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La anti-Ilustración para el siglo XXI (Partes II y III)

Fuentes: Rebelión

La dictadura de los millonarios

En las publicaciones de diversas redes sociales se suelen leer bellezas destacadas en formato pasacalle como “No hay que enseñarle a los pobres a tener envidia de los ricos. Hay que enseñarles a generar riqueza”. Este ejemplo lo he copiado de una señora de Facebook, quien tiempo atrás ofrecía a su esposo para realizar cualquier tipo de trabajo. No agregó “a cualquier precio” porque hubiese sido demasiada humillación.

Es un cliché y un fetiche popular apuntar a las altas torres de cristal como prueba del mérito de los ricos y de cuánto benefician a las sociedades. No importa si muchas de esas obras son hechas con intervención de los gobiernos y con dinero de los ciudadanos que no recibirán nada a cambio más que esos espejitos nuevos y los viejos espejismos de un futuro próspero. Aun cuando toda la inversión (que aman llamar riesgo) haya procedido de sus arcas de Alí Babá, ninguno de ellos movió nunca un dedo para construir nada. Quienes construyeron, los esclavos asalariados sobrevivientes de los frecuentes y mortales accidentes recibieron una ínfima parte para no morirse de hambre y seguir trabajando con ahínco, estimulados por la necesidad; nunca por la avaricia de hacerse ricos para producir tanta generosa riqueza.

Como los ricos no levantaron un ladrillo ni calcularon las estructuras, deben justificarse sobreestimando su capacidad intelectual y el riesgo que toman ofreciendo sus capitales para beneficio del pueblo. Lo mismo en la industria de alta tecnología. Si fuesen tan geniales y creativos habrían inventado algo o estarían en los equipos científicos, tecnológicos o de investigación social. No, ni eso. Están en los lobbies y sindicatos de millonarios, que son cuevas de Ali Baba, siempre ideando nuevas formas para robarle al resto de la población su esfuerzo y creatividad. Es lo único que saben hacer bien los miembros de la mayor y más brutal dictadura que ha conocido la historia, promotores de guerras, de dogmas internacionales y de odio entre los de abajo: blancos contra negros, gays contra heterosexuales, creyentes contra no creyentes, panaderos contra verduleros, votantes del Partido X contra votantes del Partido Y…

Mientras nosotros estamos tratando de entender el mundo aquí, ellos están conspirando para consolidar su poder de robo sobre el resto de la Humanidad. Robo de capitales y robo de conciencias.

En los 12.000 años de historia de la civilización, ningún hombre rico fue modelo moral ni pasó a la historia como un aporte a la Humanidad. En ningún caso ninguno nunca inventó nada, excepto negocios que les permitieron parasitar la creación, los inventos y la producción ajena. Pero en la anormalidad histórica de nuestro tiempo son héroes, creadores y recreadores de la Humanidad, como Prometeo o Quetzalcóatl. ¿Por qué? Porque tienen el poder de los medios. Porque tienen el dinero suficiente para comprar cuerpos y almas.

Si las personas tienen diferentes intereses y habilidades, ¿por qué, para el poder, solo cuentan aquellos fanáticos por el dinero? Porque el sistema está diseñado y organizado para que una fracción mínima de la humanidad motivada por una única obsesión patológica dicte sobre los demás: es la dictadura de los millonarios.

Pongamos un ejemplo mínimo. En nombre de la “libertad de expresión” todos los días Elon Musk sermonea al mundo desde su nueva casa (Twitter/X). Desde allí, tiene asegurado millones de lecturas de cada tontería que se le ocurre. No está allí por la superioridad de sus argumentos sino de sus dólares. ¿Me equivoco? Lo mismo da inundar la campaña electoral de Donald Trump con 45 millones de dólares mensuales (luego dijo que era mentira, ya que no era para Trump sino para su campaña, a través de la corrupción legalizada de los SuperPACs), o promover su odio contra su propia hija trans y culpar a la “cultura woke” como celebrar los golpes de Estado en el Sur Global justificados por sus recursos naturales (Bolivia, 2019, Venezuela 2024) o intentar desestabilizar el gobierno de Lula en Brasil o promover la candidatura de la oposición venezolana en cada elección. Para estos charlatanes con dinero, Dios siempre castiga a los malos. A ellos los castigan los pobres, los ideologizados por algún hijo gay o por no ser adulados de rodillas, como los dioses celosos que son. Celosos de sus propios egos y furiosos por todo aquello que no puede comprar el dinero, como los argumentos y la dignidad ajena.

