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La historia de Assata Shakur

La que pelea

Fuentes: Brecha (Uruguay)

Entre los diez terroristas más buscados por el FBI -hombres con turbante, barba y nombre árabe- hay una mujer. Se llama Assata Shakur. El gobierno de Estados Unidos ofrece por ella 2 millones de dólares. En junio pasado Donald Trump le exigió a Cuba que entregara a la «asesina de policías», como la llama. Antigua militante de los Panteras Negras y madrina del popular rapero Tupac Shakur, Assata vive en La Habana, a donde llegó hace más de treinta años tras su fuga de una cárcel de Nueva Jersey.

La futura Assata Shakur aprendió de su abuelo el sentido de la igualdad y la dignidad personal: «¿Quién es mejor que vos?», le preguntaba. «Nadie», respondía la pequeña JoAnne. El viejo le enseñaba como quien arenga a la tropa: «no bajes la vista cuando respondas, no digas No, señor, Sí, señora. Hablá en voz alta y que yo no me entere de que un blanco te ventajea». Los abuelos estaban orgullosos de ser negros pero no eran revolucionarios. Querían que la nieta se diera sólo con niños decentes y que llegara a ser alguien en la vida, que para ellos era sinónimo de tener casa y auto.

Por la integración. JoAnne pasó la primera infancia en Wilmington, Carolina del Norte. Por la mañana iba a una escuela de niños negros y de tarde ayudaba en el negocio familiar. Los abuelos se ganaban la vida con un puesto de comida y el alquiler de sombrillas. En un Sur de estricta segregación, los negros iban a Wilmington porque era de las pocas ciudades donde no tenían prohibida la playa. A JoAnne le impresionaba ver llegar a esos hombres y mujeres grandes y curtidos que se quedaban extasiados mirando el mar como si estuvieran frente a Dios.

Terminó la escuela en Nueva York, donde, a diferencia de Wilmington, era de las pocas niñas negras de la clase. Buena estudiante, sin embargo no la pasaba bien. Todo dejaba en evidencia su condición. Tenía pocos amigos, sufría por sus pobres útiles escolares y se veía en problemas para cumplir con la obligada redacción «Mis vacaciones de verano». Ella no iba a ningún lado, mientras que el resto de la clase volvía con felices relatos de viajes en familia a Bermuda o España.

De adolescente se volvió una muchacha callejera. Tomaba el metro y bajaba en cualquier barrio de la ciudad. En Harlem hizo amistad con una joven llamada Bonnie que le habló del valor de la lucha organizada de los negros y le descubrió la literatura. Con ella empezó a leer a Dorothy Parker y a Edna St Vincent Millay.

En unas vacaciones en casa de los abuelos se acercó a un local de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (Naacp). Se afilió a la asociación pero no resistió su discurso: si un blanco la empujaba tenía que seguir de largo y si la pateaban debía rezarle a Dios para que perdonara al pecador. «Hermanita, si querés la libertad no hay sacrificio demasiado grande para conquistarla», le dijo un compañero cuando ella se negó a poner la otra mejilla. Sin embargo, JoAnne todavía no era una radical. Por ese entonces sólo pretendía que se la reconociera como una ciudadana estadounidense más: «Solía ir por ahí diciendo ‘nuestro país’, ‘nuestro presidente’, ‘nuestro gobierno’ (…). Creía que si el Sur sólo fuera como el Norte, todo funcionaría bien».

Raza y clase

El gran cambio en la vida de JoAnne vino cuando entró a la Escuela Comunitaria de Manhattan. Abandonó el trajecito de secretaria y los zapatos de taco y dejó de atormentarse con torniquetes nocturnos para alisarse el pelo. Estaba muy cerca de descubrir el «black is beautiful». Primero se interesó en el garveyismo, movimiento inspirado en la prédica de Marcus Garvey, periodista y sindicalista negro de Jamaica que predicó en Estados Unidos en las dos primeras décadas del siglo pasado e inspiró la religión rastafari. Se oponía a la integración y bregó por el regreso de los negros a África.

