Desde el pensamiento que se tiene por progresista o de izquierdas (por confusa que sea esta última denominación), la intervención militar en Libia ha suscitado un debate que merece la pena observar. Hay quienes, por motivos ideológicos basados en un sólido y razonable antiimperialismo, unido a veces a un lógico pacifismo, rechazan de plano toda […]
Desde el pensamiento que se tiene por progresista o de izquierdas (por confusa que sea esta última denominación), la intervención militar en Libia ha suscitado un debate que merece la pena observar. Hay quienes, por motivos ideológicos basados en un sólido y razonable antiimperialismo, unido a veces a un lógico pacifismo, rechazan de plano toda intervención militar en la guerra civil libia. Les convendría recordar la necesidad de tener en cuenta el coste en vidas humanas que puede causar la intervención en comparación con el que se produciría si ésta no tuviera lugar.
Es preciso empezar aceptando que la rebelión libia ha sido, y sigue siendo, como las de Túnez y Egipto, el levantamiento espontáneo de un pueblo harto de sufrir una dictadura. Si para ponerlo en duda hay quienes atribuyen tortuosas intenciones a los alzados contra el régimen, sin aducir prueba alguna que lo demuestre, estamos ante un claro caso de prejuicio de base ideológica.
No está de más recordar que cuando en la 1ª Guerra Mundial la naciente Rusia revolucionaria firmó la paz con los imperios centrales, para justificar tan humillante transacción escribió Lenin: «Hay que analizar la situación y las condiciones concretas de cada compromiso. Deberíamos distinguir entre el que entrega a los salteadores su dinero y sus armas, para atenuar el mal que pueden hacerle y facilitar su detención, y el que hace lo mismo, pero para participar en el pillaje».
¿Cuáles son las circunstancias que han rodeado a la intervención militar en Libia? ¿Existía alternativa a la creación de una zona de exclusión aérea? Cuando en la ONU se votó la resolución que lo autorizaba, las tropas de Gadafi se acercaban peligrosamente a Bengasi, que también era atacada desde el aire. Su caída era inminente. La propuesta de rendición y amnistía hecha por el hijo de Gadafi carecía de toda credibilidad.
¿Hubiera bastado con facilitar armas a los sublevados? Los que esto sugieren ignoran que las armas más útiles en esta ocasión (antiaéreas y contracarro principalmente) requieren cierta preparación por quienes van a utilizarlas, un plazo de tiempo con el que los rebeldes ya no podían contar.
Hablemos con claridad: ni desde el punto de vista práctico ni desde la más elemental moral humana podía ser rechazada la petición de los rebeldes a las potencias occidentales para que impusieran una zona de exclusión aérea. Los que a esto se oponían solo aducían rígidas razones ideológicas, sin analizar esas «condiciones concretas» que citaba el revolucionario ruso.
¿Quiere esto decir que la resolución 1973 y la intervención ejecutada posteriormente, en la que ya se ha implicado la OTAN, constituyen un acierto? Rotundamente: no. Como he expuesto en otras ocasiones (1), la citada resolución es muy poco satisfactoria, lo que puede obedecer tanto al apresuramiento y falta de acuerdo para lograr algo mejor como a los intereses de las grandes potencias que votaron a favor de ella. Establece la finalidad de «proteger a los civiles y a las áreas pobladas bajo amenaza de ataques», pero no precisa el modo de hacerlo, aunque autorice la creación de una zona de exclusión aérea y prohíba la invasión terrestre.
Aparte de esto, es mucho lo que queda por definir y admite gran variedad de interpretaciones. Por un lado, no se articula una clara responsabilidad política para el conjunto de las operaciones; por otro, queda una puerta abierta para justificar cualquier ingerencia en el futuro político de los libios. Además, no establece controles claros sobre el objetivo de la operación, por lo que no se puede vislumbrar un final razonable para ella. Hay pues, en definitiva, motivos suficientes para poner en duda los resultados de la intervención aprobada por la ONU, aun aceptando y considerando imprescindibles las operaciones iniciales que, paralizando la ofensiva de la aviación libia contra su propio pueblo, tanto están contribuyendo a proteger a los sublevados.
Todo lo anterior incita, además, a plantear otras cuestiones importantes. ¿El pueblo de Gaza no merecería también una protección análoga contra los bombardeos israelíes? ¿Y qué hacer en casos como los de Siria, Bahréin o Yemen, donde pacíficos manifestantes son masacrados con total impunidad? Es preciso, también, seguir reflexionando sobre los antecedentes que han llevado a esta situación, como la aceptación benévola de los regímenes tiránicos mientras los respectivos dictadores sean útiles para los intereses occidentales. Sin olvidar la culpable manipulación de sucesivos fantasmas (el comunismo antes, el terrorismo después, ¿y luego…?) para justificar el menosprecio real por la democracia exhibido por quienes más alardean de ser sus defensores, el ancestral desdén por los pueblos remotos, que tan a menudo surge en Occidente, y la mitificación de una presunta estabilidad que garantiza las nuevas formas de explotación pero que se revela tan falsa como muestran los acontecimientos que aquí se comentan.
Publicado en CEIPAZ el 28 de marzo de 2011
(1) Véase, por ejemplo, «Libia: entre la tardanza y el desconcierto«, en este mismo blog.