La polémica está servida. Un general ha hablado de lo que sabe -hacer la guerra- sin miramientos ni frases estudiadas, en un lenguaje habitual en la milicia. Los que poco o nada saben de la guerra pero a menudo la desean y se sirven políticamente de ella, con tal de que otros la hagan, se […]
La polémica está servida. Un general ha hablado de lo que sabe -hacer la guerra- sin miramientos ni frases estudiadas, en un lenguaje habitual en la milicia. Los que poco o nada saben de la guerra pero a menudo la desean y se sirven políticamente de ella, con tal de que otros la hagan, se han rasgado las vestiduras. ¿Qué sabían de la guerra los tres destacados políticos que en su reunión de las Azores decidieron desencadenarla en Iraq? ¿Qué suelen saber de la guerra, de su milenaria y sangrienta historia, esos ciudadanos que en tertulias y reuniones públicas hablan de ella como de un simple instrumento más al servicio de la política?
Consideremos la cuestión. El teniente general James Mattis, de la Infantería de Marina de EEUU, comentó hace una semana, en San Diego (California), algunas de sus experiencias en la invasión de Iraq, en un foro público patrocinado por instituciones próximas al Pentágono y algunas industrias de armamento. Digamos que Mattis es un jefe entregado a su profesión; soltero a sus 53 años, su vida es el Marine Corps. Es venerado por sus soldados, a los que sabe mandar con pericia, compartiendo sus incomodidades en campaña. Aunque le conocen con el apodo de «Perro Loco», se esforzó por conquistar las «mentes y los corazones» del pueblo iraquí invadido, recomendando a sus soldados la necesidad de relacionarse con la población local y limitando estrictamente el uso de la fuerza militar. Algunos fueron procesados por maltratar a los prisioneros, lo que le llevó a revisar las instrucciones relativas a ellos. No parece ser, pues, un «rambo militar» al estilo de aquel coronel de la Caballería Aérea que inmortalizó el filme Apocalypse Now.
En su intervención habló de las tácticas a utilizar contra ese enemigo que Bush ha establecido en su personal guerra antiterrorista universal: «Nuestra gran superioridad en ciertas formas de guerra ha hecho que el enemigo recurra a modos antiguos de combatir que nosotros no dominamos». Nada nuevo para los que conocen la larga historia de la guerra de guerrillas, aunque en EEUU nunca sobra insistir en ello, dada la general incultura histórica allí reinante. Criticó como «intelectualmente embarazoso» el que se estuviera pensando en inéditas guerras del futuro para modernizar las fuerzas armadas, sin tener en cuenta lo que está ocurriendo en Iraq. Puntualizó: «No hagan de menos al enemigo. Se lo toman en serio. Lo que dicen, lo hacen. No imaginen un enemigo futuro para adaptar los ejércitos a él. Nos están matando ahora. No hemos vencido su voluntad».
Los dos centenares de asistentes al acto no pertenecían evidentemente a los sectores progresistas del pensamiento estadounidense y aplaudieron al general cuando se expresó así: «En realidad, es muy divertido combatir. Es endiabladamente entretenido. Es divertido disparar contra algunas personas. Les voy a ser sincero: me gustan las peleas». Añadió: «Si ustedes van a Afganistán, encuentran tipos que durante cinco años pegaron a las mujeres por no llevar un velo. Tipos como ésos no tienen ya nada de hombres. Es muy divertido dispararles». En el campamento de los «marines» en Al Asad, cuando la CNN retransmitió los comentarios del general, se escuchó una oleada de júbilo y se empezaron a recordar sus anécdotas.
No les faltarían temas de conversación. Mattis dirigió una penetración de varios cientos de kilómetros en Afganistán, poco después del 11S, para apoyar a los fuerzas que luchaban contra los talibanes, y ocupó el aeropuerto de Kandahar, para cerrar la huida de los combatientes de Al Qaeda. En la invasión de Iraq en el 2003, al mando de la 1ª División de Infantería de Marina, efectuó el avance más rápido y profundo de toda la historia de ese cuerpo. Es lo que se esperaba de él: combatir y hacerlo con éxito. Para eso fue instruido y entrenado: en él no se malgastaron los recursos del Estado.
Ante las protestas que han suscitado sus palabras, la reacción de los mandos militares ha sido, como era de esperar, pública pero temperada. El comandante del Cuerpo de Infantería de Marina dijo: «Mattis habla a menudo con sinceridad. Le he aconsejado que se controle y está de acuerdo en que debió haber escogido mejor sus palabras». Pero añadió: «Aunque comprendo que algunas personas pueden sentirse irritadas por sus comentarios, también sé que intentaba reflejar las crudas y funestas realidades de la guerra».
Mientras usted lee este comentario, quizá en su misma casa o muy cerca de usted alguien encuentra también divertido disparar contra personas. En cualquier juego de ordenador, ése suele ser el argumento principal. La guerra ha penetrado tanto en la cultura de hoy que, cuando se sienten de cerca sus ásperas realidades, hechas de sangre, muerte y destrucción, vivas y no virtuales, se experimenta un horror que incita a buscar un chivo expiatorio. En este caso, la búsqueda está mal dirigida. El general se limitó a hacer lo que debe, lo que de él espera el Estado que utiliza sus servicios. Los que dirigen la política son quienes deberían conocer mejor los efectos de los instrumentos de los que se sirven.
Un prestigioso historiador militar británico (John Keegan) concluye así su A History of Warfare: «La política debe continuar; la guerra no puede hacerlo. La comunidad mundial necesita, más que nunca, guerreros hábiles y disciplinados, dispuestos a ponerse al servicio de la autoridad. Deben ser considerados protectores de la civilización, no sus enemigos». Sugiere con vigor la negación de la idea clausewitziana de que la política y la guerra forman un solo continuo. «Si no insistimos en negarlo, nuestro futuro podrá pertenecer a los hombres que tienen las manos ensangrentadas». Reflexionen sobre esto los que, con capacidad para decidir la suerte de los pueblos, siguen creyendo que la guerra es «la continuación de la política por otros medios, a saber, violentos», como dejó dicho el controvertido general y tratadista prusiano.
Alberto Piris General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)