Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La última vez que encontramos a Michael Bérubé en este sitio fue en 2007, y estaba hasta el cuello en un basurero, donde lo había colocado en la compañía de otros promotores de la guerra contra Iraq de 2003: ¿Dónde, pregunté, están ahora esos guerreros de salón? ¿Había alguno de ellos reconsiderado sus ilusiones…
«… de que todo lo que se necesitaría era una rápida invasión y una nueva constitución para arreglar Iraq? ¿Ha pasado alguno de ellos, de Makiya a Hitchens a Berman y a Bérubé noches de insomnio preguntándose cuánta responsabilidad tienen por los numerosos muertos en Iraq, una nación saqueada, los soldados estadounidenses que murieron o fueron discapacitados en Iraq como resultado de su insistencia? A veces sueño con ellos… como personajes en un drama de Beckett, enterrados hasta sus cuellos en un basural al borde de Bagdad, recitándose mutuamente sus artículos mientras las mujeres del lugar dan vuelta los cadáveres para ver si alguno de ellos es el de su esposo o su hijo.»
Preguntaréis ¿quién es ese Bérubé? Bueno, para comenzar, es Profesor Familia Paterno de Literatura y director del Instituto de Artes y Humanidades en la Universidad Estatal de Pensilvania. El sitio en la web de la universidad nos informa que «reputadas plazas de profesor proveen apoyo para un área específica y son financiadas por donaciones de donantes individuales», lo que significa que Bérubé ha estado hace tiempo en la nómina de Joe Paterno – con el giro que han tomado las cosas, una condición irónica para alguien que ha pasado buena parte de su tiempo ladrando y mostrando sus fauces a «la izquierda» por innumerables fallas provenientes de la equivocación moral a la ceguera ante la realidad. Ahora, cuando el famoso entrenador de fútbol estadounidense Joe Paterno fue despedido por Penn State por proteger a uno de sus asistentes, Jerry Sandusky, sospechoso de violar a un niño de diez años, entre muchos otros presuntos ultrajes a jóvenes bajo la supervisión de Sandusky, tenemos que esperar la evaluación de Bérubé para saber cómo se siente al ser el gorrón de su ídolo caído. ¿Se mantiene todavía el título «Profesor Familia Paterno» en el membrete formal de Bérubé?
Con el pasar de los años Bérubé ha auspiciado una especialidad de nicho en sus invectivas contra lo que le gusta llamar «la izquierda», un poco a la manera de Todd Gitlin, quien -encaramado en la credencial de haber sido otrora presidente de SDS- escribió tantos loables artículos atacando a la misma izquierda en los años sesenta, emitiendo estentóreas advertencias contra cualesquiera lapsos semejantes en la juventud de épocas posteriores que finalmente le valieron ofrecer sus servicios al pensamiento decoroso del establishment en un puesto de profesor de periodismo y sociología en la Universidad Columbia.
Ahora Bérubé ha lanzado un ataque contra la «izquierda» por su conducta contra la OTAN durante las recientes convulsiones en Libia, durante las cuales el actual Consejo Nacional de la Transición (CNT) de Libia ha sido instalado bajo la supervisión de la misma OTAN. En este sitio, durante este fin de semana, David Gibbs encara de modo competente algunas de las principales bobadas en la crítica de Bérubé, pero ya que este último me inscribe en su galería de la vergüenza, pienso que se justifican algunos comentarios, comenzando por el hecho evidente de que Bérubé, ansioso de preservar sus credenciales como juicioso crítico progresista de los Excesos de la Izquierda, ha recurrido a invenciones generalizadas. El hecho más obvio sobre lo que pasa por ser la Izquierda en EE.UU. y Europa respecto a toda la saga libia fue que estuvo a solo unos pocos pasos de mostrar unanimidad en el apoyo a toda la empresa respaldada por la OTAN.
¿Qué voces consecuentes se alzaron en el cuestionamiento de las premisas y las aplicaciones de las dos resoluciones del Consejo de Seguridad? ¿De la base real para las informaciones provenientes de Libia que posibilitaron el acuerdo caso total en la prensa de que las resoluciones de la ONU justificaban la campaña de bombardeo de la OTAN: impedir el «genocidio» por Gadafi «contra su propio pueblo», de que las credenciales y la conducta de los rebeldes, posteriormente rebautizados como «revolucionarios» eran irreprochables? Aquí en CounterPunch, algunos de nuestros colaboradores como Vijay Prashad fueron, por lo menos al principio, entusiastas partidarios de los rebeldes de Bengasi. Otros, como yo o Patrick Coburn, enviado a Libia por el Independent británico, o Diana Johnstone en París o Jean Bricmont en Bruselas, o Tariq Ali (en varias partes) se mostraron críticos, plantearon preguntas sobre el estentóreo coro favorable a la OTAN. Esa tarea es usualmente vista como uno de los mandatos para el periodismo de izquierdas.
