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«Impeachment» a Trump, una guerra civil fría

Fuentes: Rebelión

No se vive el fin del mundo sino del fin del neoliberalismo, doctrina que defiende el libre comercio, la reducción al mínimo del gasto público y que las competencias que tradicionalmente son manejadas por el Estado sean asumidas por el sector privado. En la década de los ochenta, durante la dictadura del General Augusto Pinochet, […]

No se vive el fin del mundo sino del fin del neoliberalismo, doctrina que defiende el libre comercio, la reducción al mínimo del gasto público y que las competencias que tradicionalmente son manejadas por el Estado sean asumidas por el sector privado. En la década de los ochenta, durante la dictadura del General Augusto Pinochet, se introdujeron en Chile reformas económicas creadas, impulsadas y supervisadas por Friedrich Hayek y Milton Friedman, economistas de la Escuela de Chicago, que era promocionada por Margaret Thatcher en el Reino Unido y por Ronald Reagan en Estados Unidos. El fracaso social por la adopción de políticas neoliberales es la causa de la actual crisis política económica que padece gran parte del mundo. Se trata del final de una época que comenzó cuando cayeron el Muro de Berlín y la URSS.

Einstein define la locura como » hacer siempre la misma cosa esperando obtener un resultado diferente», y eso es lo que les ha pasado a los partidarios de esta teoría, que han aplicado el mismo método pese a que, desde el punto de vista social, les falló desde un inicio, mientras esperaban que nada pase. Ya lo dijo santo Tomás de Aquino en plena Edad Media: «Teme al hombre de un solo libro», en este caso, teme a la ideología de una sola receta.

La política financiera del período neoliberal permitió que se creara dinero de la nada, o sea, se produjo la ruptura entre el sistema financiero y el productivo. Por eso, en la actualidad, circula tanto dinero que con él se podría comprar diez veces las propiedades del mundo; también hay una colosal diferencia entre los ingresos de la élite y el resto de la población. Nadie está en capacidad de dar o de encontrar una salida a este problema. Esto no significa que la crisis sea terminal, ni que ahora el sistema capitalista de EEUU va a desaparecer, ni que ese país se va a desintegrar, ni que llegó el fin de la Comunidad Económica Europea. Lo que es evidente es que tocó fondo y ya no da para más la política que han seguido los actuales gobernantes de los países desarrollados de Occidente, que el mundo se encuentra en el inicio de un período largo y doloroso de una crisis cuya salida no se ve, como que el capitalismo, sistema económico que existe aparentemente con la finalidad de expandir sus áreas de desarrollo, arribó a los límites de su propio desarrollo.

Ni siquiera EE.UU. se libra de este mal, aunque allí los problemas sociales sean ocultados de manera magistral, mientras todo tiembla tras bambalinas. Con respeto a la élite demócrata, se puede parafrasear a Macron y usar su metáfora sobre la OTAN, «se vive la muerte cerebral de un sector de la clase gobernante estadounidense», ya que la decisión de su Congreso de abrir el proceso de destitución contra el Presidente Trump es síntoma de que algo anormal le está pasando a los demócratas de EEUU, pues cualquiera se pregunta ¿tiene probabilidades de éxito el impeachment ? ¿Cómo acabaron otros casos similares en la historia de Estados Unidos?

Con respecto al impeachment, que consta de dos partes, juicio político y destitución, la Constitución estadounidense es clara: La Cámara de Representantes, o la Cámara baja del Congreso, es la única facultada para declarar que es pertinente el juicio político y presentar las acusaciones; otorga al Senado, o Cámara alta, el derecho exclusivo de juzgar las acusaciones contra el presidente y estipula que son necesarios los dos tercios de los miembros presentes para que prospere la condena; por último , dictamina que el presidente será separado de su puesto, o sea destituido, de ser acusado y declarado culpable de traición, cohecho u otros delitos y faltas graves.

En la historia de EE.UU. ha habido intentos de relevar al presidente estadounidense. En 1868, la Cámara de Representantes aprobó once artículos de impeachment contra Andrew Johnson, pero en el Senado no tuvo la mayoría de dos tercios de votos, por lo que Johnson fue absuelto y completó su mandato; en 1974 se inició el impeachment contra el Presidente Richard Nixon, que dimitió para evitar ser acusado. En 1998, los senadores no pudieron condenar al Presidente Bill Clinton, que terminó su mandato.

