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Ida y vuelta hacia la dignidad

Fuentes: Rebelión

«¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos? ¿Será por los muros de la incomunicación, que los grandes medios de comunicación construyen cada día?» El escritor uruguayo se hace estas preguntas en su texto «Muros», realizado para la campaña de solidaridad «Todos con el Sahara». Y es que en el Sahara […]

«¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos? ¿Será por los muros de la incomunicación, que los grandes medios de comunicación construyen cada día?» El escritor uruguayo se hace estas preguntas en su texto «Muros», realizado para la campaña de solidaridad «Todos con el Sahara». Y es que en el Sahara Occidental existe un muro, construido por Marruecos para separar la zona ocupada de la zona liberada por el Frente Polisario, representante legítimo del pueblo saharaui. A un lado del muro, y ya en territorio argelino, permanecen desde hace prácticamente 35 años los conocidos campamentos de refugiados, situados en una zona desértica y con condiciones extremas de vida. Desde hace muchos años, cientos de españoles visitan los campamentos para mostrar su apoyo a los refugiados saharauis. Desde hace sólo tres años se realiza la llamada «Columna de los Mil», un viaje que tiene como objetivo principal la realización de una manifestación frente al mencionado muro, reivindicando su desaparición y la consiguiente libertad del pueblo saharaui.

Pero, ¿qué ocurre al otro lado del muro? En el marco de este viaje, y gracias a la presencia de varios periodistas españoles, tuvimos la oportunidad de conocer de primera mano los testimonios de activistas por los derechos humanos que han estado presos en los territorios ocupados por Marruecos. Afrapedesa es la Asociación de Familiares de Presos y Desaparecidos Saharauis, que cuenta con una pequeña sede en el campamento de Rabouni, uno de los cincos que hay en el territorio de Tindouf. Cientos de fotos de torturas sufridas por los saharauis en los territorios ocupados, recortes de prensa y multitud de mensajes de apoyo se amontonan en las paredes de la pequeña sala de exposiciones. Tras la presentación del trabajo de la asociación, entra en escena Salem Mahmud Mohyub, un activista procedente de los territorios ocupados que se sienta en una mesa para contarnos su historia. Con mirada seria comienza a relatar, en hasania, el dialecto del árabe utilizado por los saharauis, mientras uno de los guías traduce. Sorprende sobremanera la crudeza de sus testimonios e incluso la representación gráfica de cómo la policía marroquí lo violó con una de las porras.

Uno de los miembros de Afrapadesa nos cuenta que este activista no tenía previsto contar su historia, ya que para el Reino de Marruecos las visitas a los campamentos de refugiados están consideradas como delito contra la patria. «Si estos activistas se dedican a contar lo que sufren y los marroquíes se enteran, a la vuelta tienen muchos problemas, incluso de detenciones», afirma uno de los miembros de la asociación. Sin embargo, en el caso de este activista, la casualidad de encontrarse con un nutrido grupo de españoles, y además de periodistas, le hizo valorar esta posibilidad. Tal es el temor acumulado que, tras la charla, se acercó a uno de nuestros compañeros para intercambiar teléfonos móviles por si en el regreso al Sahara ocupado sufría algún problema.

Agresiones y detenciones

«La policía marroquí no tiene que tener ningún pretexto para entrar en una casa. Para ellos todos los saharauis son traidores». Ya al día siguiente, con más tranquilidad y sólo con la presencia de los periodistas, Mohyub nos cuenta en profundidad su historia. En 1999, mientras él estaba en el desierto, la policía marroquí entró en su domicilio y agredió a todos los miembros de su familia. «A partir de ahí fui consciente de nuestro conflicto y comencé a participar en las manifestaciones pacíficas y sentadas», señala. Con voz pausada y los ojos cada vez más vidriosos, el activista saharaui avanza por su vida para llegar al año 2005. Durante el mes de mayo de ese año, los saharauis protagonizan varias protestas pacíficas, reprimidas duramente por la policía marroquí, según nos cuenta Mohyub. «Las autoridades marroquíes entraron en mi domicilio. A mi hermano le quitaron la ropa, a mi madre le pegaron y a mí me llevaron a la comisaría», añade.

