La evolución de los acontecimientos en el Norte de África y Medio Oriente y, en particular en Libia, ayuda a clarificar los hechos, a identificar los intereses de los diversos actores directos e indirectos, y pone a prueba las concepciones políticas vigentes. Lo que ocurre en el caso de Libia llama considerablemente la atención: los […]
La evolución de los acontecimientos en el Norte de África y Medio Oriente y, en particular en Libia, ayuda a clarificar los hechos, a identificar los intereses de los diversos actores directos e indirectos, y pone a prueba las concepciones políticas vigentes.
Lo que ocurre en el caso de Libia llama considerablemente la atención: los imperios montaron una intervención militar para «proteger a la población civil» y derrocar a Kadaffi. Pero… ni protegen a los civiles -que siguen muriendo no sólo en Libia sino en Yemen, Siria y Bahréin- ni tampoco tumban al autócrata libio. Algo extraño ocurre allí.
Para la mayoría de fuerzas anti-imperialistas y de izquierda, la intervención imperial se hizo para apoderarse del petróleo y castigar al líder beduino por sus aventuras pasadas. Lo cierto es que las empresas petroleras europeas ya tenían un fuerte control. Hasta Aznar, quien fue uno de los mentores de la «conversión» de Kadaffi, hoy lo defiende.1 Más raro todavía.
Se debe recordar que la intervención imperialista-USA era muy fuerte desde mucho antes del estallido de las revoluciones democráticas actuales. Es en contra de esa interferencia, a pesar de las «agencias occidentales de promoción de la democracia», que los pueblos se rebelan. La intervención militar imperialista en Libia es parte de esa realidad: la venían preparando a la sombra de una débil rebelión popular manejada desde afuera por sectores monárquicos (Bengazhi-Cirenaica).
El principal objetivo de la intervención en Libia
El aspecto principal a dilucidar es: ¿Cuál es el objetivo principal de la intervención militar imperialista en Libia? ¿Qué fue lo que unificó a los gobiernos de los EE.UU., Inglaterra, Francia, España, Arabia Saudita y sus satélites, Rusia, China y demás potencias capitalistas que aprobaron la Resolución 1973 de la ONU o que no la vetaron pudiendo hacerlo?
La necesidad de derrotar la revolución democrática en ciernes fue lo que los juntó. No podían permitir que el «caos» se desbordara. La conquista de las libertades políticas, derecho a la asociación y a la información por parte de los pueblos y trabajadores árabes era algo inconcebible para las potencias imperiales y para las cúpulas petro-oligárquicas árabes. Es una peligrosa bomba de tiempo, un detonante que puede desencadenar efectos impensados frente a los conflictos que vive la región: Israel-Palestina, intervención estadounidense en Irak y Afganistán, fortalecimiento de sectores musulmanes pro-Irán, negociaciones secretas del petróleo, control del Canal del Suez, del estrecho de Ormuz y del Golfo de Omán, entre otros.
Todo lo anterior en el marco de una crisis sistémica del capitalismo, una situación financiera en extremo frágil y una grave crisis fiscal de los principales Estados capitalistas. De profundizarse la inestabilidad en la zona petrolera traería consecuencias imprevisibles e incontrolables para el gran capital. Por tanto, la inestabilidad económica y el riesgo político exigían una intervención UNIFICADA de todas las potencias económicas del mundo.
La intervención bélica de «carácter humanitario» en Libia, fue la opción escogida. Hacerla ante un país endeble y un gobierno encabezado por el «más cruel y despiadado déspota de la región» – que no es totalmente subordinado a sus intereses y es odiado por las elites saudíes – fue la carta que jugaron. ¿Cuál era el objetivo específico global?