Como toda dictadura global y dominante, la dictadura de los millonarios es abstracta, casi invisible como un reflejo lejano en un espejo, y se ejerce a través del miedo, de la fe y de la moral del esclavo. El esclavo feliz es capaz de defender a su amo y odiar a sus hermanos y vecinos para considerarse un buen esclavo y, a veces, en un candidato eterno a la esclavitud privilegiada de algún puesto gerencial o del éxito de un pequeño negocio que luego confundirá con Apple o Amazon y se incluirá en el gremio de los Bezos y los Musk, siempre culpando a los impuestos y a los trabajadores fracasados por los límites impuestos a su natural genialidad y a su bondad social derivada del dogma sobre el valor del egoísmo como motor del progreso, ese dogma perverso atribuido a Adam Smith como agregado de último momento a los Diez mandamientos de Moisés.

Comparar nuestro tiempo con los tiempos de la esclavitud no es, para nada, una exageración. Antes que la fiebre anglosajona inventase la esclavitud hereditaria y basada en una raza, por miles de años los esclavos fueron los sirvientes que trabajaban a cambio de su subsistencia. Con frecuencia, eran esclavos debidos a las deudas, desde los antiguos hasta los esclavos blancos llamados indenture en América. ¿Cuál es la diferencia de aquellos esclavos con la realidad actual? La mayoría de los trabajadores también trabaja por la subsistencia, sólo que no se les paga con casa, comida y vestimenta sino con algo más abstracto llamado dinero. De hecho la abolición de la esclavitud de grilletes en América tenía ese incentivo: a partir de entonces los esclavos tenían que trabajar por salarios de miseria (muchas veces por la propina), lo cual le resultó por lejos más económicos a los nuevos entrepreneurs. La única innovación introducida por el fanatismo anglosajón contó en comercializar la existencia convirtiendo a hombres y mujeres de piel oscura en esclavitud de grilletes y a perpetuidad, algo que se heredaba por genética. Eso, en gran medida, terminó en el siglo XIX, porque fue reemplazado por la esclavitud antigua: esclavos por nacer pobres; criados, sirvientes, mantenidos, ocupantes. Esclavos por deudas…

Desde el siglo XX hasta hoy, quienes promueven algún tipo de resistencia a este orden no en nombre de la libertad de los esclavistas sino de la liberación de los oprimidos, son tan cuestionados como los abolicionistas en el siglo XIX. Hay que mirar la historia porque la historia se repite siempre como la misma obra de teatro en diferentes escenarios y diferentes personajes.

Salidas a la dictadura de los millonarios

La esclavitud de grilletes fue el primer “gran negocio” de América en general y de Estados Unidos en particular. Es decir, fue la impronta, el ADN histórico que permea a todo nuevo desarrollo civilizatorio cuando se genera desde una célula madre ―algo que desarrollamos hace más de una década y no tendremos espacio aquí para volver sobre lo mismo.

Esta realidad, la esclavitud de grilletes, no sólo consolidó una estructura económica, social, religiosa, ideológica, mediática, política y hasta electoral que persiste hasta hoy en día, sino que, como explicamos en La frontera salvaje, es la responsable de la expansión de las Trece Colonias sobre las Naciones Originarias y sobre más de la mitad de México, hasta convertirse más tarde en un imperio global.

Las corporaciones europeas de accionistas que saquearon Oriente y Medio Oriente a partir del siglo XVII se convirtieron en las corporaciones esclavistas en América y éstas, de nuevo, en las modernas corporaciones de accionistas luego de la Guerra Civil. Las corporaciones privadas (los piratas, privateers) que saqueaban las colonias para beneficio de los accionistas en Londres, París y Ámsterdam, invirtieron en el tráfico de esclavos y en el gran negocio de las plantaciones. A partir de 1865, los mismos bancos esclavistas continuaron dominando las finanzas del Mundo Libre. Así como “la raza libre” (“the land of the free”) se refería a los blancos esclavistas y luego al “mundo libre”, los más poderosos millonarios estaban en el Sur esclavista, no en el Norte industrializado y proletario.

Ese modelo se sobrepuso a la derrota en la Guerra Civil con un rotundo éxito. Hoy los diez hombres más ricos (el patriarcado es otro capítulo) acumulan dos billones de dólares (lo mismo que un Brasil). Las diez compañías más poderosas acumulan veinte billones (una China o un Estados Unidos), mientras que las primeras diez corporaciones financieras suman 50 billones (China y Estados Unidos juntos). Éstas crean la divisa global, la administran y dominan la red financiera mundial, casi todas de Estados Unidos y Gran Bretaña. ¿Alguien piensa que este poder astronómico no se ocupa de política, de los medios de comunicación, de las formas de pensar y de sentir del resto del mundo?

