En una biografía magistral afloran al mismo tiempo el revolucionario, el pensador anticolonial y el psiquiatra rebelde; asimismo, queda patente su relación con el psicoanálisis, la disidencia política tras la victoria y su matizada visión sobre el papel de la violencia.
La relevancia de Frantz Fanon creció a finales de la década de 1950 a medida que viajaba por el emergente Tercer Mundo en busca de apoyos para la causa nacionalista argelina. Como miembro del Frente de Liberación Nacional (FLN), el partido que lideraba la guerra de independencia contra los gobernantes coloniales franceses de Argelia, Fanon tenía una asombrosa cantidad de responsabilidades: ofrecía tratamiento psiquiátrico a los combatientes del FLN, ayudaba a producir el periódico oficial del partido, daba charlas sobre filosofía e historia para soldados en el frente y viajaba por todo el continente africano como embajador formal del gobierno provisional argelino en el exilio con el propósito de conseguir capital político y financiero para el movimiento revolucionario.
Por ser tan conocido tuvo que afrontar riesgos enormes. A medida que Fanon ascendía en la jerarquía del FLN, las fuerzas francesas lo señalaron como objetivo. En 1959 La Main Rouge, un escuadrón de la muerte paramilitar anti-FLN financiado por los servicios secretos franceses, le siguió hasta Roma, adonde había viajado para recibir tratamiento médico después de un accidente de coche en Marruecos. Poco antes de que un agente del FLN acudiese al encuentro de Fanon en el aeropuerto, una bomba detonó bajo su coche y mató a un niño que se encontraba en el lugar. Al saber que un reportaje sobre la explosión había dado a conocer su paradero en el hospital, Fanon exigió cambiar de habitación, por lo que pudo evitar el asalto a su primera habitación perpetrado por un asesino. Después de vivir esa situación difícil, dejó Roma y volvió a Túnez, donde estaba exiliado.
Los enemigos de Fanon no se encontraban solo entre las fuerzas coloniales francesas, también encontró adversarios dentro del propio FLN, una organización marcada por luchas internas por el poder. Crítico silencioso de la dirigencia, podría muy bien haber emergido como blanco de las purgas postrevolución que llevaron a la expulsión de decenas de militantes del partido y a la muerte de otros muchos. Pero murió de leucemia a los 36 años, meses antes de que Argelia conquistase su independencia en 1962. Uno de los actos finales de su vida truncada fue dictar a su secretaria, ya en el lecho de muerte, lo que se convertiría en su trabajo más influyente: Los condenados de la tierra, del que Stuart Hall dijo que era la “Biblia de la descolonización”, ya que diagnosticó las condiciones políticas, sociales y psicológicas del dominio colonial con un grado de claridad y fuerza nunca visto hasta su publicación ni desde entonces. También defendió el uso de la violencia revolucionaria por parte de los colonizados contra sus opresores coloniales, un aspecto de su trabajo que recibió una atención desproporcionada y fue desprovisto de todos sus matices.
En los años que se siguieron a su muerte, Los condenados de la tierra elevó a Fanon al panteón de los ilustres del movimiento anticolonial. Movimientos nacionalistas radicales en toda África, Asia y América Latina y el Caribe defendieron la obra, así como el Partido de los Panteras Negras en los Estados Unidos. En las décadas de 1980 y 1990 su trabajo fue acogido por la academia, donde la teoría de la cultura y el postestructuralismo inscribieron su corpus en debates muchas veces esotéricos y políticamente inertes. Paralelamente, activistas correctamente empeñados en evitar los intentos de manipulación de su política revolucionaria luchaban entre sí para decidir cuál era el auténtico Fanon. No obstante, en la búsqueda por definir “al auténtico” Fanon corremos el riesgo de perder lo que lo hizo tan extraordinario. Fanon no tenía una identidad única. Pasó la vida en permanente movimiento: física, intelectual y políticamente.
De las numerosas biografías en inglés que narran la vida y la obra de Fanon, The Rebel’s Clinic: The Revolutionary Lives of Frantz Fanon, de Adam Shatz, es tal vez la más rica intelectualmente. Shatz, uno de los grandes ensayistas de nuestro tiempo, presenta una figura imperfecta y brillante –una figura que cuestiona el mito predominante de Fanon como un apologista unidimensional de la violencia. A lo largo de más de dos décadas, Shatz escribió reportajes sobre el persistente legado colonial de Francia y el Norte de África. Tiene, además, un vasto dominio sobre los múltiples contextos intelectuales y políticos que moldearon a Fanon, incluido el movimiento Négritude, la filosofía francófona y el medio literario de la posguerra, las fisuras que dividieron al FLN durante la revolución y los crecientes movimientos clínicos que sustituyeron la psiquiatría francesa ortodoxa.