Luego se identificó con la República de Nueva África, un movimiento que exigía al Estado indemnizar a los negros por la esclavitud y que les cedieran un territorio en el país donde fundarían un Estado afroestadounidense. La bandera roja, negra y verde ondeaba en los actos en los que todos se tenían por ciudadanos de la nueva república. Muchos se cambiaron el nombre por uno con resonancia africana. JoAnne adoptó el de Assata Shakur, por el que se la conoce. Assata significa «la que pelea» y Shakur, «el agradecido». Poco después su pensamiento incorporó la cuestión social. La opresión no era sólo una cuestión racial sino también de clase: «Por eso no podía verme peleando dentro del sistema. Los dos partidos, el demócrata y el republicano, estaban controlados por millonarios».

Tras dos años de matrimonio con Louis Chesimard, un joven comprometido con la causa pero incapaz de aceptar que su mujer no se dedicara a tiempo completo a las tareas domésticas, Assata se separó. Se mudó a Berkeley, la ciudad más politizada en la que había estado. Allí oyó hablar por primera vez del Che Guevara, de los tupamaros y del brasileño Carlos Marighella.

Convencida de que la lucha por la liberación trascendía la raza, empezó a trabajar con otros pueblos. Se ofreció como colaboradora de un médico que atendía en la isla de Alcatraz, ocupada en noviembre de 1969 por indígenas del norte de Estados Unidos y Canadá para denunciar la expulsión de sus tierras y protestar por la situación en que vivían. Richard Nixon pensó que podía desalojarlos en 24 horas, pero la ocupación duró casi dos años. Bajo la conducción de Richard Oakes, dirigente indio asesinado en la calle tres años después, los ocupantes nombraron un consejo de gobierno y recibieron solidaridad para organizar la alimentación, la atención médica y la educación de los niños. La causa tuvo el apoyo de estrellas de cine como Marlon Brando y Jane Fonda. También se acercó a los chicanos en su denuncia de la explotación de los trabajadores del campo, la brutalidad policial, el hacinamiento escolar y la desintegración familiar.

Un cerdo es un cerdo

Cada vez más radicalizada, se integró al Partido de los Panteras Negras: «No trataban de parecer intelectuales hablando de la burguesía nacional, del complejo industrial (…). Simplemente llamaban cerdos a los cerdos. (…) Hablaban de los cerdos policías racistas y de los perros racistas». Por ese entonces el artista Emory Douglas, creador de la estética de los Panteras Negras y diseñador de las portadas del periódico partidario, popularizó la representación gráfica (y el término) de la policía como un cerdo en dos patas.

Su primer puesto de militancia fue en el Programa Desayuno para los Niños. A fines de 1969 los Panteras Negras servían comida a más de 10 mil niños. No era una obra de caridad sino un ensayo de organización política y de poder autónomo que les permitía, además de alimentar a niños que lo necesitaban, denunciar la pobreza, acercar gente al trabajo político y ganar popularidad. El director del Fbi John Edgar Hoover advirtió el potencial del programa y desde el principio lo catalogó de subversivo y ordenó combatirlo.

Aunque sentía admiración por la entrega y compromiso de la mayoría de sus hermanos y hermanas, como se llamaban entre ellos, Assata empezó a discrepar con la manera de hacer política en el partido. Se atrevió a hablar con su gran amigo Zayd Shakur, un militante cordial, respetuoso y de vasta cultura política. Le dijo que las orientaciones de arriba eran rígidas y sectarias, que no soportaba el personalismo y el machismo de los dirigentes y que los militantes se sentían atraídos por las armas más que por el trabajo político. «La maravillosa creatividad revolucionaria que yo admiraba tanto había desaparecido, y en su lugar había estancamiento y dogmatismo», concluye Assata.

Abandonó el partido en repudio a la expulsión en masa de militantes que discrepaban con la dirección. La afectó en particular la campaña contra Gerónimo Ji Jaga Pratt, un hermano que para ella reunía todos los valores políticos y personales de los Panteras Negras. Poco después Gerónimo fue detenido y acusado de matar a una mujer en un asalto. Días antes de que comenzara el juicio, el cuerpo de Sandra Pratt, la mujer de Gerónimo, apareció acribillado al costado de una ruta. Estaba embarazada. Tras un proceso sin pruebas, Gerónimo fue condenado a prisión perpetua. Salió de la cárcel 27 años más tarde y se exilió en Tanzania, donde murió el 2 de junio de 2011.

