Traducido por Caty R.
Erré largamente y he aquí
que regreso al horror desertado de tus llagas.
Y viniendo me diré a mí mismo:
Y sobre todo cuerpo mío y también alma,
no os crucéis de brazos en la actitud estéril de espectador,
pues la vida no es un espectáculo, porque un mar de dolores
no es un proscenio, porque un hombre que grita no es un
oso que baila…
(Césaire Cuaderno de retorno al país natal)
Césaire Aimé, poeta, dramaturgo, ensayista y político martiniqueño, falleció ayer por la mañana en un hospital de Fort de France, en la Martinica, a los 94 años. Si actualmente su maestría literaria parece indiscutible, no pasa lo mismo con sus ideas y sus actuaciones políticas. ¿Qué herencia deja al mundo el padre de la «negritud»?
«Podría ser un hombre judío, un hombre cafre, un hombre hindú de Calculta, un hombre de Harlem sin derecho a voto, el hombre hambre, el hombre insulto, el hombre tortura al que en cualquier momento se puede apalear, matarlo -literalmente- sin tener que rendir cuentas a nadie…», escribía Aimé Césaire en su libro de poemas más famoso, Cuaderno de retorno al país natal, en 1939, cuando sólo tenía veinte años. Al amanecer del pasado jueves 17 de abril, en Fort de France, el negro fundamental se ha apagado a los 94 años dejando tras de sí una importante obra, tanto por la fuerza de su inspiración poética como por su alcance político.
Quien no ha conocido la época de las colonias, ese tiempo en el que en África y las Antillas francesas los negros estaban considerados descaradamente como infrahombres limitados e irresponsables, difícilmente puede comprender la importancia y el apremio de los textos del escritor martiniqueño. Antirracista y anticolonialista declarado, empapó su pluma en las grandes luchas del siglo XX. La revista Tropiques que fundó en 1941 con René Ménil y su mujer, Suzanne, fue combatida y censurada por los representantes del régimen de Vichy en la Martinica. Su «Discurso sobre el colonialismo» (1950), que apareció mientras los pueblos colonizados sacudían su yugo por los cuatro puntos cardinales del imperio, hizo chirriar los dientes de las autoridades francesas.
Un mito despellejado
En su isla sus detractores criticaron la falta de conexión entre su compromiso literario y su vida política. ¿Se puede haber votado la ley de departamentalización en 1946 y ser un militante anticolonialista? ¿Se puede predicar la liberación del pueblo participando en el juego político establecido por Francia? ¿Se puede ser alcalde y diputado francés durante medio siglo y al mismo tiempo defender la idea de la autonomía para la Martinica? El ataque más violento llegó a finales de los años 80 por los componentes del movimiento literario «criollista» entre los que figuraba Raphael Confiant que publicó Aimé Césaire, une traversée paradoxale du siècle (Aimé Césaire una travesía paradójica por el siglo), en 1993. Más allá del balance político del hombre criticaban, sin cuestionar su maestría literaria, el concepto de negritud que había creado y promovido con sus amigos senegaleses y de Guyana Léopold Sédar Senghor y Léon Gontran Damas. A esa crítica Aimé Césaire respondió: «El criollismo está muy bien, pero no es más que un componente de la negritud».
Es natural que cada generación haga inventario de lo que le legó la anterior. Las Antillas de hoy no son las de la primera mitad del Siglo XX. El deseo de afirmar y asumir la pluralidad de las herencias que forman a los pueblos es legítimo. Sin embargo, la negritud está muy lejos de haber perdido su sentido. La herencia negra de los antillanos sigue siendo la más dolorosa, la más problemática, la que muchos querrían desvalorizar porque lleva el sello degradante de la trata y la esclavitud. La negritud que llama a superar esta vergüenza y asumirla no es un concepto caducado. La infravaloración de sí mismos que inculcaron la servidumbre y la colonización en los espíritus de los africanos y sus descendientes en las Américas no ha desaparecido totalmente. Y el racismo contra los negros persiste siempre.
Aimé Césaire deja en herencia una obra magistral de poeta, dramaturgo y ensayista, un ideal de autonomía para la Martinica que las generaciones futuras serán libres de abrazar o abandonar, y sobre todo una llamada a la dignidad negra y del hombre en general. Su perpetua amistad con el escritor y político senegalés Léopold Sédar Senghor también es un gran símbolo, un ejemplo que debería ayudar a africanos y antillanos a superar las incomprensiones y resentimientos nacidos de una historia dolorosa, a tenderse la mano y comprenderse en vez de ignorarse o despreciarse. «Mi negritud no es un regreso ni un monumento», escribía el poeta en su Cuaderno de retorno al país natal, «es un grito de rebelión contra cualquier forma de racismo y opresión, un salto doloroso y apasionado hacia la universalidad, un arma milagrosa».
Original en francés: http://www.afrik.com/article141
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.