Es hora de trabajar sobre la hipótesis de una separación territorial que permita la constitución de un Estado palestino, sin perder de vista el abrumador desequilibro en poderío militar y económico con Israel.El conflicto palestino-israelí sigue siendo una de las principales causas del caos y sufrimiento de Oriente Medio. En el corto plazo, la única […]
Es hora de trabajar sobre la hipótesis de una separación territorial que permita la constitución de un Estado palestino, sin perder de vista el abrumador desequilibro en poderío militar y económico con Israel.
El conflicto palestino-israelí sigue siendo una de las principales causas del caos y sufrimiento de Oriente Medio. En el corto plazo, la única solución factible y decente está en concordancia con el viejo consenso internacional: un acuerdo para la existencia de dos estados en la frontera (en la Línea Verde), lo cual exigiría mínimos ajustes mutuos.
Están sobre la mesa varios programas sobre dos estados. El más destacado de ellos es el Acuerdo de Ginebra, presentado en diciembre pasado por un grupo de prominentes negociadores palestinos e israelíes, que trabajaron fuera de los canales oficiales. Este Acuerdo incluye un detallado programa para un intercambio de tierras 1 x 1 y es tan bueno como lo que se puede conseguir -y podría conseguirse si el gobierno norteamericano lo apoyara. La realpolitik es que Israel debe aceptar lo que le dicta la gran potencia».
El «plan de retirada» Bush-Sharon es, de hecho, un plan de integración/expansión. A pesar de que Sharon pide alguna forma de retiro de la Franja de Gaza, «Israel va a invertir decenas de millones de dólares en asentamientos en Cisjordania», tal como dijo el ministro de Finanzas israelí Benjamin Netanyahu. Este tipo de asentamientos va en contra de la «hoja de ruta» apoyada por Bush, que pide una suspensión de «toda la actividad sobre asentamientos».
La pregunta que surge es si las comunidades palestina e israelí están tan interconectadas en los territorios ocupados que no hay división posible.
En noviembre del año pasado, los antiguos líderes del Shin Bet, el servicio de seguridad israelí, acordaron en líneas generales que Israel podía y debía retirarse por completo de la franja de Gaza. En Cisjordania, entre el 85% y el 90% de los colonos se retirarían «con un sencillo plan económico».
El Acuerdo de Ginebra está basado en presunciones similares, que parecen realistas. Dicho sea de paso, es bastante cierto que ninguna de estas propuestas aborda el punto del abrumador desequilibro en poderío militar y económico entre Israel y un eventual Estado palestino, o de otras cuestiones bastante cruciales. En el largo plazo podrían surgir otros acuerdos, a medida que se creen interacciones más sanas entre ambos países. Una posibilidad con raíces más antiguas sería una federación binacional.
Entre 1967 y 1973, un estado binacional de este tipo fue algo bastante factible en Israel/Palestina. Durante aquellos años, un tratado entre Israel y los estados árabes para una paz total fue también factible y es algo que fue ofrecido, de hecho, por Egipto en 1971, y por Jordania tiempo después.
En 1973 se había perdido la oportunidad. El cambio lo trae la guerra de ese año y la modificación de la opinión entre los palestinos, dentro del mundo árabe y en la comunidad internacional a favor de los derechos de los palestinos, en una forma que incorporaba la resolución 242 de Naciones Unidas pero agregaba cláusulas para la existencia de un estado palestino en los territorios ocupados, que Israel evacuaría.
Los Estados Unidos, sin embargo, bloquearon esa resolución en estos últimos 30 años. El resultado fueron guerras y destrucción, duras ocupaciones militares, ocupación de tierras y recursos, resistencia y, finalmente, un creciente ciclo de violencia, odio y desconfianza mutuos. Esos resultados no se pueden esfumar.
El progreso exige compromisos de parte de todos. Pero, ¿qué es un compromiso justo? Lo más cerca que podemos llegar de una fórmula general es que se debieran aceptar los compromisos si estos son los mejores posibles y pueden conducir a algo mejor.
El acuerdo de Sharon basado en la existencia de «dos estados», que dejaría a los palestinos confinados en la franja de Gaza y en cantones distribuidos en cerca de la mitad de Cisjordania, no cumple con ese criterio. El Acuerdo de Ginebra se aproxima a este criterio y debiera ser aceptado por ende, al menos, como base para una negociación palestino-israelí.
Un acuerdo para la existencia de dos estados en concordancia con el consenso internacional es aceptable ya para una amplia franja de la opinión pública israelí. Esto incluye también a los «halcones» extremistas, que están tan preocupados por el «problema demográfico» -el problema de que haya demasiados no judíos en un «estado judío»- que están hasta fomentando la propuesta (ultrajante) de transferir áreas de asentamientos árabes densos dentro de Israel a un nuevo Estado palestino.
Una mayoría de la población norteamericana apoya también el acuerdo sobre la existencia de dos estados. Por ende, no es del todo inconcebible que esfuerzos de activistas dentro de los Estados Unidos logren que el gobierno norteamericano se alinee con el consenso internacional, en cuyo caso, Israel se plegaría también.
Aun sin ninguna presión de los Estados Unidos son muchos los israelíes que están favor de algo de este tipo. Los antiguos líderes del Shin-Bet, así como el movimiento israelí por la paz (el Gush Shalom y otros) creen que la ciudadanía israelí aceptaría un resultado de este tipo. Pero las especulaciones sobre todo esto no son nuestra verdadera preocupación. Nuestra preocupación tiene que ver con que la política del gobierno norteamericano se ajuste a la del resto del mundo y, aparentemente, a la de la mayoría del pueblo norteamericano.
* Noam Chomsky es lingüista y ensayista norteamericano.
Copyright The New York Times Syndicate y Clarín, 2004. Traducción: Silvia S. Simonetti.