, el Gobierno belga apresuró las cosas pensando que el caos belga que se isntalaría inevitablemente daría a Bélgica la posibilidad de «acudir en auxilio» (Strizek, 1998, p. 79. Ahí Strizek señala a un testigo fiable, el profesor Jef van Bilsen). Conscientemente Bilsen había fijado el proceso de independencia a 30 años: justo antes de su independencia el Estado gigante centroafricano no disponía de ningún experto local, los expertos belgas ya habían abandona el país hacía mucho tiempo y los congoleños fallaban. No fue hasta 1956 cuando el primer africano pudo pasar sus exámenes universitarios en Bélgica y durante su independencia, en 1960, la antigua colonia no disponía más que de una docena de personas con un diploma universitario, entre ellas ningún médico, ingeniero o jurista.
Lumumba, seguido de la organización «Abako» de Kasa-Vubu ganó las elecciones parlamentarias de mayo de 1960. La administración colonial belga, después de dudar, acabó aprobando la votación y nombró primer ministro a Patrice Eméry Lumumba. A continuación el Parlamento eligió a Joseph Kasa-Vubu presidente del Estado de la República Democrática del congo. Lumumba formó su Gobierno y tomó como secretario privado a un joven dedicado y modesto, Mobutu. Este último después se llamaría Mobutu Sese Seko (el gallo de pelea) y entregaría a Lumumba a sus asesinos.
Un discurso de más
Patrice Lumumba, primer Primer Ministro de la República Democrática del Congo, firma la declaración de independencia en Leopoldville el 30 de junio de 1960. A su lado el Primer Ministro belga Gaston Eyskens, firmante de la declaración por parte de Bélgica, el país que administró el Congo durante 70 años.
El 30 de junio de 1960, en el palacio nacional de Kinshasa, se desarrolló la ceremonia solemne de la independencia del Congo. Toda la buena sociedad estaba reunida, grandes representantes y dignatarios, incluidos el rey y la élite bruselense. El rey Balduino pronunció un discurso paternalista haciendo hincapié en los grandes logros de civilización aportados por Bélgica durante los largos años de la existencia de la colonia congoleña, ante sus pupilos africanos. El discurso de Kasa-Vubu fue del mismo estilo, no contenía la menor ofensa. Todo cambió cuando el presidente del Parlamento dio la palabra, para sorpresa de todos, a Patrice Eméry Lumumba. En el protocolo no estaba previsto en absoluto que aquel rebelde, al que muchas personas tachaban de comunista, pudiera tomar la palabra. El rey palideció, sobre todo cuando oyó lo que Lumumba declaró con ocasión del cambio de la historia del Congo. El tribuno popular, ese es el papel que muchos le atribuían, no se dirigió en su discurso ardiente e improvisado a los dignatarios reunidos, sino directamente al pueblo sometido durante muchos años. Teniendo en cuenta que la ceremonia se retransmitió íntegramente por la radio nacional congoleña, dispuso de una audiencia inmensa que recordará siempre sus valientes palabras. Lumumba no se mordió la lengua, señaló claramente a los responsables de todos los sufrimientos e injusticias que los colonos habían infligido a su pueblo desde la época de Leopoldo II, tío abuelo del rey Balduino. Lumumba saludó a Bélgica en su nuevo papel de socio, con quien la joven república trataría de igual a igual y con respeto mutuo, sin conceder ningún privilegio. «La independencia del Congo no es un regalo de Bélgica» espetó al rey belga, a los altos funcionario reunidos en la sala y a todos los que se encontraban en el país ante un aparato de radio. Ha sido conquistada «por la lucha». En su ardiente discurso Lumumba expresó la conciencia nacionalistas del nuevo Estado diciendo a los antiguos colonos: «En el futuro podréis participar de nuestras riquezas, pero desde ahora habrá negociaciciones de igual a igual y solo en condiciones justas». Fue difícil disuadir al rey para que no abandonara la sala. Aunque los ánimos se calmaron un poco antes de la cena de gala muchos observadores no dudaron de que que al pronunciar ese discurso, poniendo sobre la mesa la explotación ulterior del congo, Lumumba había firmado su sentencia de muerte. Los que asistieron a su discurso, que pertenecían a la corriente conservadora o a la lógica del colonialismo y la política de la fuerza -incluidos los miembros de los diversos servicios secretos- recogieron entre ellos una idea fija: ¡Había que librarse de ese Lumumba!
