La inseguridad en el país es un crítico problema y tendrá un peso destacado en las elecciones generales del 25 de febrero.
ABUJA – Tabitha Siman sobrevivió a un ataque criminal en su casa, pero dice que no le vale la pena vivir después de que una de sus hijas gemelas, su marido y su otra esposa fueron asesinados en aquel asalto en su aldea en Nigeria.
Siman vive en el sur del estado de Kaduna, en el sur de Nigeria, donde el impacto de los secuestros en la región saltó a los titulares nacionales e internacionales cuando unos bandidos atacaron un tren que se dirigía a Abuja, la capital del país, matando a ocho personas y secuestrando a 168.
Muchos meses después, y tras el pago de unos 13 millones de dólares en concepto de rescate, todos fueron liberados.
Pero ese famoso incidente ferroviario no es un hecho aislado. En el último año, Kaduna ha sufrido más de 1800 muertes a causa de la inseguridad, y casi todas las semanas se registran nuevos ataques criminales.
Siman recuerda que su familia estaba en casa, en la localidad rural de Zango Kataf, en julio de 2021, cuando les alertaron de que un pueblo cercano había sido asaltado por un grupo criminal.
Su marido y un amigo corrieron a avisar a sus vecinos porque Agbak, el pueblo asediado, estaba muy cerca.
“Empezamos a oír disparos esporádicos. Grité con todas mis fuerzas y pedí a todo el mundo que se pusiera a salvo. Grité que los fulanis estaban atacando”, rememoró a IPS en su aldea.
El fulani es un pueblo nómada del Sahel, el mayor en su tipo de África, y que tiene en Nigeria su mayor asiento. Tradicionalmente sus integrantes han vivido de la agricultura y la ganadería, pero los impactos climáticos y los conflictos internos en los países de la región, han quitado a muchos de ellos de su forma de vida.
Siman, sus suegros y su otra hija gemela pudieron ponerse a salvo.
“Todas las demás personas que conocíamos no llegaron a tiempo. Aquí yacen en sus fosas comunes”, resumió.
La inseguridad, la insurgencia y el bandidaje son motivos de creciente preocupación y también de rabia social en este país de África occidental, representa el contexto fundamental con el que retorna a las urnas el 25 de febrero, en las que serán sus séptimas elecciones generales consecutivas desde que recuperó la democracia hace 23 años.
Los analistas afirman que el aumento de la inseguridad en el país podría influir en los resultados, ya que el aparato de seguridad nigeriano es incapaz de garantizar la seguridad para los habitantes del país africano más poblado, con más de 206 millones.
Al Chukwuma Okoli, articulista de la publicación internacional The Conversation, enumera la seguridad como uno de los cinco principales retos a los que se enfrenta el próximo presidente. Otras preocupaciones son la cohesión nacional, la economía, el sistema universitario y la lucha contra la corrupción.
«Nigeria está más dividida y polarizada que nunca. Las divisiones y fallas del etnocentrismo, el sectarismo, el sectorialismo, el parroquialismo y el extremismo religioso están llevando al país al borde del abismo», afirma Okoli.
Por ese cúmulo de elementos, describe el estado de la seguridad nacional como «apocalíptico».
«El retroceso de la insurgencia de Boko Haram en el noreste está siendo sustituido por un nexo de bandidaje y terrorismo en el noroeste. El centro-norte sigue lidiando con la mortífera crisis entre granjeros y pastores”.
“Por su parte, el sureste está inmerso en la violencia separatista y el oportunismo criminal asociado. En el suroeste se registra un repunte del bandolerismo ritual y de bandas, mientras que el sur sigue aquejado por la militancia, la piratería y el robo de petróleo», añadió.
La inseguridad de Nigeria tiene muchos antecedentes, y muchos de los ataques, como el que afectó a Siman, se atribuyen a los pastores fulani, que se habrían vuelto violentos, según afirman autoridades, por un forzado desplazamiento de sus rutas tradicionales debido la crisis climática.
