Uno de los regímenes que de forma espontánea siempre me ha parecido más injustificable e inexplicable en pleno siglo XX era el apartheid sudafricano, consistente en la distinta consideración jurídica de los habitantes de un país en función de su raza, ascendencia o color de piel, o bien el confinamiento de partes de la población […]
Uno de los regímenes que de forma espontánea siempre me ha parecido más injustificable e inexplicable en pleno siglo XX era el apartheid sudafricano, consistente en la distinta consideración jurídica de los habitantes de un país en función de su raza, ascendencia o color de piel, o bien el confinamiento de partes de la población en territorios delimitados del Estado para proceder a un «desarrollo separado» en función de su ascendencia racial. Como sucede siempre que se encuentra uno ante algo que no admite explicación según sus más elementales criterios éticos y políticos, me pregunté: «¿Y qué razones darán los que lo defienden, de forma que esperen estar justificados ante los demás y ante ellos mismos sin que la conciencia les corroa?». Sus defensores estaban tanto en la ultraderecha declaradamente filonazi como en sectores ultraconservadores que nominalmente se seguían considerando democráticos (no es un secreto para nadie que la CSU alemana o grandes sectores del Partido Conservador británico, estre otros, no tenían empacho en defender públicamente al régimen). Los siguientes «argumentos» que voy a exponer eran, por tanto, los que esgrimían sus partidarios de forma más o menos entusiasta, acompañados de elementales reflexiones mías sobre su futilidad:
1) Que los negros verdaderamente nativos del territorio sudafricano eran sólo los bosquimanos y hotentotes, cuyo número es reducidísimo, siendo el resto de la población negra bantúes (que engloba xoxas, zulúes, etc.) que llegaron al país (y en especial a las zonas que seguirían siendo República Sudafricana una vez consagrado el sistema de los «Estados separados» o bantustanes) atraídos por el desarrollo impulsado por los colonizadores blancos. Observo que esta argumentación es mantenida hoy no sólo por ultraderechistas clásicos como el estadounidense David Duke, sino también por el ultraderechista sionista Daniel Pipes, que lo comenta tangencialmente en uno de sus últimos artículos (1). Consultando el asunto en diversas fuentes fiables, me confirmaban lo de que la población ancestral del territorio eran los 2 primeros grupos reducidos, pero desmentía lo del asentamiemto bantú posterior a la llegada de los blancos en el XVII, si bien lo situaba tan sólo unos 100 años antes y localizado en el Tanskrei (que era precisamente el lugar donde después se localizó el «bantustán» más grande, 45 mil KM2 continuos para la etnia xoxa).
Al margen de los hechos históricos acerca de las fechas de los asentamientos, resultaba claro para toda mentalidad no racista que lo importante es que todo habitante fuese ciudadano del país en el que habita y trabaja, independientemente de cuando llegó.
2) Que los negros y blancos de Sudáfrica no eran meramente dos razas de un mismo pueblo (como puede considerarse en EEUU, donde tienen la misma lengua, las mismas congregaciones religiosas, etc.) sino que eran un conjunto de pueblos distintos con sus tradiciones (como la poligamia, hoy día legal en Sudáfrica), sus estructuras de poder (jefes tribales que ejercen la autoridad tradicional), lengua, en ocasiones religiones o creencias ancestrales, etc. Los blancos estarían formados por 2 grupos: Los boers (que serían los verdaderos constructores del Estado, que podría ser definido como el Estado Boer o «Boersilandia»), con su lengua (afrikaner) o su religión (Iglesia Reformada Holandesa); y los ingleses, que aun teniendo características propias podrían ser ciudadanos del mismo Estado por sus semejanzas culturales con los primeros, al pertenecer al tronco común blanco-europeo (¿no suena familiar esta distinción en dos subgrupos culturales de la población dominante, a su vez uno de ellos «más dominante» que el otro?». La población negra sería a su vez un conjunto de pueblos distintos, por lo cual cada Estado separado o bantustán sería la expresión política de cada uno de esos pueblos. Se podría definir este principio como «Diez Estados para diez pueblos» (2), pero unos Estados muy peculiares, puesto que implicaban el traslado de la población de una etnia al territorio «asignado», amén de ser definidos territorialmente por el grupo dominante blanco, incluyendo discontinuidades en la mayoría de los casos, así como subordinación al Estado que «concedió» su territorio.
También existían los «coloured» o mestizos (en situación intermedia por descender de holandeses y hotentotes) y los asiáticos (de origen inmigrante, sobre todo hindúes) que serían algo así como residentes no «ciudadanos de pleno derecho». Es decir, nuevamente criterios raciales (y no de residencia ni de antigüedad de la misma) en la asignación o no de derechos ciudadanos.
3) Confluyente con los dos puntos anteriores era la idea de que los mencionados «bantustanes» serían además los verdaderos territorios de origen de cada grupo, con lo cual su «justificación histórica» estaría lograda. El máximo ejemplo sería el ya señalado del Tanskrei. Otra vez la pretendida reconstrucción del pasado para justificar la separación.
4) Al ser el CNA de Mandela y el Partido Comunista de Sudáfrica dos patas del mismo banco (la tercera pata serían los sindicatos negros) los defensores del régimen acusaban a la mayoría de la opinión pública de Occidente (y a sus gobiernos, que nominalmente y otros de forma más activa se oponían al apartheid) de plegarse a los deseos de los comunistas en plena guerra fría, de «hacerles el juego» por miedo o por claudicación, y no ser conscientes del «esfuerzo anticomunista» que realizaba Sudáfrica en favor de toda la «cultura occidental». Por tanto, este argumento incidía en la ideología «totalitaria» y sobre todo «antioccidental» de los opositores del apartheid para, así, señalar otro motivo para defender éste.