No recuerdo que CounterPunch haya formado parte de un coro sustancial en esa digna empresa. En los hechos me recuerdo que formamos parte de un simple puñado en la izquierda, más en concierto con un sitio libertario como antiwar.com. Esto es confirmado por un escrutinio del ataque de Bérubé, al que le faltan notoriamente nombres y publicaciones a las cuales prodigar sus censuras a «la izquierda» que, por lo menos antes de la bienvenida aparición de los Ocupantes, ha sido algo escuálida durante los últimos años. En Democracy Now! de Amy Goodman era más probable que se escuchara al consultor de la CIA, Juan Cole, emitiendo su ferviente apoyo a toda la intervención en lugar de alguna entrevista vigorosa de fuentes informadas sobre lo que realmente ocurría en el terreno en Libia.
La falla en lo que respecta a la historia de Libia de este año no pertenece a la virtualmente inexistente izquierda, sino a todo el espectro político, de los progresistas a todo el arco hacia la derecha. En esto hay que asignar una buena parte de la culpa a la prensa, tanto en EE.UU. como en el Reino Unido. ¿Será que la cobertura en la prensa del ataque de la OTAN contra Libia fue realmente peor que la información sobre los ataques de la OTAN contra la antigua Yugoslavia a fines de los años noventa, o contra Iraq en los preparativos para la invasión en 2003 por EE.UU. y los socios en su coalición? La respuesta es positiva.
En el caso de las dos intervenciones anteriores de la OTAN, los debates a favor y en contra fueron acompañados por numerosas investigaciones periodísticas y oficiales o semioficiales, en su mayoría claramente partidarias, pero con algunas que presentaron afirmaciones sustantivas sobre temas como crímenes de guerra, armas de destrucción masivas, reales, opuestas a los motivos autoproclamados de los atacantes, y temas relacionados.
Márquese el contraste con la intervención en Libia. En menos de un mes, desde mediados de febrero a mediados de marzo, pasamos de vagas afirmaciones sobre un supuesto «genocidio» o «crímenes contra la humanidad» de Gadafi a dos votaciones separadas en el Consejo de Seguridad de la ONU, que permitió una misión de la OTAN para establecer una zona de «exclusión aérea» para proteger civiles, y que esta última protección fuera lograda mediante «todas las medidas necesarias».
Para cuando la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU había sido votada el 17 de marzo, Francia ya había reconocido formalmente al chapucero comité rebelde en Bengasi como gobierno legítimo de Libia. A fines de mayo, altas personalidades en los gobiernos relevantes de la OTAN declaraban abiertamente que el «cambio de régimen» era el objetivo y que la expulsión de Gadafi era una sine qua non de la misión.
También, a fines de mayo, fue evidente que las capacidades militares de los rebeldes eran modestas en extremo, que la expulsión de Gadafi, predicha con confianza en capitales occidentales y en Bengasi, no iba a ser un asunto de un día para el otro, y también que los bombardeos de la OTAN no surtían el efecto necesario.
En el crucial período del 15 de febrero al 17 de marzo, no hubo un esfuerzo determinado por investigar las acusaciones contra Gadafi, presentadas en las Resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y por dirigentes de la OTAN como Obama y Clinton, el primer ministro Cameron del Reino Unido o el presidente Sarkozy y su ministro de Exteriores.
La asombrosa vaguedad de las noticias sobre éste -o por cierto cualquier- tópico proveniente de Libia ha sido conspicua. Teníamos, recordad, un régimen acusado en la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU de «amplios y sistemáticos ataques… contra la población civil que pueden equivaler a crímenes contra la humanidad».
Sin embargo, desde mediados de febrero la información procedente de Libia mostró una falta impactante de documentación convincente de carnicerías o de abusos conmensurados con el lenguaje prodigado sobre la presunta conducta del régimen. Una y otra vez se leían frases vagas como «se informa que hay miles muertos por mercenarios de Gadafi» o de «masacre de su propio pueblo» por Gadafi, presentadas sin el menor esfuerzo por proveer soportes probatorios. Eran afirmaciones de segunda mano que impulsaron tanto la cobertura noticiosa como las actividades de la ONU – en particular en la primera etapa, cuando fue adoptada la Resolución 1970 de la ONU, pidiendo sanciones y que el círculo más cercano de Gadafi fuera enviado al Tribunal Penal Internacional.