La admiración de Shatz por el tema es evidente, pero evita caer en la tentación hagiográfica que se encuentra en gran parte de los estudios sobre Fanon. Examina la incómoda y, a veces contradictoria, relación de Fanon con la violencia revolucionaria, muestra la enorme deuda que Fanon tenía con escritoras como Suzanne Césaire y Simone de Beauvoir, y evalúa críticamente su aparente rechazo de Freud arrojando luz sobre la gran influencia que recibió del fundador del psicoanálisis. En ese proceso Shatz da vida a Fanon y nos anima a pensar con él para dar sentido a nuestro mundo actual.
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El cuerpo de Fanon yace en un cementerio de mártires en el este de Argelia. Aunque murió como argelino honorario, nació a miles de kilómetros de distancia, en la pequeña isla caribeña de Martinica. Fue allí donde vivió por primera vez la jerarquía racial que estructuraba la sociedad colonial, aunque tardó años en comprender profundamente la condición colonizada. Dos episodios contribuyeron a forjar esa conciencia: el encuentro con el racismo de los europeos blancos durante la Segunda Guerra Mundial, en la que luchó como miembro de las Fuerzas Francesas Libres, y sus posteriores experiencias como estudiante de medicina en Lyon a finales de la década de 1940. Su primer libro, Piel negra, máscaras blancas, es un amplio estudio sobre la alienación social de los negros colonizados y sus manifestaciones en la política, literatura, filosofía y psicoanálisis. El libro comenzó como su disertación médica, aunque su departamento rechazó el tema, por lo que finalmente presentó una disertación apropiada, a la vez que rigurosa, sobre la ataxia de Friedreich, una enfermedad neurodegenerativa.
Después de su residencia y de un corto periodo de tiempo en el que practicó la psiquiatría en Martinica y en la Francia continental, Fanon fue destinada a un puesto clínico en Blida-Joinville, el mayor centro psiquiátrico de Argelia, en el año 1953. Una vez politizado, se implicó secretamente en el FLN a los años de llegar al país. Fanon trataba a los policías y militares franceses ocupantes en su actividad clínica oficial durante el día y a los combatientes de la resistencia del FLN por la noche.
A diferencia de David Macey, autor de la última gran biografía de Fanon escrita hace ya más de dos décadas, Shatz realiza un exhaustivo estudio de la carrera de Fanon como psiquiatra, un aspecto de su vida que recibió una renovada atención una vez que se publicaron decenas de sus escritos psiquiátricos en 2015. Shatz analiza la relación no muy profunda, pero si formativa, de Fanon con el psicoanálisis. No obstante, a pesar de que las nociones de inconsciente, represión y estadio del espejo de Lacan influyeron en sus concepciones de subjetividad negra y colonial, argumentó que las ideas psicoanalíticas centradas en las estructuras familiares europeas, como el complejo de Edipo, no se podían aplicar acríticamente al sujeto argelino (aspecto sobre el que mantuvo un interés personal: “Tan pronto como termine con todo esto [en referencia a la revolución argelina]”, le dijo a su secretaria, “me someteré a un análisis” [N. del trad.: esta frase dicha por Fanon, está traducida directamente del francés]) Como jefe de la Blida-Joinville, se esforzó en reformar el planteamiento terapéutico de la clínica. Experimentó la psicoterapia institucional, una forma radical de institucionalización que buscaba devolver la subjetividad a los pacientes y difuminar las fronteras entre la sociedad y el hospital.
Para Shatz el trabajo psiquiátrico de Fanon es fundamental en su proyecto político. Fue la manifestación más práctica de su ambición de restaurar la agencia de sujetos fundamentalmente alienados. En las sociedades colonizadas, así como en los hospitales psiquiátricos, la libertad exigía el desarrollo de la conciencia a través de la creación activa de nuevas estructuras sociales, políticas y psíquicas. Para Fanon esta capacidad de libertad era crítica – lo que lo distinguió de segmentos del medio intelectual francés de postguerra que, bajo el hechizo del surrealismo, romantizaron la locura como una fuerza “visionaria” o liberadora. “Para un descendiente de esclavos en una antigua colonia azucarera”, escribe Shatz, “era imposible confundir la condición de desintegración mental y física con la emancipación de un orden social opresivo”.
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Al final de su vida, Fanon estaba cada vez más desilusionado con el FLN, ya que a él lo que le había inspirado del movimiento revolucionario era la posibilidad de construir una nación fundada en una conciencia social liberadora, pero lo que veía en ese momento era un partido repleto de militares miopes y sin perspectiva ideológica ansiosos por movilizar el chovinismo étnico-religioso para forjar una identidad argelina que excluyera las minorías étnicas y religiosas. En base a estas experiencias, Fanon ya intuyó en Los condenados de la tierra que la mayoría de los movimientos de independencia nacional terminarían con una consolidación del poder político en manos de las élites nativas, cuyos impulsos de autoenriquecimiento consolidarían las divisiones sociales y económicas de la era colonial, a la vez que las potencias neocoloniales, como las corporaciones transnacionales, continuarían saqueando las naciones anteriormente colonizadas. Contra este futuro sombrío era fundamental construir la solidaridad internacionalista –lo que para Fanon se concretaría en un proyecto panafricano–, capaz de liberar a las naciones que acababan de conquistar su independencia de las estructuras de poder del viejo mundo.
