Contrariamente a la opinión más extendida, existen flujos migratorios más importantes dentro de la propia África que hacia Europa, donde se considera cada vez más a la inmigración africana como una amenaza global: económica, social, demográfica, cultural o identitaria e incluso militar, debido a la amalgama que se suele hacer entre inmigración y terrorismo islamista; […]
Contrariamente a la opinión más extendida, existen flujos migratorios más importantes dentro de la propia África que hacia Europa, donde se considera cada vez más a la inmigración africana como una amenaza global: económica, social, demográfica, cultural o identitaria e incluso militar, debido a la amalgama que se suele hacer entre inmigración y terrorismo islamista; el inmigrante es equiparado con el enemigo interno o la quinta columna del terrorismo islamista.
África subsahariana, la región más joven del planeta con el 45 por ciento de la población menor de 15 años (el 50 en algunos casos) y sólo el 3 por ciento de los mayores de 65 años, aun cuando orienta cada vez más su emigración hacia otros continentes por la falta de perspectivas locales, está registrando transferencias internas o interafricanas masivas que ponen de manifiesto su extraordinario potencial migratorio. Todo indica que estos flujos intra e interregionales seguirán incrementándose en los años y décadas venideros, y que se feminizan cada vez más al representar las mujeres del 15 al 20 por ciento de dichos flujos.
Aunque es difícil hoy saber el número exacto de las poblaciones migrantes en el propio continente, África acoge a unos 40 millones de migrantes, en su mayoría internos, mientras que el Norte, con políticas de inmigración definidas en función de sus necesidades económicas y demográficas, recibe a unos 18 millones de migrantes africanos [1]. Las poblaciones de Malí, Burkina Faso y Níger, países emisores más activos, migran tradicionalmente hacia los países del golfo de Guinea un poco más dotados. Por lo tanto, existe una polarización de movimientos migratorios hacia los países con altos índices de crecimiento económico y/o políticamente más estables, e incluso se realizan movimientos contrarios en el caso de producirse una depresión o un conflicto en estos países receptores.
Polos de concentración de las migraciones interafricanas
En el contexto arriba dibujado, cabe distinguir la emigración del África del Norte de la del África subsahariana. En opinión de Sami Naïr, el África «blanca» (Egipto y Magreb) exporta sobre todo sus poblaciones hacia Europa y Estados Unidos, mientras que el África subsahariana, aun cuando orienta su emigración hacia Europa -tres países, Ghana, Nigeria y Senegal, son los principales emisores de la emigración del África occidental hacia Europa y representan la mitad de los flujos migratorios subsaharianos, seguidos por Cabo Verde y Malí- conoce importantes flujos migratorios internos: de las zonas rurales hacia las ciudades, de las zonas en guerra hacia las en paz, y de los países más pobres hacia los países ricos.
Aunque se estima que África seguirá siendo durante mucho tiempo la principal zona de partida de emigración hacia el Norte -y hacia Europa en particular-, los expertos de las organizaciones internacionales que se ocupan de las migraciones, reunidos en Uganda en octubre de 1995, postularon casi con certeza que se registrará en los próximos años un incremento sustancial de los flujos intrarregionales, que afectará por lo demás a todas las formas de migración: migraciones clásicas, huida de la pobreza, del paro, de la falta de perspectivas de futuro; pero también huida de la guerra, los conflictos, fuga de cerebros, etc.
Países como Nigeria, Libia o Gabón, enriquecidos por el petróleo, y aquellos con más recursos como Kenia, Costa de Marfil, Sudáfrica o Botswana, acogen a los trabajadores de los países pobres del África subsahariana, vecinos o procedentes de otras zonas del continente, que expulsan brutalmente cada vez que se manifiesta una crisis económica. La emigración africana es, pues, más horizontal (intraafricana) que vertical (extraafricana): Costa de Marfil, Nigeria, la RDC, Sudáfrica, Kenia, Botsuana y Zambia siempre han sido y son tierras de inmigración. En la actualidad, Burundi, Sudán, Angola, la RDC y Somalia son países emisores de refugiados, según el Alto Comisionado para el Refugiado (ACR), generalmente acogidos en países como Tanzania, la RDC, Sudán, Zambia y Kenia. Todos estos países han acogido a más inmigrantes africanos que los que están en Europa al existir en el continente países emisores, países receptores y países que asumen las dos funciones, como la RDC, Sudán, Costa de Marfil, Senegal, Nigeria o Ghana. Muchos países africanos son, pues, a la vez países de inmigración y de emigración, en función de los cambios políticos y económicos.
