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El movimiento de masas echa a Ben Alí

La revolución tunecina en un momento decisivo

Fuentes: El Militante

El país magrebí considerado más estable por los medios burgueses, y con el nivel de vida más alto, vive en revolución. En estos momentos el dictador, Zine el Abidine ben Alí, ha tenido que huir y el primer ministro, Mohamed Ghanuchi, ha tomado el control institucional. Desde el 19 de diciembre las manifestaciones ilegales, la […]

El país magrebí considerado más estable por los medios burgueses, y con el nivel de vida más alto, vive en revolución. En estos momentos el dictador, Zine el Abidine ben Alí, ha tenido que huir y el primer ministro, Mohamed Ghanuchi, ha tomado el control institucional. Desde el 19 de diciembre las manifestaciones ilegales, la rebelión, se extendieron de un extremo a otro del país. La rabia, la energía de lucha de las masas tunecinas, contenidas desde la revuelta del pan de 1984, vencieron al miedo. La participación es masiva en todos los sectores, estudiantes de bachillerato y universidad, trabajadores, capas medias. La criminal represión, causante de al menos 66 muertos, en vez de paralizar a la población, le ha soliviantado aún más. La huida de Ben Alí plantea a la revolución una nueva situación. ¿Conseguirá el régimen mantenerse tras haber sacrificado a su principal referente? ¿Cuáles son las tareas actuales del movimiento?

La inmolación del joven Mohamed Buazizi en Sidi Bouzid fue el detonante. Este licenciado en paro intentó buscarse la vida con un puesto callejero de frutas y verduras, pero su mercancía fue requisada por la policía y su desesperación le encaminó hacia el suicidio. Los jóvenes, que son la mayoría de la población y se sienten acorralados por el alto paro (según algunas fuentes, del 60% entre los licenciados) y el coste de la vida, se vieron inmediatamente reflejados en esta víctima de la crisis y de la soberbia de un régimen tiránico. En el entierro de Mohamed, 5.000 personas clamaron «hoy te lloramos, mañana haremos llorar a quienes te han empujado al suicidio». Durante estas semanas, desde Sidi Bouzid, Kasserine, Thala y Regueb, se fueron extendiendo las manifestaciones ilegales por todo el país. En varias localidades los manifestantes asaltaron locales oficiales, incluso comisarías. Hubo también al menos dos suicidios (un joven se electrocutó gritando consignas contra el régimen) y cinco suicidios frustrados, lo que refleja el grado de desesperación y determinación. Especial importancia tiene la participación de la población de la cuenca minera de Gafsa, protagonista de una dura lucha, que fue aislada y reprimida, hace tres años.

Las primeras reivindicaciones espontáneas, más centradas en el paro, dieron paso rápidamente a otras más políticas, críticas con Ben Alí, la corrupción, la represión y el régimen. Consignas como «el trabajo es un derecho, banda de ladrones», «abajo los verdugos del pueblo», «trabajo, libertad, justicia social» o «no a los saqueadores del dinero público». Pero la que se impuso por encima de cualquier otra es «Ben Alí, márchate».

La policía reprimió con saña. La noche del 9 de enero y la mañana del 10 provocó decenas de muertos en Kassedine. Las fuerzas represivas ocuparon violentamente la sede regional de la UGTT (Unión General de Trabajadores Tunecinos), sitio de referencia de los manifestantes. En Thala se enfrentaron con ellos estudiantes de bachillerato (un buen ejemplo de la pérdida del miedo a la represión), y los policías se vieron obligados a ocupar institutos. Ese mismo día, el 10, Ben Alí ordenó el cierre de todos los centros educativos. El régimen también infiltró a provocadores en las manifestaciones para excusar la intervención policial, dispuso de francotiradores para asesinar a manifestantes, y organizó saqueos para intentar presentarles como delincuentes.

La criminal represión no sirvió para parar el movimiento, al contrario. La brutal actuación policial en Kassedine y otras localidades entre el 8 y el 10 provocó una mayor movilización, y la incorporación de los barrios obreros de Túnez capital a la revuelta.

