El arsenal estaba ubicado en una zona de la capital rodeada por 14 barrios muy pobres y densamente poblados. Al estallar, hace dos semanas, balas y misiles se dispararon en todas direcciones, matando a unas 100 personas e hiriendo gravemente a otras 500, algunas de las cuales sufrieron amputaciones de sus miembros. En casi toda […]
El arsenal estaba ubicado en una zona de la capital rodeada por 14 barrios muy pobres y densamente poblados. Al estallar, hace dos semanas, balas y misiles se dispararon en todas direcciones, matando a unas 100 personas e hiriendo gravemente a otras 500, algunas de las cuales sufrieron amputaciones de sus miembros.
En casi toda Maputo se escucharon las explosione, y las ventanas de muchas casas se hicieron añicos.
No es la primera tragedia de esta clase, y por ello Adolpho Amissi, de 13 años, teme que vuelva a pasar.
Adolpho ahora está en un albergue transitorio con otros 27 niños y niñas que vivían en las calles del suburbio de Zimpeto, cerca del de Malhazine, donde estaba el depósito de armas.
El albergue fue seriamente dañado. Los proyectiles impactaron en el techo de la recepción, golpearon a una de las casas donde duermen los niños y dejaron enormes agujeros en el jardín.
«Estaba jugando al fútbol cuando empezó todo. Yo sabía lo que pasaba porque ya había sucedido otra vez este año. Así que al principio, cuando vimos volar los misiles sobre nuestras cabezas y escuchamos las explosiones, seguimos jugando porque pensamos que se iba a terminar rápido, como la última vez. Pero empeoró y los estallidos se hicieron más fuertes», contó Adolpho a IPS.
«Entonces, uno de los tíos (trabajadores sociales) nos subió a un automóvil para escapar. En el mío éramos ocho. Salimos rápido del centro y nos detuvimos en el hospital, pero mientras esperábamos hubo otra explosión. Tuvimos que huir otra vez», añadió.
El hospital psiquiátrico tenía grandes agujeros en las paredes por el impacto de los proyectiles. «Cuando nos detuvimos la segunda vez, un misil cayó cerca, así que seguimos escapando. La gente corría para todos lados. Algunos de nosotros llorábamos. Yo tuve miedo, creí que nos íbamos a morir», dijo Adolpho, visiblemente angustiado.
Finalmente, los niños llegaron a Marrequene, a unos 30 kilómetros del albergue. «Fue un escape providencial para los 27 niños, pues el ejército removió 30 explosivos del albergue», indicó el director del centro, Edgar Cossa.
Las autoridades están preocupadas por los menores afectados, muchos de los cuales ya cargan con traumas.
Aderta Manjate, quien trabaja en una organización no gubernamental dedicada a la atención de niños y niñas en situación vulnerable, dijo a IPS que cuatro huérfanos, Sandra, de 16 años, Anatercia, de 13, Cidela, de 10, y José, de seis, vivieron duros momentos de pánico.
«No tenían a ningún adulto a quién acudir, así que se me acercaron corriendo. Estaban gritando: ‘¡Nos persiguen bandidos!'», contó.
El compañero de trabajo de Manjate, Atanasio Tamele, perdió a siete familiares en la tragedia, incluyendo a sus tres nietos.
Ahora está preocupado por su sobrina de 12 años, Rosinha, en terapia intensiva. «Ya perdió a sus padres por un a enfermedad y vino a vivir con su tía, que ahora murió por las explosiones. ¿Cómo va a hacer Rosinha para sobreponerse a tanta tristeza?», dijo a IPS.
El gobierno prometió trasladar las municiones remanentes del depósito hacia una zona alejada, e iniciará una investigación sobre lo ocurrido. Mientras tanto, estudia con otros actores sociales la forma de coordinar la asistencia a los afectados.
Una de las prioridades es que organizaciones no gubernamentales como la británica Halo Trust asesoren a las Fuerzas Armadas sobre cómo ayudar. El ejército ya puso en marcha un gran operativo para deshacerse de las municiones que no detonaron.
Las autoridades lanzaron una campaña para informar a la población e instruir a niños y niñas que reporten y no toquen municiones abandonadas.
Los ministerios de Mujer y Acción Social, de Educación y de Salud trabajan junto al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y la no gubernamental británica Save the Children (Salven a la Infancia) en la capacitación de activistas comunitarios para que colaboren con los maestros en ayudar a los menores a superar el trauma.
«Los maestros recibirán capacitación sobre cómo utilizar diferentes técnicas, como los grupos de discusión, para ayudar a los niños y las niñas a expresar sus miedos acerca de las explosiones», indicó el director de programa de Save the Children, Chris McIvor.
«Se les enseñará a identificar signos de trauma y nerviosismo. Cuando sea posible, tratarán de ayudarlos ellos mismos, pero también derivaran los casos graves para que sean asistidos por un psicólogo», explicó.
«Durante las explosiones, muchos niños y niñas quedaron separados de sus familias, en un momento hubo 170 menores perdidos. La mayoría ya volvieron a sus casas. Seis escuelas quedaron dañadas y una de ellas perdió a tres niños», añadió.
Adolpho sigue visiblemente afectado. Está preocupado por su entrenador de fútbol, Osvaldo, un joven de 15 años. «Estaba en su casa y se lastimó la pierna. Todavía está en el hospital», comentó.
Cuando IPS le preguntó si ésta había sido la experiencia más aterradora de su vida, Adolpho respondió: «Hubo dos cosas que me asustaron en mi vida: las explosiones y cuando vi a un ladrón matar a una persona frente a mí, cuando yo vivía en la calle»