Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Bueno, por lo menos algunas cosas se han aclarado. Cuando George W. Bush dijo: «EE.UU. no tortura,» todos supieron que era vil propaganda. Y cuando Barack Obama, un mes después de asumir la presidencia, dijo «EE.UU. no tortura,» también tenía toda la credibilidad de un tratado del Siglo XIX entre el gobierno de EE.UU. y los indios americanos.
Cuando Obama y sus seguidores dicen, como lo hacen frecuentemente, que ha «prohibido la tortura,» es una declaración que no tienen derecho a hacer. Las órdenes ejecutivas respecto a la tortura dejan agujeros, como el de que sean aplicables sólo «en cualquier conflicto armado.» ¿Y qué nos dicen sobre un entorno de «contraterrorismo»? Y el nuevo gobierno no ha prohibido categóricamente la subcontratación de la tortura, como ser las ‘entregas’, cuyo único propósito es secuestrar gente y enviarla a un país para que sea torturada. Además, ¿qué sabemos de todas las prisiones secretas de la CIA, del gulag que se extiende desde Polonia a la isla Diego Garcia?
¿Cuántas de ellas siguen abiertas y abusan y torturan a prisioneros, manteniéndolos en aislamiento total y en detención indefinida? El aislamiento es de por sí tortura; no saber cuándo, si algún día, serás liberado es tortura. ¿Y las prisiones no secretas? ¿Ha Guantánamo terminado todas sus formas de tortura? Hay motivos para dudarlo. ¿Y qué sabemos de lo que pasa ahora mismo en Abu Ghraib y Bagram?
Y cuando Obama dice: «Creo que nadie está por encima de la ley,» y cuando actúa precisamente del modo contrario, a pesar de la abrumadora evidencia de tortura criminal – como en el recientemente filtrado informe del Comité Internacional de la Cruz Roja y los «memorandos de la tortura» del Departamento de Justicia de Bush – es suficiente para romper el corazón a cualesquiera de sus partidarios que posean un mínimo de intelecto y conciencia.
Habría que señalar que un Sondeo Gallup del 24 y 25 de abril mostró que un 66% de los demócratas están a favor de una «investigación de técnicas duras de interrogatorio contra sospechosos de terrorismo.» Si la palabra «tortura» hubiera sido utilizada en la pregunta, indudablemente la cifra habría sido mayor.
Después de la invasión estadounidense de Iraq en marzo de 2003, el presidente Bush apareció en la televisión para advertir al pueblo de Iraq: «Los crímenes de guerra serán enjuiciados. Los criminales de guerra serán castigados. Y no servirá como defensa que se diga, sólo estaban siguiendo órdenes.»
«Objetivamente, el público estadounidense es mucho más responsable por los crímenes cometidos en su nombre que lo fue el pueblo de Alemania por los horrores del Tercer Reich. Tenemos mucho más conocimiento, y mucha más libertad y oportunidad para detener la conducta criminal de nuestro gobierno,» observó James Brooks en Online Journal en 2007.
El 10 de febrero, el Departamento de Justicia de Obama utilizó la tan denigrada táctica de «secretos de Estado» de Bush en una acción para hacer que se descartara un litigio – interpuesto por cinco detenidos contra una subsidiaria de la compañía de aviación Boeing por organizar vuelos de entregas que llevaron a su tortura. «Fue como si la toma de posesión del pasado mes nunca hubiera ocurrido,» señaló el New York Times.
Y cuando Obama dice, como lo hace repetidamente: «Tenemos que mirar hacia adelante contrariamente a mirar hacia atrás,» por qué no hay alguien en los medios que le pregunte qué piensa de cuando el Tribunal de Nuremberg miró hacia atrás en 1946? ¿O del Comité Church del Senado que hizo lo mismo en 1975 y produjo numerosas revelaciones sobre la criminalidad de la CIA, el FBI, y otras agencias gubernamentales que espantaron al pueblo estadounidense y del mundo y les abrieron los ojos?
Ahora se nos dice que Obama y sus asesores habían estado discutiendo encarnizadamente el problema de qué hacer con los criminales de guerra de Bush, y que Obama iba en una dirección y luego en otra y después de vuelta, tanto en privado como en sus posiciones públicas. Se podría decir que fue «torturado.»
Pero las sociedades civilizadas no discuten la tortura. ¿Por qué no hizo lo obvio el presidente? ¿Lo más simple? ¿Lo correcto? O por lo menos por qué no hizo aquello en lo que cree realmente.
El problema, temo cada vez más, es que en realidad el hombre no cree fuertemente en nada, ciertamente no en áreas controvertidas. Aprendió hace mucho tiempo a adoptar posiciones que eviten controversia, a expresar opiniones sin preferir clara y firmemente una de las partes, a hablar con elocuencia sin decir nada en realidad, a dejar las cabezas de sus auditores llenas de clichés emocionantes, perogrulladas, y eslóganes. Y funcionó. ¡Oh, cómo funcionó! ¿Qué podría pasar ahora, como presidente de EE.UU., que pueda inducirlo a cambiar su estilo?
El presidente y el director de la CIA insisten en que no se debería castigar a nadie en la CIA que se haya basado en la justificación legal escrita de los métodos de «interrogatorio realzado». Pero la primera aprobación semejante tuvo la fecha del 1 de agosto de 2002, mientras muchos jóvenes fueron arrestados en Afganistán y Pakistán durante los nueve meses anteriores y sometidos a «interrogatorios realzados.» Muchos ya fueron enviados a Guantánamo en enero de 2002. Y muchos otros fueron secuestrados y enviados a Egipto, Jordania, Marruecos y otras prisiones secretas para ser torturados desde fines de 2001. De modo que, por lo menos durante algunos meses, los torturadores actuaron sin ninguna aprobación formal de sus métodos. Pero a pesar de ello no serán castigados.