Una dictadura descompuesta

El régimen ha demostrado en este proceso síntomas claros de agotamiento. Incluso sectores importantes de capas medias, y profesionales liberales (abogados, actores y artistas) se están movilizando y están sufriendo en sus carnes la represión. Rápidamente, los dos partidos de la oposición legal y domesticada han intentado desmarcarse de la dictadura. Otro síntoma de la descomposición de la dictadura son los rumores de que el responsable del Ejército fue destituido por sus vacilaciones en reprimir la rebelión; evidentemente un sector de militares tiene miedo a los efectos de ésta sobre la tropa, y de hecho hasta ahora, aunque ha salido a las calles, los militares no se han implicado en la represión e incluso ha habido muchos casos de confraternización entre soldados y manifestantes.

La clave para el triunfo definitivo de la insurrección es la implicación de la clase obrera. En Túnez la población urbana es muy mayoritaria, del 65%. Un tercio de la población activa trabaja en la industria (petróleo, minería, textil), y un 43% en los servicios, frente al 22% que vive del sector primario. Correctamente, la población se ha manifestado enfrente y dentro de los locales de la UGTT, ejerciendo presión. La cúpula de este sindicato tradicional (única federación legalizada) ha estado totalmente comprometida con el régimen, sin embargo la presión de su base le ha obligado a convocar huelgas en diferentes localidades, y la dirección nacional condenó la represión del Gobierno e incluso anunció una huelga general, aunque sin fecha determinada.

Ben Alí gobernaba Túnez desde 1987. Su dictadura se ha caracterizado por la eliminación del monopolio estatal del comercio exterior y por una salvaje apertura del país a las multinacionales europeas y estadounidenses, privatización que también ha beneficiado ostentosamente a su familia. Ella es propietaria de la telefonía privatizada, de bancos, de grandes superficies, de concesiones automovilísticas… De hecho el saqueo de los bienes públicos por parte de la camarilla dominante, las empresas extranjeras y los burgueses (saqueo ampliamente conocido, pero ratificado en sus detalles por las filtraciones de Wikileaks), es un factor clave en la explosión popular.

Los intereses del imperialismo

El imperialismo tiene grandes intereses en el país. El acuerdo de asociación Túnez-UE, firmado en 1998, fue un punto de inflexión en el saqueo de las empresas públicas y la ruina de la pequeña producción. También existe un interés político, ya que Túnez es tierra de paso de muchos inmigrantes africanos que intentan acceder a Europa a través de Italia; la UE firmó un acuerdo en 2002 que permite el control y la represión de esta población desesperada, con una contundencia que es más difícil en territorio europeo. Además les interesa de Túnez el control del peligro islamista. Por último, existen intereses estratégicos: el imperialismo necesita en la zona regímenes estables que promuevan sus negocios, y esto sólo es posible con dictaduras. El problema que tiene es que, como demuestra este caso, cada vez es más difícil apuntalar regímenes odiados por las masas, que están perdiendo el miedo, y la rabia recorre todo el Magreb y, también, el principal país árabe: Egipto.

Teniendo en cuenta estos intereses, es difícil sorprenderse de la nula o tibia reacción de los gobiernos imperialistas ante los acontecimientos. El viernes 7 la ministra francesa de Exteriores, Michèle Alliot-Marie, recibía sin publicidad a su homólogo tunecino, Kamel Morjane. La UE no se pronunció hasta el día 10, en boca de la responsable de Exteriores, Catherine Ashton, que pidió la liberación de los detenidos y «diálogo» (es de imaginar que a las dos partes). Más vomitiva todavía es la declaración de Franco Frattini, el de Exteriores italiano; «condenamos cualquier tipo de violencia, pero respaldamos a los Gobiernos que han tenido la valentía y han pagado con la sangre de sus ciudadanos los ataques del terrorismo». El Gobierno de Zapatero ha mantenido durante semanas un silencio cómplice, para al final lamentar con su habitual jesuitismo los hechos violentos producidos. Llama la atención, como ya pasó ante su posicionamiento con la dictadura marroquí (frente a la masacre del pueblo saharahui), la doble vara de medir de los reformistas, cuando se trata de regímenes tiránicos favorables a los intereses capitalistas, o de revoluciones como la venezolana y la cubana.

Los 3 días negros del dictador

Palo y zanahoria combinados ha sido la táctica de Ben Alí. El palo de asesinar a decenas de manifestantes, la zanahoria de destituir a dos ministros y prometía crear 300.000 puestos de trabajo, inversiones, una comisión de control de la corrupción, etc. Promesas que no han engañado a nadie.

