África necesita una infraestructura energética fiable, no la hipocresía de Occidente
A mitad de abril, siete países europeos se comprometieron a paralizar los apoyos significativos a proyectos de combustibles fósiles fuera de sus fronteras. Se unieron así a la decisión de Estados Unidos y otros países europeos de interrumpir su financiación de proyectos de infraestructura energética en los países pobres dependientes del carbón, del gas y del petróleo. Esta prohibición general consolidará la pobreza en regiones como el África subsahariana, pero contribuirá poco a la reducción mundial de emisiones de carbono.
África representa al 17 por ciento de la población mundial pero es responsable de menos del 4 por ciento de las emisiones globales de carbono. No es justo que los países ricos combatan el cambio climático a costa del desarrollo de los países de baja renta y de la resiliencia climática. En vez de eso, los países ricos deberían ayudar a que los gobiernos africanos utilicen una amplia gama de fuentes de energía para alcanzar un desarrollo rápido y sostenible.
La infraestructura de combustible fósiles existente en África es intensiva en carbono y da servicio a sus países más ricos. Dos tercios de la capacidad de generación eléctrica del continente se ubican en Sudáfrica y varios países del norte del continente. Los restantes 48 países solo tienen una capacidad de 81 gigavatios en su conjunto, del total de 244 gigavatios de toda África y de los 9.740 gigavatios de todo el mundo. El ciudadano etíope medio consume apenas 130 kilovatios-hora de electricidad al año, aproximadamente la misma cantidad que el estadounidense medio consume en 4 días.
Este desequilibrio es tanto la causa como la consecuencia de la falta de infraestructura moderna en África. Para cientos de millones de africanos de todo el continente, la energía es escasa, la comida cara y, a menudo, importada y el empleo a tiempo completo difícil de encontrar. Mucho de lo que se necesita para el desarrollo –carreteras, escuelas, viviendas, energía fiable– no puede lograrse de forma rápida solo con energía verde.
El gas natural es un combustible fósil, pero puede ayudar mucho a sacar a las comunidades de la pobreza. Produce aproximadamente la mitad de emisiones de carbono que el carbón y es abundante en muchos países subsaharianos, entre ellos Nigeria, Mozambique, Angola y la República Democrática del Congo. La plataforma Energía para el Crecimiento (Energy for Growth Hub), una red de investigación internacional, calcula que si esos 48 países triplicaran su consumo eléctrico de la noche a la mañana mediante el uso de gas natural, las emisiones de carbono resultantes serían inferiores al 1 por ciento del total global.
El gas natural ofrece además las mejores oportunidades para modernizar la producción y el transporte de alimentos en la agricultura a gran escala; es fiable, barato y su combustión es más limpia que la de otros combustibles fósiles. Puede almacenarse hasta que se necesita. Es una de las mejores materias primas para producir fertilizantes sintéticos; puede alimentar coches, autobuses, camiones y barcos, además de sistemas de refrigeración. Eso significa menos desperdicio de alimentos y que los agricultores puedan suministrar más comida con menos superficie agrícola.
La prohibición total de los combustibles fósiles hará poco para impulsar el crecimiento de las energías renovables en toda África: ese crecimiento ya está en marcha. La electricidad de Etiopía, Kenia, Malawi, Mali, Mozambique y Uganda –que en conjunto representan una quinta parte de la población africana– procede principalmente de fuentes renovables como la hidroeléctrica. Además, el desarrollo de combustibles fósiles puede utilizarse mientras se construyen fuentes renovables, sentando las bases para proyectos más ambiciosos. Una tesis doctoral de 2020 averiguó que los generadores móviles alimentados por gas serían esenciales para la transición a las renovables en Sudáfrica, porque las fuentes solar y eólica son demasiado inestables a gran escala. Y siempre está el riesgo de aumentar de escala demasiado deprisa: el suministro intermitente procedente de una gran planta eólica en Kenia ha hecho aumentar los precios de la electricidad en aquel país.
Los críticos pueden contraargumentar que quienes tienen intereses en los combustibles fósiles intentarán excluir las fuentes renovables y que los gobiernos pueden sentirse atrapados por los lobbies de los combustibles fósiles. Aunque entiendo esa preocupación, como defensora de la sostenibilidad creo que siguen siendo necesarios. Las instituciones financieras internacionales deben dar prioridad siempre que sea posible a los proyectos de energías renovables y los países ricos deben invertir en investigación y desarrollo que reduzcan sus costes. Pero no deben menospreciar la gravedad de la pobreza (casi 600 millones de africanos carecen de acceso a la electricidad). A medida que los desastres naturales y otros riesgos climáticos sean más habituales, será mayor la necesidad de hospitales, carreteras redes eléctricas resilientes, sistemas de alerta, cadenas de suministros de alimentos robustas y otras infraestructuras que requieran energía fiable.
En vez de prohibir los combustibles fósiles en proyectos de desarrollo, la Unión Europea, Estados Unidos y el Banco Mundial deberían adoptar criterios para la financiación que consideren el crecimiento económico además de el impacto climático. Por ejemplo, la explotación de un importante recurso de 4,2 billones de metros cúbicos de gas natural a lo largo de la frontera entre Tanzania y Mozambique aumentaría el acceso a la electricidad y generaría unos ingresos muy necesitados en dos países de baja renta y poca emisión de gases de efecto invernadero. Es posible imaginar un sistema escalonado en el que los países de menor renta, bajas emisiones o gran uso de energía verde sean más elegibles para proyectos de desarrollo que dependan de combustibles fósiles. Toda infraestructura que se construya debería ser moderna y tener buen mantenimiento para reducir el desperdicio causado por fugas y la necesidad de quemar gas metano.
La inmensa mayoría del legado de emisiones que provoca el calentamiento global procede de los países ricos, que mantienen su dependencia de los combustibles fósiles. Sería el colmo de la injusticia climática imponer restricciones a las naciones que más necesitan infraestructuras modernas y son menos responsables de los desafíos climáticos a los que se enfrenta el mundo.
Fuente: https://www.nature.com/articles/d41586-021-01020-z?
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