El golpe blando de Cyril Ramaphosa para sustituir a Jacob Zuma en la presidencia de Sudáfrica el 14 de febrero, después de casi nueve años en el poder y una lucha humillante para evitar tener que dimitir, tiene implicaciones locales y geopolíticas contradictorias. El aplauso general de la sociedad por la caída de Zuma resuena […]
El golpe blando de Cyril Ramaphosa para sustituir a Jacob Zuma en la presidencia de Sudáfrica el 14 de febrero, después de casi nueve años en el poder y una lucha humillante para evitar tener que dimitir, tiene implicaciones locales y geopolíticas contradictorias. El aplauso general de la sociedad por la caída de Zuma resuena aún, pero surgen inmediatamente preocupaciones sobre las tendencias neoliberales y pro-empresariales del nuevo presidente, y sobre su pasado de corrupción financiera y guerra de clases contra los trabajadores. Todavía está abierto el caso de la matanza de Marikana en 2012, a pesar de su expiatorio discurso de 20 de febrero ante el parlamento. Ramaphosa apoyará leyes para limitar el derecho de huelga, y el nuevo presupuesto contiene recortes y aumentos de impuestos que perjudican a los más pobres.
A nivel internacional, la alianza emergente de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica en 2010 (cuando Beijing invitó a Pretoria a unirse) ha sido el principal legado de Zuma: los BRICS ofrecen un enorme potencial para desafiar la abusiva hegemonía occidental. La realidad, sin embargo, ha sido decepcionante, especialmente en el más desigual y problemático de los cinco países, Sudáfrica, en el que unos dirigentes formados en Moscú saben sin lugar a dudas como parecer de izquierdas y actuar de derechas.