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Irak: los costos de la ocupación

Fuentes: La Jornada

Según un informe de la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg (Estados Unidos) y la Escuela de Medicina de la Universidad Al Mustansiriya (Irak), en el periodo de marzo de 2003 ­inicio de la guerra de conquista y ocupación neocolonial estadunidense­ a julio de 2006 se contabilizan 654 mil 965 personas muertas, equivalentes a […]

Según un informe de la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg (Estados Unidos) y la Escuela de Medicina de la Universidad Al Mustansiriya (Irak), en el periodo de marzo de 2003 ­inicio de la guerra de conquista y ocupación neocolonial estadunidense­ a julio de 2006 se contabilizan 654 mil 965 personas muertas, equivalentes a 2.5 por ciento de la población iraquí estudiada. Esto significa un promedio de más de 500 muertes por día, la gran mayoría (91 por ciento) por actos violentos relacionados con la ocupación (disparos de armas de fuego, ataques aéreos y bombas), y el resto debido al deterioro de las condiciones de vida, en lo que también tiene responsabilidad Estados Unidos al considerar objetivos militares las infraestructuras sanitarias del país y por su manifiesta indolencia en facilitar agua potable, electricidad, salud y seguridad pública a la población civil.

Los investigadores basan sus conclusiones en el levantamiento de una muestra representativa en casi la totalidad del territorio iraquí, de mil 800 familias elegidas al azar, que hacen un total de 12 mil 801 personas. El proyecto buscó comparar el índice de mortalidad antes de la invasión ­que se situaba en 5.5 muertes por cada 1000 personas­ con el mismo índice después de la ocupación, que se incrementa a 13.2 por mil en los 40 meses posteriores. Este aumento de más del doble en la tasa de mortalidad, a juicio de los analistas, y con base en estándares internacionales, constituye una situación de emergencia humanitaria.

Dentro de estas escalofriantes cifras destaca el asesinato de centenares de médicos, profesores, abogados, científicos y reputados intelectuales iraquíes. Otros miles han tenido que emigrar para salvar su vida y las de sus familias. Recientemente la página electrónica Ciencia en Oriente Próximo daba cuenta del exilio del doctor Danny George, director de la Organización Estatal de Antigüedades y Patrimonio de Irak, después de varios intentos de asesinato por parte de sicarios tolerados por las fuerzas de ocupación: «La partida de un hombre de tan gran prestigio y general estima, tanto dentro como fuera de las fronteras de Irak, supone una de las más graves pérdidas de la acosada intelectualidad en el interior del país y una irreparable pérdida para quienes llevan a cabo una lucha heroica y consecuente en defensa del patrimonio arqueológico y cultural de la humanidad en el suelo iraquí».

Ante el fracaso de Estados Unidos en disminuir los ataques de la resistencia, el Pentágono introdujo la llamada estrategia u opción salvadoreña, la cual consiste en el entrenamiento y utilización de «escuadrones de la muerte» que trabajan directamente con el Ministerio del Interior del gobierno títere, bajo la conducción de los cuerpos de inteligencia estadunidenses. La misión de estos escuadrones es hacer realidad la versión de la «violencia sectaria» entre chiítas, sunitas y kurdos ­divulgada profusamente por los monopolios mediáticos al servicio del imperialismo­; sus acciones no sólo tienen carácter contrainsurgente, sino también están encaminadas a destruir la unidad nacional y la eventual reconstrucción de un Estado democrático libre e independiente.

Aparte de este asesinato indiscriminado y selectivo de iraquíes ­la gran mayoría no combatientes y, entre ellos, numerosos niños, mujeres y ancianos­ y de los heridos, mutilados e incapacitados de por vida; además de la destrucción masiva de la infraestructura productiva, urbana, carretera, servicios públicos, comercio y actividades económicas en general; conjuntamente con el saqueo y aniquilamiento del patrimonio cultural (le memoria histórica), la administración neocolonial ha provocado el desquiciamiento absoluto de la vida cotidiana, la inseguridad y zozobra de sus habitantes, así como la pérdida total de la soberanía, el manejo nacional de los recursos estratégicos y el control de los asuntos públicos.

Habiendo visitado Irak en octubre de 1989 y siendo testigo de los niveles de vida relativamente prósperos alcanzados por su población durante el régimen del denostado Saddam Hussein ­cuando este país constituía una muestra de lo que podía realizarse con la riqueza petrolera después de salir victorioso de una cruenta guerra con Irán­, puedo comprender el sentimiento de odio e indignación entre la mayoría del pueblo iraquí contra los ocupantes británico-estadunidenses (87 por ciento de los iraquíes desean el fin inmediato de la ocupación). Pese a las condiciones propias de una dictadura personal que hacía uso de la represión (en ocasiones brutal, y del control político de sus ciudadanos a través de un efectivo entramado partidista) era posible apreciar los progresos en la industrialización, avances de la mujer (en contraste con otros países árabes), lucha contra el analfabetismo (que llegó a menos de 10 por ciento), infraestructura de salud, universidades públicas, etcétera, todo lo cual explica en parte el apoyo generalizado al movimiento de resistencia patriótica nacional, cuyo núcleo principal está formado por algunos de los militares del antiguo ejército y por la red establecida por el Partido Baaz Arabe Socialista.

Por su parte, al 2 de noviembre de este año, las fuerzas de ocupación de Estados Unidos en Irak habían sufrido un total de 3 mil 141 muertos, miles de heridos, desertores y dados de baja, situación que ha llevado al punto más bajo de la popularidad de George W. Bush y al fracaso electoral republicano en las elecciones intermedias de este mes. El recientemente creado Mando Político Unificado de la Resistencia Iraquí es una prueba más de la debacle de Estados Unidos en Irak, cuyo sacrificado pueblo triunfará sobre los invasores.