Arabia Saudí no está dentro de las prioridades del presidente Biden. Aunque todo lo que haga será cuestión de forma y no de fondo: no dirá, por ejemplo, que el general Al Sisi sea su «dictador favorito», aunque fue el gobierno de Obama-Biden quien reconoció un régimen golpista en Egipto.
«Lo único peor que la covid-19 sería Biden-20», escribió un tal Dr. Muna en el Twitter del Gobierno de Arabia Saudí, país que junto a los Emiratos Árabes Unidos (EAU) apostó por Donald Trump, y eso a pesar de que el presidente derrotado había amenazado con acabar con el rey Salman en dos semanas si no le obedecía. Al final obedeció. Los discursos electorales del futuro presidente de Estados han sido interpretados por Riad como una amenaza existencial. Pero, incluso en el Partido Republicano piden la cabeza del heredero Mohammad bin Salman (MbS): «Me siento usado y abusado. Este tipo debe marcharse», dijo el senador Lindsey Graham al recordar el asesinato de Jamal Khashoggie.
Las promesas electorales
Biden tratará a los saudíes «como el paria que son», por «asesinar niños» en Yemen, y porque hay «muy poco valor redentor social en el actual liderazgo saudí», según palabras del propio Joe Biden. Se sumaba así el que ya es nuevo presidente al sector bernisanderista del Partido Demócrata, que convirtió la salida de Estados Unidos de la guerra contra Yemen en el centro de su campaña. «Poner fin a las guerras interminables» ha sido el lema electoral de los presidentes desde Barak Obama, y ninguno lo ha cumplido: el imperialismo sin guerra (hoy, un negocio redondo) dejaría de existir.
Pero ¡qué habilidad tienen estos políticos en fomentar la amnesia! Veamos lo que hizo la Administración Obama-Biden, no lo que dice que hará:
- La guerra contra Yemen fue impulsada por Estados Unidos, pero aplicando la doctrina Obama de «Leading from behind«(Dirigir desde atrás). Es decir, la «intervención invisible» puso la cara de Arabia Saudí a la invasión; en Libia, se dejó hacer a Francia para que nadie acusase solo a Estados Unidos de ser el malo de la película. En abril de 2019, la Cámara de Representantes y el Senado aprobaron una resolución bipartidista para poner fin a la participación estadounidense en la carnicería yemení: de paso, librarían a Arabia Saudí de este pantano con un «acuerdo de paz» a la medida de los intereses estadounidenses.
- Entregar armas a Riad por valor de miles de millones de dólares para que no le falten bombas cuando sus aviones sobrevuelan el cielo del Yemen: así se provocó la crisis humanitaria más grande del mundo. En 2016 Estados Unidos firmó con los Saud un contrato de armas por 115.000 millones de dólares, el mayor contrato de cualquier administración estadounidense durante la historia de alianza entre ambos Estados. ¿Era para la lucha antiterrorista o para que Riad patrocinara a miles de terroristas en Irak, Afganistán, Siria, Libia y Yemen? La promesa de Biden solo confirma que Estados Unidos ha conseguido sus objetivos en esta guerra, y pronto va a empezar otra.
- Ignorar los abusos contra los derechos humanos en Arabia Saudí: cientos de presos políticos sometidos a las torturas más brutales; decapitación en público de seres humanos; encarcelamiento de mujeres por conducir y agresiones sexuales a la orden del día son solo una pequeña parte del historial de este régimen. Al bloguero Raif Badawi, detenido en 2012 por «insultar al islam» –es decir, por criticar el despotismo de los gobernantes–, le condenaron a diez años de cárcel y mil latigazos. Biden ni siquiera presionó a los jeques para lograr su indulto.
- Defender la presidencia de Arabia Saudí en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, mientras cerraba los ojos a las atrocidades de la teocracia.
