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La paradoja de la revolución tunecina

Fuentes: nawat.org

Traducido por Rocío Anguiano

No me ha gustado el planteamiento de algunos comentaristas nacionales e internacionales que hablan de Túnez refiriéndose a una revuelta popular que, a falta de líder político, no se ha convertido todavía en una revolución. Lejos de las consignas, los rumores y las leyendas populares que suele inventarse la gente en estos tiempos de euforia, es necesario hacer un análisis objetivo y veraz para entender la realidad del acontecimiento histórico que está viviendo Túnez. Para ello, debemos reflexionar basándonos en datos reales.

El 15 de enero de 2011, Ben Alí cedió a la presión del pueblo y huyó hacia un destino desconocido para el público, se dice que lo ha acogido Arabia Saudí, algunos hablan de agentes de la CIA que lo habrían secuestrado en el último momento, otros hablan de agentes del Mossad… Eso ahora no tiene importancia, el pueblo ha vencido al dictador. No hay duda de que a partir de ahora esa fecha será la más importante de la historia de Túnez. Sí, los tunecinos han hecho una revolución.

Así que presentaré primero los logros de la revolución tunecina que, además, es única en su génesis, sus características y sus métodos. Luego, en segundo lugar, explicaré la paradoja a la que se enfrenta esta revolución a la que todos los tunecinos, hombres y mujeres, de los parados a los jóvenes, de los líderes de los partidos políticos a los representantes sindicales, deben dar una respuesta.

La revolución tunecina ha alcanzado dos logros significativos que solo pueden augurar un futuro mejor par Túnez. La primera conquista de esta revolución es la derrota de la familia mafiosa (Ben Alí a la cabeza y su gran séquito de parásitos, desde los Trabelsi a los Chiboub, Mabrouk, Materi…). Este primer triunfo es esencial porque tiene un gran significado simbólico, el de un pueblo que ha vencido a una tiranía de una crueldad que sobrepasa todo lo imaginable. Los Trabelsi no se conformaron con saquear las riquezas del país (recursos naturales, patrimonio nacional y cultural, mercados públicos y privados, bancos…), se organizaron en grupos armados para intimidar, asesinar y cortar de raíz cualquier voz que se elevara contra sus fechorías. Se trata de una victoria contra la corrupción que encarnaba esta familia de ladrones y la reivindicación por parte del pueblo de una meritocracia en la que no exista la corrupción y solo prevalezca el talento. El final de los Trabelsi es un mensaje claro a los que estuvieran tentados, en un futuro cercano o lejano, de aprovecharse de su proximidad al poder para acaparar bienes públicos o privados de forma totalmente ilegal. Dicho esto, el esfuerzo de la sociedad civil debe proseguir para pedir cuentas a esas familias y devolverle al pueblo lo que pertenece al pueblo y para presionar a la justicia y al Estado para que se juzgue a los saqueadores y se hagan públicos los resultados de ese juicio y el alcance de los daños materiales y humanos causados por esta mafia antes y después de la huida del dictador.

El segundo logro para mí es más importante; se trata de la emancipación de la palabra, prefiero decirlo así antes que hablar de una libertad de expresión que implica una prensa libre, medios de comunicación abiertos al debate público, portavoces de la palabra de la calle y de lo político en toda su diversidad… Esto no sucede todavía hoy, pero además llevará tiempo y necesitará la implicación de todos los ciudadanos. Pero esa emancipación de la palabra, la están viviendo ahora los tunecinos plenamente y les permite recuperarse del traumatismo de varios años de humillación y de empobrecimiento intelectual y político. Se trata de una terapia de grupo que se lleva a cabo en todas las calles, cafés, casas y oficinas. Esa efervescencia popular es muy positiva y deja entrever un futuro apacible y prometedor, esta emancipación de la palabra ha evitado también que Túnez se pierda en círculos viciosos de violencia y terrorismo.

En definitiva, hay que proteger y reforzar esos dos logros que son la derrota de los Trabelsi y la emancipación de la palabra, organizarlos y estructurarlos para que puedan dar los frutos esperados. Para conseguirlo es necesario:

– Presionar sobre la cadena de televisión pública tunecina para que sea por fin el espejo de la sociedad civil y que muestre al mismo tiempo la realidad de la calle en su diversidad y en sus aspiraciones.

