El corresponsal de EFE en Túnez, Libia y Argelia muestra la trastienda de la ruta migratoria hacia Europa desde Libia. El libro No hay tierra sagrada para los vencidos es la segunda parte del proyecto The libyan crossroads, que el fotoperiodista Ricardo García Vilanova publicó en enero. Ambos repasan para Público las causas de la migración, el largo conflicto libio y apuntan posibles soluciones a un drama que ha convertido el Mediterráneo en una gran fosa común.
Para nuestros ojos europeos, todo comienza donde comienzan ambos libros, a bordo de un barco de rescate de una ONG que navega por el Mediterráneo central en busca de lanchas a la deriva repletas de migrantes. El drama lleva tanto tiempo sucediendo que ya «nos hemos anestesiado» ante las imágenes de esas cubiertas llenas de supervivientes arropados con una manta térmica, reconoce el fotoperiodista español Ricardo García Vilanova (Barcelona, 1971), con dilatada experiencia en conflictos armados y gran proyección y reconocimiento internacional.
Quizás sobren algunas imágenes y falten más historias de las que han moldeado esos rostros que tanto ha retratado Vilanova poco después de esquivar la muerte. Y eso ha hecho Javier Martín (Salamanca, 1972), delegado de la agencia EFE en Argelia, Libia y Túnez, veterano periodista que ha recibido, entre otros, el XXXV Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.
Ambos han ido a bordo de estos buques humanitarios y los han tomado como punto de partida de un viaje periodístico en dirección inversa en el que tratan de explicar un fenómeno, el migratorio, que solo en el Mediterráneo, se ha cobrado decenas de miles de vidas en la última década. La mayoría siguen siendo números que un día engulló el mar o, si acaso, esqueletos sepultados por una duna del desierto del Sáhara.
«No solo mueren, sino que mueren sin tumba, sin un sitio donde recordarlos, sin que sus familiares sepan qué ha sido de ellos. Los cuerpos que escupe el mar acaban en una morgue y enterrados en una fosa común», explica Martín. Por eso tituló así su libro, No hay tierra sagrada para los vencidos un relato de muchos relatos que tienen como escenario principal Libia, un agujero negro del que zarpan las barcas que casi nunca llegan a su destino. Pero Martín no se queda ahí, porque este enclave es solo uno más de los «innumerables obstáculos que los migrantes tienen que sortear hasta llegar a Europa», apunta.
Níger, Mali, Mauritania, Argelia, Túnez o Marruecos se vuelven claroscuros en el tránsito de una epopeya que ha comenzado mucho antes en Sudán, Camerún, Chad, Etiopía o Nigeria. Lugares donde golpea el terrorismo yihadista, la sequía producto de la crisis climática, el hambre, la corrupción y el desempleo, la falta de un futuro; gérmenes de una epidemia que escupe cientos de miles de migrantes y refugiados que ven en el norte rico y desarrollado su única posibilidad de escapar de un destino ya predeterminado desde hace demasiado tiempo.
«Los que llegan a los barcos son una minoría, aunque en Europa nos digan que son demasiados y se genere debate político al respecto», puntualiza el periodista de EFE, que a bordo de estos buques repasa los tortuosos caminos de niños que soñaban con convertirse en el nuevo Samuel Eto’o o Yaya Touré, grandes estrellas del fútbol europeo.
Samir, ocho años, de Somalia, en la cubierta del buque Astral, de la ONG española Open Arms, tras ser rescatado de una lancha neumática en el Mediterráneo. — Ricardo García Vilanova / THE LIBYAN CROSSROADS
El viaje de Martín es la segunda parte del que inició Vilanova, quien pone las imágenes que pronto acaban con esa anestesia de la que hablaba al inicio de la entrevista. The Libyan Crossroads. Pasaje mortal a Europa 2011-2020 es un durísimo recorrido fotográfico de nueve años que abarca muy de cerca, en gran angular, las tres guerras civiles que han asolado Libia y han convertido a este país con dos gobiernos en el trampolín perfecto de las mafias que trafican con cualquier cosa: armas, combustible y también seres humanos.
«El pueblo libio no tiene mucho que ver con las atrocidades que narran muchos de los rescatados en los barcos. Con las torturas, las extorsiones, la esclavitud y otras atrocidades a las que los someten las redes criminales. Esos son una minoría, clanes, familias, milicias armadas que hacen negocio. Porque la guerra de Libia es, sobre todo, una guerra económica deformada por los múltiples intereses e injerencias extranjeras», apunta el fotógrafo.
Su libro es un repaso doloroso a un conflicto que conoce muy bien desde sus inicios y que avanza incluso por la guerra contra el Estado Islámico, que llegó a erigirse hasta su derrota en la ciudad de Sirte, en 2016, como un tercer gobierno paralelo en este estado fallido que derrocó y linchó a su tirano, Muamar al Gadafi, tras más de 40 años en el poder. Por eso Vilanova insiste en los matices. «Hay realidades que están presentes a la vez pero no conviven. Por ejemplo, no son lo mismo los centros de detención donde las mafias extorsionan a los migrantes que los centros de detención oficiales. Los oficiales no distan tanto de los que podemos ver en algunos países europeos», sentencia.
La primera guerra privatizada
Martín denomina a este largo e inconcluso enfrentamiento armado como la primera guerra totalmente privatizada de la historia. «En libia no hay ejércitos desde que cayó Gadafi. Nunca fue un ejército realmente, eran familias a las que Gadafi les daba posiciones en el entramado militar, era una sociedad muy tribal que ahora ha derivado en señores de la guerra muy armados van cambiando de bando en función del negocio que puedan hacer», resume.