Informes noticiosos a mediados de marzo, como los de los periodistas de la cadena noticiosa McClatchy, Jonathan Landay, Warren Strobel y Shashank Bengali, no contenían nada que se acercara a un «crimen contra la humanidad», la afirmación en la Resolución 1973. Pero el 23 de febrero, la guerra relámpago propagandística estaba en pleno desarrollo, y Clinton denunció a Gadafi y se exhumó al «perro rabioso de Medio Oriente» de Reagan como la manera preferida de describir al líder libio.
El comisionado de derechos humanos de la ONU, Navi Pillay, ya comenzó a denunciar al gobierno libio el 18 de febrero; el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, se sumó a Pillay el 21 de febrero. El Centro de Noticias de la ONU informó que Ban estaba «indignado ante informes periodísticos de que las autoridades libias habían estado disparando contra manifestantes desde aviones de guerra y helicópteros». En esos primeros días, no se permitió que nadie que representara al gobierno libio se dirigiera al Consejo. Solo se dio la palabra a desertores que hablaron en nombre de Libia.
Ahora, recordad que el 10 de marzo, el presidente francés Sarkozy, un importante actor en la coalición de los dispuestos de la OTAN contra Libia, declaró que el CNT libio era el único representante legítimo del pueblo libio. Por lo tanto, Gadafi estaba enfrentando una insurrección armada formal -no un movimiento de protesta que demandaba «democracia»- dirigido por una entidad tenebrosa basada en Bengasi. Siete días después, la Resolución 1973 dejó en claro que los intentos de reprimir esa insurrección provocarían la intervención armada de la OTAN.
La contextura política y los orígenes de la dirigencia rebelde y sus patrocinadores recibieron solo una atención pasajera. Tópicos como la rivalidad entre las compañías petroleras francesas e italianas, o la influencia de otras grandes petroleras internacionales, y de importantes bancos e instituciones financieras de EE.UU. apenas fueron mencionados.
La cobertura de cualquier combate es frecuentemente ridícula. El cuerpo de prensa en Bengasi describió incansablemente pequeñas escaramuzas que involucraban uno o dos tanques, o algunos vehículos armados, como si fueran grandes enfrentamientos.
En los hechos, los ‘poderosos ejércitos’ que se enfrentaban a lo largo de la carretera al oeste de Bengasi se perderían en las graderías de un juego de béisbol universitario. Las noticias sugieren una guerra móvil a la escala de la saliente de Kursk o la batalla de Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial.
A fin de junio la zona de «exclusión aérea» condujo a más de 12.000 incursiones de la OTAN. Como en el caso de cualquier bombardeo, murieron civiles. Desde el comienzo de las operaciones de la OTAN, un total de 12.887 ataques aéreos, incluyendo 4.850 bombardeos, fueron realizados hasta el 27 de junio.
Un equipo de doctores rusos escribió al presidente de la Federación Rusa, Dmitry Medvedev, como sigue:
«Hoy, 24 de marzo de 2011, aviones de la OTAN y de EE.UU. bombardearon toda la noche y toda la mañana un suburbio de Trípoli –
Tajhura (donde se encuentra, en particular, el Centro de Investigación Nuclear de Libia). Instalaciones de la defensa aérea y de la Fuerza Aérea fueron destruidas durante los primeros dos días de ataques e instalaciones militares en la ciudad resistieron, pero hoy el objetivo de los bombardeos fueron los barracones del ejército libio, que se encuentran en medio de áreas residenciales densamente pobladas y, junto a ellas, el mayor Centro Cardiológico de Libia. Ni los civiles ni los doctores podían suponer que barrios residenciales comunes estarían a punto de ser destruidos, de modo que no se evacuó a ninguno de los residentes o a los pacientes del hospital.
«Bombas y cohetes alcanzaron casas residenciales y cayeron cerca del hospital. Los cristales del edificio del Centro Cardíaco fueron quebrados, y en el edificio del área de maternidad para mujeres embarazadas con problemas cardíacos se derrumbó una muralla y parte del techo. Esto llevó a diez abortos en los cuales murieron los bebés; las mujeres están en atención intensiva, los doctores luchan por sus vidas. Nuestros colegas y nosotros trabajamos siete días a la semana, para salvar a la gente. Es una consecuencia directa de la caída de bombas y misiles en edificios residenciales, que causan docenas de muertes, y heridas que ahora son operadas y examinadas por nuestros doctores. Una cantidad tan grande de heridos y muertos, como la ocurrida hoy, no ocurrió durante todos los disturbios en Libia. ¿Es lo que llaman ‘proteger’ a la población civil?»
