Tanella Boni nació en Abiyán, antigua capital de Costa de Marfil, situada entre las ricas plantaciones de cacao y el ancho mar. Su madre, «que tenía conciencia de la fragilidad de todas las cosas», no se imaginaba que podía llegar otro bebé a su familia: «Estaba en la flor de la edad, pero creía que […]
Tanella Boni nació en Abiyán, antigua capital de Costa de Marfil, situada entre las ricas plantaciones de cacao y el ancho mar. Su madre, «que tenía conciencia de la fragilidad de todas las cosas», no se imaginaba que podía llegar otro bebé a su familia: «Estaba en la flor de la edad, pero creía que era menopáusica». Su padre tenía un inalterable buen humor. Siguiendo sus cambios de destino, la familia vivió por décadas viajando. Tanella Boni recorrió de norte a sur su país: de la sabana a los campos sembrados y de allí a la selva tupida. Aprendió a escuchar a las mujeres marfileñas hablando en decenas de lenguas diferentes. En cuanto a sus padecimientos, las mujeres africanas eran entonces -y siguen siendo hoy en estos días- prácticamente iguales. «Tuve la suerte -afirma- de vivir en el corazón de un fascinante crisol de culturas y lenguas que por mucho tiempo forjaron la riqueza de mi país. Años después, no puedo comprender cómo una parte de la Costa de Marfil ha llegado a desgarrarse de su propio seno». Es que a Tanella Boni le tocó atravesar la rica geografía marfileña cuando el país, a partir de 1960, recién declarada la independencia de la metrópoli colonial -aunque sin romper del todo algunos lazos con la comunidad francesa- se veía a sí mismo como la joven promesa del continente africano. Las sucesivas crisis políticas y económicas; la fractura social tras la irrupción -desde el norte- de grupos islámicos, en tensión con los cultos tradicionales y con la población cristiana; el estallido de la guerra civil hace poco más de una década: todo ello terminó por fragmentar al país, postergando sus expectativas de desarrollo humano. Actualmente, según datos de la UNESCO, se calcula que un cincuenta por ciento de los veinte millones de habitantes de Costa de Marfil está alfabetizado. Las analfabetas son, en un sesenta por ciento, mujeres.
Tanella Boni emigró a Francia para realizar sus estudios en filosofía: primero en Toulouse, luego en París, en la Sorbona (Paris IV), donde recibió su doctorado. Durante 25 años enseñó filosofía en la Universidad de Cocody, en Abiyán (incluso fue vicedecana de la Facultad de Filosofía y Letras entre 1993 y 1997). Pero esa casa de estudios estuvo cerrada a causa de la violencia política que se desató, inicialmente como resabios de la guerra civil iniciada en el año 2002, luego por la nueva crisis que estalló tras la resistencia del ex presidente Laurent Gbagbo a dejar el poder, a pesar de su derrota en las urnas.
Recién el mes pasado la Universidad de Cocody comenzó a reabrir sus puertas. En ese marco, las investigaciones de Tanella Boni se concentraron en temas de diversidad cultural, derechos humanos (sobre todo, la situación de mujeres y niñas en el territorio africano), y en las mutaciones del continente a la luz de la globalización.
La suya ha sido una voz crítica de las formas en que Occidente aborda el problema de la servidumbre femenina en Africa. Y sobre todo del modo en que la cultura europea y norteamericana digiere la intervención de las propias intelectuales africanas en ese asunto. En su ensayo Que vivent les femmes d’Afrique? (que podría traducirse como ¿Vivan las mujeres de Africa?), escribió: «La intelectual africana es aceptada en el círculo de los iniciados siempre y cuando ella se adapte al discurso dominante y lo profundice. Partiendo del primer cuestionamiento, por inaplicabilidad a la cuestión de las mujeres, le llueven las críticas: pecado grave de feminismo, mitos de persecución, falta de rigor y de objetividad científicas, mimetización y occidentalización, fortalecimiento de la percepción racista de Occidente, negación de la cultura y pérdida de la identidad africana (…). En todos los casos, si las mujeres son oprimidas no es sino por ellas mismas (…). Su marginación queda anclada en las representaciones mentales incluso cuando ellas pueden llevar a cabo las mismas tareas que los hombres y aspirar a sus mismos derechos».