- Y la guinda: el Gobierno de Obama vetó un proyecto de ley aprobado por el Congreso por unanimidad que permitía a las familias de las víctimas del 11-S demandar a Riad por los vínculos del Ministerio de Asuntos Islámicos de ese país con los atentados, vínculos supuestamente ocultados por la CIA. Aunque los saudíes, a través del diario Al Hayat, dieron la vuelta a la tortilla: el atentado fue obra del propio Estados Unidos para tener un pretexto en sus proyectos de conquista bajo la denominación de la «guerra contra el terror». Sea como fuera, Obama-Biden y Riad se unieron en contra del Congreso de Estados Unidos. Así, la casa Blanca no sólo protegía a su aliado terrorista, sino que también impedía sentar precedentes: aquella ley podría cuestionar el principio de «inmunidad soberana» y animar a otros países a demandar a Estados Unidos por sus crímenes en extranjero.
Corregir el error de la CIA
Está claro que algo falla en la Comunidad de Inteligencia de Estados Unidos: no pudo prever la caída del Sha en Irán, pero «vio» armas de destrucción masiva en Irak; mientras estaba dormida un hijo desconocido del rey Salman, MbS, realizó un golpe de estado contra el favorito de Washington, el príncipe heredero Mohammad bin Nayef. Parece que en vez de recopilar información de forma imparcial y pasarla a los analistas políticos, la inteligencia estadounidense la selecciona en favor de su propia opción. Esta actitud se ha agravado durante el mandato de Trump, don una CIA dirigida por Gina Haspel.
Así, el socio estratégico y peligroso de Estados Unidos ha podido manipular a la Casa Blanca, cuyos inquilinos han preferido fingir ignorancia y amnesia (al igual que los europeos), cuando se trata de las atrocidades del régimen saudí.
Si nada se lo impide, Mohammed será rey durante el mandato de Biden.
Lo que hará Biden
Arabia Saudí no está dentro de las prioridades del presidente Biden: lo son China e Irán. Aunque todo lo que haga será cuestión de forma que no de fondo: no dirá, por ejemplo, que el general Al Sisi sea su «dictador favorito», aunque fue el gobierno de Obama-Biden quien reconoció un régimen golpista en Egipto, patrocinado por Riad.
- No visitará el reino al menos al inicio de la presidencia.
- Presionará a Riad hacer las paces con Qatar, sede de la mayor bar militar de Estados Unidos en la zona.
- Forzará a Riad a reconocer a Israel.
¿Cómo deshacerse del príncipe?
Durante décadas, una asociación estratégica con Arabia Saudí ha ofrecido a Estados Unidos un mercado de armas, una fuente de energía barata, un instrumento de regular el mercado de petróleo, tener un gendarme en el Golfo Pérsico un dique a la influencia rusa y china en esta región y en África, usando el integrismo religioso. Y debería seguir así. Sin embargo, Mohammad bin Salman es la principal amenaza para esta relación porque:
- Carece de legitimidad por romper el orden sucesorio, golpear el wahabismo al reducir el poder de la Mutawa, la policía religiosa, con el fin de modernizar el país y faltar el respeto a los jefes tribales, deteniendo a los príncipes. Cuando tendió la trampa a los millonarios del reino, invitándoles a un hotel en Riad, en la noche de cristales rotos, casi le provoca un infarto en el rey Salman: sabe que la venganza de aquellos hombres humillados y torturados caerá sobre su hijo en cualquier momento: ni los de «arriba», ni los de «abajo» le quieren, todo lo contrario. Además, la aparición de la repúblicas chiita de Irán y la sunnita de Turquía ha arrebatado a Arabia Saudí su estatus del centro del islam. Por lo que debe reemplazar el islamismo por otro «ismo», por ejemplo, el nacionalismo o el panarabismo, para obtener esta legitimidad, dentro y fuera de su país. Algo que, con su perfil de Trump saudí, es casi imposible.
- No puede permitir que unos jeques mantengan el control sobre la primera reserva del petróleo del planeta y de vez en cuando reclamen su autonomía: la invasión a Bahréin en 2011 para aplastar su primavera, organizar el golpe de estado de Al Sisi en Egipto o provocar una guerra de precios del petróleo en marzo de 2020, forzando al crudo Brent a caer a 31 dólares el barril, provocaron pánico en la Casa Blanca.