Soldados libios disparan contra yihadistas del Estado Islámico durante los combates en Sirte, Libia, en 2016. — Ricardo García Vilanova / THE LIBYAN CROSSROADS
A esto se suman «empresas de seguridad, mercenarios de otros países. Empezaron con los de Sudán y de Chad, luego los rusos, después los americanos, los emiratíes que trasportan tropas, jordanos y, en 2019, entra Turquía, desplazando a Libia a contingentes de milicianos de la oposición siria mientras Rusia hizo lo propio con combatientes favorables a Al Assad», enumera.
Los recursos energéticos de este país interesan demasiado a las grandes potencias, «pero es más barato enviar mercenarios que un ejército regular. Y además no tienes que responder por violaciones de los derechos humanos o crímenes de guerra, ni llegarán ataúdes envueltos en la bandera nacional a ningún país», apostilla Martín.
Y es a este polvorín, que no hace tanto fue tierra de oportunidades para la migración africana, a donde la Unión Europea permite devolver a los migrantes que interceptan los guardacostas libios, en gran parte financiados y entrenados con fondos europeos e italianos. «En muchos casos, estos guardacostas son parte del negocio del tráfico de personas en muchos casos y cobran dos veces: una, a los migrantes por lanzarlos al mar y otra, a Europa por interceptarlos rescatarlos y devolverlos», explica el corresponsal de EFE. En lo que va de 2021, más de 4.500 personas han sido retornadas desde la patera al país norteafricano, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que contabilizó 11.891 en 2020.
Es toda esta vorágine, inmortalizada por Vilanova incluso desde la mira telescópica de un francotirador o desde las rejas de un centro de detención de migrantes, la que tienen que atravesar los que solo quieren buscar una oportunidad en el continente que les impuso una modernidad salvaje y neocolonial. «Funcionamos por empatía o cercanía, y sus problemas solo nos importan cuando nos afectan de forma directa, pero lo que la migración nos afecta a nosotros en Europa no es nada comparado con lo que ellos sufren. En Europa hablamos de refugiados cuando llegan a nuestra frontera, pero no miramos cuando escapan de Siria ni de qué escapan», argumenta Vilanova.
Por eso lleva al libro su mirada a la represión israelí en Gaza, a la malnutrición infantil en Sudán y Chad o a la pobreza endémica de Bangladés. Porque desde todos estos sitios llega gente a la encrucijada libia, a esa pasarela tan estrecha como funesta que desemboca en mitad del Mediterráneo y, con mucha suerte, llega a bordo de un barco de rescate que, también con mucha suerte, podrá desembarcar en un puerto italiano o maltés. «La situación en el Mediterráneo central es ahora mismo un desastre, sin apenas barcos de rescate. El bloqueo que impone la Unión Europea no soluciona el problema en absoluto», lamenta el fotógrafo.
Sirios en el campo de refugiados de Al Hawl tras huir de la ciudad de Deir ez-Zor por los combates que la asolaron durante varios años. — Ricardo García Vilanova / THE LIBYAN CROSSROADS
«Las organizaciones sociales con las que hablé en Mali o en Níger me transmitieron que la sensación que tienen los africanos es que la lucha contra la inmigración irregular es, en realidad, una guerra silenciosa contra los pobres«, sentencia Martín.
Unos pocos africanos pudientes pueden conseguir un visado y viajar en avión a Europa sin pasar por Libia, sin jugársela en una patera o en el desierto o sin arriesgarse a sufrir brutales abusos. «Para un africano con pocos recursos esto no es posible, no se les da visado y se les criminaliza por intentar buscarse la vida de la única forma que hay. Europa, con sus fondos y ayuda militar, ha hecho que la inmigración sea un delito en Níger, por ejemplo, donde muchas familias vivían de la migración, que era un generador de empleo legal hasta hace pocos años», argumenta.
El periodista de EFE Javier Martín realiza una entrevista. — Cedida
Y en medio, el germen del yihadismo que Europa cree vencido pero que, según Martín, solo se ha se ha «aplazado y desplazado» hacia el Sahel. «No somos conscientes del riesgo que corremos. Hay amplias zonas de desierto donde los estados africanos no tienen el control y están en manos de grupos más extremistas incluso que el Estado Islámico, con tentáculos en todo este negocio del contrabando», advierte.
El futuro —sobre todo las proyecciones demográficas del continente— no parece que vaya a contribuir a frenar las migraciones, por mucho que Europa se empeñe en «construir un muro no físico, pero sí político a los migrantes«, añade.
«Parte de la solución a este drama humano pasaría por fomentar una economía circular», concluye Vilanova. «Darles oportunidades económicas a estas personas y la libertad de poder venir y trabajar en Europa, ganar algo de dinero que puedan reinvertir en sus países de origen para contribuir a su desarrollo», opina el fotógrafo. Martín coincide: «La política de muros ya ha fracasado antes y seguirá fracasando. Tenemos que ver la migración no como amenaza, sino como oportunidad. Tenemos que integrarla, permitirles a los migrantes desarrollar capacidades educativas y económicas aquí para poder volver a sus países con herramientas. Si ellos pudieran elegir querrían vivir en su casa, como quiere todo el mundo», zanja.
Pero entre tanto, si es que eso ocurre algún día, los trabajos de ambos informadores intentan hacernos comprender el por qué de esos rostros abatidos que a veces nos muestran los telediarios. «Una fotografía nunca refleja el horror de una tragedia, pero sin ellas no tendríamos la prueba documental para nuestra memoria histórica», afirma Vilanova en su libro. Será difícil recordar a quienes nunca supimos que se hundían en el mar o morían de sed en el desierto, allí donde comienza la fortaleza Europa, la tumba sin nombre para los vencidos que describe Martín.