En Barcelona, un buen preludio para la celebración del Día Internacional de las Mujeres por la Paz y el Desarme, el 24 de mayo, fue el acto «Dones Africanes, Constructores de Pau», donde se invitó a Sabine Sabimbona y Christiana Thorpe para que explicaran sus propias experiencias en Burundi y Sierra Leone respectivamente. Con el […]
En Barcelona, un buen preludio para la celebración del Día Internacional de las Mujeres por la Paz y el Desarme, el 24 de mayo, fue el acto «Dones Africanes, Constructores de Pau», donde se invitó a Sabine Sabimbona y Christiana Thorpe para que explicaran sus propias experiencias en Burundi y Sierra Leone respectivamente. Con el carisma y la importancia de lo que contaron, las dos invitadas lograron superar la vanidad y la rutina de todo acto oficial, donde la hipocresía política y el despilfarro presupuestario tienden a desvirtuar cualquier propuesta interesante. Pero el tema se lo merecía, y las experiencias de Sabimbona y Thorpe arrasaron el auditorio con un aplastante abanico de inteligencia, iniciativa individual, voluntad comunitaria, intransigencia hacia las injusticias más elementales, imaginación para proponer alternativas y capacidad moral. No en vano, como afirmó Sabimbona, la mujer en Burundi ha pasado de ser el «pilar de la familia» al «pilar de la respetabilidad». Ganado a pulso.
La mujer africana en las negociaciones de paz: el caso de Burundi Sabine Sabimbona
Burundi, como su vecina Ruanda, fue víctima de las invenciones de los colonizadores, que clasificaron como etnias lo que hasta ese momento eran comunidades diversas. Con las teorías racistas en boga a finales del siglo XIX, las potencias europeas (en este caso Bélgica) dividieron la población, favoreciendo a unos y marginando a otros. Con el paso de las décadas, se consolidó la idea, cuajando el sentimiento de pertenencia a una o a otra «etnia», por ejemplo entre hutus y tutsis, las dos comunidades mayoritarias. Con las «independencias» a partir de los años 60, el neocolonialismo (especialmente francés) continuó aprovechándose de esa confrontación entre comunidades para continuar con las extracciones ilegales de cuantiosos recursos naturales de la zona, como el petróleo. El punto álgido de toda esa perversión llegó a mediados de los 90, con el genocidio en Ruanda y la colaboración de Francia en el crimen de más de un millón de personas. Durante esos mismos años, Burundi padeció las consecuencias de esa catástrofe en primera persona, desencadenándose también una guerra interétnica que causó 300.000 muertes y que ha durado 13 años.
Como explicó Sabine Sabimbona, costó mucho que en las negociaciones de paz que se iban sucediendo a lo largo del conflicto hubiera mujeres. Sabimbona, que nació en Burundi en 1957 y estudió derecho en la Universidad nacional, fue la primera mujer en participar en las conversaciones de paz entre las milicias, los partidos políticos y el Gobierno a partir de 1998. En un primer momento no tenía ni voz ni voto, y sólo podía asistir como observadora: «Para una abogada es difícil mantener la boca cerrada, especialmente cuando ves todas las injusticias que se cometen a tu alrededor». Persistente, formuló una serie de propuestas e informes pidiendo la presencia de la mujer en esas negociaciones, consiguiendo en un primer momento presidir una de las comisiones del debate sobre las naturalezas del conflicto y las posibles soluciones. Paralelamente, se organizaron reuniones de mujeres para analizar las negociaciones, debates, conferencias de prensa… Cada vez eran más las mujeres que reclamaban esa presencia, organizadas bajo una misma perspectiva de género y rechazando su división étnica. Como señala Sabimbona: «Todas las partes reconocieron que la exclusión era una de las causas más profundas de la guerra civil en Burundi. Esta exclusión abarcaba las razones étnicas, regionales, políticas y de género.
Este discurso influyó enormemente en todos los aspectos de las negociaciones de paz». Mediado por Nelson Mandela, que sucedió a Julius Nyerere tras la muerte de éste, finalmente se firmó el Acuerdo de Arusha para la Paz y la Reconciliación en Burundi en agosto del 2000. «La razón principal que empujó a las mujeres de Burundi a intentar participar de lleno en las negociaciones era que temíamos que el acuerdo de paz y los principios que marcarían la elaboración de la Constitución no reflejaran las prioridades de la mayoría de la población, que somos las mujeres (más del 52%).
Consideramos que la mejor manera de garantizar nuestra participación en la reconstrucción nacional era tomando partido activamente en la elaboración y aplicación del plan de paz. Después de la firma de los Acuerdos de Paz, continuamos la presión y se adoptó una política nacional de género acompañada de un plan de acción. Actualmente la constitución de Burundi establece una cuota del 30% de mujeres en el Gobierno y en el Parlamento. De los 35 miembros que forman el actual Gobierno, 7 mujeres ocupan cargos muy importantes, entre las cuales una vicepresidenta de la República, lo que supone una cuota de representación del 35%. En el Senado es del 34,69%, incluyendo dos vicepresidentas, y en la Asamblea Nacional del 31,35%, entre ellas la presidenta. Nuestra lucha ha servido de lección para las mismas mujeres, para los hombres y también para la comunidad internacional, demostrando que la causa fundamental del conflicto no era la étnica, como creían algunos hasta ahora «.