Clandestinidad y caída

El sectarismo no era, sin embargo, el mayor peligro que acechaba a los Panteras Negras. El FBI los tenía en la mira. Los consideraba la principal amenaza a la seguridad del país. Para combatirlos, Hoover creó el Programa de Contrainteligencia (Cointelpro), que tenía como objetivo infiltrarse y fomentar la disidencia interna, promover campañas de desprestigio de sus dirigentes y otras acciones ilegales. Aunque también actuaba contra otras organizaciones políticas y sociales, los Panteras Negras fueron su principal objetivo. El programa no era público pero pronto empezó a hablarse de él y, sobre todo, se vieron sus resultados. En diciembre de 1969 el pastor Ralph Abernathy, sucesor de Martin Luther King, declaró: «En este país hay un calculado designio para el genocidio».

Su alejamiento del partido no apartó a Assata de la actividad política. Junto a Zayd y otros compañeros que habían abandonado la organización se integró al Ejército Negro de Liberación (BLA), una formación político-militar marxista. Una noche, cuando volvía del trabajo, se cruzó con un amigo: «No vayas a tu casa, está llena de cerdos», le dijo el hombre. A partir de ese momento vivió en la clandestinidad.

El 2 de mayo de 1973 viajaba por una autopista de Nueva Jersey con Zayd y otro militante llamado Sundiata Acoli. Al parecer tenían un farol roto o quizás los detuvieron, como sostiene un amigo suyo, por manejar «en estado de negritud». El incidente terminó en desastre. Ella con dos balazos, Zayd y un policía muertos. Acoli escapó.

Encierro

Despertó en el hospital, rodeada de enfermeras, médicos y policías. Después la llevaron a una habitación en penumbra. En la camilla de al lado estaba el cuerpo de Zayd en una bolsa de plástico transparente. Los policías que la custodiaban se ufanaban de ser nazis. Se divertían hostigándola. La apuntaban con el arma y le decían: «Hoy es tu último día en la tierra». Assata los escuchaba hablar de la superioridad de los blancos, creadores de la civilización griega y romana. Cada tanto se volvían hacia ella y le preguntaban: «¿Alguna vez oíste que un negro haya compuesto una sinfonía?».

Abatida por la muerte de Zayd, sólo la sostenía la certeza de que Sundiata había escapado, hasta que un policía irrumpió en la habitación: «Ya lo tenemos. Está cantando como un pajarito y te tiró todo el fardo a vos». Otro intentó convencerla de que le devolviera la acusación, pero ella no cedió. Después supo que Sundiata no había hablado. La hicieron responsable de una interminable lista de delitos. El más grave: el asesinato del policía de la autopista; y el que más le dolió: la acusación de que había matado a su querido Zayd.

Cuando se recuperó la trasladaron a una cárcel con un régimen de 24 horas de encierro. Por la abogada se enteró de que su nombre estaba en todos los diarios y la televisión. La pintaban como una mujer que andaba por el mundo asaltando bancos y matando policías.

Kakuya

En el juicio se reencontró con Kamau Sadiki, un compañero del BLA, acusado de tantos delitos como ella. Cuando alguno de los dos pretendía hablar los hacían callar e incluso los sacaban a la fuerza de la audiencia. Finalmente, para evitar que «obstruyeran la acción de la justicia», el juez decidió que no asistieran más al juicio. Los traían a la corte y los encerraban en una oficina.

Convencidos de que estaban condenados de antemano, se desentendieron de la marcha del juicio. Sólo les importaba charlar sin que los molestaran. Cada tanto oían voces que venían de la sala. El fiscal rugía, los testigos mentían. Ellos contenían la risa. Al juicio le llamaban «el vodevil».

«Cada día nos sentíamos más cerca hasta que quedó claro que nuestra relación había cambiado. Empezamos a acariciarnos y nos dimos cuenta de que cada uno era un oasis para el otro.» Hablaron de hacer el amor y de la posibilidad de que quedara embarazada. Tener un hijo nunca había estado en sus planes pero, como iluminada, de pronto decidió que era posible: «Voy a vivir, voy a amar a Kamau y si de esta unión nace un niño, me voy a alegrar. Porque nuestros hijos son nuestro futuro y yo creo en el futuro y creo que nuestra lucha es poderosa y justa. (…) Me relajé y dejé que las cosas siguieran su curso natural».

