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La ONU reconoce que los cascos azules fallaron a las víctimas de violaciones

Las mujeres crean un ejército para luchar contra las violaciones

Fuentes: Agencias

Desde hace años, diplomáticos, voluntarios, académicos y funcionarios del Congo se hacen la misma pregunta: ¿cómo atacar la violencia sexual que hace que diversos grupos, que cazan en las colinas del este, violen a cientos de miles de mujeres? El envío de más tropas agravó el problema. Las fuerzas de paz de Naciones Unidas no […]

Desde hace años, diplomáticos, voluntarios, académicos y funcionarios del Congo se hacen la misma pregunta: ¿cómo atacar la violencia sexual que hace que diversos grupos, que cazan en las colinas del este, violen a cientos de miles de mujeres? El envío de más tropas agravó el problema. Las fuerzas de paz de Naciones Unidas no pueden detenerlo. ¿Funcionaría reformar al ejército congolés? ¿Construir el Estado congolés? ¿Impulsar con más fuerza que se regulen los denominados minerales de conflicto para privar de un ingreso a los rebeldes?

Para Eve Ensler, la dramaturga y activista feminista que escribió «Los monólogos de la vagina» y que trabaja muy de cerca con mujeres congolesas, la respuesta es simple. «Se integra un ejército de mujeres», señaló. «Y cuando se tiene a suficientes mujeres en el poder, se hacen cargo del gobierno y toman decisiones diferentes. Ya verá. Dirán: ‘Ya no soportaremos más esto’, y pondrán fin a este problema». Ensler dio el primer paso hacia la integración de este ejército: la apertura de una base en Bukavu llamada Ciudad de Alegría. El resplandeciente complejo de casas de ladrillo, grandes salones de clase, patios y verandas será un campus donde se preparará a grupitos de congolesas, en su mayoría víctimas de violación, para convertirse en dirigentes en sus comunidades, para que así, finalmente, puedan levantarse y, espera Ensler, cambien la política de este país.

Tomarán cursos de defensa personal, computación y derechos humanos; aprenderán oficios y agricultura; tratarán de exorcizar sus traumas en sesiones terapéuticas y de baile, y, luego, regresarán a sus aldeas de origen para darles poder a otras mujeres. El centro, construido en parte por estas mujeres, con sus propias manos, costó alrededor de un millón de dólares. Unicef contribuyó con una cantidad considerable, y el resto lo recaudó el organismo de defensoría de Ensler, V-Day, entre fundaciones y donadores particulares. Google donará un centro de cómputo.

Es un concepto con agallas, invertir así de fuerte en un grupito de mujeres, en su mayoría analfabetas, con la esperanza de que lograrán el cambio social. Sin embargo, Ensler ya enfrentó bajas probabilidades antes al trabajar con víctimas de violación en Afganistán, Bosnia y otras zonas de guerra, para que digan lo que piensan y se conviertan en dirigentes. «Este podría ser un punto de quiebre», señaló Stephen Lewis, un ex funcionario de Unicef, cuya fundación privada ayuda a Ciudad de Alegría. «Hay una creciente preocupación internacional por lo que sucede en Congo, pero hasta ahora no se llegó a nada en el campo. Quizás éste sea el momento en que las mujeres en el campo muestren que pueden cambiar esto».

Violencia

El este de Congo es uno de los lugares en la Tierra más pobres y más disfuncionales, pero también es uno de los más hermosos, un territorio esculpido con montañas verdes y lagos profundos y claros. Es abundante en riquezas: oro, diamantes, maderas preciosas, cobre, estaño y más. Aunque se abusó brutalmente de la gente aquí, en especial de las mujeres -a muchas les metieron bruscamente rifles de asalto, a otras, las violaron con trozos de madera y las dejaron incontinentes y estériles de por vida-, no aplastaron su espíritu.

Cuando se inauguró la Ciudad de Alegría, la semana pasada, cientos de mujeres, la mayoría víctimas de violación, golpearon tambores y cantaron a todo pulmón. Llevaban camisetas negras con la leyenda: «Detengan la violación de nuestro recurso más preciado». Parecía que el ejército de mujeres que vislumbró Ensler estaba allí. Algunas incluso bailaron con las palas y paletas incrustadas de cemento que usaron para construir la Ciudad de Alegría. El legado de brutalidad y explotación se remonta a los años 1880, cuando el rey Leopoldo II de Bélgica reclamó a Congo como una colonia y esclavizó a la población para obtener pilas de marfil y hule.