En el caso de la intervención en Libia, todo fue desproporcionado. Gadafi seguramente no fue el colmo de la monstruosidad conjurado por Obama o la señora Clinton o Sarkozy. En cuatro décadas, los libios progresaron de ser una de las poblaciones más miserables en África a una mejora considerable en términos de beneficios sociales. En un informe reciente bastante detallado («The Situation of Children and Women in Libya,» UNICEF Middle East and North Africa Regional Office, noviembre de 2010), la UNICEF señaló que Libia mostraba importantes logros socio-económicos. En 2009 tenía:
- Una pujante tasa de crecimiento, con un aumento del PIB de 27.300 millones de dólares en 1998 a 93.200 millones en 2009, según el Banco Mundial.
- Un alto ingreso per cápita (calculado por el Banco Mundial en 16.430 dólares.
- Altas tasas de alfabetización (95% para los hombres y 78% para las mujeres, entre quince y más años.
- Alta expectativa de vida (74 años en general; 77 para las mujeres y 72 para los hombres).
- Y una calificación resultante del puesto 55 entre 182 países en términos de «Desarrollo Humano» general.
En términos de distribución de ingresos del petróleo sería instructivo comparar los antecedentes de Libia con los de otras naciones productoras de petróleo.
La supuesta matanza de su propio pueblo por Gadafi, y su supuesta orden de violaciones masivas, formaron la punta de lanza de la cruzada intervencionista y de las resoluciones del Consejo de Seguridad, envueltas en el imprimátur del connivente Tribunal Penal Internacional. Esas acusaciones fueron interminablemente recicladas por la prensa, sin ningún intento serio de verificarlas.
De mediados a fines de junio, hubo organizaciones de derechos humanos que planteaban dudas respecto a las afirmaciones de violaciones masivas y otros abusos perpetrados por fuerzas leales a Gadafi. Una investigación de Amnistía Internacional no logró encontrar evidencias de esas violaciones de los derechos humanos y en muchos casos las ha desacreditado o las ha puesto en entredicho. También encontró indicaciones de que, en diversas ocasiones, los rebeldes en Bengasi parecían haber hecho a sabiendas afirmaciones falsas o fabricado evidencia.
Las conclusiones de los investigadores discrepaban fuertemente de los puntos de vista del fiscal del Tribunal Penal Internacional, Luis Moreno-Ocampo, quien dijo a una conferencia de prensa que «tenemos información de que hubo una política en Libia de violar a los que estaban contra el gobierno. Aparentemente él [el coronel Gadafi] la utilizó para castigar a la gente.»
La secretaria de Estado Hillary Clinton dijo que estaba «profundamente preocupada» de que las tropas de Gadafi estuvieran participando en violaciones generalizadas en Libia. «La violación, las intimidaciones físicas, el acoso sexual, e incluso así llamadas pruebas de virginidad han tenido lugar en países en toda la región», dijo.
Donatella Rovera, investigadora de Amnistía Internacional, quien estuvo en Libia durante tres meses después del comienzo del levantamiento, dijo a Patrick Coburn a fines de junio que «no hemos encontrado ninguna evidencia o una sola víctima de violación, o a un doctor que haya oído que alguien haya sido violado». Subrayó que eso no prueba que la violación masiva no haya tenido lugar, pero no existe evidencia para mostrar que lo haya hecho. Liesel Gerntholtz, jefa de derechos femeninos en Human Rights Watch, que también investigó la acusación de violación masiva, dijo: «No hemos podido encontrar evidencia».
En un caso, dos soldados pro Gadafi capturados presentados a los medios internacionales por los rebeldes dijeron que sus oficiales, y luego ellos mismos, habían raptado a una familia con cuatro hijos. La Sra. Rovera dijo que cuando ella y un colega, ambos fluidos en árabe, entrevistaron a los dos detenidos, uno de 17 años y el otro de 21, solos y en piezas separadas, estos cambiaron sus historias y dieron relatos diferentes de lo que había sucedido: «Ambos dijeron que no habían participado en la violación y que solo oyeron hablar de ella», dijo. «Contaron historias diferentes sobre si las manos de las muchachas estaban atadas o no, de si sus padres estaban presentes, y de cómo iban vestidas».
Al parecer la evidencia más fuerte de violación masiva pareció provenir de una psicóloga libia, la Dra. Seham Sergewa, quien dice que distribuyó 70.000 cuestionarios en áreas controladas por los rebeldes y a lo largo de la frontera tunecina, de los cuales más de 60.000 fueron devueltos. Unas 259 mujeres declararon que habían sido violadas, de las cuales la doctora Sergewa dijo que entrevistó a 140 víctimas.
