La presentación en Puerto Rico de la obra musical «Hamilton» ha generado un cierto interés en el tema de la historia monetaria y crediticia de Estados Unidos. Pero, ¿fue Alexander Hamilton, como se ha dicho, el verdadero creador del moderno sistema monetario estadounidense? Más aun, ¿qué relación había entre su defensa de la esclavitud y […]
La presentación en Puerto Rico de la obra musical «Hamilton» ha generado un cierto interés en el tema de la historia monetaria y crediticia de Estados Unidos. Pero, ¿fue Alexander Hamilton, como se ha dicho, el verdadero creador del moderno sistema monetario estadounidense? Más aun, ¿qué relación había entre su defensa de la esclavitud y su visión monetaria? Comencemos aclarando algunas de las aseveraciones históricamente imprecisas que se han hecho con motivo de la presentación en la isla de la obra de Lin-Manuel Miranda. Esto podría, incluso, contribuir al debate sobre los méritos y la viabilidad de nuestra propia independencia.
Lo primero, y más decisivo, es que el moderno sistema monetario estadounidense le debe más a la genialidad y arrojo de Abraham Lincoln, que a las acciones de Hamilton cuando era secretario del Tesoro. La razón es simple: entre 1789 y 1864, el régimen de esclavitud prevaleciente en el sur bloqueó todos los intentos de crear un sistema monetario de carácter nacional y estable en Estados Unidos. Los grandes bancos del noreste se beneficiaban de esto. Para poner el sistema monetario sobre bases modernas y sólidas, después de la independencia, había que abolir la esclavitud. Hamilton no lo iba a hacer.
¿Qué moneda se usaba en Estados Unidos después de lograda la independencia? La misma que se utilizaba antes de 1776: ante todo, el dólar español y sus subdivisiones. Además, circulaban ampliamente las monedas metálicas inglesas, francesas y portuguesas. Aunque estas eran acuñadas fuera del país (casi siempre en América Central), se les dieron originalmente apodos basados en su convertibilidad al chelín inglés, para facilitar el comercio entre las recién liberadas colonias. En 1792 se adoptó un sistema de moneda metálica basado en dólares de plata. Todo tenía que expresarse, en adelante, en términos de su convertibilidad a esta moneda española como base. Hamilton, que fungía entonces de secretario del tesoro, propuso una transición de tres años para prohibir el curso legal de monedas metálicas extranjeras en el país, salvo el dólar español. No obstante, el Congreso aprobó prórrogas para la implementación del curso legal exclusivo del dólar local en 1798, 1806, 1816, 1819, 1823 y, así, una y otra vez, hasta llegar a 1851. Por más de medio siglo después de redactada la Constitución, la circulación de moneda metálica en Estados Unidos estuvo dominada por monedas metálicas extranjeras. Las ciudades del noreste, que dominaban el comercio exterior, preferían el dinero mundial y no el dólar estadounidense. De hecho, todavía en 1853 el comercio al menudeo estaba dominado por monedas fraccionales de plata que llegaban de América Latina.
¿Y el papel moneda? Pues este, como tal, no hizo su aparición hasta 1862. Antes de entrar en detalles, hay que aclarar otra imprecisión histórica que se ha dicho con motivo de la presentación de la obra Hamilton en Puerto Rico. En lo que toca a la creación de una circulación monetaria y metálica de carácter nacional, el factor decisivo no fue ni la ingeniosidad de Hamilton (ya muerto hace rato) ni la de ninguno de sus seguidores. Lo determinante fue el descubrimiento de gigantescos yacimientos de oro en California. Hasta 1847, el gobierno federal compraba oro caro en el mercado mundial y lo acuñaba. Los comerciantes estadounidenses lo fundían y revendían en el extranjero. El dólar de plata español era dominante en el mercado local y en muchas transacciones extranjeras, como el comercio con el Caribe. De hecho, en 1823 el país poseía menos moneda metálica, de oro y plata, que en 1804. Pero entre 1847 y 1850, la extracción de oro en Estados Unidos creció en 1,000%. La acuñación de moneda aumentó gigantescamente, tanto en volumen como en valor. Con esto, se revolucionó la circulación monetaria del país, en lo que concierne a moneda metálica. Gracias al robo de territorio mexicano…
El verdadero asunto conflictivo en que Hamilton se involucró, y no de forma muy transparente, tenía que ver con el dinero crediticio y la banca. Para la fecha en que Hamilton es nombrado secretario del Tesoro (11 de septiembre de 1789), el papel moneda en Estados Unidos no era muy distinto al que existía bajo el gobierno colonial inglés: notas bancarias emitidas por los recién creados gobiernos estatales y por entidades bancarias privadas. Es decir, se trataba de lo que Marx llamó dinero crediticio, promesas de pago redimibles en dólares españoles. Los bancos más grandes del país estaban, por supuesto, en el noreste. Uno de ellos era el Bank of New York fundado por Hamilton en 1784. De esa misma época datan el Bank of North America y el Bank of Massachusetts. Estos tres bancos tenían sucursales en varios estados y dominaban la circulación crediticia. Pero muchas de las antiguas colonias, fuera del noreste, promovieron la organización de bancos locales bajo sus leyes particulares. El resultado era la circulación de notas bancarias de todo tipo, muchas con un carácter y valor ficticio.
