Recomiendo:
0

La sociedad tranquila

Fuentes: Rebelión

En ese informe que periódicamente Naciones Unidas pu­blica acerca del índice de felicidad de los países del mundo, España ocupa el puesto 36. El primer país, Finlandia. ¿Y cuáles son las características y por tanto lo motivos por los que Finlandia figura el primero en el podio? Cada cual puede hacer sus deducciones, pero lo […]

En ese informe que periódicamente Naciones Unidas pu­blica acerca del índice de felicidad de los países del mundo, España ocupa el puesto 36. El primer país, Finlandia.

¿Y cuáles son las características y por tanto lo motivos por los que Finlandia figura el primero en el podio? Cada cual puede hacer sus deducciones, pero lo cierto es que sociedad finlandesa es una de las más igualitarias.

Hay otros factores a tener en cuenta, como es la esperanza de vida. En Finlandia 81 y en España actualmente de 82 años. Pero este dato y el famoso sol son engañosos a la hora de hacer una valoración global del nivel de satisfacción de la sociedad española. Pues la tasa de longevidad todavía es alta gracias a los millones de personas de la «sociedad tran­quila», y el sol, que empieza a ser excesivo, los abundantes in­cendios y la falta de humedad pueden ser factores peligro­sos no muy a largo plazo. El caso es que el futuro que se per­fila para las siguientes, una vez desaparecidas las generacio­nes entre 65 y 90 años, no es precisamente muy halagüeño si no cambian las condiciones generales de vida…

La sociedad tranquila es la sociedad de los jubilados y la del funcionariado. El resto vive desesperado. Pero la «desespera­ción» en este caso tiene dos caras. Una injustifi­cada y otra demoledora. La primera es la de los que teniendo mucho o suficiente no viven tranquilos y duermen mal por­que no les basta y quieren ganar más, a toda costa y a costa de lo que sea y de quien sea. La segunda es la de los que care­ciendo de todo se pasan la vida buscando trabajo, se do­micilian en casa de sus padres o abuelos y, pese a estar ayuda­dos por ellos, viven angustiados. Viven angustiados, porque no consiguen estabilidad, y temen no conseguirla nunca, porque saben que no van a poder formar una familia con dignidad, porque saben que no van a poder comprar nunca una vivienda… porque su triste y única esperanza está en la herencia del piso de sus padres. Así es como vive la ma­yoría de la población en España que no es rica y tampoco pertenece a la «sociedad tranquila»…

Me sospecho que es el signo de los tiempos, al menos en occi­dente. Pero aparte la pensión de los mayores y la retribu­ción regular del funcionariado, ya no hay más seguridad que la que puedan dar las policías frente a los terroristas. El día a día es incierto para grandes partes de la población trabaja­dora, lo que le acarrea un estado mental y psicológico inesta­ble. Son demasiados los que, instalados entre la interinidad y el desempleo crónico viven acosados por la ansiedad o por la depresión.

España, tras ese sol del que presume y tras esa tan a me­nudo alegría ficticia, respira una decadencia palpable, una im­posible creatividad que en el español sólo aflora fuera de España. Las tres configuran una sociedad triste por dentro, cuya íntima tristeza y frustraciones las compensa con mu­cho ruido, con mucho bullicio, con mucho fútbol, con mu­chos toros, con muchas copas y con muchas noticias, la ma­yoría lamentables y moviendo a indignación.

Es cierto que como contrapartida, ahora cualquiera puede te­ner un coche aunque sea de tercera mano, que cualquiera puede tener cualquier capricho convertido en «necesidad» por poquísimo dinero. Pero aun así la masa poblacional prin­cipalmente joven, vive una vida absurda, sin esperanza y sin ilusión. Quien no comprenda y actúe en consecuencia que la mejor manera de hacer frente a las carencias es no cre­arse necesidades, vivirá más angustiado. Y en tales condicio­nes no puede conocerse qué es el sosiego y la serenidad im­prescindibles para la sana imaginación y la creatividad que parecen haberse agotado…

Pues la mayoría de los trabajos son penosos pese a la robó­tica o por culpa de la robótica, y las iniciativas relacionadas con posibles nuevas actividades fracasan en la mayoría de las ocasiones porque, estando todo relacionado con la robó­tica, en ese campo ya no caben más emprendedores.

Ya sé que esos españoles de tronío y de bandera en el balcón o de banderita en la muñeca y magras cuentas corrientes, están pensando que todo lo dicho aquí es derrotista o se co­rresponde con la leyenda negra que tanto exasperaba al fran­quismo que decía había sido cocinada por los enemigos de Es­paña. Me da igual. Si España, como se hace o se está ensa­yando en otros países del mismo sistema, asegurase a la po­blación juvenil y en edad laboral que vive sin soporte alguno que no sea circunstancial o familiar, su manutención y una mínima vida digna sin estresarse, se recuperaría un estado sa­tisfactorio en la vida general, pues entre la abundancia de alimentos, la abundancia de viviendas vacías y las tecnolog­ías haría superflua y detestable esa ideología miserable, esa filosofía del mantra: «el que no trabaja es porque no quiere». Pues toda persona de normal constitución orgánica y con una salud normal quiere estar activa. Lo que no significa que haya que confundir el deseo de ser activo con el hecho de afrontar un trabajo obligatoriamente para un tercero, casi siempre penoso y a cambio de un pago inseguro, incierto y miserable…

Sabiendo que un país como Finlandia es «feliz», si la lógica y la racionalidad colectiva al servicio del ser humano fuesen los primeros bienes a abrazar, España, sus empresarios, sus ricos y sus dirigentes ya saben lo que tienen que hacer: esfor­zarse con sus intereses y sus políticas en seguir las directrices que conducen a crear las condiciones necesarias para el igua­litarismo generado pacíficamente en Finlandia por vías de una inteligencia colectiva superior. Pues en aquel país, indu­dablemente todo el mundo ha de vivir tranquilo. Al menos, sin otra intranquilidad que la que acaso proviene de las rela­ciones interpersonales, de la soledad o del azar…

Jaime Richart. Antropólogo y jurista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.