Cuando Diana Eltahawy, especialista en Libia de Amnistía Internacional le preguntó si sería posible encontrar a alguna de esas mujeres, la Dra. Sergewa respondió que «había perdido contacto con ellas», y no pudo suministrar evidencia documentaria.
La acusación de que Viagra fue distribuido a los soldados de Gadafi para incitarlos a violar mujeres en áreas rebeldes apareció primero en marzo, después que la OTAN destruyó tanques que avanzaban hacia Bengasi. La Sra. Rovera dice que rebeldes que tenían que ver con los medios extranjeros en Bengasi comenzaron a mostrar a los periodistas paquetes de Viagra, afirmando que provenían de tanques quemados, aunque no está claro por qué los paquetes no habían sido calcinados.
Los rebeldes acusaron repetidamente que tropas mercenarias de África Central y Occidental habían sido utilizadas en su contra. La investigación de Amnistía estableció que no existía evidencia de algo semejante. «Los mostrados a periodistas como mercenarios extranjeros fueron luego liberados silenciosamente», dijo la Sra. Rovera: «En su mayoría eran migrantes subsaharianos que trabajaban en Libia sin documentos». Otros no tuvieron tanta suerte y fueron linchados o ejecutados. La Sra. Rovera encontró dos cuerpos de migrantes en la morgue de Bengasi, y otros fueron arrojados en las afueras de la ciudad. Dice: «Los políticos hablaban todo el tiempo de mercenarios, lo que enardeció a la opinión pública, y el mito ha continuado porque fueron liberados sin publicidad».
Una historia, a la cual los medios extranjeros dieron crédito al principio en Bengasi, fue que entre ocho y diez soldados del gobierno que se negaron a disparar contra los manifestantes fueron ejecutados por su propio lado. Sus cuerpos fueron mostrados en la televisión. Pero la Sra. Rovera, dice que existe evidencia contundente de una explicación diferente. Dice que vídeos de aficionados los muestran vivos cuando fueron capturados, sugiriendo que fueron muertos por los rebeldes.
La intervención de la OTAN comenzó el 19 de marzo con ataques para «proteger» a la gente en Bengasi contra una masacre por las tropas favorables a Gadafi. No cabe duda que los civiles temían ser muertos después de amenazas de venganza de Gadafi. Durante los primeros días del levantamiento en Libia oriental, las fuerzas de seguridad dispararon contra y mataron a manifestantes y a gente que asistía a sus funerales, pero no existe evidencia de matanzas masivas de civiles en la escala de Siria o Yemen.
La mayor parte de los combates durante los primeros días del levantamiento tuvo lugar en Bengasi, donde fueron muertas entre 100 y 110 personas, y en la ciudad de Baida en el este, donde fueron muertos entre 59 y 64, dice Amnistía. En su mayoría eran probablemente manifestantes, aunque algunos pueden haber obtenido armas. No existe evidencia de que se haya utilizado aviones o ametralladoras antiaéreas pesadas contra multitudes. Los cartuchos usados recogidos después de disparos contra manifestantes provenían de Kalashnikovs o de armas de un calibre semejante.
Las conclusiones de Amnistía confirman un informe del Grupo de Crisis Internacional, que estableció que aunque el régimen de Gadafi tenía una historia de represión brutal de oponentes, no había cuestión de «genocidio».
El informe agrega que «mucha cobertura mediática occidental ha presentado desde el principio una visión muy unilateral de la lógica de los eventos, presentando al movimiento de protesta como enteramente pacífico y sugiriendo repetidamente que las fuerzas de seguridad del régimen estaban masacrando irresponsablemente a manifestantes desarmados que no presentaban un problema de seguridad».
Con tantos países con prohibición de ingreso, los periodistas acudieron en tropel a Bengasi, en Libia, donde se puede entrar sin visa desde Egipto. Alternativamente, fueron a Trípoli, donde el gobierno permitía que un cuerpo de prensa cuidadosamente monitoreado operara bajo estricta supervisión. Una vez llegados a esas dos ciudades, las maneras como informaban los periodistas divergían considerablemente. Todos los que informaban desde Trípoli expresaron un escepticismo comprensible sobre lo que los supervisores gubernamentales trataban de mostrarles como víctimas civiles causadas por los ataques aéreos de la OTAN o las manifestaciones de apoyo a Gadafi. Al contrario, el cuerpo de prensa en Bengasi, capital del territorio en manos de los rebeldes, muestra una credulidad sorprendente ante historias más sutiles pero igualmente interesadas del gobierno rebelde o de sus simpatizantes.