Ningún otro banco tenía, sin embargo, el poder y la influencia del Bank of New York. En 1789 Hamilton logró que el gobierno federal se convirtiera en deudor de esta institución financiera. Ese mismo año, él asumió el cargo de secretario del Tesoro y propuso la creación del First Bank of The United States. Esta fue la primera corporación privada creada bajo los auspicios del Congreso. Su función principal era la de ser recaudadora y depositaria de los fondos del gobierno central. Hamilton, en calidad de secretario del Tesoro, tenía a su cargo la supervisión y contabilidad del banco, que abrió el 25 de febrero de 1791. La pieza clave estaba en el hecho de que el First Bank era enteramente privado, lo que les permitía a los directores la venta pública de acciones, incluso a ciudadanos extranjeros. Así, fueron los intereses financieros del noreste (aliados con el capital financiero de Inglaterra) los que vinieron a dominar las operaciones de la institución «nacional». De hecho, ¾ de las acciones del banco eran propiedad de accionistas británicos. Por eso, el amorío de Hamilton con los comerciantes ingleses, después de lograda la independencia, y su riña con los franceses, quienes habían apoyado la lucha revolucionaria por la independencia. ¡Ah, la ingratitud!
Los perdedores con la creación del First Bank fueron los bancos pequeños, particularmente fuera del noreste. Dado que la institución financiera creada en 1791 mantenía en sus bóvedas el dinero recaudado por el gobierno federal, sus notas tenían una valoración muy superior a la de los bancos pequeños, creados bajo franquicias estatales. Además, el Acta Monetaria de 1791 dictaminó que las notas del nuevo banco «nacional» fueran curso legal para el pago de transacciones con el gobierno federal (incluyendo la venta de bienes raíces). Así, el monopolio financiero, creado por Hamilton, estableció sucursales a través de las distintas provincias y principales ciudades; por ejemplo, en Nueva York, Boston, Baltimore, Washington, Norfolk, Charleston, Savannah y Nueva Orleáns. La oficina principal estaba en Filadelfia. Al ser agente fiscal exclusivo del gobierno, su capacidad de doblegar a los intereses bancarios menores era aplastante.
Resulta interesante que el principal oponente de Hamilton, en lo que toca a la creación del First Bank en 1791, fue Thomas Jefferson. Este último vio, en la propuesta del secretario del Tesoro, un intento de crear un monopolio para beneficiar a los grandes intereses financieros del noreste (Nueva York, Pensilvania y Massachusetts). Pero, Washington se alió con Hamilton y Jefferson salió derrotado. Cierto, entre 1791 y 1811, el número de bancos bajo franquicias estatales aumentó en algo, de 20 instituciones a 89. Pero la verdadera fuerza estaba en el First Bank. Detrás de él, se escondían también intereses foráneos, que así tenían acceso al dinero del gobierno federal.
En 1811, presionado por los sectores antimonopolistas, el Congreso decidió no renovar la franquicia federal del First Bank. De hecho, fue más allá, y distribuyó los fondos federales, en partes alícuotas, entre todos los bancos del país. El resultado fue un impulso considerable al crecimiento de los bancos estatales y de las instituciones financieras no monopolistas, que ahora llegaron a más de 300. En 1816 se creó un segundo banco federal, muy parecido al fundado por Hamilton en 1791. Pero muchos estados se dieron a la tarea de dificultar las operaciones de la nueva institución «nacional». Entre otras cosas, le imponían contribuciones y descuentos a las notas emitidas por el Second National Bank. Aunque la Corte Suprema se puso del lado de los bancos del noreste en el conocido caso McCulloch v. Maryland (17 U.S. 316), en 1836 Andrew Jackson logró la revocación del derecho exclusivo del banco a ser agente fiscal del gobierno. Además, rompió el vínculo crediticio entre el banco y el gobierno federal, lo que provocó una segunda etapa en el florecimiento de bancos organizados bajo franquicias estatales. Eso explica el porqué, al iniciarse la Guerra Civil, Estados Unidos no contaba con un sistema federal de papel moneda ni con un sistema bancario estable.
Fue a Lincoln, pues, a quien le tocó resolver los problemas monetarios y financieros de Estados Unidos. En 1862, necesitado de fondos urgentes para proseguir la guerra, Lincoln acudió a los grandes bancos del país buscando créditos prudentes. La banca del noreste se negó a ayudar, a menos que el gobierno federal autorizara tasas de interés de carácter leonino. Resistiendo el chantaje, Lincoln movió al Congreso para que creara un sistema de papel moneda a ser emitido por la Tesorería de Estados Unidos. Así fue que, el 25 de febrero de 1862 circuló por primera vez en la historia del país el papel moneda federal con curso legal.
Finalmente, para resolver el viejo problema de circulación crediticia en el país, Lincoln creó un verdadero régimen de banca nacional fuera del control directo de los monopolios del noreste. También un 25 febrero, pero ahora de 1863, el Congreso aprobó el Acta Bancaria Nacional. Bajo esta, los intereses capitalistas regionales podían obtener una franquicia federal para la creación de bancos locales e independientes. Faltaba mucho para que Estados Unidos tuviera un sistema bancario completamente moderno. Esto no ocurre hasta las reformas bancarias y monetarias de fin del siglo XIX. Pero Lincoln, al crear un modelo descentralizado de la banca, sentó las bases para la conformación ulterior de las finanzas y el crédito en Estados Unidos. La clave fue su voluntad y determinación de enfrentarse a los poderes esclavistas y sus aliados del noreste. En ese detalle, precisamente, consiste la verdadera grandeza de Lincoln, así como la poca inspiración que debe provocar, al menos para Puerto Rico, la figura de Alexander Hamilton.
Obras consultadas: 1) Dewey, R. D. (1922). Financial History of the United States. New York: Logmans, Green, and Co. 2) Hammond, B. (1957). Banks and Politics in America: From the Revolution to the Civil War. New Jersey: Princeton University Press. 3) Hepburn, A. B. (1903). A History of Coinage and Currency in the United States and the Perennial Contest for Sound Money. New York: Macmillan Company. 4) Studenski, P. (1923). Financial History of the United States. Washington: Beardbooks. Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.