Tiempo después empezaron a tratarla por malestar estomacal y fatiga. Vivía tirada en la litera, dormitando. Al cabo de tres exámenes de orina que, perplejo, el médico de la cárcel había mandado repetir, le informaron que estaba embarazada. «¿Le vas a poner Jesús?», preguntó la hermana cuando supo la noticia. El FBI ordenó una investigación. El embarazo alimentó la fama de Assata. Diarios y revistas especulaban sobre la paternidad y hacían conjeturas sobre los guardias de la cárcel. Al cabo de un embarazo que le exigió meses de reposo, dio a luz a una niña a la que llamó Kakuya Amala Shakur.

Aislamiento y fuga

Durante un año estuvo en una cárcel de hombres en régimen de aislamiento. En abril de 1978 la trasladaron a Alderson, a más de 700 quilómetros de Nueva York, una ciudad montañosa y aislada a la que no se podía llegar por avión. La confinaron en la Unidad de Máxima Seguridad, una prisión dentro de la prisión. Era la única mujer negra. El resto del pabellón lo ocupaban integrantes de la rama femenina de la Hermandad Aria, un grupo racista que actuaba en las cárceles de California y era famoso por los ataques a prisioneros negros. Cuando la devolvieron a Nueva Jersey pudo ver a su hija por primera vez en mucho tiempo. La niña había cumplido 4 años. La visita fue horrible. Enojada, Kakuya le gritó: «No sos mi madre, te odio. (…) Si quisieras saldrías de acá, pero no querés». Ese día Assata se convenció de que tenía que fugarse.

En su autobiografía, escrita en Cuba en 1987, no habla una palabra de cómo se organizó y ejecutó la fuga; tampoco lo menciona en los reportajes que dio después. Está claro que fue una operación compleja del BLA, que supuso acciones previas (robos) para obtener el dinero que precisaba la organización, y también que hombres y mujeres fueron a prisión por haber participado en ella. Asssata tampoco reveló cómo llegó a Cuba, donde vive desde hace más de 30 años.

El gobierno de Estados Unidos sigue reclamando por ella. La extradición de Assata fue una causa célebre de la gobernadora republicana de Nueva Jersey Christine Whitman. Llegó a escribirle al papa Juan Pablo II pidiéndole que cuando fuera a la isla hiciera gestiones para que la devolvieran, y declaró que si los cubanos querían normalizar las relaciones con Estados Unidos, como prueba de buena fe debían entregarla. Pero para Cuba Assata no es negociable.


Tupac Amaru Shakur

La revista Rolling Stone lo definió como «una de las estrellas del pop más dinámicas, influyentes y autodestructivas de los años noventa». También fue actor, pero triunfó sobre todo en la música, con más de 100 millones de discos vendidos. Amiga de su madre, una notoria militante de los Panteras Negras, Assata fue su madrina y Gerónimo Pratt el padrino. Talentoso, millonario y rebelde, Tupac Shakur vivió entre el éxito y los problemas con la policía. El 13 de setiembre de 1996 lo asesinaron a balazos en Las Vegas.


Prisionero de guerra

Sundiata Acoli está preso desde que lo detuvieron con Assata hace 45 años. Pasó más de ocho en régimen de completo aislamiento en Marion, una cárcel que el activismo negro consideraba el peor campo de concentración del país. Es matemático y analista de sistemas, pero a pesar de su formación, del trabajo que hizo en la cárcel y de las ofertas de empleo que ha recibido, el Consejo de Libertad Condicional le negó la libertad dos veces.

Tiene un sitio web:

www.sundiataacoli.org/

Se le puede escribir a:

Sundiata Acoli #39794-066 (Squire)

FCI Cumberland

Federal Correctional Institution

PO BOX 1000

Cumberland, MD 21501


«Panteras Negras: vanguardia de la revolución»

La película dirigida por Stanley Nelson (2015) recrea la historia de los Panteras Negras a partir de un rico y atractivo material de archivo y de entrevistas a más de una treintena de hombres y mujeres que integraron la organización. El nacimiento, la fuerza, las debilidades y la derrota del movimiento están presentes en este magnífico fresco de una de las luchas más potentes del siglo XX. El documental puede verse en Netflix.

Fuente: https://brecha.com.uy/