Los insurgentes libios fueron adeptos a tratar con la prensa desde temprano, y esto incluía hábil propaganda para culpar al otro lado por muertes no explicadas. Es una debilidad de los periodistas cuando dan amplia publicidad a atrocidades reveladas por primera vez, para las cuales la evidencia puede ser dudosa. Pero cuando las historias resultan no ser verdad o exageradas, este hecho apenas merece una mención.
Tanto más crédito hay que dar a Amnistía Internacional y a Human Rights Watch porque adoptaron una actitud escéptica ante las atrocidades hasta que fueran verificadas. Esa actitud responsable contrasta con las de Hillary Clinton y del fiscal del Tribunal Penal Internacional (TPI), Luis Moreno-Ocampo, quien sugirió a la ligera que Gadafi estaba utilizando la violación como arma de guerra para castigar a los rebeldes. La satanización sistemática de Gadafi -podrá haber sido un déspota brutal, pero no un monstruo a la escala de Sadam Hussein- también dificultó la negociación de un cese al fuego.
No hay nada particularmente sorprendente en el hecho de que los rebeldes en Bengasi hayan inventado cosas o producido testigos dudosos de los crímenes de Gadafi. Libraban una guerra contra un déspota al que temían y odiaba, y es comprensible que hayan utilizado la propaganda como arma de guerra. Pero mostró ingenuidad de parte de los medios extranjeros, que simpatizan casi universalmente con los rebeldes, hasta el punto de que se tragaron tantas historias de atrocidades suministradas por las autoridades rebeldes y sus simpatizantes.
La única masacre del régimen de Gadafi, que causó cientos de víctimas, que haya sido bien probada hasta ahora es la matanza en la prisión Abu Salim en Trípoli en 1996, cuando murieron hasta 1.200 prisioneros, según un testigo creíble que sobrevivió.
Los frentes de batalla están siempre repletos de rumores de inminentes masacres o violaciones, que se propagan rápidamente entre gentes aterrorizadas que podrían ser las posibles víctimas. Comprensiblemente, no quieren esperar hasta descubrir si esas historias corresponden a la verdad. Antes en este año, Patrick Coburn estaba en Ajdabiyah, una ciudad en la línea de frente a una hora y media en coche al sur de Bengasi, cuando vio coches repletos de fugitivos presos de pánico que huían por la carretera. Acababan de oír un informe totalmente falso a través de al-Jazeera Arabic de que las fuerzas de Gadafi se habían abierto paso.
De la misma manera, al-Jazeera estaba produciendo informes no corroborados de hospitales atacados, bancos de sangre destruidos, mujeres violadas, y heridos ejecutados.
Esa mezcla tóxica de vitoreo y de ceguera deliberada persistió hasta el fin – aunque ahora aparecen historias de ejecuciones sumarias, asesinatos por venganza y encarcelamientos masivos que están ocurriendo.
Estas son las verdadera fallas, a las cuales es indiferente Bérubé, tal como es indiferente hacia, y totalmente ignorante de, la historia libia, pasada y presente. Su mandato es emitir su denuncia pro-forma de «la izquierda», un ejercicio en el arte de despotricar sin preocuparse de los datos. A modo de antídoto recomiendo fuertemente un excelente material en la London Review of Books de Hugh Roberts, quien fue director del Proyecto Norte de África del Grupo Internacional de Crisis de 2002 a 2007 y de febrero a julio de 2011. Roberts se hará cargo del puesto de Profesor Edward Keller de Historia Norteafricana y de Medio Oriente en la Universidad Tufts.
