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La construcción del caos

Fuentes: La Jornada

Dice Noam Chomsky que «todo lo que ocurre en Estados Unidos tiene un impacto enorme en el resto del mundo. Y a la inversa. Acontecimientos internacionales constriñen lo que puede hacer incluso el Estado más poderoso»; pero también influyen sobre la fracción estadunidense de la «segunda superpotencia», según la denominación acuñada por The New York […]

Dice Noam Chomsky que «todo lo que ocurre en Estados Unidos tiene un impacto enorme en el resto del mundo. Y a la inversa. Acontecimientos internacionales constriñen lo que puede hacer incluso el Estado más poderoso»; pero también influyen sobre la fracción estadunidense de la «segunda superpotencia», según la denominación acuñada por The New York Times para describir a la opinión pública mundial tras las movilizaciones previas a la guerra colonial de Irak. «A medida que los pueblos se hacen más civilizados -agrega Chomsky-, los sistemas de poder extreman sus esfuerzos por controlar a ‘la gran bestia’ (término usado por Alexander Hamilton para designar al pueblo).» De allí que influir, desinformar y/o neutralizar a la opinión pública, sea uno de los objetivos prioritarios de la administración de Bush.

Según el profesor de la Universidad de Texas, Sanford Levinson, la actual «soberanía imperial», según la cual el presidente George W. Bush puede hacer cualquier cosa en «tiempo de guerra», podría formularse como que «no existe ninguna norma que pueda aplicarse al caos»; cita atribuida al principal filósofo del derecho en el periodo nazi, Carl Schmitt, considerado por Levinson «la verdadera eminencia gris» de la Casa Blanca. Según él, la teoría sobre la autoridad de Bush es «muy cercana» al poder que Schmitt estaba dispuesto a extender a su führer. Como Hitler, Bush «justificó» la invasión colonial a Irak como un acto de «autodefensa preventiva». Inclusive, el Departamento de Justicia argumentó que el presidente de Estados Unidos podía autorizar el uso de la tortura en Guantánamo y Abu Ghraib, lo que de acuerdo con el decano de la facultad Derecho de Yale, Harold Koh, «es como decir que (Bush) tiene el poder constitucional de cometer genocidio».

La «doctrina imperial» y la propaganda para manipular y controlar a «la gran bestia» son las dos caras de una misma moneda con reminiscencia nazi. Muchas veces, para que la «autoridad» de Bush pueda ser puesta en práctica urbi et orbi, es necesario, antes, que la propaganda, disfrazada de «noticia objetiva», haga su trabajo. Así, mediante filtraciones y campañas diversionistas en los medios masivos, se construyen los escenarios de caos. Pero para difundir y promover los intereses políticos de Washington como «información» objetiva, se necesita contar con «periodistas» contratados, una variable de los «periodistas incrustados» que cubrieron la guerra de Irak. La agencia de investigaciones del Congreso, la GAO (Government Accountability Office), investiga seis casos de periodistas que siguieron un guión prefabricado y donde el mensaje, la imagen y la coreografía estaban «disfrazados» y controlados por sus patrocinadores en la administración Bush.

México ha sido un objetivo intermitente de las tácticas de «distracción», con fines de desestabilización, de la maquinaria de Washington. Pero desde la llegada de Porter Goss a la CIA, en agosto pasado, la frecuencia de la «información» dirigida a sembrar confusión y anarquía en México aumentó de manera considerable. Para ello se contó con el auxilio de expertos en trucos sucios y propagandistas locales. A finales de agosto precisamente se construyó la «noticia» de que el grupo islámico Al Qaeda tenía un plan para utilizar a México como «trampolín» para el paso de materiales químicos, biológicos o nucleares a Estados Unidos, en alianza con polleros hispanos y las Maras Salvatruchas. Convertidas en el enemigo público número uno de Estados Unidos, luego, una falsa alerta sobre un «ataque» de las maras provocó histeria colectiva en Chiapas; también se dijo que asolaban siete delegaciones del Distrito Federal y actuaban como sicarios del cártel de Tijuana de los hermanos Arellano Félix.

Después, en el paradigmático «caso Tláhuac», periodistas con acceso a fuentes de inteligencia atribuyeron el linchamiento de tres espías de la Policía Federal Preventiva -dos de los cuales murieron- a una singular «banda subversiva» que involucraba al Ejército Popular Revolucionario (EPR) y sus supuestos métodos senderistas, con la familia Cerezo-Contreras, el cártel de Tijuana, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la Mara Salvatrucha, Al Qaeda, el Frente Popular Francisco Villa y el Grupo Bejarano -estos dos últimos ligados al Partido de la Revolución Democrática-, y elementos «radicales» del Consejo General de Huelga (CGH) de la UNAM. Todo ello con la «complicidad» del gobierno del Distrito Federal.

Luego vino el misterioso asesinato de Enrique Salinas de Gortari, la guerra del narco al gobierno federal, la militarización de La Palma y otros penales, el «Anuncio público sobre México» del Departamento de Estado y la misiva del embajador de Estados Unidos, Tony Garza, sobre el «vacío de poder» y la «inseguridad» en México; el destape del «caso Nahúm» sobre el presunto infiltrado del Chapo Guzmán en Los Pinos; los apocalípticos informes de la CIA y del Consejo Nacional de Inteligencia sobre el clima prelectoral de cara a 2006, y la supuesta posesión de varios misiles tierra-aire rusos SAM-7, que pertenecieron al Ejército Sandinista (inservibles por cierto), por el grupo paramilitar de Los Zetas, al servicio de los cárteles de la droga.

Elementos adecuados para construir un escenario de caos en México, que a la vez que permitirá controlar a la «gran bestia» mediante la acción propagandística encubierta, abona el camino para que se pueda ensayar la autodefensa preventiva en nombre de la «soberanía imperial». La próxima llegada a México de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, anticipa un 2005 entretenido.