– Pedir informes públicos del progreso de las investigaciones de los crímenes perpetrados por Ben Alí, su gran familia, de los Trabelsi a los Mabrouk, los Chiboub, los Materi y cualquier responsable del RCD que haya ordenado, organizado, planificado o permitido actos de tortura u homicidio contra los tunecinos antes y después de la revolución.

Tras esta interesante reflexión, pasemos al balance político y, con toda objetividad y franqueza, voy a intentar ser lo más pragmático posible, porque mucha gente trata a los que piensan como yo de extremistas y revolucionarios (¡cómo si fuera un defecto!).

Hoy, todo el mundo mira a Túnez con admiración, salvo algunas dictaduras recelosas que intentan desesperadamente silenciar la revolución. Pero no hay que perder de vista que hasta la salida del dictador, los escépticos eran mayoría, tanto en las filas de la oposición como en el mundo occidental y árabe. Esto acarrea esencialmente una falta de confianza mutua y una ruptura entre pueblo y elites políticas. Y me gustaría compartir aquí una reflexión personal hecha tras observar cómo uno de los partidos de la oposición llamados «radicales» se convertía hoy en defensor de la política de Mohamed Ghannouchi (ex primer ministro de dictador); me estoy refiriendo al PDP (Partido Demócrata Progresista) cuyo líder histórico es Ahmed Nejib Chebbi, ahora miembro del gobierno de transición de Túnez con el cargo de ministro de desarrollo regional y local, para mi gran decepción. Sin ser miembro de ese partido, ni de ningún otro, he tratado de cerca con algunos representantes de esa formación, a cuyos líderes y militantes todavía respeto, y he podido apreciar un doble discurso a la vez inquietante y decepcionante. El conjunto de estas consideraciones es lo que me lleva a pensar que la revolución tunecina se enfrenta actualmente a una paradoja.

Paradoja que se puede resumir en estos términos: El pueblo tunecino va por delante de su elite política, lo que abre un abismo. Por «elite» política me refiero tanto a la oposición como a los diferentes representantes del poder en todas sus formas (ejecutivo, legislativo y judicial). Este abismo es al mismo tiempo un obstáculo para un cambio real y la fuente misma de esa revolución, lo que viene a confirmar las palabras de Ravirol: «Cuando el pueblo es más sabio que la corona, está muy cerca de una revolución» Este abismo entre «elite» política y pueblo se percibe en distintos ámbitos:

1.- El PDP es uno de los firmantes del manifiesto del movimiento 18 de octubre por los derechos y las libertades en Túnez, que desgraciadamente conocen muy pocos tunecinos, y que refleja un consenso muy positivo de diversas fuerzas políticas, liberales, nacionalistas, islamistas y de izquierdas sobre cuestiones fundamentales como la relación entre Estado y religión, las libertades de la mujer o la libertad de expresión… Ese manifiesto se publicó el 25 de enero de 2006. Pero algo en lo que insistía también el manifiesto de ese colectivo era en el rechazo a cualquier exclusión de tipo ideológico y la aceptación del otro como punto de partida fundamental y necesario para construir una democracia duradera, estable y sin tensiones. Ahora parece que algunos de los firmantes de ese movimiento se alejan de sus convicciones al aceptar participar en un gobierno transitorio presidido por Mohamed Ghannouchi. Un gobierno que no refleja la diversidad del espacio político tunecino y del que se ha excluido a las fuerzas de oposición radicales de forma deliberada. Aunque no comparto las ideas del Ennahdha, de Rached Ghannouchi o del Partido Comunista de los Obreros de Túnez de Hamma Hammami, estos antiguos partidos tienen una base popular que es necesario respetar y no excluir del espacio político. Otros partidos, como el Congreso por la República de Moncef Markouzi, no han sido invitados al debate a pesar de que todos ellos pueden aportar materiales importantes en la construcción del Túnez del futuro.