Adoro esa expresión: «interrogatorio realzado.» ¿Cómo se les olvidó a nuestros gloriosos dirigentes llamar a las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki «artefactos explosivos realzados»?
Lord Gran Maestro de los Calabozos, Richard Cheney, está molesto por la reciente publicación de memorandos sobre la tortura. Dice todo el tiempo que el gobierno de Obama oculta documentos que muestran un cuadro más positivo de la efectividad de las técnicas de interrogatorio, que afirma produjeron información muy valiosa, impidieron ciertos actos de terrorismo, y salvaron vidas estadounidenses. ¡Um!, ¿por qué me siento tan escéptico? Oh, ya sé, porque si eso fuera lo que sucedió en realidad y hay documentos que mostraron genuina y claramente esos resultados, el acosado gobierno de Bush los habría filtrado hace años con gran fanfarria, y la CIA no habría destruido numerosos videos de las sesiones de tortura.
Pero en todo caso, eso todavía no justificaría la tortura. La humanidad ha aspirado durante siglos a dominar sus peores conductas; y la liberación del agobio de la tortura ha estado muy arriba en esa lista. Ahora hay más de una ley de EE.UU. que prohíbe la tortura, incluida una ley de 1994 que convierte en un crimen que ciudadanos de EE.UU. cometan torturas en el extranjero. Fue recientemente invocada para condenar al hijo del ex dictador liberiano Charles Taylor. También existe la Convención de Ginebra Relativa al Tratamiento de Prisioneros de Guerra, ratificada en 1949, que señala en su artículo 17:
No se podrá infligir a los prisioneros de guerra tortura física o moral ni presión alguna para obtener datos de la índole que fueren. Los prisioneros que se nieguen a responder no podrán ser amenazados ni insultados ni expuestos a molestias o desventajas de ningún género.
Por eso EE.UU. no ha llamado «prisioneros de guerra» a los prisioneros de su Guerra contra el Terror. Pero en 1984, Naciones Unidas tomó otro paso histórico con la redacción de la «Convención sobre la Tortura y otras formas Crueles, Inhumanas o Degradantes de Trato o Castigo (CCT),» (entró en vigor en 1987, ratificada por EE.UU. en 1994.) El artículo 2 de la convención declara:
En ningún caso podrán invocarse circunstancias excepcionales tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública como justificación de la tortura.
Un lenguaje tan maravillosamente claro, inequívoco y de principios, para fijar un solo estándar para un mundo que hace cada vez más difícil que uno se sienta orgulloso de la humanidad. No podemos echar marcha atrás. Si hoy en día se considera aceptable torturar a la persona que supuestamente tiene la información sobre la «bomba de tiempo» necesaria para salvar vidas, mañana será aceptable torturarla para conocer las identidades de sus supuestos co-conspiradores. ¿Aceptaríamos que se reinicie la esclavitud sólo por poco tiempo para servir alguna «emergencia nacional» o algún otro «propósito elevado»?
Si se abre la ventana de la tortura, aunque sea un poco, el aire gélido de la edad oscura llenará todo el cuarto.
«Personalmente, preferiría morir a que se torture a alguien para salvar mi vida.» – Craig Murray, ex embajador británico en Uzbekistán, quien perdió su puesto después de haber condenado públicamente al régimen uzbeco por su uso sistemático de la tortura.
Ante todos los informes sobre la tortura durante el reciente gobierno de Bush, hay quienes podrían sentirse inclinados a pensar que antes de Bush EE.UU. tuvo muy poca conexión con esa horrible práctica. Sin embargo, en el período de los años cincuenta hasta los ochenta, aunque la CIA usualmente no apretaba el botón, daba la luz, o vaciaba el agua, la Agencia…
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Alentaba a sus clientes en el Tercer Mundo para que utilizaran tortura;
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Suministraba al país anfitrión los nombres de los que terminaban como víctimas de la tortura, en sitios tan terribles como Guantánamo, Abu Ghraib y Bagram;
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Suministraba equipos de tortura;
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Realizaba clases de tortura:
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Distribuía manuales de tortura – manuales prácticos;
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Estaba presente cuando tenía lugar la tortura, para observar y evaluar cómo les iba a sus estudiantes.
Podría sentir lástima por Barack Obama – porque su gobierno está tan plagado y obstaculizado por una gran recesión que no es obra suya – si tuviera una visión que ha sido frustrada por ella. Pero no la tiene – no de alguna reestructuración sistémica de la economía, de la producción de una sociedad más equitativa y honesta; ni de un mundo en paz, comenzando por la terminación de las guerras perennes de EE.UU.; ninguna visión de las cosas fantásticas que podrían ser hechas con los billones de dólares que se hubieran ahorrado al terminar una guerra sin fin; ni una visión de un mundo totalmente libre de tortura; ni de un EE.UU. con seguro nacional de salud; ni de un entorno libre de subversión capitalista; ni de una campaña para controlar la población del mundo … sólo busca lo que ofenda a los menos. Es una especie de tipo para el que «vale todo lo que dé resultados». Y quiere ser presidente. Pero lo que necesitamos y ansiamos es un líder con visión.
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William Blum es autor de: «Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II,»
«Rogue State: a guide to the World’s Only Super Power.» Y «West-Bloc Dissident: a Cold War Political Memoir.» Para contactos escriba a: [email protected]
http://www.counterpunch.org/blum05052009.html