El papel de las mujeres en la reconstrucción posbélica de Sierra Leone Christiana Thorpe
Sierra Leone fue durante la década de los 90 sinónimo de pesadilla, pero también de la peor hipocresía mundial. Venta de armas, estrategias geopolíticas y económicas, intervención «humanitaria»… Sierra Leone, que casualmente, es uno de los principales exportadores de diamantes del mundo, se convirtió también durante ese tiempo en exportador de imágenes de niños drogados y armados con AK-47. Durante esos mismos años, Christiana Thorpe, que hasta ese momento era la Coordinadora Nacional de Mujeres Católicas de Sierra Leone, pasó a ser primero subsecretaria de Educación, ascendiendo a Ministra de Educación en 1994. Un año después fundaría la sección de Sierra Leone del FAWE (Fórum para las Mujeres Educadoras de África), dedicándose plenamente a la rehabilitación de las víctimas que la guerra provocaba, especialmente entre niñas y mujeres. El FAWE es una de las organizaciones que más ha servido para amortiguar las graves consecuencias de la guerra, así como para promover la cultura de paz, creando un módulo de formación para la Educación sobre la Cultura para la Paz. En el 2002, una vez terminadas las masacres, el FAWE emprendió una campaña para romper el tabú que suponía haber sido víctima de una violación. Recorriendo mercados, visitando escuelas y hablando en los medios de comunicación, el mensaje era claro: o se trata el problema ahora o la niña violada vivirá internamente el problema durante el resto de su vida. «Pasaron 13 días hasta que la primera joven vino al local del FAWE. Al día siguiente ya eran dos. Pocos días después eran 200…» Entre las jóvenes que deciden continuar con el trabajo de la prostitución (especialmente para las fuerzas internacionales de la ONU), lo que se les propone es que asistan a la escuela por la tarde, constatando que poco a poco las chicas abandonan la prostitución, incluso para dedicarse a la concienciación de otras jóvenes en las campañas del FAWE. Durante la guerra muchos niños y niñas fueron obligados a luchar con los rebeldes, atacando a su misma familia y vecinos. Hoy en día, el retorno de estos jóvenes a las aldeas es muy difícil, ya que existe un rechazo evidente de su comunidad.
En el FAWE forman a estos jóvenes tanto en lo teórico como en lo práctico: una vez superados los traumas de la guerra, entran en talleres donde aprenden carpintería, albañilería, fontanería y todo tipo de utilidades para la reconstrucción de lo que ellos mismos derruyeron. Educados también en los aspectos de paz y reconciliación, las chicas y chicos que retornan a sus pueblos dispuestos a una reconstrucción eficaz tienen unas oportunidades de integración reales y prácticas. Otro tipo de formación que ofrecen es en la gestión económica, así como la creación de escuelas primarias, participando en la formación de miles de niños. Se iniciaron también programas agrícolas en las 24 secciones que tiene el FAWE en Sierra Leone, participando en una competición interna para fomentar el desarrollo de la producción y duración de los cultivos.
Para Thorpe, «formar a las mujeres y fomentar su participación en la resolución de conflictos no sólo aumentará la confianza del gran porcentaje de población que tenemos, sino que disminuirá el nivel de desconfianza, envidia y otros daños sociales que hemos observado en el pasado. Si se resuelven los conflictos en las fases iniciales, no se desarrollarán hasta convertirse en incontrolables». Esta capacidad que han tenido las mujeres para regenerar todo el conjunto de la sociedad es admirable, y constatan la fuerza y la competencia de un sector de la población que muchas veces se ha visto marginado. Una sociedad cohesionada es fuerte: tan sólo una desorganización social permite el expolio constante al que está sometido el continente, y del que tanto nos beneficiamos en nuestro primer mundo (tanto hombres como mujeres). En esta lógica, y sin ánimo de caer en el cinismo o el relativismo, se desvanece la voluntad militante de género, donde «los hombres provocan la guerra, las mujeres generan la paz». Si buscamos quién está detrás del conflicto en los Grandes Lagos o en los diamantes de Sierra Leone, encontraremos empresas y gobiernos occidentales (como Estados Unidos, Francia o Inglaterra). Estados donde la igualdad de género y la emancipación de la mujer parecen haber llegado a cotas que posiblemente desean Sabine Sabimbona y Christiana Thorpe para el «desarrollo» de sus países. Estos conflictos se han provocado para el «progreso» y el bienestar por igual de hombres y mujeres (diamantes, petróleo…).
La lucha de las mujeres en África no podrá consolidarse si las sociedades ricas (formadas por hombres y mujeres) no asumimos nuestra responsabilidad y luchamos, sin parcelas, contra esos otros hombres y mujeres (en esto cada vez hay más igualdad) capaces de cualquier cosa para enriquecerse, dominar y ganar.