- . El principal problema de Estados Unidos con el hijo del rey no es que exhiba su extrema crueldad, sino que de repente, la «política normalmente opaca pero predecible» del país se ha convertido en «increíblemente volátil e impredecible», apunta el ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional y analista de la CIA Bruce Riedel. Los saudiólogos están perdidos, y la incertidumbre en un país estratégico no es buena para los negocios. Estados Unidos cuestiona la capacidad de bin Salman para liderar la cuna del islam. El objetivo de Biden será salvarlo de las tormentas internas, originadas por el descontento de los ciudadanos y de la elites que sujetan el poder. Fue en 1964 cuando los asesores británicos de La Guardia Nacional de Arabia Saudita (SANG), el brigadier Kenneth Timbrell y el coronel Nigel Bromage, incitaron el golpe de Estado del príncipe heredero Faisal contra su hermano mayor, el rey Saud, por ser un incompetente para realizar reformas e incapaz de controlar a la población durante una hipotética revolución. SANG, bajo el control de MI6 y la CIA, está centrada en salvaguardar la «seguridad interna» del palacio. Estados Unidos ha recibido 4.000 millones de dólares para un programa de capacitación y «modernización» de esta institución.
La teocracia saudí ya había vivido intensas luchas palaciegas (en 1954, 1962, 1969 y 1977). La CIA desmanteló, en 1966 y en 1969, dos complots para derrocar a la monarquía por los oficiales que iban a declarar la República de la Península Arábiga, como lo habían hecho los militares en Iraq, Libia, Siria, Egipto o Yemen.
Pero, MbS ha dejado a Estados Unidos sin alternativa, de momento: Mohammed bin Nayef, tras sufrir un atentado, está incapacitado; Mansour Muqrin bin Abdulaziz murió en un «accidente» de helicóptero en 2017, y el hermano del rey Salman, Ahmed bin Abdulaziz, está arrestado desde el marzo de 2020 acusado de conspirar para derrocar al rey.
Por lo que, Biden podrá dejar al Pentágono seguir un proyecto de reconfigurar el mapa de Oriente Próximo, ahora desde Arabia Saudí y destituir al impresentable príncipe con un «golpe de terciopelo», para seguir con el proceso de la qatarización de Arabia Saudí: una dictadura presentable y moderna, dirigida por la organización de extrema derecha sunnita de Hermandad Musulmana (una especie de Opus Dei) creada en 1928 por Gran Bretaña, que hoy también reina en Turquía y Sudán. El Partido Demócrata se ha opuesto a incluir a la organización en la lista de grupos terroristas. Su lobby en Estados Unidos y Europa está detrás de las críticas y ataques a los Saud en los medios de masa. El Gobierno de Hussein Obama tuvo una compleja relación con este islamismo.
Mientras, Biden, que quizás sobreestima su experiencia como ministro de exteriores, mira con simpatía al nuevo hombre fuerte del Golfo Pérsico, al que nunca ha criticado a pesar de que es el mentor de MbS: el heredero de Abu Dhabi y otro Principie de Tinieblas Mohámed bin Zayed, activo discretamente en las guerras de Yemen, Siria, Libia, Iraq, Afganistán, Sudan, entre otros. Si EAU fuera un poderoso país, podría reemplazar a Arabia para los planes de Estados Unidos, pero no lo es.
Las cartas del heredero de Salman
- Organizar atentados, bajo la bandera de Al Qaeda o el Estado islámico contra los intereses de Estados Unidos y de Europa por el mundo.
- Promover una campaña popular para exigir la salida de las tropas de Estados Unidos del país y de la región.
- Agitar la bandera «antiimperialista» para presentarse como víctima-héroe de «Occidente», criticando la injerencia extranjera en los asuntos internos de un país «musulmán»: siempre hay miles de pakistaníes preparados para quemar banderas de Estado Unidos ante cámaras previamente avisadas.
- Retirar los 506.000 millones de dólares de inversiones de Arabia en Estados Unido en bonos del Tesoro y otros valores, o en las compañías comerciales incluidas las petrolíferas.
- Provocar una guerra con Irán, con la ayuda de Trump, aun presidente, y desviar la atención del mundo de los árabes.
Un estremecedor panorama y aun así, por 33 motivos, no hay ni un movimiento contra la guerra y el militarismo.