Para quienes habían ya desterrado de la historia contemporánea las revoluciones, lo que está sucediendo en Túnez y Egipto, con grandes repercusiones en Yemen, Jordania, Argelia (y mañana quizás en Siria y Palestina), asume más que la forma de una Intifada y forma parte de una revolución democrática y social. Las nuevas generaciones de jóvenes […]
Para quienes habían ya desterrado de la historia contemporánea las revoluciones, lo que está sucediendo en Túnez y Egipto, con grandes repercusiones en Yemen, Jordania, Argelia (y mañana quizás en Siria y Palestina), asume más que la forma de una Intifada y forma parte de una revolución democrática y social. Las nuevas generaciones de jóvenes educados pero sin trabajo ni posibilidad de tenerlo son mayoritariamente laicas y modernas porque las viejas generaciones campesinas, influenciadas por los clanes y por la religión, son minoritarias, están quebradas o fatigadas, como en Argelia o Túnez por la represión o, como la Hermandad Musulmana, dependiente de
El motor de la revolución es el odio a los privilegios, a la violencia y la arbitrariedad policiales de los gobiernos corrompidos, ladrones y agentes del imperialismo y es la protesta contra las consecuencias de la crisis capitalista. Por eso este proceso es el de una revolución democrática nacional antiimperialista con dinámica anticapitalista moderna, muy parecida a la que llevó al partido comunista chino al poder en el curso de la lucha contra la dictadura de los capitalistas nacionales y contra el colonialismo salvaje del imperialismo japonés y de los viejos imperialismos inglés y francés. El mundo de los trabajadores árabes, que se había asomado a la lucha de liberación nacional con el nacionalismo árabe de fines de los 1950-60, liberando Argelia, Túnez, Siria y Líbano, Egipto y Yemen y conducido a la efímera constitución de la República Árabe Unida (Egipto-Siria-Yemen) reaparece como protagonista y se presenta ahora nuevamente en primera fila de la lucha mundial al mismo tiempo que busca seleccionar su dirección.
Como una erupción volcánica, caótica, con muchas bocas, encontrará su cauce. Pero por el momento no tiene cuadros ni direcciones que correspondan al heroísmo y la creatividad de los trabajadores, los cuales han formado comités, milicias mal armadas y buscan dividir al ejército y a la policía. Los intelectuales exiliados no son, en su inmensa mayoría, revolucionarios. Pocos de los presos políticos liberados en Túnez lo son. El imperialismo busca aprovechar esta ventaja momentánea e intenta poner en primer plano, como antifuegos, tendencias liberal burguesas o, peor aún, a los menos odiados del antiguo régimen, para lograr elecciones fraguadas que le permitan seguir dominando mediante gobiernos nativos. Teme al mismo tiempo la represión abierta porque sabe que la misma agravará las movilizaciones y romperá los ejércitos, en cuya base muchos soldados, suboficiales y hasta oficiales son nacionalistas o islamistas antiimperialistas y tienen contacto estrecho, en los barrios populares, con los jóvenes rebeldes y comienzan a fraternizar con ellos, lo cual podría llevar próximamente a formar comités de civiles y soldados.
Además, los europeos no quieren una nueva guerra de Argelia en sus puertas, que saben perdida de antemano, ni poner en peligro el abastecimiento petrolero argelino o libio ni el tránsito por el canal de Suez, los estadounidenses por su parte no pueden permitirse un nuevo Irak y un nuevo Afganistán ni, con sus socios, si cae Mubarak y toma el poder un ala militar nasserista, una nueva e inevitable guerra árabo-israelí justo cuando están planeando un ataque contra Irán. Mubarak, en efecto, es aliado fiel de Israel y de Estados Unidos, como la dirección de la Administración Nacional Palestina. Porque la revolución democrática en el mundo árabe impulsaría la unificación de los diversos procesos locales, hoy fragmentados pero fuertemente interrelacionados e interinfluenciados y podría provocar un profundo cambio moral en el mundo árabe en sorda rebelión desde hace años y en la relación de fuerzas entre los trabajadores y sus gobiernos y entre ambos y esa punta de lanza del imperialismo que es Israel.
Para el imperialismo es imposible un hipotético aunque necesario Plan Marshall para el Maghreb y el Machrek justo en el momento en que está en una profunda crisis de sistema en Estados Unidos y Europa y también le es imposible una intervención militar. Una «operación quirúrgica» israelí (una invasión a Egipto, por ejemplo, militarmente factible) sería por su parte aventurera porque podría provocar la creación de gobiernos militares nacionalistas en los países árabes y profundizar la revolución en curso.
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La clave de la situación está en la coordinación de los comités espontáneos y las milicias y grupos de autodefensa y en la organización de poderes populares locales que trabajen en la perspectiva de una Asamblea Constituyente para dar forma y contenido a una República Árabe Unida, laica y democrática, que funcione sobre bases federales y planifique en común los recursos del norte de Africa, Palestina, Siria y Jordania, exigiendo el fin de la ocupación de Irak y su democratización y la retirada de las tropas de Israel a las fronteras de 1967.
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Los trabajadores de todos los países del mundo y sus sindicatos deben apoyar a los rebeldes árabes y advertir solemnemente a Estados Un idos y a Israel contra todo intento de aventura. La revolución árabe en curso despertará movilizaciones en Europa, en el mundo musulmán, en América Latina y tendrá influencia en China misma. El silencio vergonzoso de la prensa cubana cínica y burocratizada ante la revolución egipcia que está por derribar a una pieza clave del imperialismo -la dictadura desde hace 30 años de Hosni Mubarak- debe ser repudiado porque quienes luchan contra el dictador son los mismos que luchan contra el imperialismo y que defenderán a Cuba
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