En ese ensayo también desarrolla la idea de que la sola alfabetización no permitirá resolver la humillación de las mujeres del continente. «Al revés de lo que se suele creer, en Africa, la lucha contra la ignorancia y el analfabetismo no pueden resolver los problemas cruciales de la vida cotidiana ni la discriminación de género, que no han desaparecido tampoco en la cumbre de la pirámide social, entre la población más educada. Allí también las mujeres siguen trabajando más que los hombres y donde su aptitud para la autonomía no ha sido asumida en su justa medida».
-Usted ha insistido en que la alfabetización, aunque necesaria, no es suficiente para la emancipación de sus mujeres. Ciertas tradiciones socio-culturales -afirma- tienen raíces mucho más profundas y continúan sojuzgándolas a la autoridad de los hombres. En este marco: ¿cómo definiría hoy «conocimiento»?, ¿cuál podría ser el sentido «emancipatorio» del conocimiento para las mujeres de Africa?
-Existen muchas formas de educación. La educación formal (es decir, la que se lleva a cabo en la escuela y que denominamos instrucción) no reemplaza las otras formas de educación informales que se llevan a cabo en el hogar: la educación de la madre, de las hermanas, de muchos otros factores que ocurren en la calle o alrededor de uno. Lo que quiero decir es que los conocimientos aprehendidos en la escuela pueden coexistir con los de las tradiciones socioculturales. En el ensayo Que vivent les femmes d’Afrique? yo hablaba de la alfabetización que muchas ONG y muchos organismos internacionales proponen como solución para la emancipación de las mujeres. Pero la alfabetización no nos provee efectivamente de conocimientos sólidos. Las mujeres sin duda aprenden a leer y a escribir, incluso quizás a descifrar determinados conceptos. Esto puede servir, tal vez, para desarrollar las actividades económicas o para la conversación. Pero hay que ir más allá de la alfabetización: lograr una auténtica instrucción. Yo no digo que ella deba pasar forzosamente por la escuela, ya que existen mujeres que tienen el espíritu muy abierto, que conocen muchas de las cosas que conciernen al mundo moderno, las leyes de la globalización, la vida política, etc. y que no fueron jamás a la escuela. Cada mujer debe ser consciente de la importancia de todas las formas de conocimiento y debe ser capaz de entender la diferencia entre los saberes que son provechosos para su expansión personal y los que la mantienen en la obediencia y la sumisión masculina. Es sobre todo la experiencia de la vida, las pruebas a las que cada una de ellas logra sobreponerse -por ejemplo, en poblaciones en las cuales las condiciones de vida son muy difíciles-, la que les permite emanciparse. Por lo tanto, a mi juicio, la mejor manera de emanciparse es la de ser consciente de los propios intereses. Pero no se aprende a ser conscientes de los propios intereses ni en la escuela ni a través de la tradición, sino más bien por medio de las pruebas a las que la vida nos somete. Es por esta razón que cuanto más se las quiere someter, más conscientes son ellas de que deben emanciparse. Yo agregaría también que tener modelos de mujeres emancipadas en la propia familia o a nuestro alrededor es la mejor manera de aprender a liberarse de la tutela de los hombres.
-¿Cree que las nuevas tecnologías en comunicación contribuyen a modificar las creencias y experiencias socio-culturales sobre las cuales se asienta la sumisión de las mujeres en Africa?
