Las armas vuelven a rugir en Libia. El dinero entra a raudales desde el exterior con la esperanza de que algún día el petróleo libio permita invertir la dirección de ese dinero. En las arenas movedizas del interior de Libia, la esperanza es mínima. El deseo es que no haya más conflictos, pero eso es poco probable. El país está repleto de hombres armados. Y tienen muchas balas.
El 12 de mayo de 2025, Abdul Ghani al-Kikli, conocido por todos en Libia como Ghnewa al-Kikli, fue asesinado durante una reunión en el interior de una instalación de la milicia dirigida por la 444ª Brigada de Combate en Trípoli. Ghnewa, como se le llamaba, dirigía la Autoridad de Apoyo a la Estabilidad (AAE), que ha gobernado con mano de hierro varias zonas de Trípoli y parte del norte de Libia. El líder de la Brigada 444, el general de división Mahmud Hamza, celebró que sus tropas hubieran “derrocado al imperio Ghnewa”. Hamza, aunque arraigado en su milicia, es el director de inteligencia militar de uno de los diversos gobiernos que pretenden ser el gobierno oficial de Libia. La muerte de Ghnewa abrió un nuevo ciclo de violencia en Trípoli, ya que los combatientes del AAE salieron a la calle desolados por la muerte de su líder. Mientras la AAE se desintegraba en medio de la desesperación, la 444ª Brigada se dirigió a los puestos y propiedades desocupados de esta milicia para reclamarlos. En ese momento, como si Libia necesitara más problemas, las Fuerzas Especiales de Disuasión RADA, dirigidas por el líder islamista Abdul Raouf Kara, atacaron a la 444ª Brigada. Las fuerzas al-Radaa o RADA de Kara están inspiradas en la corriente salafista del Madjalismo, favorecida por sectores de la Hermandad Musulmana libia, y aunque el nombre parezca indicar que se trata de una fuerza gubernamental, no es sino otra milicia enaltecida que dedica su tiempo a perseguir a las fuerzas políticas no islamistas de Libia.
El enfrentamiento entre la Brigada 444 y la AAE, y luego con las Fuerzas Especiales de Disuasión RADA, provocó otra oleada de reproches sobre el tribalismo y el islam en Libia. Así fue como la prensa occidental y los gabinetes de estudio informaron de lo sucedido en Trípoli. Pero esto es totalmente engañoso. El general de división Hamza respondió en su página de Facebook a las críticas de que su Brigada 444 actuaba como una milicia con fines sectarios: “Durante años hemos velado por la seguridad y la protección de los ciudadanos, evitando el derramamiento de sangre y frenando el conflicto armado. No somos partidarios de la guerra, y sí de la inviolabilidad de la sangre de inocentes y de la protección de vidas, bienes y honores. Nuestra intervención en los últimos años para detener los conflictos armados es prueba de la sinceridad de nuestras intenciones”. Se apresuró a reunirse con el Primer Ministro del Gobierno de Unidad Nacional de Libia, Abdul Rahman al-Dbeibeh, y le comunicó que la Brigada 444 había asegurado los principales cruces de Trípoli, como los de Salahaldeen y Ain Zara. Todo parecía haber vuelto a la normalidad.
El escenario creado por la OTAN
Cuando la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fue más allá del mandato de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU en 2011 no estableció una zona de exclusión aérea y evitó un baño de sangre en Libia, sino que destruyó las instituciones del Estado libio y proporcionó cobertura aérea a toda una gama de milicias armadas. Estos grupos, financiados por una multitud de actores (Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Qatar, Turquía y Estados Unidos), cooperaron para acabar con los restos del Estado libio, pero no había nada que los uniera. En el momento en que asesinaron brutalmente a Muamar el Gadafi y reclamaron el control de Trípoli, se volvieron unos contra otros. La apresurada convocatoria de elecciones parlamentarias en 2012 colocó a algunas de estas facciones en abierto conflicto: la Hermandad Musulmana se fusionó en su mayoría en torno al partido Justicia y Construcción (liderado por un antiguo director de hotel, Mohamed Sowan) y al Frente Nacional para la Salvación de Libia (liderado por el largo tiempo exiliado Mohamed el-Magariaf), el salafista Partido Patriótico (dirigido por el clérigo Alí al-Sallabi y el combatiente de al-Qaeda Abdelhakim Belhadj), y los liberales de la Alianza de Fuerzas Nacionales (dirigida por Mahmud Jibril, apoyado por EE.UU.). Las fuerzas pro Gadafi habían sido prohibidas. Ningún líder político se alzó con mayoría parlamentaria y los islamistas y otras milicias comenzaron a destruir el país al desvanecerse el monopolio estatal sobre las fuerzas armadas. Se sucedieron un primer ministro tras otro, pero ninguno ostentaba el poder real. Toda la situación creada por la OTAN en 2011 explotó en lo que ahora se conoce como la Segunda Guerra Civil, que transcurrió entre 2014 y 2020.