Ahora, ¿cómo se soluciona esto? La historia nos recuerda algunas soluciones. En la antigüedad, se aceptaba el magnicidio como un recurso legítimo. Más tarde, en la Revolución Francesa, se cortaba la cabeza de los reyes y de los poderosos que habían abusado de su poder. En la Cuba de 1959, se recurrió a los juicios sumarios contra los responsables de torturas y asesinatos del régimen de Batista y de las mafias de los casinos que luego escaparon a Miami. En la actual y próspera China (según su gobierno) a los funcionarios corruptos se los condena a la pena máxima. En Estados Unidos (según estudios académicos), la pena de muerte suele reservarse para negros pobres que matan mujeres blancas no tan pobres.

Como nosotros somos civilizados, no vamos a proponer semejantes extremos. Podemos tolerar que, con nuestro dinero, masacren decenas de miles de niños de un pueblo no elegido como en Palestina, pero no la barbarie de cortarle la cabeza al CEO de BlackRock o Lockheed Martin. Además, sería un acto irrelevante. La abstracción del poder financiero es de tal extremo que no existe esa cabeza para cortar.

Hay dos posibilidades. Una, es no hacer nada y esperar a que el orden cleptocrático colapse bajo errores tecnológicos y burocráticos propios, o bajo una masiva revuelta social, acelerada por otras crisis, como la del cambio climático. Otra opción más moderada sería comenzar a poner límites a este robo universal. Una forma es estableciendo topes. Por ejemplo, mil millones, diez mil millones de dólares como propiedad máxima.

Bastante moderado ¿no? Aun así, sobreviviría el poder abusivo de los capitales en la política, por lo cual sería irrenunciable reformar todos los sistemas electorales demandado (1) transparencia, (2) prohibiendo los lobbies privados en los gobiernos y (3) estableciendo límites estrictos en las donaciones o (4) eliminándolas.

Otra medida, pero a más largo plazo y más difícil de implementar consiste en (5) revertir la comercialización de la existencia. Reemplazar el paradigma del “Crecimiento Infinito (a través del consumismo) para salvarnos de la Crisis perpetua”. No estoy proponiendo ninguna utopía sino una mirada a la historia antes de esta anormalidad: muchas sociedades, desde las americanas nativas hasta las africanas y asiáticas (no todas, obviamente) fueron capaces de existir, a pesar de su bajo desarrollo tecnológico debido a su momento histórico, de forma más racional, social, pacífica y sustentable.

Otra posibilidad, aún mucho más moderada y mediocre, sería (6) subir los impuestos. Sí, el tabú de los impuestos. Si les parece muy comunista, digamos que se trata de volver a los sistemas impositivos que existían en Estados Unidos. En 1920, los más ricos pagaban hasta un 73 por ciento de sus ingresos, lo que los “años locos” y del “pánico rojo” llevaron a reducir esa cuota al 25 por ciento, lo que terminó en la Gran Depresión. Para 1960 la tasa de impuestos a los millonarios (aquellos que hacían más de dos millones de dólares por año al valor de hoy) había subido otra vez hasta el 91 por ciento. La reacción neoconservadora (paradójicamente, neoliberal) logró deprimir ese porcentaje a un 37 por ciento. En 2020 el New York Times demostró que el multimillonario Donald Trump había pagado 750 dólares en impuestos federales en 2016 y 2017 (varias veces menos de lo que un modesto profesor como yo pagó esos años) y cero (0) dólar en los años anteriores. Elon Musk pagó 68.000 y 65.000 dólares (0,00000027 por ciento de su fortuna) en esos mismos años, pero dejó de pagar en 2018.

¿Cómo hacen los millonarios para evadir impuestos y aprovecharse de todos los servicios públicos de un país para hacer sus super negocios? Existe una lista larga de maniobras. Algunas son conocidas, como las donaciones (a veces hechas a su nombre, pero recogidas de los trabajadores-consumidores) que descuentan en sus declaraciones de impuestos. Otras, más efectivas y sistemáticas, proceden de sus multimillonarias ganancias de dividendos por sus acciones en diferentes compañías, sobre las cuales sólo pagan impuesto si las venden.

En la mayoría de los casos, las compañías invierten dinero ajeno para beneficio propio, como el dinero de las jubilaciones (públicas y privadas) en el negocio de la guerra (Lockheed Martin, Boing, etc.). Sólo recordemos que el monto y el origen de las inversiones de estos fondos de retiro, como de otros inversores, no es de conocimiento público. Como las donaciones millonarias a los políticos, según la Suprema Corte de Estados Unidos, es secreta porque es parte de la “libertad de expresión”.

Estos son los verdaderos capitalistas, no sus creyentes asalariados. No lo digo como un juicio, ya que cada uno juega el perverso juego como mejor puede, algunos a pequeña escala para sobrevivir y otros a la escala de los amos del mundo.

Comenzar a tomar conciencia de la realidad es un buen comienzo.