Naturalmente, habría que contestar a esto diciendo que lo que se defendía por los sectores liberales era la supresión de los criterios raciales en la ciudadanía de un país, que es independiente de la posición política que tenga la mayoría de un sector clasificado según tales criterios raciales. Esto es tan evidente que resulta ridículo tener que señalarlo ahora con respecto al caso sudafricano, pero se utiliza sin rubor en otras situaciones.
5) La lucha armada defendida por el CNA (con «La Lanza de la Nación») hizo que se le considerase «terrorista» por el régimen y así intentase mostrarlo al resto del mundo. En realidad, las víctimas civiles de tal grupo parece que no superaron las 60 personas. Y lo principal aquí es señalar que el régimen de apartheid se aplicaba contra quienes tenían una determinada ascendencia racial, no sólo contra los miembros de tal o cual grupo combatiente (que, por lo demás, era consecuencia y no causa de tales leyes discriminatorias).
6) El argumento socioeconómico señalaba el superior nivel de vida y educación de los negros sudafricanos…..comparados no con los blancos del país, sino con el resto del continente negro. Las hambrunas y guerras civiles de Etiopía, Mozambique, Angola, etc. tenían su contrapunto, según esto, en la paz y el desarrollo sudafricano, con tablas comparativas de salarios, escolarización, esperanza de vida, bajo número de muertos para el conjunto de las décadas en que se desarrolló el régimen y otros datos similares. La máxima era que la población negra del país vivía mejor que la de cualquier otro país africano.
Sin contar el falseamiento de los datos en numerosas ocasiones, y de los factores no medibles cuantitativamente como la independencia política, es evidente que un Estado no puede medir el grado de igualdad jurídica y de desarrollo socio-económico de su población en función de parámetros raciales (como si en función de la raza tuviesen que contentarse con más o menos según se encuentren otras personas de su raza en otros países).
7) La «ofensiva diplomática» de los años 70 para mejorar las relaciones con los gobiernos del Africa Negra (o con movimientos del continente, como los pocos recomendables Renamo o Unita) así como la colaboración con líderes negros del país (como Buthezzeli) se supone que demostraría la buena voluntad del régimen y acentuaría, por contraste, el carácter radical de sus opositores. Pero la radicalidad o no de un movimiento se mide en función de lo que se está demandando, y lo demandado era simplemente la igualdad jurídica ante la ley.
8) La condición «democrática» del régimen se plasmaría en su libertad y pluralidad religiosa, así como en la existencia de grupos parlamentarios que se mostraban contrarios al «apartheid» y, por tanto, partidarios de la desaparición del país (la «República de Sudáfrica» como Estado Boer), como el grupo dirigido por Helen Susznan. Su apertura y evolución se reflejaría en la legalización del sindicalismo negro (1.977), las Cámaras legislativas para mestizos y asiáticos (1.983), la concesión de la independencia a los bantustanes en principio sólo autónomos, etc. Ello se supone que evidenciaría el «esfuerzo» blanco por mejorar la situación del resto de grupos. Se daba por hecho, por sus partidarios, el derecho a regir el país, y cualquier rendija ya se veía como una generosa «concesión».
9) Un argumento «terminal» (puesto que se dio al final del sistema) fue el mostrar el violento enfrentamiento, con miles de muertos, entre los militantes del CNA y del Inkatha, lo que indicaría que los negros se producían a sí mismos más muertes que las que les habían producido los blancos, y sin que se produjese tanto clamor internacional (esto último implicaría, siempre según los partidarios del sistema, que a la gente en realidad no le importaba la situación de los negros cuando no se podía culpar a los boers de su desgracia). Después se descubrió que tales enfrentamientos estuvieron pagados por grupos partidarios del régimen blanco. También ciertas tropelías atribuidas a la entonces mujer de Mandela se utilizaban para desprestigiarle a él y a toda su causa.
10) Y un argumento «póstumo» ha sido el del «empeoramiento» de las condiciones de vida que afirman que se ha producido con el final del «dominio blanco», reflejado en el incremento espectacular de la violencia común y sobre todo en la disminución de la esperanza de vida, que a comienzos de los 90 tenía niveles brasileños (en nivel alcanzado y en ritmo de crecimiento) y cayó en más de 15 años de nivel en muy poco tiempo (claro que no dicen que es por el Sida, al igual que el resto del Continente africano).
Resumiendo: Tras leer estos y otros argumentos favorables al apartheid, seguí pensando por supuesto que es un sistema injustificable y es para alegrarse que cayese en su momento, pues a nadie se le escapa que en el ambiente político e ideológico de hoy día sería mucho más difícil su caída, y seguramente sus defensores ocuparían un espectro ideológico más amplio que el que ocupaban en su día (tal vez con sólo exigir algunos cambios en el mismo).
Para mí es rechazable. Y TODO LO QUE SE PAREZCA A ESO EN SUS ARGUMENTACIONES.
(1) http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/Opinion/43792/ : «No tiene nada de sorprendente: otros europeos modernos que se asentaron en áreas poco pobladas (piense en Australia o África) también crearon sociedades que atraían a las poblaciones indígenas». Este renglón está puesto tras comentar que el asentamiento sionista atraía a árabes, con lo cual implícitamente está considerando como indígenas a los árabes de Israel/Palestina…………………
2) http://es.wikipedia.org/wiki/Bantust%C3%A1n#Promoci.C3.B3n_del_llamado_.22autogobierno.22
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