Un par de ejemplos:
«La afirmación de que la ‘comunidad internacional’ no tenía otra alternativa que intervenir con medios militares y que la alternativa era no hacer nada es falsa. Se propuso y se rechazó deliberadamente una alternativa activa, práctica, no violenta. El argumento a favor de una zona de exclusión aérea y luego por una intervención militar empleando ‘todas las medidas necesarias’ fue que solo eso podía detener la represión del régimen y proteger a los civiles. Sin embargo, muchos argumentaron que el camino de proteger a los civiles era no intensificar el conflicto al intervenir de un lado o del otro, sino terminarlo asegurando un cese al fuego seguido por negociaciones políticas. Se presentó una serie de propuestas. El Grupo Internacional de Crisis [ICG por sus siglas en inglés], por ejemplo, donde yo trabajaba entonces, publicó una declaración el 10 de marzo argumentando a favor de una iniciativa en dos puntos: (i) la formación de un grupo de contacto o comité compuesto por vecinos norteafricanos de Libia y otros Estados africanos con un mandato para servir de intermediarios en un cese al fuego inmediato; (ii) negociaciones entre los protagonistas a ser iniciadas por el grupo de contacto y orientadas a reemplazar el actual régimen por un gobierno más responsable, representativo y respetuoso de la ley. Esta propuesta fue apoyada por la Unión Africana y era consecuente con los puntos de vista de muchos de los principales Estados no africanos – Rusia, China, Brasil e India, para no mencionar a Alemania y Turquía. Fue reformulada en más detalle por el ICG (agregando una provisión para el despliegue bajo mandato de la ONU de una fuerza internacional de mantenimiento de la paz para asegurar el cese al fuego) en una carta abierta al Consejo de Seguridad de la ONU el 16 de marzo, la víspera del debate que concluyó con la adopción del Consejo de Seguridad de la ONU 1973. En breve, antes que el Consejo de Seguridad votara para aprobar la intervención militar, se había presentado una propuesta elaborada que encaraba la necesidad de proteger a civiles buscando un fin rápido de los combates, y fijaba los principales elementos de una transición ordenada a una forma más legítima de gobierno, que hubiera evitado el peligro de un colapso abrupto hacia la anarquía, con todo lo que podría significar para la revolución en Túnez, la seguridad de los demás vecinos de Libia y la región en general. La imposición de una zona de exclusión aérea será un acto de guerra: como el secretario de Defensa, Robert Gates, declaró al Congreso el 2 de marzo, requería la neutralización de las defensas aéreas de Libia como una medida preliminar indispensable. Al autorizar ésta y ‘todas las medidas necesarias’, el Consejo de Seguridad estaba eligiendo la guerra cuando ni siquiera se había ensayado otra política. ¿Por qué?
La Resolución 1973 fue aprobada en Nueva York tarde en la noche del 17 de marzo. El día siguiente, Gadafi, cuyas fuerzas estaban acampadas al lado meridional de Bengasi, anunció un cese al fuego en conformidad con el Artículo 1 y propuso un diálogo político en línea con el Artículo 2. Lo que exigía y sugería el Consejo de Seguridad, lo suministró en cosa de horas. Su cese al fuego fue inmediatamente rechazado en nombre del CNT por un alto comandante rebelde, Khalifa Haftar, y descartado por gobiernos occidentales. «Lo juzgaremos por sus acciones no sus palabras’, declaró David Cameron, implicando que se esperaba que Gadafi realizara un cese al fuego completo por sí solo: es decir, que no solo ordenara a sus tropas que cesaran el fuego sino que asegurara que ese cese al fuego fuera mantenido a pesar del hecho de que el CNT se negaba a reciprocar. El comentario de Cameron tampoco tomó en cuenta el hecho de que el Artículo 1 de la Resolución 1973 tampoco ponía el peso del cese al fuego exclusivamente sobre Gadafi. En cuanto Cameron cubrió la inconfundible violación de la Resolución 1973 por el CNT, Obama intervino e insistió en que para que se tomara en cuenta el cese al fuego de Gadafi éste tendría que retirar sus fuerzas no solo de Bengasi sino también de Misrata y de las ciudades más importantes que sus tropas habían recuperado de la rebelión: Ajdabiya en el este y Zawiya en el oeste (aparte de mantenerlo indefinida y unilateralmente, sin importar el CNT) – en otras palabras, tendría que aceptar anticipadamente una derrota estratégica. Esas condiciones, imposibles de aceptar para Gadafi, no existían en el Artículo 1. «(1) Demanda el establecimiento inmediato de un cese al fuego y un fin total de la violencia y de todos los ataques contra, y abusos de, civiles;…»
Y Roberts dice respecto a la acusación preponderante de que Gadafi había ordenado la matanza de sus compatriotas desde el aire, aparte de su conclusión:
En los días siguientes hice esfuerzos por comprobar por mí mismo la historia de al-Jazeera [sobre bombardeos de libios por Gadafi]. Una fuente que consulté fue el reputado blog Informed Comment, mantenido y actualizado cada día por Juan Cole, especialista en Medio Oriente en la Universidad de Michigan. Aparecía un artículo del 21 de febrero titulado ‘Los bombardeos de Gadafi recuerdan los de Mussolini’, que señalaba que ‘en 1933-40, Italo Balbo propugnó la guerra aérea como el mejor medio de enfrentar a ‘poblaciones coloniales engreídas’. El artículo comenzaba diciendo: ‘El ametrallamiento y bombardeo en Trípoli de manifestantes civiles por cazas de Muamar Gadafi el lunes…’ con un vínculo a un artículo de Sarah El Deeb y Maggie Michael para Associated Press publicado a las 9 p.m. el 21 de febrero. Ese artículo no suministraba ninguna corroboración de la afirmación de Cole de que cazas (o cualquier otro avión) de Gadafi hayan ametrallado o bombardeado a alguien en Trípoli o en cualquier otro sitio. Lo mismo vale para cualquier fuente indicada en los otros materiales sobre Libia que repetían la historia del ataque aéreo publicada por ese mismo día.