Autonomía… durante cinco años
Los enemigos del Congo independiente y económicamente autónomo no dejaron al Gobierno de Lumumba mucho tiempo para que intentase lograr sus objetivos. Los primeros asesinados aparecieron pocos días después de la ceremonia de la independencia. La guarnición de Thysville, situada en la proximidad de Kinshasa, desencadenó un amotinamiento para protestar contra la declaración que acababa de hacer el comandante en jefe de la Fuerza Pública (ejército nacional congoleño). Aquel alto oficial belga había conservado su mando (como la mayoría de los oficiales, que eran siempre militares belgas) más allá de la independencia. Comunicó a sus soldados congoleños decepcionados que los puestos de oficial siempre serían inaccesibles para ellos. Inmediatamente el amotinamiento se extendió a Kinshasa donde los residentes belgas que se encontraban todavía en la capital congoleña fueron cercados. Lumumba nombró a su secretario, Mobutu, comandante en jefe del ejército nacional congoleño, que llegó al final del amotinamiento.
El 11 de julio de 1960, ni siquiera dos semanas después de la ceremonia de la independencia, Moïse Tshombe, antiguo compañero de lucha de Lumumba elegido presidente regional de Katanga, provincia rica en materias primas, proclamó la independencia del territorio de Katanga contra la voluntad del Gobierno central congoleño, acto de secesión que desembocó en una guerra secesionista que duró hasta 1963. Un mes después fue el turno de otro antiguo compañero de lucha de Lumumba, Albert Kalonji, quien proclamó la independencia de Kasay del sur, provincia limítrofe de Katanga y también muy rica en materias primas como plata, oro y diamantes. Los historiadores mencionan el hecho de que en los dos casos de secesión, aparte de las conexiones de los diferentes servicios secretos occidentales, fue decisivo que Lumumba no llamase a su Gobierno a Kalonji (que en la época de las luchas previas a la independencia presidió el grupo moderado MNC) ni a Tshombre. La crisis desembocó en grandes tensiones dentro del Gobierno que minarían la alianza precaria entre Kasa-Vubu y Lumumba. El 5 de septiembre de 1960 el presidente Kasa-Vubu destituyó a su primer ministro Patrice Lumumba y este a su vez proclamó la dimisión del presidente Kasa-Vubu.
El vil asesinato
El vacío de poder que se creó animó a Mobutu a actuar. El comandante en jefe del ejército congoleño intervino obligando a Kasa-Vubu a mantener sus funciones de jefe del Estado e impuso al Gobierno, como órgano de control, una comisión formada por hombres de confianza que garantizasen los asuntos gubernamentales en marcha hasta finales de 1960. A continuación Lumumba buscó el apoyo de uno de sus escasos fieles, su antiguo vicepresidente Antoine Gizenga que estaba formando desde Stanleyville (actualmente Kisangani) un gobierno alternativo al Gobierno central nacido del golpe de Estado de Mobutu. Durante su estancia secreta en Stanleyville Lumumba fue traicionado y detenido. Los soldados de Mobutu lo entregaron a sus enemigos jurados de Katanga sabiendo la suerte que le esperaba. Allí, en los alrededores de Elisabethville (capital de Katanga, la provincia del cobre, actualmente Lubumbashi), el luchador por la libertad fue fusilado por los soldados katangueños por orden de los belgas, así como dos de sus fieles, después de sufrir graves maltratos. Hoy está demostrado que ese vil asesinato político fue perpetrado por el ejército belga y los servicios secretos estadounidenses (Ludo de Witte, 2000).
Esos sucesos siniestros demuestran que la República «independiente» del Congo se había convertido, poco tiempo después de la declaración de su independencia, en un gigante con los pies de barro. Emprender varias guerras de secesión por un Gobierno compuesto mayoritariamente de ministros inexpertos, reconstruir un Estado económicamente arruinado, extender la idea de que el Estado no es una vaca que hay que ordeñar sino la obra de todos los congoleños. Y todo en una institución estatal que funcionaba mal y con un ejército incapaz de enfrentarse seriamente a las diversas secesiones. Los observadores objetivos de los sucesos congoleños están de acuerdo, ya lo estaban en la época, en que semejante amontonamiento de problemas no fue casualidad. Ya se podía prever a quién beneficiaba el caos. Por supuesto fue Mobutu quien tejió su telaraña hasta el momento oportuno de hacerse con el poder total.
Cleptocracia
Este concepto designa una forma de dominación política que tiene como rasgo característico que saquea sistemáticamente a su propia población. La dictadura congoleña de Mobutu es un ejemplo típico. Los recursos naturales del país se vendieron a tanto alzado a las potencias extranjeras las cuales, en compensación, garantizaron la regencia del dictador. Los fondos resultantes se transfirieron a las cuentas bancarias privadas del dictador y sus esbirros (fuera del país) por lo que no apareció nada en los movimientos económicos oficiales y no solo faltaron en las inversiones estatales de interés general, sino que además privaron sistemáticamente de sus rentas a los que habían generado esos fondos con su trabajo.