A diferencia de otros pensadores postcoloniales, Fanon nunca rechazó la modernidad occidental per se. En lugar de eso, como escribió en Los condenados de la tierra, buscó trascenderla creando una conciencia universal enraizada en un “nuevo humanismo”. Este proyecto radical, que exigía “buscar en otro lugar aparte de en Europa” la inspiración para “inventar un hombre completo”, fue su objetivo hasta el fin de su vida. La conciencia nacional postcolonial fue un medio para ese fin. Es difícil decir qué significaba concretamente eso para un nuevo Estado nación.
Fanon hizo algunas recomendaciones explícitas para una sociedad postcolonial, incluida la redistribución de la riqueza, a fin de colapsar el poder de la burguesía nativa y de las clases dominantes. No obstante, nunca propuso modelos granulares para la construcción de instituciones políticas, ni discutió con detalle la mecánica del gobierno. Como escribió Edward Said en Cultura e imperialismo, Fanon no ofrece “una receta para hacer una transición después de la descolonización”. Aun así, podemos esbozar las líneas generales de una nación postcolonial organizada según las propuestas fanonianas: una sociedad emancipada, democrática, pluralista y colectivista, en sintonía con las necesidades de reparación psíquica y comprometida con el desmantelamiento de las jerarquías coloniales.
Esta ambiciosa visión se vio en gran medida eclipsada por la controvertida implicación de Fanon con la cuestión de la violencia. El prefacio de Jean-Paul Sartre a Los condenados de la tierra, que exalta la virtud de la acción violenta, acabó eclipsando y falseando la posición mucho más matizada de Fanon. Algunos lectores consideraron la violencia revolucionaria como la expresión suprema de la acción y de la autodeterminación y, por extensión, el único vector importante a través del que poder evaluar el compromiso revolucionario de Fanon. Al hacerlo, sostienen que cualquier acto de violencia de los oprimidos contra sus opresores es (moral o políticamente) santificado. Para Shatz, la relación de Fanon con la violencia es mucho más compleja de lo que se supone. Aduciendo que en muchas ocasiones esta relación está parcialmente eclipsada por un problema de traducción. Por ejemplo, en algunas versiones en inglés de Los condenados de la tierra, la frase “la violence désintoxique” [la violencia desintoxica] se traduce como “violence is a cleansing force” [“la violencia es una fuerza que limpia”], cuando significa algo más semejante a “detoxifying violence”, con lo que se quiere decir que es la condición colonial lo que provoca una especie de estupor que la violencia puede ayudar a superar, por lo que puede servir para despertar la conciencia de los colonizados. Este tipo de malentendidos pueden parecer menores, pero moldearon desproporcionadamente la forma en que recordamos a Fanon hoy.
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Dos semanas después del 7 de octubre, Shatz escribió un ensayo en The London Review of Books en el que reflexionaba sobre la violencia en Israel y en Gaza. Gran parte del artículo reflexionaba sobriamente sobre el sufrimiento causado por la ocupación israelí y ofrecía un pronóstico sombrío del derramamiento de sangre que los habitantes de Gaza estaban a punto de sufrir. Shatz también se dirigió a algunos miembros de la izquierda “descolonial”, que “parecen casi fascinados por la violencia de Hamas y la consideran una forma de justicia anticolonial del tipo defendido por Fanon”. El ensayo desencadenó un debate feroz y productivo sobre cómo deberían abordar el uso de la violencia los defensores de la libertad palestina.
Así como en The Rebel’s Clinic, Shatz buscó contrarrestrar lecturas simplistas de Fanon presentando una figura más multidimensional. Como partidario del FLN, Fanon apoyó activamente tácticas violentas; al tiempo, como psiquiatra, le preocupaban las persistentes heridas psíquicas y sociales que podría causar la violencia. Fanon termina Los condenados de la tierra con estudios de casos de argelinos y franceses que sufrieron enfermedades mentales inducidas por la guerra. “La abrumadora impresión dejada por los estudios de caso de Fanon […] es que los efectos desintoxicantes de la violencia son, en la mejor de las hipótesis, efímeros”, escribe Shatz. La violencia es semejante a la terapia de choque y, del mismo modo que la terapia de choque por sí misma no puede curar a un paciente (y puede causar nuevos daños), la violencia por sí misma no puede generar una sociedad justa. Contra la tendencia a transformar a Fanon en un icono de la resistencia violenta y nada más, Shatz presenta el retrato de un hombre cuya posición evolucionó a medida que lidiaba con las cuestiones más urgentes en la búsqueda de la liberación.
Arvin Alaigh es escritor, activista y estudiante de doctorado en la Universidad de Cambridge.
Texto origina len inglés: https://www.dissentmagazine.org/article/the-partisan-psychiatrist/
Texto de la traducción al portugués: https://outraspalavras.net/descolonizacoes/muitas-vidas-de-frantz-fanon/
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la traducción.