Estuve en Egipto la mayor parte del tiempo, pero ya que numerosos periodistas que visitaron Libia pasaban por El Cairo, me dediqué a preguntar a todos los que pude contactar qué habían averiguado en el terreno. Ninguno de ellos había encontrado alguna confirmación de la historia. Especialmente recuerdo que el 18 de marzo pregunté al experto británico en el Norte de África, Jon Marks, que acababa de volver de un amplio tour de Cirenaica (incluyendo Ajdabiya, Bengasi, Brega, Derna y Ras Lanuf), qué había oído sobre el asunto. Me dijo que ninguna de las personas con las que habló la había mencionado. Cuatro días después, el 22 de marzo, USA Today publicó un impactante artículo de Alan Kuperman, autor de The Limits of Humanitarian Intervention y coeditor de Gambling on Humanitarian Intervention. El artículo: ‘Cinco cosas que EE.UU. debería considerar en Libia’, presentaba una fuerte crítica a la intervención de la OTAN como violación de las condiciones que había que observar para que una intervención humanitaria fuera justificada o exitosa. Pero lo que me interesó más fue su declaración de que ‘a pesar de omnipresentes cámaras en teléfonos celulares, no existen imágenes de violencia genocida, una afirmación con sabor a propaganda rebelde’. Por lo tanto, cuatro semanas después, no fui el único que no encontró ninguna evidencia para la historia de la matanza aérea. Descubrí que el tema había aparecido más de una quincena antes, el 2 de marzo, en audiencias en el Congreso de EE.UU. cuando Gates y el almirante Mike Mullen, presidente del Estado Mayor Conjunto, estaban testificando. Dijeron al Congreso que no tenían confirmación de informes sobre aviones controlados por Gadafi que dispararan contra civiles…
La idea de que Gadafi no representaba nada en la sociedad libia, de que estaba enfrentado a todo su pueblo y que su pueblo entero estaba en su contra era otra distorsión de los hechos. Como ahora sabemos por la duración de la guerra, la inmensa manifestación pro Gadafi en Trípoli del 1 de julio, la feroz resistencia de las fuerzas de Gadafi, el mes que necesitaron los rebeldes para llegar a alguna parte en Bani Walid y el otro mes en Sirte, el régimen de Gadafi gozaba de una medida sustancial de apoyo, como el CNT. La sociedad libia estaba dividida y la división política era en sí un desarrollo esperanzador ya que significaba el fin de la antigua unanimidad política impuesta y mantenida por la Jamahiriyya. Desde este punto de vista, el retrato de los gobiernos occidentales del ‘pueblo libio’ formado uniformemente contra Gadafi tenía una implicación siniestra, precisamente porque insinuaba una nueva unanimidad auspiciada por Occidente en la vida libia. Esta idea profundamente antidemocrática resultó naturalmente de la idea igualmente antidemocrática de que, ante la ausencia de una consultación o incluso un sondeo de opinión para establecer los verdaderos sentimientos de los libios, los gobiernos británico, francés y estadounidense tenían el derecho y la autoridad de determinar quién formaba parte del pueblo libio y quien no. Nadie que apoyara el régimen a Gadafi era tomado en cuenta. Porque no formaban parte del ‘pueblo libio’ no podían estar entre los civiles que debían ser protegidos, incluso si eran civiles en realidad. Y no fueron protegidos; fueron muertos por ataques aéreos de la OTAN así como por unidades rebeldes fuera de control. La cantidad de semejantes víctimas civiles al lado equivocado de la guerra, debe ser un múltiple de la cifra de muertos del 21 de febrero. Pero no cuentan, tal como no cuentan los miles de jóvenes en el ejército de Gadafi quienes imaginaron inocentemente que también formaban parte del ‘pueblo libio’ y que solo cumplían su deber hacia el Estado cuando fueron incinerados por los aviones de la OTAN, o ejecutados en masa extrajudicialmente después de su captura, como en Sirte.
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Andrew Cockburn escribe sobre temas de seguridad nacional y otros relacionados. Su libro más reciente es: «Rumsfeld: His Rise, Fall and Catastrophic Legacy» Es coproductor de «American Casino,» el largometraje documental sobre el actual colapso financiero. Para contactos, diríjase a [email protected].
Fuente: http://www.counterpunch.org/