Ello les ha llevado a crear otras rutas en su vida errante, en que entran en conflicto con comunidades agrícolas asentadas.
Sea como sea, los fulani son solo uno de los diversos instigadores de la violencia en el sur de Nigeria y en el resto del país.
Según la organización internacional Crisis Group, la inseguridad ha aumentado en medio de un auge de la delincuencia organizada, que incluye el robo de ganado, los secuestros para obtener rescates y las incursiones en las aldeas.
También los grupos yihadistas están interviniendo para aprovecharse de la crisis de seguridad, asegura, aunque la actividad de Boko Haram haya disminuido.
John Campbell, del Consejo para las Relaciones Internacionales, señala que Kaduna es cada vez más el epicentro de la violencia en Nigeria, con conflictos por el agua y el uso de la tierra que se intensifican en las zonas rurales.
En la capital, llamada también Kaduna, se ha producido una prolongada violencia política, étnica y religiosa que se remonta, en algunos casos, a la época colonial, cuando Frederick Lugard, el primer gobernador general de la Nigeria amalgamada, construyó la ciudad y animó a los musulmanes a habitar el norte y a los cristianos el sur.
El gobierno debe poner en marcha un plan de seguridad sólido y exhaustivo para hacer frente a los riesgos que amenazan la celebración sin contratiempos de las elecciones, escriben los analistas y académicos Freedom Onuoha y Oluwole Ojewale, también en The Conversation.
Las fuerzas de seguridad deben planificar operaciones que incluyan, por ejemplo, incursiones terrestres y aéreas contra los grupos armados en sus bastiones. También son necesarias operaciones de información y psicológicas para hacer frente a la propaganda y la desinformación de los grupos armados.
Crisis Group afirma que es necesario un enfoque múltiple para atender las múltiples detrás de la violencia en el país.
Las autoridades federales de Nigeria, aduce la organización que estudia las crisis mundiales, y los gobiernos de los estados del noroeste deben colaborar más estrechamente, no sólo para sanar las antiguas divisiones entre las comunidades y frenar la violencia, sino también para abordar las causas estructurales de la inseguridad en la región. Los socios internacionales también deberían aportar su apoyo y experiencia.
Otro superviviente de un ataque colectivo, el escolar Jonathan Madaki, recuerda vívidamente lo que ocurrió la mañana del 11 de marzo de 2019, en un ataque del que también se culpó a los fulani y que dejó 73 muertos en la comunidad de Dogonoma, en el municipio de Kajuru.
Un lunes por la mañana, oyeron el sonido de disparos de un grupo que identificaron como fulani. Su madre le dijo que corriera; ella fue en una dirección, y él y su hermana en otra.
“Me alcanzó una bala en la mano y caí al suelo; a pesar del dolor, le pedí a mi hermana (también herida) que no gritara, y ella no gritó. Permanecimos allí durante horas”, dijo Madaki.
Finalmente, los hermanos caminaron hasta otro pueblo y fueron hospitalizados; una vez dados de alta, un buen samaritano lo matriculó en la escuela.
Para los habitantes del sur de Kaduna, predominantemente agricultores, mantenerse es ya de por sí difícil. A menudo, los agricultores no pueden recoger las cosechas porque casi todos los pueblos se han convertido en un enclave de los ataques.
Aldeanos como Bala Musa también han perdido la esperanza de que el gobierno restablezca la paz en las comunidades rurales como la suya.
Musa, herrero y agricultor, afirma que a menudo se encuentran en el centro del conflicto, en el punto de mira de los atacantes y acusados por la policía y los soldados de colaborar con los bandidos. Musa afirma que la policía le disparó porque estaba convencida de que los lugareños ocultaban armas y escondían a fulanis.
Todos los candidatos a la presidencia para las elecciones de febrero han prometido hacer frente a la inseguridad, pero según los artículos publicados, sus promesas carecen de detalles sobre estrategias en profundidad.
Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.
T: MF / ED: EG