Mohyub nos vuelve a enseñar el dibujo del día anterior mientras relata las torturas a las que fue sometido como forma de interrogatorio. «Me desnudaron, me ataron los pies y las manos, me ataron a una barra, orinaron sobre nosotros, nos utilizaban como ceniceros e intentaron violarnos bastantes veces a base de las porras». Tras esto, le acusaron de terrorista y delincuente, expediente que se vio obligado a firmar, según nos comenta, por no poder soportar más las torturas durante tres días. Fue trasladado a la Cárcel Negra de El Aiiún, dónde iba a coincidir con Aminetu Haidar o Hamd Hamad, dos de los activistas saharauis más destacados. «La cárcel de El Aiiún es un cementerio para los vivos», afirma.

Gracias a las mediaciones de diferentes asociaciones, consiguió salir. «Salí de una cárcel pequeña a una más grande en la que he vivido siempre», señala, refiriéndose a la falta de libertad en los territorios ocupados por Marruecos. Mohyub, que se desplazó a los campamentos para recibir atención médica, ya que al otro lado del muro es difícil que se la ofrezcan, tiene claro que va a volver. «Estoy decidido a soportar todo lo que me venga. Ser preso también es una forma de ayudar a la causa, ahora mismo estoy dando testimonios de lo que sufren los presos, si yo y otros no hubiéramos estado allí y lo hubiéramos contado, nadie sabría nada». Preguntado por el miedo a la muerte, Mohyub sentencia con un claro «morir con dignidad es mejor que morir sin ella».

El «Mandela saharaui»

Del anonimato de Mohyub pasamos a conocer al llamado «Grupo de los 11», un conjunto de importantes activistas saharauis de los territorios ocupados que se encontraban realizando visitas por los campamentos de refugiados. Nos encontramos con ellos en el campamento del 27 de Febrero, dónde les tienen preparada una importante fiesta, que muestra el orgullo del pueblo saharaui por los activistas que han estados presos. Entre gritos y consignas son recibidos en una haima en la que desde hace varias horas se prepara té y se canta y baila en directo.

Entre los activistas, con los que tuvimos la oportunidad de compartir un almuerzo, destaca la figura de Sidi Mohamed Dadach, conocido como el «Mandela Saharaui». De 53 años, Dadasch ha pasado 25 en prisión y era la primera vez que visitaba los campamentos de refugiados. «Me detuvieron como preso de guerra en 1976 y fui condenado a muerte en 1980». En 1994, gracias a las presiones de ciertas organizaciones a favor de los derechos humanos, le rebajaron la condena, obligándolo a partir de ese momento a realizar trabajos forzados. Tras una larga campaña internacional llevada a cabo por Amnistía Internacional y otras organizaciones, fue liberado el 7 de noviembre de 2001 y fue recibido en Rabat por cerca de 3.000 estudiantes saharauis. Durante estos últimos años, las autoridades marroquíes le quitaron el pasaporte tras intentar viajar a Ginebra, y no fue hasta 2007 cuándo se lo devolvieron. Antes, en 2002, gracias a la mediación de una organización noruega, pudo encontrarse con su madre en el país nórdico. En 2007 le fue devuelto su pasaporte.

«Cada celda tenía de largo dos metros y de ancho un metro y medio», señala Dadach. Cuenta, además, que muchos de sus compañeros en prisión se suicidaron o se volvieron locos, algo que él pudo soportar por su fortaleza mental y a pesar de las fracturas en el hombro y en la pierna de las que no le permitían ser curado. «Cuando salí, vi un mundo desconocido para mí, y aún tras varios años sigo adaptándome». Sobre su comparación con Nelson Mandela, Dadach espera convertirse en él en el momento en el que se consigan sus objetivos, la autodeterminación, ya que el dirigente sudafricano sí consiguió los suyos en aquél país.

El «Grupo de los 11» volvió a El Aiiún entre los días 4 y 7 de abril de este mismo año, pocos días después de nuestro encuentro en los campamentos de refugiados. Según las informaciones realizadas por los observadores y acompañantes españoles Rafael Antorrena y Berta Herranz, el recibimiento por parte de los colonos marroquíes y de las autoridades fue represivo, con agresiones físicas y verbales constantes, tanto contra los activistas como contra los observadores. «Hemos comprobado, una vez más, que nuestra presencia no garantiza la seguridad de los saharauis, ni evita la represión y las agresiones contra ellos; pero es necesario que, al menos, haya testigos que rompan el bloqueo informativo», señala Antorrena en su informe. Mohyub, por su parte, llamó finalmente por teléfono a nuestro compañero. «Todo bien por el momento», señaló. Su anonimato tuvo más suerte en este viaje de ida y vuelta hacia la dignidad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.