Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
A pesar de los impresionantes progresos económicos y sociales, cada vez hay más protestas en Etiopía. Pero lejos de querer compartir el poder, el régimen parece preferir por el momento la respuesta de la mano dura.
Durante la estación de lluvias desde julio a agosto las trombas de agua verdean los valles y las llanuras de Oromia y Amhara, los dos pilares agrícolas de Etiopía. Pero este año las nubes negras no se han contentado con regar las futuras cosechas sino que también acarreaban su parte de incertidumbre sobre la estabilidad de este país de cerca de cien millones de habitantes.
Desde mediados de julio Etiopía conoce una oleada de protestas y de violencia inéditas en los diez últimos años. Según Amnistía Internacional, al menos 97 personas murieron durante los enfrentamientos entre las fuerzas del orden y los manifestantes, a veces en las grandes ciudades de Bahir Dar o Gondar y en Oromia. Se ha cortado en todo el país el acceso a internet para tratar de contener los movimientos de protesta.
Un régimen que no provoca unanimidad
Más allá de Addis-Abeba, la capital diplomática del continente donde los rascacielos y las flamantes infraestructuras crecen al ritmo desenfrenado de los planes quinquenales, la frustración de una parte de los campesinos y de la juventud es extrema. El fulgurante crecimiento económico (más de un 10 % de media durante una década), los progresos constantes de los indicadores sociales y los programas de desarrollo que impresionan a los socios internacionales no han bastado para convencer a todos los etíopes de la legitimidad del régimen. Tanto más cuanto que el aumento del PIB se ha ralentizado sensiblemente este año (un 4,5 % según el FMI ) en parte a causa de una sequía excepcional. Paralelamente, la demografía progresa a un ritmo constante, a casi un 3 % al año. Más de dos millones de jóvenes llegan cada año al mercado laboral. Los retos del país son colosales.
El régimen de Addis-Abeba ya había conocido una severa amonestación a finales de 2015 con motivo de una protesta en Oromia donde, según Human Rights Watch (HRW), la represión provocó más de 400 muertos. Por su parte, la Comisión Etíope de Derechos Humanos, una institución oficial, habla de 173 víctimas, entre las que hay 14 miembros de las fuerzas del orden.
Varias comunidades implicadas
En efecto, algunos militares encargados de restablecer el orden cayeron en emboscadas. Y es que esta protesta ha sido armada, lo que es un fenómeno nuevo. Otra característica inédita es que afecta simultáneamente a tres regiones muy pobladas: Oromia (35 % de la población), Amhara (27 %) y en menor medida, Addis-Abeba, la capital que cuenta con 3,2 millones de habitantes.
Ahora bien, el edificio etíope descansa sobre un mosaico de pueblos que aunque viven juntos desde hace siglos han mantenido unas identidades fuertes y diferentes, si no unas rivalidades ancestrales. En todo caso, la oposición actual se fundamenta sobre un base comunitaria. En efecto, las primeras manifestaciones protestaban contra el plan de ordenación de Addis-Abeba, que ha sido financiado por la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD).
Aunque este proyecto no preveía ampliar los límites administrativos de la capital (el gobierno sabía que era un tema sensible), incluía a las ciudades oromos vecinas en la reflexión global, con la creación de nuevas carreteras, transportes públicos y parque industriales. Una planificación a fin de cuentas lógica para una capital llamada a convertirse en una de las principales metrópolis del continente. Excepto que está enclavada en territorio oromo y su desarrollo amenaza con dividir este territorio en dos (véase el mapa) . Para una parte de los habitantes de la región esta ciudad, fundada a finales del siglo XIX por el emperador amhara Menelik II, sigue simbolizando la ocupación.
[Leyenda, por orden, frontera disputada, regiones afectadas y enfrentamientos]
En todo caso, los manifestantes, entre los que hay muchos campesinos, temen perder sus tierras, al tiempo que denuncian el dirigismo y la corrupción de las elites locales en este proceso. A pesar de que el gobierno ha suspendido el plan (un paso atrás nada habitual para este régimen) la cólera no ha disminuido durante mucho tiempo.
En la región amhara, la fiebre emana también de un contencioso territorial y comunitario: la pertenencia del distrito de Wolkait a la región de Tigre. Los manifestantes consideran que se les debe devolver. Ahora bien, para muchos etíopes apenas hay distinción entre el poder central y los tigres. Además, durante diferentes conflictos algunas de sus propiedades han sido atacadas. Esta minoría, que fue marginada bajo el imperio de Haile Selassie y después bajo el régimen de Mengistu Haile Mariam, hoy desempeña un papel muy superior a su peso demográfico (supone el 6 % de la población). Esto ocurre en el seno del Estado, en la economía y todavía más en el ejército.
Un régimen poco favorable a la oposición
En efecto, el Frente de Liberación del Pueblo Tigre (TPLF, por sus siglas en inglés) fue la punta de lanza de la rebelión que tomó el poder en 1991. Aunque oficialmente solo es uno de los componentes de la coalición que está en el poder (el Frente Democrático Revolucionario de los Pueblos Etíopes, EPRDF, por sus siglas en inglés), el TPLF sigue siendo la fuerza dominante en esta coalición. Y a ojos de la mayoría de amharas y de oromos este poder nunca ha sido totalmente legítimo.
El sistema no tiene en cuenta sus aspiraciones. No se toleran los partidos de oposición y menos aún tienen posibilidad de ser elegido: en 2015 el EPRDF obtuvo todos los escaños del Parlamento. Pero el autoritarismo del régimen muestra hoy ciertos límites. Tras las elecciones de 2005, en las que la oposición había ganado en las principales ciudades del país, retomó las riendas a base de represión y apoyándose en los buenos resultados económicos y sociales obtenidos durante una década. Pero esta vez las protestas están durando más tiempo.
Otro obstáculo es la ausencia de un líder
Las protestas se producen, además, en país sin líder desde la muerte en 2012 de Meles Zenawi, el ex primer ministro, ahora sacralizado. Pero el poder respeta al pie de la letra los proyectos de desarrollo, aunque estos no siempre aporten respuestas adaptadas a una situación inestable que, además ha evolucionado.
El nuevo primer ministro, Haile Mariam Desalegn, menos carismático, no goza de la misma autoridad que Meles. Por consiguiente, la dirección del partido es colegiada y el sistema podría desembocar en la parálisis. No obstante, no existe una alternativa constituida al régimen.
La mayoría de los líderes de la campaña de 2005 están en el exilio y divididos. Y los contenciosos históricos entre amharas y oromos también son importantes, lo que suponen otras tantas amenazas para uno de los raros polos de estabilidad regional, lo cual petrifica a los occidentales: ni el Departamento de Estado estadounidense ni el Foreign Office británico ni el Quai d’Orsay francés se atreven a condenar la represión.
En estas circunstancias, en el seno del régimen se ha entablado un debate interno entre los conservadores, partidarios de la mano dura, y los reformadores, que abogan por una apertura progresiva, un proceso que supondría una revolución en una historia etíope en la que la norma siempre ha sido el autoritarismo.
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Fuente: http://www.jeuneafrique.com/mag/349211/politique/ethiopie-comprendre-contestation-secoue-pays/
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