-En las ciudades, una gran cantidad de mujeres jóvenes y de niñas se conectan a Internet. Las redes sociales como Facebook también son muy populares. Tal vez estos son los sitios de encuentro que les interesan, y pasan mucho tiempo buscando al hombre ideal en estos sitios. Para muchas asociaciones de mujeres, Internet es el medio privilegiado para dar a conocer sus objetivos y actividades. Y esto es algo muy positivo. Navegando en la Web, ellas pueden estar al tanto de lo que ocurre en el mundo. Se informan. Se cultivan. Es algo que puede abrirles los ojos. Pero a la vez, las hace soñar. No nos olvidemos de que en la Web hay cosas buenas y malas. Quizás, a algunas de ellas les haga mal proyectarse en algunas de estas cosas. Por otra parte, no son solamente las mujeres las que creen que pueden decir cualquier cosa o mirar cualquier cosa en la Web. Los hombres también pasan mucho tiempo en Internet. Esto puede cambiar su manera de comportarse. Pero no hay que olvidar que las creencias socio-culturales pueden convivir con ideas traídas de afuera. Vivimos entre dos o más culturas a la vez, e incluso existen quienes son completamente «aculturados», pero son casos más bien raros. En definitiva: Internet permite soñar de vez en cuando, pero no transforma efectivamente la realidad.
-¿Cuáles son las herramientas que pueden contribuir a modificar las ideas tradicionales acerca de la sumisión de las mujeres en un contexto africano, sin vaciarlo de sus valores históricos y culturales?
-Me parece que las leyes en favor de la igualdad de los sexos pueden permitir una lucha contra la servidumbre de las mujeres. Leyes locales; pero sobre todo la aplicación en cada ámbito local de los instrumentos jurídicos internacionales contra la discriminación y las violencias que se cometen contra las mujeres.
-En su novela «Les nègres n’iront jamais au paradis» («Los negros nunca irán al paraíso», traducida al castellano) traza una pintura muy compleja e interesante sobre el modo en el cual los africanos educados y profesionalizados (y sus descendientes) tratan de sobrevivir en un mundo globalizado. ¿Cree que este género literario permite profundizar su abordaje filosófico y sociológico de la cuestión africana?
-La novela permite abordar libremente cuestiones muy complejas, que no podrían ser tomados en cuenta en una formulación y en un tratamiento filosófico. En la novela se puede contar una historia, describir situaciones, poner personajes en escena. Desde este punto de vista, la novela me ha permitido pronunciarme sobre problemas difíciles y profundizar de alguna otra manera la reflexión filosófica.
-Usted estudió y ha seguido enseñando filosofía durante muchos años: ¿en qué sentido la filosofía -y, desde luego, su enseñanza- pueden llegar a ser un conocimiento emancipatorio?
-La filosofía no es una disciplina como las otras. Se aprende no solamente a razonar sino también a tener un espíritu crítico. Se aprende que existen muchas maneras de filosofar y también que filosofar no es solo una actividad puramente teórica sino una forma de vida, como creían muchos filósofos de la Antigüedad greco-latina. A través de ella es posible comprender mejor lo que ocurre en política y en economía, se ve cuán complejo es el mundo. En rigor, la filosofía nunca nos da soluciones ya digeridas a los problemas del mundo. Con ella se aprende más bien a cuestionarlo todo y en cualquier situación. Con ella se aprende a desconfiar de las evidencias y a ser menos ingenuo en la vida. Se aprende, además, que no todo es bello y bueno en el universo y que el mal existe en todas partes; que el hombre es capaz de hacer el mal a sus semejantes. Por supuesto que no hace falta filosofar para entender esto, pero la filosofía nos permite ver que existen maneras de pensar que son las mismas en todas partes del planeta y en todos los tiempos; y que no existe más que una sola humanidad, aunque las culturas y los valores sean relativos. A mi entender, esto último es lo más importante. Por otra parte, la filosofía no nos permite comprender todo y por completo: ella deja muchas preguntas en suspenso. Por esa razón escribo también poesía y novelas.