Se pregunta, ¿podrán los demócratas destituir a Trump, aun si la Cámara de Representantes, donde tienen 235 de los 435 escaños, aprueba las acusaciones, porque lo más probable es que pierdan en el Senado, donde sólo tienen 47 del total de 100 escaños? Para destituir a Trump, los demócratas necesitan de 67 votos, es decir, se deben cambiar de bando por lo menos 20 senadores republicanos, lo que hasta ahora parece misión imposible, porque si Donald Trump fuera destituido, el Partido Republicano perdería toda s las posibilidad es de ganar las presidenciales del 2020. En esta situación, los republicanos deben hacer todo lo posible para impedir que triunfe el impeachment .

Se pregunta, ¿ cómo así se dio el impeachment ? Una posible respuesta, lo forzó el mismo Trump. ¿ Por qué? Porque, como él mismo afirma, está seguro de que ese juicio político «lo llevará directamente a la victoria en estas elecciones». ¿ Cómo lo logró? La respuesta a esta pregunta despeja una real inquietud. Sí Trump sabía que la candidatura de Biden era patuleca, porque, independientemente de lo que dijeran las encuestas, una vez en el ruedo iba destrozar a Biden con el escándalo de Ucrania, puesto que como él dice, «como presidente estadounidense tengo la obligación y el derecho absoluto de poner fin a la corrupción, incluso si esto significa solicitar o sugerir a otros países que nos ayuden. Se hace todo el tiempo. Esto no tiene nada que ver con la política o una campaña política contra los Biden».

Entonces, ¿ por qué se precipitó? Pues, porque el triunfo sobre Biden no era tan seguro como   es seguro el triunfo sobre cualquier candidato demócrata, en el caso de que falle el impeachment. Estaba convencido de que los demócratas jugarían esa carta si calculaban que la candidatura de Biden echaba agua, como comenzó a echar, sabía, además, que la élite demócrata jamás iba a apoyar a un candidato de tendencia progresista, digamos, a Bernie Sanders o Elizabeth Warren, porque huyen de las ideas socialistas más que el diablo del agua bendita.

Aunque parezca mentira, es el propio Trump el que denuncia el chanchullo de los demócratas, que «emplean su magia buscando destruir al ‘loco’ Sanders a favor del más tradicional, pero no tan brillante, ‘somnoliento’, Joe Biden». Y le recuerda a Sanders que el 2016 fue eliminado por Hillary Clinton: «Aquí vamos otra vez Bernie, pero esta vez muestra un poco más de ira e indignación cuando te jodan», pues en la actual campaña presidencial, algunas encuestas dan una ligera ventaja a Biden sobre Trump, igual que en la anterior favorecían a la Sra. Clinton.

Así las cosas, y como ya no hay vuelta que dar porque los demócratas se están jugando el todo por el todo, en la Cámara Baja no se apresuran aprobar y pasar el impeachment a la Cámara alta, porque saben que ahora no es el momento propicio, esperan cosechar cuando se aproximen las elecciones del próximo año, cuando, por presión de los electores, se puedan virar los 20 senadores que hacen falta para destituir a Trump.

En resumen, si falla el impeachment, el triunfo es de Trump; caso contrario, el actual inquilino de la Casa Blanca piensa aferrarse al puesto con el argumento de que se ha dado un golpe de Estado, tal como precavidamente advierte a Reuters su exestratega, Steve Bannon. El mismo Trump asegura que la investigación llevada a cabo por los congresistas demócratas es un golpe de Estado. «Como conozco más y más cada día, estoy llegando a la conclusión de que lo que sucede no es un juicio político, es un golpe de Estado destinado a arrebatar el poder al pueblo: su voto, sus libertades, su Segunda Enmienda, su religión, su Ejército, su muro fronterizo y los derechos que Dios les otorgó como ciudadanos de los Estados Unidos de América!», sostuvo en su cuenta de Twitter. Ahora, sólo queda añadir: ¡ Dios salve a EE.UU.!
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.