Ante el avance de la lucha, con su extensión a los arrabales obreros de la capital, el régimen, en un intento desesperado por parar la insurrección, aislando a los sectores más luchadores del resto, combinó concesiones significativas con un paso cualitativo en la represión. El 12 de enero Ben Alí, por una parte, sacrificaba a su ministro del Interior, y lo más importante: ordenaba la liberación de todos los detenidos. Por otra, decretaba el toque de queda nocturno en Túnez capital, sacando a las tropas a las calles.

Sin embargo, estas maniobras no han tenido éxito. Esa misma noche los enfrentamientos se recrudecieron en la misma ciudad. En la localidad minera de Gafsa duraron hasta bien entrada la madrugada; la policía asesinó a siete manifestantes. La revuelta continuó en Kasserine, Beja (donde fue asaltada una sede del partido gubernamental), etc.

El día siguiente tuvo que reaparecer Ben Alí, en su penúltimo intento de aplacar la revolución. En un falso tono de autocrítica, y utilizando por primera vez el dialecto tunecino y no el árabe estándar (para que le entendieran fácilmente las masas y para dar una frustrada imagen de cercanía), el tirano se ofreció a no optar a la reelección presidencial en 2014, a permitir la libertad de prensa e internet, a abordar una reforma política en profundidad, y otras promesas de carácter económico y social. A la vez, informaba de haber dado orden de no disolver con bala las manifestaciones. Pero mantenía el toque de queda.

Una vez más, la maniobra salió mal. Al certificar con ese discurso la debilidad del régimen, miles de personas se echaron a las calles para celebrarla, haciendo caso omiso de nuevo del impotente toque de queda. El día 14 un clamor recorrió Túnez ciudad: «Ben Alí asesino». La crónica de El País es interesante: «Eran las 9 de la mañana cuando ha comenzado una nueva marcha en el centro de Túnez. Primero se han reunido unas miles de personas frente a la sede del prestigioso sindicato UGTT y luego ha ido creciendo con la incorporación de más manifestantes, hasta reunirse decenas de miles de personas (…). Allí [frente al Ministerio de Interior] se han enfrentado a un cordón policial y lo han sobrepasado. Los manifestantes no se fían del presidente y de lo que dijo ayer, lo llaman ‘asesino’ -en francés para que todo el mundo lo entienda- y piden libertad y que los Trabelsi, la familia de la primera dama, sean juzgados. ‘No a Ben Alí’, corean los manifestantes, añadiendo que ‘la revuelta continúa’. Dicen, sin parar de cantar el himno nacional, que ‘o nos matan o se van, pero aquí no se negocia».

La manifestación finalmente fue disuelta, aunque grupos de jóvenes mantuvieron enfrentamientos con la policía durante horas. Después de esta multitudinaria marcha, Ben Alí anunció, en su último cartucho, la destitución de todo su Gobierno y la convocatoria de elecciones legislativas. Ben Alí era ya una carga evidente para el propio régimen que lo encubrió, y a las pocas horas se produjo su huída y la asunción del poder formal por parte de uno de sus cargos políticos. Este es la primera victoria del movimiento de masas.

¿Hacia dónde va Túnez?

Han pasado pocas horas desde la huida de Ben Alí. Su sustituto habla de respetar la Constitución del régimen y ha apelado al «sentimiento patriótico». A la vez, se ha declarado el estado de emergencia (es decir, se amplía el toque de queda) y se ha revocado la supuesta prohibición de reprimir con fuego real.

La situación está muy abierta. ¿Puede el régimen, tras desprenderse de la rémora de Ben Alí, intentar ahogar en sangre la revolución, con el Ejército? Puede. Pero los interrogantes sobre cómo acabaría ese intento son demasiado importantes para la reacción. Lo más probable es que intenten remozar la imagen del régimen, ganar tiempo, tranquilizar y engañar a las masas con promesas y juegos parlamentarios, sin que esto descarte una intervención militar más adelante. En cualquier caso, la clase dominante tunecina necesita retomar el poder real, que hoy está puesto en cuestión.

Sin embargo, no está claro que consigan llevar a cabo sus planes. En estos momentos todo lo que huela al régimen es sospechoso para las masas. Mantener en sus cargos a la misma casta política corrupta, organizar unas elecciones tuteladas, y garantizar la misma política de saqueo y privatización para contentar a burgueses propios y foráneos, chocará con un movimiento que se siente fuerte, y que está decidido.

Los sectores más avanzados, al menos, saben que el movimiento haría mal en confiarse. Dos peligros ciernen sobre la revolución, la intervención de los militares y el desvío de la energía de las masas hacia el pantanoso terreno del parlamentarismo burgués.

