Traducido por Àlex Tarradellas
Todo lleva a creer que estamos ante una nueva repartición de África. La del final del siglo XIX fue protagonizada por los países europeos en busca de materias primas que sustentaran el desarrollo capitalista y tomó la forma de dominación colonial. La del inicio del siglo XXI tiene un conjunto de protagonistas más amplio y ocurre a través de relaciones bilaterales entre países independientes. Además de los «viejos» países europeos, la repartición incluye ahora a los Estados Unidos, China, otros países emergentes (India, Brasil, Israel, etc.) e incluso un país africano, África del Sur. Pero la lucha continúa siendo intensa, con componentes económicos, diplomáticos y militares. Trágicamente, al igual que antes, es más que posible que la gran mayoría de los pueblos africanos obtenga pocos beneficios de la explotación escandalosamente rentable de sus recursos.
Los Estados Unidos importan hoy en día más petróleo de África que de Arabia Saudita y se calcula que en el 2015 el 25% venga del continente. A su vez, China hace vastísimas inversiones en África, las mayores de las cuales en Angola que, el año pasado, se volvió el mayor proveedor de petróleo de China. Y el comercio bilateral entre los dos países rebasó los 5 billones de dólares. Entretanto, las empresas multinacionales surafricanas se expanden agresivamente en el continente en las áreas de la energía, telecomunicaciones, construcción, comercio y turismo. Al contrario de lo que se podría esperar de un gobierno del Congreso Nacional Africano (ANC [1]) de Nelson Mandela, no las mueve el panafricanismo. Las mueve el capitalismo neoliberal puro y duro, imitando bien a los concurrentes del norte.
La primera repartición de África condujo a la Primera Guerra Mundial y sometió el continente a un colonialismo depredador. ¿Y el actual? Ahora la lucha se centra en el petróleo y en la distribución de los rendimientos del petróleo. Una visita breve a Luanda es suficiente para evaluar el vértigo de la construcción civil a cargo de empresas chinas, portuguesas y brasileñas, de la selva urbana del tráfico, de los lujosos condominios cerrados, alquilados a las empresas petrolíferas, de las habitaciones de los hoteles agotadas con meses de antecedencia, en fin, de la palabra «negocio» y «empresa» en la boca de toda la gente que tiene un vehículo de tracción en las cuatro ruedas o aspire a tenerlo. Nada de esto chocaría, sobre todo en un país sólo liberado del colonialismo hace treinta años, devastado por una guerra fraticida fomentada por la África del Sur del apartheid y después financiada por los amigos de hoy después de que éstos se convencieran de que la paz podría ser un buen negocio, un país con carencias abismales de infraestructuras sin las cuales no sería posible cualquier desarrollo. Lo que choca es que, detrás de los muros del mundo de la renta petrolífera, viva la gran mayoría de la población de Luanda en la más abyecta miseria de los musseques [2] en barracas de zinc y cartón, sin luz ni saneamiento, pagando caro por el agua potable, con vertederos y cloacas sirviendo de recreo a los niños cuya mortalidad es de las más altas del continente.
[1] Para más información sobre el Congreso Nacional Africano (ANC):
http://es.wikipedia.org/wiki
[2] Musseque – Barrio popular periférico, barrio bajo. En general instalado en terrenos arenosos. Del quimbundo «mu» (donde) + «seke» (arena). Equivalente a las favelas brasileñas pero en Angola.
*Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).
Àlex Tarradellas es miembro de Rebelión, Tlaxcala, y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.
Noticia en portugués: http://www.ces.uc.pt/opiniao