2.- Al principio de la revolución, la inmolación por el fuego de Mohamed Bouazizi y las primeras «pequeñas» manifestaciones en Sidi Bouzid y sus alrededores tuvieron ecos tímidos y más bien mesurados entre la oposición, incluido el PDP. Las calles tunecinas empezaban a bullir y el germen de la revolución era palpable, pero Ahmed Nejib Chebbi se conformó con llamar al diálogo con el gobierno para encontrar una salida a la crisis. Yo manifesté mi desacuerdo a los representantes del PDP en París explicándoles que no se puede pedir al pueblo que sea más valiente que su «elite» política, y entonces me respondieron que el movimiento no era todavía lo suficientemente fuerte para tomar posiciones «radicales». En ese momento asentí pensando que sin duda había un cálculo político y que era necesario confiar en Chebbi, que seguramente adoptaría posiciones más firmes y decididas en el momento adecuado. Ese momento tardó en llegar. Tras varios muertos por fuego real en Tala y Kasserine, el PDP tomó por fin posiciones alentadoras al declarar que el gobierno ya no era legítimo y era incapaz de realizar las reformas necesarias para sacar al país de la crisis. Esta declaración tuvo entonces una repercusión muy positiva en Túnez.

3.- Tras la huida de Ben Alí se trataba de formar un gobierno de transición tomando como base el diálogo con las fuerzas de la oposición. Al principio, la idea de una fase transitoria y un debate abierto, democrático y sin exclusión fue ampliamente aceptada por el pueblo y por la «elite» política (pongo siempre las comillas porque no me gusta la palabra elite). Eso suponía, claro está, que el gobierno de transición (algunos querían llamarle gobierno de salvación nacional… pero eso no tiene importancia) reflejara la diversidad del espacio político tunecino y se compusiera de miembros en los que la sociedad civil y las fuerzas públicas pudieran confiar para llevar a buen término la transición democrática. La víspera de la publicación de la composición del gobierno de transición, el PDP organizó un debate público en París al que asistí con la esperanza de entender la posición y la estrategia del PDP, que había aceptado el diálogo con el RCD para formar el gobierno de transición. Entonces planteé una pregunta sencilla y clara: «¿qué garantías concretas pidió el PDP a Ghannouchi para garantizar una transición democrática y sin riesgos de volver atrás?» Me respondieron claramente que una de las condiciones era que los ministerios claves (de soberanía) como interior, defensa y justicia no estuvieran en manos del RCD. El resultado fue que todos los ministerios claves quedaron en manos del RCD y antiguos símbolos del régimen de Ben Alí se mantuvieron en sus puestos. Chebbi, que quedó a cargo del ministerio de desarrollo regional y local, reduciendo así su margen de maniobra de forma significativa, aceptó a pesar de todo formar parte de esta mascarada. En cuanto a los otros dos miembros de la oposición (Mustafá Ben Jaafar y Ahmed Brahim), asumieron respectivamente las cargas del ministerio de sanidad y el ministerio de educación superior y de la investigación científica. Lo que no les permite influir ni más ni menos que a Chebbi en el liderazgo de la fase de transición frente a los tiburones del RCD.

4.- Algunos miembros del PDP, para justificar la necesidad del actual gobierno de transición, han empezado a agitar la bandera de la amenaza a la seguridad y el riesgo de derrocamiento militar en caso de caos. Quiero decirle a esta gente que no han entendido todavía que el ejército de Túnez es republicano y que no tienen derecho a utilizar la imagen del ejército de esa forma demagógica tras todo lo que ese ejército ha hecho por el pueblo de Túnez. El pueblo tunecino ha demostrado a su vez que está por encima de esos temores en la seguridad mediante el civismo que ha caracterizado a su revolución, su excepcional autoorganización y su solidaridad.

