Traducido para Rebelión por Diego Ameixeiras
Si el objetivo fuese la seguridad, Israel habría construído el muro algunos kilómetros hacia el interior de su frontera. Podría tener más de un kilómetro de altura, ser patrullado en ambos lados por el ejército, y estar minado con armas nucleares, absolutamente impenetrable. Seguridad perfecta.
El problema, para Israel, sería el hecho de no permitir el control de valiosos recursos y tierras palestinas (incluido el control del agua), no forzar la retirada de la población, ni establecer, en cuanto los palestinos huyan de los reductos que aún les restan (como la ciudad de Qalqiya), las bases para una futura expansión. Parece apropiado, por tanto, que lo ocurrido sea interpretado como un robo de tierras.
Uno de los beneficios colaterales de los que no hay duda es el fortalecimiento de una visión un tanto estrecha de la «seguridad» que, a largo plazo, probablemente aumentará la inseguridad sin dejar atrás el impacto regional, pero también porque, más tarde o más temprano, inspirará venganza y actos terroristas contra israelíes que se encuentren en tierras extranjeras.
Ni seguridad, ni combate al terror
Pero el terrorismo y la seguridad no son preocupaciones motivadoras. Cualquier otra cuestión tiene «alta prioridad» en los planos del «jefe» que se hace llamar «socio» -como los analistas israelíes más astutos acostumbran a describir a Washington.
El pensamiento estratégico de Sharon parece bastante claro -sobre eso, hay descripciones excelentes en libros recientes escritos por Tanya Reinhart y Baruch Kimmerling. También no es muy diferente del de Rabin y Peres. El objetivo es tomar las zonas valiosas del Margen Ocidental (Gaza es vista, en general, como un problema), y dejar a la población restante sobre la administración local, para que pudra y se decomponga.
El principio básico fue explicado al gabinete del gobierno del Partido Laborista, hace treinta años, por Moshe Dayan (que, entre los líderes israelíes, quizá haya sido el más amigo de los palestinos). A los palestinos se les debe decir: «Ustedes deben vivir como perros. Quien tenga aspiraciones debe irse. A nosotros nos corresponde observar a dónde nos llevará este proceso».
Sionismo, idéntico a amoral
Dayan pensaba que la ocupación debería, de una manera u outra, ser «permanente». Y, en cuanto a la objeción según la cual Israel debería considerar su posicionamiento moral, respondió que «Ben-Gurion afirmó que cualquiera que se preocupe por algún aspecto moral de la cuestión sionista no es un sionista».
Existen diferencias en relación a la manera en que tales principios deberían ser aplicados. Pero el consenso entre las principales «tropas de choque» de la política israelí pregona que, desde que puedan ser aplicados, el resto no importe. Las concepciones básicas de Sharon fueron trazadas años atrás y las persigue sistemáticamente, amparándose en el apoyo diplomático y material del «jefe».
De modo general, la solución «ideal» bien puede ser algo como la visión expansiva de Ben-Gurion. Algo que supera cualquier hipótesis actualmente considerada, incluso en el reino de los sueños.
Publicado en Porto Alegre 2003: 13/07/2004