La mera sustitución de Ben Alí no implica ninguna garantía de conquista de absolutamente ninguna reivindicación social o democrática, el movimiento debe continuar, y en este sentido la convocatoria de una huelga general indefinida es clave. La revolución, más que nunca, implica organización y programa.

Crear comités, dotarse de un programa socialista

El movimiento no puede delegar en nadie ajeno su representación. Es imprescindible la creación de comités en cada barrio, fábrica, localidad, elegidos en asamblea, y su coordinación a nivel nacional. Sus delegados deben ser revocables en todo momento, y organizar la huelga general es su tarea más inmediata. Esta iniciativa no es contradictoria con la presión hacia la UGTT para que convoque ya la huelga general indefinida, y con exigir la elección democrática de sus cargos y la depuración de los elementos comprometidos con la dictadura. Hay que animar a retomar, localidad por localidad, fábrica por fábrica, cada sección de la UGTT, y que ésta sea una herramienta útil para la clase obrera. También los sindicatos independientes, y las organizaciones obreras ilegales, tienen su papel en las asambleas y comités.

No podemos confiar en los cargos del Ejército. Por un lado es imprescindible perseverar en la confraternización con los soldados (fenómeno que ya se está dando), así como reivindicar plenos derechos democráticos para la tropa, y animarles también a organizar comités. Por otro lado, hay que garantizar, a través de las asambleas, que las manifestaciones no sean reventadas por la policía, los locales ocupados, etc.; las asambleas deben organizar milicias para vigilar las manifestaciones, los barrios obreros, etc.

También es imprescindible concretar en un programa las reivindicaciones que son necesarias. Las reivindicaciones democráticas (depuración profunda del aparato de Estado; enjuiciamiento de todos los responsables policiales, políticos y económicos; expropiación de sus bienes, libertades democráticas plenas sin cortapisas burocráticas) deben vincularse a las exigencias sociales y económicas populares (salarios dignos, plan de creación de empleo por parte del Estado, bajada radical del precio de los productos básicos, reforma agraria, etc.), y a la única alternativa que puede garantizar esto: la expropiación de la camarilla dirigente y de los burgueses, que se han lucrado con la dictadura, y de las multinacionales instaladas en el país. Recuperando los recursos del país, se podría planificar la economía al servicio de la mayoría. Para ello es imprescindible el control obrero y popular, a través de los comités que deben organizar la lucha y que deben ser la base de un auténtico Estado democrático, socialista.

Una revolución socialista es la única posibilidad de mejorar el nivel de vida de las masas. Cualquier maniobra burguesa para ganar tiempo no sólo no supondrá ninguna mejora para ellas, sino que puede preceder a una revancha de la clase dominante tunecina, y del imperialismo, que elegirán el mejor momento para ensangrentar de nuevo Túnez, y dar un criminal escarmiento al pueblo.

Un Túnez socialista

Un régimen de democracia obrera, que tome inmediatamente medidas socialistas, tendrá la enemistad radical de los imperialistas. Pero también tendrá un efecto electrizante en las masas del Magreb y de todo el mundo árabe. Marcará un camino a las masas desesperadas, hartas del yugo del imperialismo y del integrismo islámico.

Durante lustros los burgueses han intentado asustar a los trabajadores occidentales con el peligro de los movimientos islamistas. Han escondido convenientemente que éstos no son ni más ni menos reaccionarios que los propios imperialistas, como podemos ver en Afganistán o Irak. Y, sobre todo, han sobrevalorado convenientemente sus fuerzas. A la vez han escondido cómo también en las naciones árabes e islámicas, ricas en tradiciones revolucionarias, existen oprimidos y opresores; también existen trabajadores, jóvenes y campesinos, que buscan una sociedad justa, no en el Paraíso, sino en la Tierra, y que luchan por ella, contra los regímenes proimperialistas y haciendo frente a la reacción islamista (que allí juegan un papel similar al de las bandas fascistas de Europa en los años 30).

Independientemente de lo que pase, la revuelta tunecina es un hito que ya ha tenido efecto en el levantamiento de sectores de la juventud argelina, y que llama poderosamente a la acción a la clase obrera y a los demás oprimidos, en especial de Argelia, de Marruecos y de Egipto. Un Túnez socialista que enarbole la bandera de una Federación Socialista del Magreb y de la extensión mundial de la revolución sería un formidable imán.

http://www.elmilitante.net/content/view/6796/88/