La extrema derecha «moderna» es el movimiento liberal-libertario que hoy navega con pabellón republicano, con el Freedom Caucus -la agrupación de miembros republicanos ultraconservadores del Parlamento- a la cabeza y que basa su accionar en una deliberada estrategia de desinformar a las mayorías para imponer sus políticas plutocráticas. El impulsor de este movimiento es el […]
La extrema derecha «moderna» es el movimiento liberal-libertario que hoy navega con pabellón republicano, con el Freedom Caucus -la agrupación de miembros republicanos ultraconservadores del Parlamento- a la cabeza y que basa su accionar en una deliberada estrategia de desinformar a las mayorías para imponer sus políticas plutocráticas.
El impulsor de este movimiento es el multimillonario Charles Koch, quien adoptó la tesis de James McGill Buchanan -otro economista de la Universidad de Chicago y Premio Nobel- para desarmar el Estado progresista, con una estrategia operativa en defensa de la santidad de los derechos de la propiedad privada y para doblegar al modelo de gobierno: para que prospere el capitalismo, sostenía, hace falta ponerle cadenas a la democracia.
Nancy MacLean señala en en La democracia encadenada: Historia detallada del plan furtivo de la derecha radical para Norteamérica, que hay una serie de razones por las que Buchanan no trascendiera: los Koch no hacen publicidad de su trabajo y prefieren promocionar los manuales de Friedrich Hayek, Milton Friedman, y hasta Ayn Rand, cuando van reclutando gente. Su importancia para la derecha se internacionalizó cuando aconsejó al dictador chileno Augusto Pinochet sobre una constitución que protegiera al capital y pudiera sobrevivir al final de la dictadura. Y después.
Koch puso el dinero y Buchanan las ideas, de la estrategia operativa, una «tecnología» de pasos progresivos que se refuerzan mutuamente, que descubrió en el pensamiento de Buchanan. El equipo de Koch ideó una hoja de ruta para una transformación radical que pudiera llevarse a cabo por debajo del radar de detección de la gente, pero de modo legal: actuar en tantos frentes ostensiblemente separados a la vez que quienes sean ajenos a la causa no se den cuenta de la revolución que está en marcha hasta que sea demasiado tarde como para anularla.
Y logró que importantes sectores del gobierno, en Washington, cofinanciaran algunas de sus fundaciones, centros de estudio, ONG, think tanks a lo largo y ancho del mundo, pero en especial en Latinoamérica a través de la llamada Red Atlas, en el plan de desestabilizar a gobiernos progresistas e imponer una reestructuración económico-financiera a favor de las corporaciones y los multimillonarios.
Buchanan, moldeado en el Sur racista, estudió el funcionamiento del proceso político para descifrar qué es lo que era necesario para negar a la gente corriente – blancos y negros – la posibilidad de presentar exigencias al gobierno a expensas de los derechos de propiedad privada y los deseos de los capitalistas. Y luego identificó de qué modo reajustar ese proceso político, no sólo darle la vuelta a lo conseguido sino también impedir que el sistema volviera alguna vez atrás, dice la historiadora Nancy MacLean.
Vayamos anotando: leyes para destruir los sindicatos, suprimir el voto de quienes con mayor probabilidad vayan a apoyar un gobierno activo, utilizar la privatización para alterar las relaciones de poder y, para coronar todo esto, la «revolución constitucional» de Buchanan. Hoy, los operativos financiados por la red de donantes de Koch operan a través de centenares de organizaciones, inclusive en Latinoamérica, lo que da la impresión de que no se encuentran relacionados cuando en realidad trabajan juntos.
Entre quince de las organizaciones más importantes financiadas por Koch están: Americans for Prosperity, el Cato Institute, la Heritage Foundation, el American Legislative Exchange Council, el Mercatus Center, Americans for Tax Reform, Concerned Veterans of America, el Leadership Institute, Generation Opportunity, el Institute for Justice, el Independent Institute, el Club for Growth, el Donors Trust, Freedom Partners, Judicial Watch… A ellas hay que agregar las más de sesenta organizaciones de la State Policy Network (Red de Políticas de los Estados Unidos).
A partir de la idea de cómo constreñir la democracia con el fin de salvaguardar la riqueza y el poder de una minoría económica elitista, Buchanan ofrecía consejo estratégico a las grandes empresas acerca de cómo luchar contra la clase de reformas e imposición fiscal que llegaba con una democracia más inclusiva.
Queriendo mantener vivo el pensamiento secesionista por esta utilidad práctica, la derecha respaldada por multimillonarios conforta necesariamente a los supremacistas blancos. El Instituto Ludwig von Mises, que honra a uno de los filósofos austriacos favoritos de Koch, tiene su sede en Alabama y lo dirige Llewellyn Rockwell, Jr., promotor del pensamiento racista neoconfederado, pero al que se consideró adecuado para gestionar el Center for Libertarian Studies financiado por Koch, recuerda MacLean.
Supone por tanto un error imaginar que Koch y las causas de la llamada alt-right son algo completamente separado; hay una suerte de refuerzo mutuo si se entiende lo que Koch aprendió de Buchanan y de qué modo operaban.
Tyler Cowen, el economista que preside con Charles Koch el campamento base académico de la causa, señala que con la «reescritura del contrato social» en marcha, «se ha de esperar que la gente se las arregle por sí misma mucho más de lo que lo hace ahora». Mientras que alguna gente prosperará, reconoce, «otros se quedarán por el camino». Puesto que los «individuos de valía» lograrán abrirse camino y salir de la pobreza, «eso hará más fácil ignorar a los se quedan atrás».
«Recortaremos el Medicaid de los pobres», preveía Cowen, y señalaba que «el deficit fiscal saldrá de los salarios reales a medida que la carga de diversos costos se haga recaer sobre los trabajadores», más allá de los patronos y de un gobierno que hace menos cosas. Agregaba que la gente cuyas prestaciones del Estado se hayan visto reducidas o recortadas debería hacer las maletas y mudarse a estados de costos más bajos, con servicios públicos deficientes, como Texas.
Profetiza Cowen que habrá zonas de EEUU caracterizadas por sus bajos ingresos que reproducirán un entorno semejante a México o Brasil, donde no faltarán «favelas» , que satisfarán la necesidad de vivienda más barata a medida que crezca la «polarización salarial» y el Estado se reduzca.
Hoy, en la administración de Donald Trump, varios de los altos funcionarios, pertenecen a este entramado racista y ultraconservador, y tratan de exportar, financiar (también con fondos de los contribuyentes estadounidenses a través del Departamento de Estado, la NED y la USAID), e imponer el modelo en América Latina.
Los autores son codirectores del Observatorio en Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.