- Intentar ponerse al frente de las revoluciones democráticas para canalizar, encauzar, morigerar y derrotar los «vientos de cambio» democrático.2
- Poner en aprietos a los regímenes totalitarios de toda el área y del mundo – incluyendo los de su propia órbita árabe pero también a Siria, Jordania, Irán -, que no podían oponerse al derrocamiento del gobernante libio. Unos porque lo consideran un traidor; otros, porque quieren manejar una imagen democrática o de gran apoyo popular; y unos más, porque negocian sus propios intereses a la sombra de la geopolítica y la diplomacia. China y Rusia juegan, penan y aguantan a la sombra.
- Amedrentar a los pueblos con posibles guerras civiles e intervenciones extranjeras a fin de motivarlos a aceptar procesos de «transición democrática» orientados y dirigidos por las potencias occidentales (ONU).
- Desviar la atención pública internacional presentando la reacción de Kadaffi como la de un «criminal de guerra», mientras preparan el recambio de sus propios dictadores con golpes de Estado «suaves» u otras modalidades, al estilo de Egipto.
- Cada gobierno imperial (inglés, francés, español, estadounidense) tiene también sus propios objetivos de coyuntura interna. Defienden y pujan por los intereses de sus empresas petroleras en Libia y en la región árabe y, posan en lo interno de promotores de la democracia y de la «asistencia humanitaria».
A pesar de todo – retando todos los cálculos y pronósticos – los pueblos y los trabajadores árabes no han cejado en su empeño democrático. Ese es el aspecto a resaltar. Los pueblos no se han dejado engañar, han sido superiores a las corrientes «revolucionarias» que cayeron en la trampa de Libia. No le jalan al falso «defensismo nacionalista».
La crisis del pensamiento anti-imperialista tradicional y el «defensismo revolucionario»
Hay quienes niegan la crisis del pensamiento revolucionario. La izquierda internacional, los socialistas y nacionalistas están divididos frente a la intervención en Libia. Los enfoques y análisis no cuadran. Hasta los pocos «trotskistas» que quedaban se han roto. Qué decir de los gobiernos revolucionarios y demócratas de América Latina que no saben cómo encajar o encuadrar su rechazo a la intervención imperialista, el apoyo a la revolución árabe y la defensa del régimen dictatorial de Kadaffi.
La mayoría de los movimientos, partidos y gobiernos anti-imperialistas (nacionalistas) han asumido la defensa del régimen de Kadaffi como consecuencia de su rechazo a la intervención imperialista. En gran medida los estrategas imperiales querían motivar esa reacción a fin de aislar de cualquier influencia revolucionaria, anti-imperialista y anti-capitalista, «bolivariana», que pudiera llegar a las amplias masas de trabajadores y pueblos árabes en rebeldía democrática. De paso, desgastan y aíslan a nivel mundial la posición de los gobiernos anti-imperialistas tachándolos de antidemocráticos y defensores del sátrapa.
Si el núcleo de gobiernos revolucionarios de América Latina se alineaba con Kadaffi, la revolución contra los autócratas árabes quedaba relativamente aislada del mundo. Así, las fuerzas oligárquicas y retardatarias en cada país árabe, podrían – usando las agencias imperiales de «promoción de la democracia» – moderar y adocenar a la dirigencia de los noveles movimientos democráticos y de las inexpertas masas populares y proletarias que nacen a la vida política en forma masiva. El efecto de tal estrategia ha sido que los medios de comunicación – incluyendo los alternativos – se han dedicado a difundir lo que ocurre en Libia mientras se ha reducido la información sobre lo que sucede en el resto de países. La «intervención» al servicio de la desinformación.
En el campo de las principales corrientes y fuerzas revolucionarias del mundo y de América Latina se ha impuesto el «defensismo nacionalista» presentado como «defensismo revolucionario» y como «anti-imperialismo consecuente». El anti-imperialismo nacionalista prevaleció sobre el anti-imperialismo anticapitalista. Parece un juego de palabras, pero no lo es. Es nuestra herencia anti-imperialista estrecha, que las revoluciones árabes del siglo XXI han empezado a desnudar.