«…ahora nuestro querido país está en las manos de sus propios hijos»
Extractos del discurso de Lumumba pronunciado el 30 de junio de 1960 en la ceremonia de la independencia:
«Esta indepencencia del Congo, aunque se proclama hoy con el acuerdo de Bélgica, país con el que tratamos de igual a igual, ningún congoleño digno de ese nombre podrá olvidar nunca que dicha independencia se ha conquistado por la lucha. Una lucha diaria, ardiente e idealista, una lucha en la que no hemos escatimado nuestras fuerzas, privaciones, sufrimientos y nuestra sangre. Esta lucha […] estamos profundamente orgullosos de nosotros mismos porque ha sido una lucha noble y justa, una lucha imprescindible para acabar con la esclavitud humillante que nos impusieron por la fuerza. […] Hemos padecido el trabajo agotador a cambio de salarios que ni siquiera nos permitían saciar el hambre, vestirnos, comer decentemente ni mantener a nuestros hijos y a nuestros seres queridos. […] Hemos sufrido el expolio de nuestras tierras en nombre de textos presuntamente legales que solo reconocen la ley del más fuerte. […] Todo eso, hermanos, lo hemos sufrido profundamente. Y nosotros, los que hemos recibido el voto para dirigir nuestro querido país, los que sufrimos en carne propia la opresión colonialista, os decimos: ¡Eso se acabó! Proclamamos la República del Congo y nuestro amado país ahora está en manos de sus propios hijos». (Declaraciones citadas por Malu Malu, 2002, p. 124).
(Continuará)
Reseña: Kongo/Zaire – Ruanda – Burundi: Stabilität durch ernente Militärherrschaft? Studie zur neuen Ordnung in Zentralafrika, de Helmut Strizek, una monografía fiable
El alemán Helmut Strizek, nacido en 1942, autor de varios libros y publicaciones principalmente relacionados con la historia de los problemas actuales de los países de la región de los Grandes Lagos africanos, estudió ciencias políticas, historia y francés. De 1980 a 1983 perteneció a la delegación de planificación de proyectos en Ruanda y Burundi en el ministerio alemán de Cooperación Económica y Desarrollo (BMZ – Bundesministerium für wirtschaftliche Zusammenarbeit und Entwicklung). De 1980 a 1983 vivió en Ruanda.
En su obra sobre la historia reciente de la República Democrática del Congo, Ruanda y Burundi, Strizek analiza la «nueva» política de Occidente en esta región de África desde 1997, impulsada especialmente por Estados Unidos. Tras el hundimiento del bloque comunista y la expulsión de Mobutu del poder en Kinshasa, Estados Unidos revisó su política en África, sustituyendo la idea conductora de que su enemigo más anenazador era el comunismo por la de que a partir de ahora es el fundamentalismo islámico. Con este nuevo enfoque los estadounidenses apoyan, y con ellos sus aliados estratégicos, a los regímenes africanos susceptibles de garantizar una posición de barrera incondicional contra la expansión del islamismo africano: Laurent Désiré Kabila en el Congo, Yoweri Museveni en Uganda, Paul Kagamé en Ruanda y Pierre Buyoya en Burundi. Por lo tanto optan por regímenes militares autoritarios sin ninguna legitimación democrática digna de ese nombre, elección extremadamente problemática según el autor.
En su libro, competente y fiable, Strizek analiza también la cuestión de la salida de cientos de miles de refugiados ruandeses hutus que durante la guerra de 1997-1998, con Laurent Désiré Kabila en el poder, primero fueron expulsados de los campos de refugiados del Congo oriental y finalmente «se perdieron» en las selvas congoleñas. Ya en 1998 Strizek señaló a los responsables de este otro genocidio siempre tabú. El libro es muy fiable en cuanto a las fuentes históricas y tiene, además, la ventaja de aclarar los hechos históricos y actuales no solo desde una perspectiva nacional, sino también regional, lo que pone en evidencia las graves dudas que provoca la estrategia utilizada por Occidente en esta explosiva parte del mundo.
Bibliografía
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Ludo De Witte, L’Assassinat de Lumumba, Paris 2000; ISBN 2-84586-006-4
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Helmut Strizek, Kongo/Zaïre-Ruanda-Burundi – Stabilität durch erneute Militärherrschaft? Studie zur «neuen Ordnung» in Zentralafrika, München/Köln/London (Weltforum Verlag) 1998; ISBN 3-8039-0479-X
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Jean-Jacques Arthur Malu-Malu, Le Congo Kinshasa, Paris (Editions Karthala) 2002,
ISBN 2-84586-233-4
Fuente: http://www.horizons-et-debats.ch/index.php?id=4820
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.