Surgieron entonces tres centros de poder. El Gobierno de Unidad Nacional y el Gobierno de Salvación Nacional operan en Trípoli, mientras el Gobierno de Estabilidad Nacional tiene su base en Tobruk y Bayda. Las armas rugieron y el general Jalifa Haftar, ex agente de la CIA, intentó en varias ocasiones apoderarse de Trípoli desde el este y aportar una solución militar al desorden político. Pero nadie fue capaz de imponerse. Libia se convirtió en un caos, los pozos de petróleo se atascaron, proliferaron los robos y las instituciones gubernamentales se deterioraron. Ninguna de las principales fuerzas políticas podía reivindicar su condición de libia, por lo que nadie pudo superar sus orígenes regionales (líderes de tal o cual milicia de tal o cual ciudad) o su limitada base de poder (jefe de tal o cual grupo con hombres armados capaces de defender tal o cual barrio o ciudad). A falta de una fuerza nacional (con un proyecto militar o político), Libia ha pasado la última década sumida en la violencia y la desesperación.
Ghnewa era un ejemplo perfecto del tipo de hombre que dominaba Libia. Nació en Bengasi, pero su familia procede de Kikla, una ciudad de las montañas Neflusa, a unos 150 kilómetros al suroeste de Trípoli (a donde regresó su cadáver para ser enterrado el 14 de mayo). En 2011, cuando Gadafi fue derrocado, Ghnewa poseía y trabajaba en una panadería en el distrito obrero Abu Salim, en Trípoli. Ya entonces formaba parte del “ejército local” en aquel duro barrio, y plasmó esa experiencia en la creación de una milicia que se fue apoderando cada vez más de sectores de la economía y la vida de Trípoli. Era la AAE la que dirigía muchas de las prisiones en las que se ha detenido, torturado y luego vendido como esclavos a inmigrantes (recientemente, el Tribunal Penal Internacional emitió una orden de detención contra Osama Elmasry Njeem, el jefe de una de estas prisiones; en lugar de entregarlo, el gobierno italiano, que tenía a Njeem bajo custodia, lo envió de vuelta a Libia). Aunque resulta tentador imaginar que su muerte forma parte de un intento de limpiar los grupos de milicianos, en realidad es parte de la lucha interna más general que enfrentó a las milicias, característica de la Segunda Guerra Civil libia. Las redes sociales muestran el movimiento de grupos de milicianos desde Warsehfana y Zawiya, en el oeste de Libia, hacia Trípoli, quizá en apoyo del grupo RADA de Kara. No hay optimismo inmediato sobre la situación tras la muerte de Ghnewa. El panadero vivió por las armas y murió por las armas. Su vida desde la guerra de la OTAN se ha caracterizado por la violencia y la corrupción, ingredientes peligrosos que definen a la Libia actual.
Sacudidas peligrosas
Pocos días después de la muerte de Ghnewa, el muftí* de Libia, el jeque Sadiq al-Ghariani, acudió al canal de televisión Tanasuh con la intención de hacer un llamamiento “para que el pueblo tome las calles por decenas de miles y reclame elecciones y el final de las fases de transición”. Al-Ghariani, un clérigo salafista, surgió en medio del caos de la guerra de la OTAN para reivindicar esta importante posición y desde allí empezó a ofrecer fatuas contra Gadafi y, más tarde, contra cualquiera que se opusiera a su visión del mundo. Hoy en día sigue siendo muy poderoso y tiene estrechos vínculos con algunas de las fuerzas islamistas del país. Mientras tanto, el general Jalifa Haftar aprovechó el aniversario de lo que se denomina el levantamiento de al-Karama (Dignidad) de 2014 para ofrecer su opinión de que el ejército es la institución más importante de Libia y debe ser aclamado por su valentía y compromiso con la nación. Entre al-Ghariani y Haftar se encuentran las dos fuentes de poder dentro del país, aquellos que esgrimen el Corán y las armas con fines políticos. Sin embargo, incluso ellos están fragmentados.
Pero la verdadera fuente de poder está en otra parte. Desde 2011 las Naciones Unidas han aprobado 44 resoluciones requiriendo estabilidad en Libia y contra la interferencia extranjera. El alto del fuego de 2020, basado en el proceso de Berlín II, creó diversas plataformas para buscar la estabilidad y la soberanía, incluyendo el Grupo de Trabajo por la Seguridad, el Grupo de Trabajo por la Economía y la Comisión Militar Conjunta 5+5. Estos grupos se han convertido en vehículos para la intervención de potencias extranjeras, desde Estados Unidos hasta Turquía, interesadas en la futura producción petrolera de Libia. Simplemente no permitirán que Libia respire porque eso significaría que podría tomar decisiones sobre el petróleo que no satisfagan a las fuerzas externas. En cada uno de estos grupos y los muchos otros establecidos desde 2012, la representación libia ha sido la mínima, principalmente porque la propia Libia está fragmentada y desorientada.
Las armas vuelven a rugir en Libia. El dinero entra a raudales desde el exterior con la esperanza de que algún día el petróleo libio permita que el dinero fluya en dirección contraria. En las arenas movedizas del interior de Libia, la esperanza es mínima. El deseo es que no haya más conflictos, pero eso es poco probable. El país está repleto de hombres armados. Y tienen muchas balas.
N. del T.: Jurisconsulto musulmán con autoridad pública cuyas decisiones son consideradas como leyes.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2025/06/05/the-guns-are-again-ablaze-in-libya/