Así, lejos de ser un gobierno de salvación nacional, es más bien un intento de salvar el barco del RCD que empezaba a hundirse y que no puede llevar a Túnez a la realización de su revolución. El PDP de Chebbi, al igual que el FDTL de Ben Jaafar y el Ettajdid de Brahim, han sido utilizados como medio para evitar que el viejo navío del RCD se hundiera. No quisiera tratar a esos antiguos elefantes de la política de ingenuos, pero incluso un principiante en política puede entender que con estas reglas del juego no se puede derrotar al RCD. La separación completa entre el Estado y el partido no se hará en unos pocos días. No se puede deshacer en seis meses lo que se ha hecho en más de medio siglo. La confusión entre Estado y partido, tanto en las ideas como en los hechos, es el resultado de una política antirrepublicana desarrollada por el RCD desde la época de Burguiba. La política de Ben Alí contribuyó a reforzar esta confusión y a agravarla. El RCD ha fracasado, tras más de medio siglo encarnando las aspiraciones del pueblo tunecino a la justicia social y a un desarrollo equitativo. Edmund Burke lo dejó claro: «Un Estado que no tiene los medios para realizar cambios no tiene los medios para mantenerse». El RCD se hunde, Mustafá Ben Jaafar lo ha entendido y se ha retirado del gobierno de transición; sería más prudente que Chebbi y Brahim hicieran lo mismo antes de que pierdan toda su credibilidad frente a pueblo. Sería también más sensato para las buenas voluntades del RCD, que sin duda las hay, alejarse de ese partido ruin que ha visto y ha permitido que Ben Alí y su mafia saquearan la república. Nada les impide formar un nuevo partido y presentarse a las próximas elecciones. Sin embargo, seis meses es muy poco tiempo para llevar a cabo las reformas políticas y constitucionales, permitir que aparezca una alternativa creíble y ofrecer la posibilidad a todos los partidos políticos de expresarse.

Para salir de esta paradoja, todos deben asumir sus responsabilidades.

* Ciudadanos y ciudadanas: seguid movilizados para defender la revolución, los logros son todavía frágiles y debemos permanecer vigilantes. Es, además, el momento de crear asociaciones y agruparse en torno a objetivos que nos unan (defensa de las libertades, apoyo a las víctimas del régimen, acciones judiciales contra los torturadores…). Los comités de barrio, que garantizan la seguridad en todos los rincones de Túnez, deben ser reforzados. El apoyo popular del ejército nacional es un elemento clave, mantened esta actitud y ayudad a las fuerzas del orden en su trabajo.

* Los partidos políticos: asuman sus responsabilidades porque la historia no perdona. Es hora de que entiendan que el pueblo es quien decide y que nadie tiene derecho a excluir al pueblo del debate político y de la construcción del Túnez del futuro. Retírense del gobierno de transición y pidan la disolución de parlamento y del gobierno de transición y la formación de un verdadero gobierno de salvación nacional formado por todas las fuerzas políticas y sindicales, incluidos los antiguos miembros del RCD que no hayan formado parte del gobierno de Ben Alí, que quieran servir a los intereses del país y que no hayan sido cómplices de los crímenes contra los tunecinos. Es necesario también hacer un llamamiento a los jóvenes talentos y a los académicos tunecinos que puedan guiar a Túnez en las reformas políticas de la fase transitoria. No necesitamos a los tecnócratas del antiguo régimen, no son imprescindibles.

* Periodistas: simplemente hagan su trabajo, el sindicato de periodistas empieza a tomar posiciones decididas e iniciativas muy positivas. Los periodistas de la televisión pública deben unirse para trabajar con toda independencia y transparencia y conseguir que la cadena pública se convierta en el espacio de expresión privilegiado de los tunecinos y que nunca más se censuren las intervenciones «políticamente incorrectas».

* Ejército y fuerzas de seguridad: Permanezcan unidos y del lado del pueblo, no queremos relaciones de enfrentamiento entre las fuerzas de seguridad y el ejército, sino más bien que se complementen. Necesitamos tanto policías como soldados, solo les pedimos que sean republicanos, apliquen la ley y respecten la voluntad del pueblo.

Viva Túnez unida y solidaria.

Viva la libertad.

Y viva la república.

Ayoub Massoudi, 30 años, musulmán-árabe-tunecino. Ingeniero de Telecomunicaciones y doctor en seguridad informática, no me considero ni marxista ni capitalista, ni nacionalista ni de ningún dogma político que aprisione a los hombres en un conformismo cegador. Pero hay dogmas de los que no quiero liberarme: el amor por Túnez y los tunecinos y la sed de justicia y de conocimiento. Ayoub Massoudi

Fuente: http://nawaat.org/portail/2011/01/21/le-paradoxe-de-la-revolution-tunisienne/