La infección del coronavirus se ha extendido al mundo pese a los intentos de China por evitarlo. Durante dos meses largos la epidemia bautizada COVID-19 por la Organización Mundial de la Salud estuvo activa casi exclusivamente en China. En el momento de escribir esto, ya comienza a extenderse por Asia y Europa mientras comienza a revertir en China, donde apenas aparecen casos de infectados fuera del epicentro de Hubei. La OMS aún no habla de pandemia, pero sí que dice que el resto de los países no han estado a la altura porque China, con su combate contra el virus, ha dado mucho tiempo al mundo para prepararse.
Sin embargo, y pese al número de muertos y afectados, no es una epidemia más peligrosa que otras. El pánico desatado es bastante irracional porque, gracias al trabajo de China, ya se sabe que el número de afectados se divide en dos clases: los casos abiertos o en estudio y los casos cerrados, es decir, los casos que se investigan como más probables y los que han sido confirmados. Del total de afectados, el 80% son casos abiertos (probables) y el 20% restante, cerrados (confirmados). De este porcentaje de casos cerrados, es decir, los infectados realmente, el 86% está hospitalizado, con diferentes niveles de gravedad, y el 14% es el que ha muerto. Y de entre las muertes, el 85% se ha dado en personas mayores de 65 años.
Aunque es impredecible predecir cómo se desarrollará la epidemia, tal y como ha dicho la OMS, lo cierto es que el número de casos, tanto abiertos como cerrados, decrece en China constantemente desde principios de febrero. De hecho, desde el 3 de febrero el número de afectados disminuye significativamente en todo el país (sólo se mantiene activo, con un alto grado de infecciones, en la provincia de Hubei, donde se originó) y crece, por el contrario, el número de personas dadas de alta.
Teniendo en cuenta que este virus inusual tiene un período de incubación de 24 días, todavía hay centenares de casos diarios pero el número de muertes es casi estable y con tendencia a descender de los 100 diarios a partir de finales de febrero. Es en estas fechas, o al rededor de ellas, cuando se considera que la epidemia podría alcanzar su clímax aunque para la OMS “aún es demasiado pronto”. No obstante, la OMS sigue insistiendo en que el coronavirus no es una epidemia global y que no aumentará el nivel de riesgo global hasta declararla pandemia.
Que haya que prepararse para lo peor es lógico según la OMS, pero que se extienda el pánico no tiene ninguna razón sólida pese al aumento de casos en otros países fuera de China. Por eso acaba de enviar un equipo internacional de expertos para llevar a cabo controles sobre el terreno, revisar las medidas preventivas, visitar centros de investigación y emitir instrucciones para contener la epidemia a nivel mundial.
Y en esas se está, con marcadas razones para el optimismo que llegan desde China, como la de Zhong Nanshan, uno de los principales expertos chinos en la lucha contra el síndome respiratorio agudo severo (SARS, la epidemia que se produjo en los años 2002-3003) que es quien con mayor énfasis afirma que el COVID-19 está a punto de llegar a su clímax.
Las especulaciones son muchas, las certezas son pocas. Pero sí hay algunas que destacar: China está luchando contra la epidemia en nombre propio, pero también del mundo y lo está haciendo en tres frentes y por este orden: protege a sus ciudadanos de la transmisión de infecciones aunque haya cerrado ciudades; ha enviado a miles de expertos y personal sanitario (en su inmensa mayoría voluntario y militante del Partido Comunista ) a tratar a los afectados y a investigar las vacunas para encontrar una cura rápida, y está protegiendo a la humanidad de la infección incluso a expensas de su economía.
Pero esto no es malo de por sí. O, al menos, no pésimo. Porque gracias al coronavirus las medidas que está poniendo en práctica China -como reducir el costo de los préstamos- van dirigidas a empresas que trabajan para el consumo interno que es en estos momentos la principal fuente de crecimiento de la economía china. De hecho, ya antes del coronavirus la dependencia china de las exportaciones (como consecuencia, también, de la guerra comercial lanzada por EEUU) se había reducido muy significativamente desde el 51’3% al 31’8%. Eso significa solo una cosa: la exportación ya no es el principal impulsor del crecimiento económico de China. Y esta tendencia no va a hacer más que aumentar con y tras el coronavirus.
No obstante es evidente el daño económico que stá causando el COVID-19 porque China es el mayor socio comercial de más de 100 países por lo que las medidas adoptadas para evitar la propagación de la epidemia han afectado a las relaciones comerciales con ellos.
Vivimos en un sistema económico fuertemente interdependiente y altamente conectado por los flujos de materias primas que son las que alimentan a las capacidades de producción de China y esta cadena ahora está trabajando al ralentí. Como consecuencia del coronavirus está comercializándose menos petróleo, menos cobre y menos carbón, entre otros productos. Si eso parece que no nos afecta demasiado, habrá que añadir que el 80% de los teléfonos inteligentes producidos en el mundo llegan de China, y aproximadamente el 50% de los ordenadores y aparatos de televisión. El miedo al COVID-19 se está extendiendo junto con la epidemia, dañando gravemente el comercio mundial y las cadenas de suministro.
Pero si hay un país amenazado por las consecuencias del virus es EEUU. Dado que China es el centro global de la fabricación de este tipo de productos, el virus ha interrumpido la cadena de suministros de empresas como Boeing, GM o Apple, por mencionar sólo algunas.
Si China no puede controlar el virus en los márgenes que estableció desde el principio, unos tres meses (y eso se cumple a finales de marzo), la economía estadounidense se verá gravemente afectada y eso en un año electoral va a ser letal. La menor comercialización de petróleo (y EEUU está, junto a Rusia y Arabia Saudita, a la cabeza de la producción mundial) viene dada porque China ha reducido un 20% las compras, lo que ha hecho bajar sensiblemente el precio del barril. Y eso redunda, también, en EEUU que está viendo cómo el petróleo que vende es un 15% más barato ahora y eso supone un daño considerable a la economía estadounidense, con la consiguiente quiebra de compañías, especialmente las que extraen petróleo del esquisto y que exportaban, casi en su totalidad, a China.
A ello hay que sumar la cuestión agrícola, esencial para acordar la tregua comercial entre los dos países en la guerra de los aranceles y que se conoce como “Fase 1”. Como consecuencia del coronavirus, China no sólo ha reducido sustancialmente la compra de productos agrícolas como soja o maíz sino que ya ha insinuado que puede pedir una revisión del acuerdo debido a los efectos del virus.
Esto no son palabras vacías ni aportaciones entusiastas, son hechos. Tan ciertos como que la bolsa de Nueva York ya ha tenido (24 de febrero) la peor caída en puntos de toda su historia, es decir, desde hace 124 años.
Si la situación epidémica no se puede controlar, pocas economías se librarían del daño potencial, y economías como Japón, Estados Unidos y Europa sufrirán el golpe más fuerte dada su estrecha cadena de suministro con China. Y solo China está combatiendo en los dos frentes mientras los otros han estado mirando y regodeándose con una epidemia que podía debilitar a su gran amenaza.
Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es “Las brujas de la noche. El 46 Regimiento ‘Taman’ de aviadoras soviéticas en la II Guerra Mundial”, editado por La Caída con la colaboración del CEPRID y que ya va por la tercera edición. Los pedidos se pueden hacer a [email protected] o bien a [email protected]
Fuente: https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2464&lang=es