Refiriéndonos al caso particular de Costa de Marfil, este país recibe cuatro veces más inmigrantes que Francia, inmigración en la base de sus actuales problemas políticos (el 44 por ciento de la población de Abiyán, la capital, está integrado por los inmigrantes). De igual modo, Malawi, uno de los países más pobres y más poblado del mundo, recibió a finales de la década de los 80 y comienzos de los 90 a unos 700.000 refugiados.
El África Occidental y el África del Norte son las grandes regiones de las migraciones del continente y sirven de etapas hacia Europa. Las ciudades del Sahara tales como Tamanrasset, Djanet (Argelia), Agadez (Níger), Sabha, Koufra (Libia), El Ayun (Sahara Occidental), Nouadhibou (Mauritania) y Saint-Louis (Senegal) sirven de puntos de paso y de contacto con las redes de migraciones entre el África subsahariana y el Magreb, última etapa antes del asalto europeo. De este modo, se ha pasado de las migraciones internas a las migraciones externas, y en los países receptores del Norte de las migraciones por trabajo (provisional) de las décadas anteriores a las migraciones de asentamiento (permanente) actuales.
En definitiva, según Dumont, las migraciones interafricanas toman tres formas principales que constituyen su trasfondo: la migración política (éxodos nacidos de conflictos, de la inseguridad y de represalias contra una minoría en un país), la migración económica (fronteras artificiales inadaptadas a los intercambios seculares, humanos y económicos precoloniales y nuevas movilidades hacia las zonas mineras y petroleras), la migración étnica (carácter transfronterizo de grupos con afinidades lingüísticas y bioculturales).
En este contexto se están construyendo importantes y nuevas áreas culturales desde abajo, a partir de los flujos migratorios. Es el caso del triángulo cissakho-Korhogo-Bobo Dioulasso en la zona saheliana donde dichos flujos han reconstituido los espacios de comercio precoloniales por encima de los Estados de los que los comerciantes son oriundos: Malí, Costa de Marfil y Burkina Faso, es decir la libre circulación de personas, bienes, capitales y mercancías, legales o ilegales. Lo mismo puede decirse de la región de los Grandes Lagos. Allí, los militares ruandeses del FPR que ayudaron a Kabila a hacerse cargo del poder en Kinshasa en 1997, a su regreso a Kigali, tras su expulsión por parte del mandatario congoleño, consiguiente a la ruptura con el aliado ruandés, han convertido a Kigali en una capital donde se habla cada vez más el lingala (al lado del kinyaruanda) y se reproducen algunas costumbres congoleñas, que aprendieron durante su estancia en este país, además de casarse muchos de ellos con las congoleñas de Kinshasa con las que retornaron a Ruanda.
Los preocupantes brotes de xenofobia
Es preciso subrayar que la crisis económica y los conflictos que afectan a muchos países africanos en las últimas décadas, han dado lugar a preocupantes sentimientos xenófobos hacia los inmigrantes, convertidos en chivos expiatorios de los problemas políticos y económicos internos. Es decir, la lucha por el acceso a los escasos recursos, junto a los nacionalismos exacerbados y manipulados por los dirigentes por fines políticos o para distraer a las masas de los fracasos internos, han dado lugar a las violencias xenófobas y a las expulsiones masivas de los inmigrantes procedentes de otros países africanos: Senegal (1965); Sierra Leona, Guinea-Conakry y Costa de Marfil (1966); Zambia (1972); Kenia (1971 y 1981); Uganda (1982); Nigeria (1983 y 1985); Mauritania y Senegal (1989); Etiopía y Eritrea (1998); Libia (2000); Sudáfrica (toda la segunda mitad de la década de los 90), Costa de Marfil (2002-2003), etc.