A mediados de los 1990, el país se hundió en nuevas profundidades cuando estalló la guerra civil y países vecinos se metieron de prisa, armando a este grupo rebelde o a aquél, para poder conseguir tal mina de oro o de diamantes. Murieron millones. Aunque al final otros ejércitos africanos se retiraron, muchos grupos rebeldes nunca se desbandaron y explotaron el hecho de que el Estado congolés es increíblemente grande e increíblemente débil. Estos grupos armados han dado rienda suelta a su ira, desquitándose con las mujeres a un grado sorprendente. Las violaciones sádicas -en ocasiones realizadas por niños- se han convertido en la característica distintiva de la violencia en este país, a veces para atemorizar a los civiles; en ocasiones, por ningún propósito estratégico aparente. Si se traza una línea desde Bukavu en casi cualquier dirección, se encuentra una aldea en la que se trató brutalmente a incontables mujeres.

El mes pasado, en la cercana ciudad de Fizi, soldados del ejército congolés violaron a docenas de mujeres. Autoridades congolesas dieron el paso insólito de detener a algunos de los oficiales involucrados, incluido un coronel, pero son pocos los que creen que marcará una diferencia. Naciones Unidas tiene una enorme operación de fuerzas de paz, pero, incluso, han sido atacadas las aldeas cercanas a su base. El gobierno envió a una delegación de alto nivel a la inauguración de Ciudad de Alegría. A Ensler se le ocurrió la idea del centro hace unos tres años, tras escuchar de las congolesas que querían un lugar seguro donde pudieran aprender oficios. Algunas de las ex alumnas del centro regresarán a sus aldeas, pero otras realizarán su misión en otras formas. «No quiero regresar a mi aldea y que me vuelvan a violar», dijo Jane Mukoninwa, quien sufrió dos violaciones multitudinarias y estará en la primera generación de reclutas para el liderazgo. «Quiero aprender a leer y escribir para poder quedarme en Bukavu». Y agregó: «Estoy enojada. Y si puedo aprender algunas habilidades, puedo ser una activista». El sábado, las mujeres dieron una vehemente despedida a Ensler. La sorprendieron con un regalo que le compraron, una escultura en madera de una madre y su hijo, y se apiñaron a su alrededor bailando. Cantaron: «¿Por qué aceptaste cargar con nosotras? Nunca te abandonaremos».

La ONU reconoce que los cascos azules fallaron

Más de 500 mujeres han sido violadas «sistemáticamente» entre julio y agosto. La ONU ha reconocido que ha fallado en su misión de proteger a la población de la República Democrática del Congo (RDC), después de que unas 500 mujeres fueran violadas por grupos armados en los dos últimos meses en el este de ese país pese a la cercana presencia de cascos azules.

«Aunque la responsabilidad principal de proteger a los civiles corresponde claramente al Estado, nosotros también hemos fallado. Nuestras acciones no fueron las adecuadas, lo que tuvo como resultado una agresión brutal de las poblaciones de la zona», ha admitido el secretario general adjunto de la ONU para Operaciones de Paz de la ONU, Atul Khare. La Unión Europa y Amnistía Internacional ya habian condenado este verano las «violaciones en masa» de mujeres en el Congo.

En una comparecencia ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Khare ha realizado estas declaraciones después de exponer el resultado de la investigación preliminar que realizó por encargo del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon y pedir la «imposición de sanciones a los líderes de las Fuerzas Demócraticas para la Liberación de Ruanda» (FDLR). Según su relato, la ofensiva contra decenas de aldeas en las provincias de Kivu Norte y Kivu Sur fueron más graves de lo que se creía y el número de víctimas de violaciones podría superar las 500. El ataque más violento se produjo entre el 30 de julio y el 2 de agosto en 13 aldeas situadas entre las localidades de Bunyampuri, Kibua y Mpofi, en las que al menos 242 personas, entre ellas 28 menores, fueron violadas «de manera sistemática» por guerrilleros congoleños mai-mai y de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR).

Según la ONU, los rebeldes engañaron a la población haciéndoles creer que se disponían a integrarse en las fuerzas armadas congoleñas, como parte del proceso de reconciliación nacional. Khare ha señalado que la base en la zona de la misión de estabilización de la ONU (MONUSCO) había sido informada de la presencia de grupos armados, pero desconocía el alcance de sus acciones.

Las agencias humanitarias de la ONU presentes en la zona recibieron un correo electrónico el 30 de julio que les avisaba de que la localidad de Mpofi había pasado a manos de las FLDR y que se había denunciado la violación de una mujer.

Khare aseguró que hasta el 5 de agosto los «cascos azules» no recibieron las primeras 45 denuncias de violaciones, pero para entonces los rebeldes «habían desaparecido en la selva». Explicó que se trata de zonas remotas, con pocas vías de comunicación, en las que no hay cobertura de telefonía móvil y la orografía dificulta la comunicación por radio.