La estrepitosa caída del presidente Hosni Mubarak comenzó ocho meses antes en una calle de Alejandría. El 6 de junio de 2010, los hombres que bebían té en las terrazas de la calle Midhat Seif El Yazal Khalifa, y algunos curiosos convocados por los gritos de dolor, vieron caer sobre el pavimento el cuerpo inerte […]
La estrepitosa caída del presidente Hosni Mubarak comenzó ocho meses antes en una calle de Alejandría. El 6 de junio de 2010, los hombres que bebían té en las terrazas de la calle Midhat Seif El Yazal Khalifa, y algunos curiosos convocados por los gritos de dolor, vieron caer sobre el pavimento el cuerpo inerte de Khaled Said.
«Yo quiero que todo el mundo sepa que la Revolución de la Plaza Tahrir comenzó aquí, en esta calle, al día siguiente de que mataran a mi hermano. Aquí hicimos las primeras marchas de protesta contra el gobierno de Mubarak y contra su policía secreta asesina», dice Zahara, la hermana mayor de Khaled, que en árabe quiere decir «eterno».
Khaled conspiraba en el ciberespacio. Desde Internet, cazaba informaciones proscriptas de los medios y las publicaba en la red. No conocía el lenguaje del panfleto ni sabía el significado de un mitin. Khaled cantaba rap con sus amigos y hablaba el idioma de YouTube, Facebook, Twitter. El mismo idioma que hablan millones de jóvenes egipcios estimulados por ese enorme campo democrático que resulta ser el ciberespacio para una generación aprisionada entre dos estilos de vida: el de la tiranía en que crecieron y el de las aspiraciones libertarias que les han entrado por las pantallas de sus computadoras.
Khaled sabía lo que le esperaba por denunciar la corrupción y reivindicar el respeto a los derechos humanos en el Egipto de Mubarak. Lo anunció años antes en «Criminal’s rap», uno de los temas que compuso. «Moriré como mártir. No temas, mamá, porque no soy el único.» Su última denuncia se transformó en una vendetta personal de la policía. Eso es lo que piensa Ahmed, el mayor de los Said. «Khaled publicó en YouTube un video que logró piratear del teléfono celular de un policía, en el que se ve a otros policías dentro de una comisaría repartiéndose la droga incautada a unos traficantes. Dos semanas les tomó identificar que era mi hermano quien lo había puesto en la red.»
Dos agentes de policía llegaron al cibercafé, a pocos metros de la casa de Khaled. Hicieron que el encargado del negocio lo llamara con la excusa de que necesitaban su experiencia informática. «Primero le golpearon la cabeza contra este filo», narra Mohamed, su mejor amigo, apuntando a la barra del café. «Le destrozaron lo que le quedaba de cabeza contra esta puerta de hierro», sigue Mohamed, mostrando varias veces el gesto de los policías. «Después le rompieron la mandíbula estrellándolo contra este escalón de mármol. Cuando Khaled les prometió, entre gritos y llantos, que iba a quitar el video de YouTube, ellos simplemente le respondieron que tenían orden de matarlo.»
Mohamed cuenta también que nadie se atrevió a levantar a Khaled después de que los agentes tiraran su cuerpo desfigurado a la calle. «Es que en ese tiempo todos teníamos mucho miedo en Egipto», dice, como si la época del terror perteneciera a un pasado remoto y no a un período que empezó a sepultarse hace dos meses.
La autopsia determinó, muy rápidamente, que Khaled había muerto asfixiado al tragarse una bolsa de marihuana para esconderla de los policías encargados de arrestarlo. «Dijeron que Khaled Said era un drogadicto», dice llena de cólera su hermana Zahara. «Pero era evidente la mentira y la patraña de las autoridades, por eso la gente respondió que si era así, entonces todos somos Khaled Said», concluye.
Cerca de 500 mil personas se aglutinaron casi de forma inmediata en una página creada con este nombre en Facebook. Allí se apiló una extensa información acompañada de imágenes tétricas sobre la muerte del joven alejandrino. «Antes de Khaled, la policía de Estado asesinaba. Y después de Khaled siguió haciéndolo. Lo que pasó es que nos atrevimos a denunciarlo y la gente pudo decir basta, esto es demasiado», explica Ahmed.
En los meses previos a la caída del régimen, miles de internautas encontraron en la campaña Todos somos Khaled Said el parlante por el que exigían el levantamiento del estado de emergencia, vigente sin interrupción desde el asesinato del presidente Anuar el Sadat, en 1981. Y fueron agregando otros crueles testimonios de la brutalidad policial, mal endémico egipcio: ancianos quemados dentro de las comisarías, niños muertos por tortura, hombres y mujeres -entre ellas una con burka- violados por agentes de la policía secreta. Un rosario de crímenes que hizo saltar la protesta de los monitores a la calle y de la calle a la plaza Tahrir de El Cairo.
«Muchos jóvenes se sintieron identificados con Khaled. Por eso su muerte y la página creada en su honor en Facebook fueron fundamentales en convocar la manifestación del 25 de enero con la que arrancó la Revolución Democrática», explicó Tarek El Khouly, líder en El Cairo del Movimiento 6 de Abril, fruto de las huelgas que paralizaron el país en el 2008 y uno de los propulsores de la revuelta egipcia de febrero pasado.
Fue justo durante los 18 días del levantamiento popular que se rompió el misterio sobre el inventor de la página Todos somos Khaled Said. Tras pasar doce días con los ojos vendados en una celda secreta de las fuerzas de seguridad del Estado, Wael Ghoneim, responsable de marketing de Google para Medio Oriente y Africa del Norte, reveló ser su creador ante los millones de opositores de la Plaza Tahrir.
La calle donde murió Khaled ya no se llama Midhat Seif El Yazal Khalifa. Ahora tiene una nueva placa con el nombre Khaled Said. Y Hosni Mubarak ya no es más el presidente de Egipto. Ahora Occidente lo llama tirano. Muchos nombres y muchas cosas han cambiado en Egipto desde el 14 de febrero, cuando los egipcios vieron caer por lo menos treinta años de corrupción y autoritarismo encarnados en un hombre al mando del país. Ese día, diez minutos después de que se conociera la noticia, los alejandrinos bajaron a las calles embriagados de felicidad. Cuentan que se abrazaban, lloraban y bailaban: lo habían derrocado. De manera espontánea se formó una inmensa caravana que arrancó camino a la casa de Khaled.
«Llegaban a pie, en autos repletos y con mucha gente encima. Era una fila sin fin», narra emocionada Lila, madre de Khaled. Abajo, la multitud le pedía a coro que saliera para besarla, para abrazarla, para decirle que el triunfo era de ella. Entonces Lila se despojó del traje negro que lleva desde el día en que mataron a su hijo y bajó a la calle vestida de blanco.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-166377-2011-04-16.html