El «defensismo revolucionario»
Para profundizar sobre el «defensismo revolucionario» debemos recurrir al más importante antecedente: 1917 y 1918 en Rusia. Después de la revolución democrática de febrero de 1917 una parte de la dirigencia bolchevique – al sentirse a la cabeza de la «gran nación rusa» – empezó a cambiar su posición frente a la guerra imperialista (1ª guerra mundial). Identificaban la defensa de la revolución con la «defensa del Estado ruso».
Lenin les salió al paso con las «Tesis de abril». Posteriormente el debate se profundizó con ocasión del Tratado de Brest-Litovsk con el imperialismo alemán. Lenin dio la batalla y tuvo a su lado a Trotsky. Ya los bolcheviques y los espartaquistas alemanes habían enfrentado al oportunismo disfrazado de «nacionalismo» cuando votaron en contra de la financiación de la guerra imperialista en 1915. La Paz sin concesiones ni anexiones y la publicación de los acuerdos secretos firmados por el Zar y el gobierno burgués de Kerenski eran las condiciones que impulsaban los bolcheviques revolucionarios.
Se nos dirá que en ese caso era diferente porque Rusia era una potencia imperial y Libia es un país dependiente, del «tercer mundo». Lo evidente – lo que comprueban los hechos – es que el objetivo de esta guerra de intervención en Libia va más allá de apoderarse de los recursos naturales (petróleo) de un país africano. Ya los tenían relativamente controlados. Ésta es una verdadera guerra de contención, es – sin duda – una violación del derecho a la autodeterminación de las naciones y de la autonomía de los pueblos, pero el aspecto principal es que se hizo para DERROTAR LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA árabe y mundial en desarrollo.
Colocar a la defensiva a los movimientos, fuerzas y gobiernos revolucionarios anti-imperialistas es el principal objetivo de esa intervención. Y lo han logrado, por ahora. No por la correlación de fuerzas sino porque no tenemos una visión internacionalista de nuestras luchas. Hemos seguido la línea que se impuso en la URSS después de 1924 – posterior a la muerte de Lenin – en donde los intereses de la «gran nación rusa» se pusieron por encima de los intereses fundamentales de la revolución proletaria.
Las causas estructurales y políticas de esta situación
La principal causa de que el «defensismo nacionalista» se haya impuesto en el campo de los revolucionarios ha sido el enorme peso material y político de las masas no proletarias – campesinas y pequeñoburguesas – en la lucha contra los imperios colonialistas y neo-colonialistas, que se combinó (o coincidió) con la derrota histórica de la clase obrera en el mundo occidental y de Europa oriental. Los gobiernos capitalistas impulsaron los «Estados de Bienestar» para domesticar a los trabajadores de los países industrializados y a algunas elites de la clase obrera en los países dependientes, y la revolución anti-imperialista quedó en cabeza de las «burguesías nacionales» y de la pequeña burguesía agraria.
El gran aporte de las revoluciones árabes es que han mostrado el rostro juvenil de un proletariado que es fruto de la «re-estructuración post-fordista» del proceso productivo capitalista que se operó en el mundo a partir de 1970. Unos proletarios «informalizados» con existencia material cosmopolita y amplios lazos supra-nacionales ha sido el factor dinamizador en Túnez y Egipto. Ellos empujaron a la clase obrera «centralizada» y al resto del pueblo a la revolución, y allí están, en todos los países del mundo, luchando y aprendiendo, esperando que al interior del movimiento revolucionario mundial predominen las fuerzas internacionalistas que los ayuden a orientar sus luchas y a no ser inferiores al momento.
No negamos la lucha nacional. El imperialismo le teme a la aparición de un nuevo «panarabismo» verdaderamente revolucionario, centrado no en el interés nacional y/o religioso sino en impulsar la unificación e integración de los trabajadores, los pueblos y las naciones para construir alternativas de desarrollo pleno para toda la humanidad y NO para construir nuevas potencias capitalistas regionales.
En el contexto de su profunda crisis los capitalistas crearon y utilizan «la trampa de Libia». Y así, el «defensismo revolucionario» sacó la cara. Quedó expuesto. Ya es algo.
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