En todas partes, las legislaciones oficiales se han endurecido para hacer imposibles la estancia y el desarrollo de actividades de los inmigrantes, con excepción de Tanzania, Botswana y Burundi que han concedido la nacionalidad a los desplazados de las guerras civiles y a los inmigrantes que lo deseen.
Estas prácticas xenófobas y racistas han de interpretarse como el resultado de la manipulación de los bajos instintos de los pueblos por unos dirigentes sin escrúpulos, que en periodos de crisis y para fines políticos, no dudan en fomentar el odio popular contra los oriundos de los países vecinos en nombre del nacionalismo. Aquellos siempre habían vivido según sus tradiciones de solidaridad y de hospitalidad hacia los extranjeros. De este modo, la unidad o la solidaridad africana se han convertido en meros eslóganes de los que se burlan los propios dirigentes. Prevalecen en los oriundos de los países receptores africanos actitudes de rechazo y xenofobia hacia los inmigrantes procedentes de otros países del continente como en los casos de Costa de Marfil, Gabón y Sudáfrica.
Muchos de los migrantes subsaharianos se quedan de una manera duradera en los países del norte de África, y en particular en el espacio saharo-saheliano revitalizando el desierto convertido en zona habitable, y sólo una minoría se dirige hacia Europa. Por lo tanto, hay que abandonar el argumento repetido hasta la saciedad por algunos dirigentes europeos de que «sus países no pueden acoger a toda la miseria del mundo». La cruda realidad es que el 75 por ciento de los migrantes africanos viven en los países del continente.
La vida de los inmigrantes subsaharianos no es siempre fácil al ser sometidos a persecuciones racistas y expulsiones en los países norteafricanos. En los países norteafricanos, y en particular en el Magreb, que se ha convertido en zona de inmigración, la tasa promedia de paro es del 20 por ciento, razón que explica que los jóvenes magrebíes también sueñan con emigrar a Europa, y no están dispuestos a acoger en sus países a los inmigrantes subsaharianos con los que no se sienten solidarios.
La presión ejercida por la UE en los países norteafricanos desde el «proceso de Barcelona», para luchar contra la inmigración clandestina e impedir la llegada de subsaharianos a las fronteras europeas, ha tenido como consecuencia el fortalecimiento de la represión hacia este colectivo perjudicando las ya difíciles relaciones afro-árabes.
Los países norteafricanos rivalizan en cinismo en sus comunicados, en su papel de gendarmes de las fronteras europeas, con balances como estos: 28.828 subsaharianos detenidos por la policía argelina, 12.000 detenidos por las autoridades tunecinas, 480 redes desmanteladas en 2005 por las autoridades marroquíes y 30.000 intentos de asalto frustrados, vulnerando la solidaridad y la hospitalidad africanas.
El futuro de las migraciones interafricanas
El futuro de estos flujos migratorios interafricanos se definirá en función de las actuales experiencias de integración regional (ECOWAS, SADC, COMESA, CEEAC, IGAD, UEMOA, CEMAC, EAC), basadas en la libre circulación de personas y de bienes, y de la concreción del desarrollo de las infraestructuras transnacionales del NEPAD, además de constituir dichos flujos el trasfondo de la uniformización de modos de vida y de valores (vínculos matrimoniales y sexuales, convergencia de comportamientos e inclusión civil y política mediante el proceso de asimilación), y de creación de nuevos espacios públicos flexibles y supraestatales en el continente, es decir, las bases de la integración regional esta vez desde «abajo» o desde los pueblos.
Además, el crecimiento económico extraordinario experimentado por China e India en las dos últimas décadas crea en estos países la necesidad de mano de obra y les abre a las migraciones procedentes de África y Asia. Los flujos migratorios subsaharianos se orientan cada vez más hacia el Magreb, Turquía, Oriente Medio y Asia.
*Mbuyi Kabunda es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Basilea y profesor visitante en distintas universidades españolas. Este artículo ha sido publicado en el nº 28 de la edición impresa de Pueblos, septiembre de 2007. Notas
[1] Europa acoge a unos 4 millones de inmigrantes africanos de los cuales el 80 por ciento son magrebíes.