La mayoría de los franceses considera que una intervención militar en un país africano es entrar en una casa prestada. Piensan, sienten y reaccionan como si tuvieran un derecho «natural» para intervenir en África, territorio que se repartieron con las otras potencias coloniales a sangre y fuego, contra la voluntad de las poblaciones locales. En […]
La mayoría de los franceses considera que una intervención militar en un país africano es entrar en una casa prestada. Piensan, sienten y reaccionan como si tuvieran un derecho «natural» para intervenir en África, territorio que se repartieron con las otras potencias coloniales a sangre y fuego, contra la voluntad de las poblaciones locales. En los análisis realizados por quienes justifican una intervención militar tan lejos del continente europeo se dice muy poco acerca de los intereses económicos y estratégicos que tiene Francia. Entre los principales argumentos figura la defensa de la democracia, salvar al Estado amigo de Mali, reducir a las fuerzas islámicas fundamentalistas, fanáticas, mafiosas, contrabandistas y, por supuesto, la lucha contra el terrorismo.
Al presentarse como si fueran los abanderados de las intervenciones humanitarias los franceses dicen que van a ocupar Mali para ayudar a la población local, que no parece en condiciones de resolver sus problemas sin que vengan los europeos a explicarles de qué manera se construye la democracia. El ex presidente Jacques Chirac era un fiel representante de esta forma de pensar cuando decía sentirse «muy orgulloso de la obra colonial de Francia (y que) sólo los intelectualoides izquierdistas y masoquistas podían criticarla». En su breve discurso, el 11 del mes último, el presidente François Hollande habló de una «agresión de elementos terroristas fanáticos y brutales» y de la «seguridad de su población que quiere vivir libre y en democracia».
Ni una palabra sobre los intereses económicos ni las extraordinarias ganancias que tienen sus empresas. Claro que tampoco se podía esperar un análisis histórico de los numerosos problemas que existen, muchos de ellos consecuencia directa de la creación de entidades nacionales cuando las potencias coloniales trazaron fronteras absolutamente artificiales. Basta mirar el mapa para comprobarlo. Y la nostalgia de la gloria de antaño inunda París, los partidos políticos y los medios de comunicación. Por eso, aparece reflotado el neologismo «Françafrique», inventado por Félix Houphouët-Boigny, el primer presidente de Costa de Marfil una vez lograda la independencia. Y si para Houphouët-Boigny implicaba una relación privilegiada con la antigua metrópoli, para Francia esta relación implica la garantía de acceder a las materias primas estratégicas y garantizar los negocios de sus grandes multinacionales, en franca competencia con las inversiones norteamericanas y chinas en el continente. En otras palabras, una relación neocolonial clásica. No hace falta ser un gran estudioso para saber que uno de los problemas cruciales que afectan a varios países de Europa occidental tiene que ver con la escasez de recursos naturales. No es casual que gran parte del gas provenga de Argelia, el uranio -indispensable para la industria nuclear-, de Níger, así como el petróleo, el cacao, las bananas, el café o la madera de tantas otras regiones.
La intervención de Francia en Mali es una continuidad de su relación histórica con África. Y vale la pena recordar que Francia sostuvo, financió y armó a algunos de los dictadores más sangrientos de las antiguas colonias, desde Hassan II -en Marruecos- hasta el emperador Bokassa, en la República Centroafricana, pasando por Ben Alí en Túnez, Omar Bongo en Gabón, Idriss Déby, en Chad, para nombrar solamente a algunos de ellos. Francia ocupó Argelia por cientotreinta años; Mali, Níger, Camerún, Senegal y más de un tercio del África, por décadas. ¿Alguien realmente puede pensar que interviene en Mali en nombre de la democracia?